Comencé a leer este libro en el subte. La suerte de viajar sentado me permitió llegar a la estación de destino sin levantar la vista de sus páginas. Ya en Cabildo y Juramento, decidí tomar un café para terminar con estos relatos que tienen el encanto de ser un ramillete de historias cotidianas. Lo logré y me alegro. Decir esto puede resultar un desmérito para muchos, pero todos sabemos que escribir sencillo no es fácil y aquí tenemos un ejemplo.

Flavia Pantanelli no acredita una formación académica ligada a las letras. Se presenta como fonoaudióloga y cuentista, algo que debemos tomarlo como un anticipo claro de que todas sus narraciones transitan un camino sin dobleces, sin sutilezas, sin espejismos. Sus cuentos y protagonistas son seres de carne y hueso; pueden ser tus vecinos, tal vez tus amigos o aquellos conocidos del club que siempre los encuentras en la cafetería. La autora no apura ninguna historia, desmenuza a los protagonistas, los enriquece, los atraviesa con el legado de sus propias frustraciones y deseos ocultos, los viste con sus fantasías sexuales y los deja con la cuota de esperanza, con el dilema del cambio, con la necesidad de ser uno mismo.

Haceme lo que quieras, el relato que da título al libro, es una historia fuerte, calada por el sexo de Gonzalo y Sandra, casada con Sergio, quien es un protagonista pasivo, un mirón perverso que goza con la cama de su mujer y Gonzalo. Un cuento erótico, intenso y calibrado que bien puede llevarse al resto. No es así, Arrollado, por ejemplo, es todo lo contrario, una madre agotada por la atención de su hijito y el matambre que está preparando entre el llanto del niño y la llamada telefónica; en el camino su angustia, el miedo, la soledad y ese microclima de amamantar a Nachito.

La madre de Julito es un relato cierto sobre el período de vacaciones en la playa, las diferencias con los vecinos del departamento de al lado y la historia de esa propiedad que se arrastra por herencia.

Degusté con placer Mordida deliciosa y Nos taladran a preguntas, dos buenas historias que llegan hasta el grotesco.

En lo personal debo reconocer que Butterfly es el mejor relato, por su construcción y buen clima espacial.

Haceme lo que quieras, es un libro recomendable sin duda alguna. Flavia Pantanelli tiene bien ganado su espacio. Es de esperar que en este camino los lectores la acompañen.

Tus relatos tienen una voz interior, son narraciones orales. En ese marco: ¿Cómo convive la escritora y la fonoaudióloga?

Conviven como hermanas gemelas, tienen el mismo origen: el interés que siento desde chica por la lengua, por las voces, por los giros y modos, por las posibilidades de transmitir y de recibir, por esa capa sonora que parece que barniza el mundo (y que es, en verdad, el único mundo que conocemos y al que podemos acceder por más que rasquemos, perforemos y hagamos); por el interés en lo no dicho, en lo dicho mal o a medias, que es mucho más iatrogénico, más peligroso y power que la mentira burda y llana. Mirá, en el cerebro que maneja las funciones del lenguaje, por ejmplo, la función hace al órgano: el lenguaje hace que podamos hablar, que nos hablen (en todo sentido) hace que nuestro cerebro nos permita hablar. Yo soy una convencida de que vivimos en un mundo tallado por el lenguaje. Es el único que conocemos. No importa, en realidad si hay otro más atrás, o más arriba o subyacente. No importa porque es inaccesible de verdad. Lo único que tenemos es el mundo relatado por las voces que nos han criado, lo que solemos llamar el engaño materno, en primer lugar, y las voces que les sucedieron, después. Ese collage de voces y letras es el agua que respiramos, el aire en el que nadamos. Así de confusa y de simple es nuestra realidad humana, en mi forma de ver. Parece una tragedia pero no lo es. Si se mira bien, es casi cómico el lugar de importancia en el que creemos estar en la escala filogenética.

Tu registro narrativo avanza meticulosamente y de forma compulsiva sobre los personajes. ¿Podés liberarte de ellos fácilmente?

En absoluto. Son ellos los que me toman a mí y no me abandonan. Las escenas, los personajes viven conmigo un tiempo largo, pienso como ellos, vivo como ellos en alguna parte de mi mente durante el tiempo en el que estoy madurando un cuento. Es una mezcla de construcción de un personaje al estilo de la actuación y de una identificación más o menos masiva. Hay un juego o una tarea o un proceso de ensoñación, un plantarme en los zapatos de ese personaje, o de ese conflicto, pasarlo por el cuerpo antes de hacerlo letra. Primero me apropio de toda la escena en mi cabeza. Muchos días, mucho tiempo. A veces años, incluso. Cuerdas en beso, un cuento de mi último libro, estuvo rondándome la cabeza más de dos años hasta que finalmente encontró su vía regia y lo pude escribir. Pude encontrar el tono, el modo, el cómo, el quién, todas esas cosas.

Hay cuentos, como es el caso de Arrollado, La madre de Julito o Ahora que casi no pueden moverte, que claman ayuda. ¿Esto de ponerse en el lugar del otro, es una decisión de vida más allá de lo literario?

Sí. Y cada vez lo tengo más en claro. Pero más que poner voz a algo que yo siento que no tiene voz y que en un punto me convertiría en una pequeña denunciadora (viste que todos ocupamos algún rol en las dinámicas de grupo), si miro para atrás, diría que en las diversas actividades y trabajos en las que me desempeñé (como fonoaudióloga pero también como doula de crianza y de alguna manera también esto nuevo de traducir del italiano que es la lengua de mis nonnos, de mis padres) tuvieron siempre una parte grande de acompañar a decir (que es mucho más que decir por otro). Es sostener a otro para que diga lo propio. Crecí al lado de un nonno al que un cáncer le había arrancado la laringe. De una nonna con alzheimer. En un medio general plagado por los secretos y las mentiras, los miedos a decir y las prohibiciones. Por disimulos. Hay silencios que son un tormento. Hay cosas de las que nadie habla por tabú y eso nos deja a todos solos, creyendo que lo que nos pasa nos pasa solo a nosotros, porque estamos fallados. Por eso te decía antes que hay una gran cuota de identificación en mi forma de componer un personaje.

Las historias conmovedoras de tus cuentos se cotidianizan y un frío corre por la espalda del lector. Esta forma realista de presentar la obra es solamente un recurso o ahí aparece la verdadera Flavia.

Mirá. No sé qué decir. Yo soy una escritora bastante intuitiva y pegada a la carne. Escribo así porque lo vivo de ese modo, trágico o grotesco. Me gusta mucho el grotesco porque siento que expresa lo indecible: la gran confusión que tomamos por vida. No soy una teórica de la escritura ni tampoco una estratega. Escribo en general en estado de urgencia, lo que me revienta el pecho, lo que me toma el cuerpo.

¿Qué lecturas te acompañaron en tu formación literaria?

Yo empecé a escribir pasados largos los cuarenta años, y de acuerdo a eso, empecé a leer seriamente hace unos cinco años, no más. Antes había leído bastante lo que se llamaría Cultura general. Leer siempre me gustó, y siempre leí mucho y de todo absolutamente, pero la lectura para poder escribir es otra cosa. Entonces descubrí autores que me rompieron el pecho y que me volaron la cabeza y en los que yo me sentí dicha. (También sentí dicha de leerlos, pero quiero decir que me sentía dicha por ellos) Saer, sin dudas, su respiración única. Clarice Lispector, un golpe en el plexo solar. Salvatore Quasimodo. Primo Levy, Si esto es un hombre. Cesare Pavese, es un hacha en plena nuca, sobre todo Trabajar cansa y Vendrá la muerte; Antonio Tabucchi con su melancolía y su mirada profunda, me encanta Se está haciendo cada vez más tarde y Pequeños equívocos sin importancia; Italo Calvino el escritor de las mil formas, desde el fantástico de Los antepasados al realismo más descarnado de El sendero de los nidos de araña, y el experimental de Si una noche de invierno un viajero; Carson Mc Cullers, quiero vivir en su Balada del café triste; Liliana Heker es mi referente argentino en el cuento, sobre todo su libro La crueldad de la vida, pero todos sus cuentos, es una cuentista magnífica en mi forma de ver. Esos son los autores a los que siempre vuelvo, de los que tengo la obra completa y los que más me han construido como escritora.

¿Un libro que te cambió la vida?

Dos o tres: Mi planta de naranja lima de Vasconcelos fue el primer tortazo que me dio un libro. Doloroso, dulce y doloroso a la vez. Después, de grande la novela Crónaca Familiare, de Vasco Pratolini. Y Cónache di poveri amanti. Los libros de cuentos de Osvaldo Lamborghini, y las obras Seis personajes en busca de un autor, de Pirandello y Casa de muñecas, de Ibsen.

¿En qué momento escribís?

No tengo tiempos ni modo ni lugar preestablecido. Me siento a escribir cuando tengo casi toda la escena armada en la cabeza, tengo los personajes, el conflicto, la voz, todo macerado en la cabeza durante mucho tiempo. Recién ahí me siento y escribo porque de lo contrario me frustro y me angustio (esa es la palabra). Sentarme a escribir sin motivo, sin el empuje de un cuento coronando, que quiere nacer ya mismo, no me sirve. Resultan cosas sin sangre, lavadas, anodinas. Pero cuando tengo un cuento que me chorrea de las manos, entonces puedo escribir donde sea, parada en la mesada alta de la cocina, en un bar, en cualquier lado. Si me pongo a pensar un lugar preferido, es en la mesa de la cocina o bajo una ventana desde la que da el sol de la tarde del jardín, pero ahí me siento a corregir o a engordar o a editar, es una actividad más programada y placentera y despaciosa, entonces me pongo al solcito tibio. Pero la verdad es que mis cuentos los escribo en los lugares más variados, ahí donde piden nacer y es que esa primera escritura es urgente y rápida, no me lleva más de dos horas (aunque después les lleve un año o más hasta que lo sienta terminado).

Claudia Piñeiro alguna vez me confesó que haber dejado su profesión de contadora por la literatura, fue el paso más importante de su vida. ¿Dejarías la fonoaudiología por las letras?

La verdad es que creo que no dejaría nada por nada. Soy una persona que hace muchas cosas al mismo tiempo, multifacética, y cada cosa que hago enriquece a las demás. Claro que el costo a pagar es que nunca seré una superespecialista en nada. Tampoco me interesa. Pero quiero decir, me gusta actuar y no dejaría nada por la actuación, de modo que nunca seré una actriz profesional. Me gusta estudiar. Mucho. Cualquier cosa. Tengo muchos intereses, incluso la matemática. Me gusta el lenguaje, la lingüística, la neurolingüística, la psicología, el psicoanálisis, la historia. Pero también me gusta arreglar mi jardín. Me gusta viajar, mucho, sobre todo en auto por las rutas argentinas. Me interesan los idiomas, hablo varios y ninguno con corrección absoluta. Me gusta pintar, dibujar y hacer vitrofusión. Amo los caballos y sin embargo monto mal. No dejaría nada por ninguna cosa excluyente

Alejandro y tus hijos Francisco y Nicolás qué opinan sobre Flavia Pantanelli escritora.

Al principio estaban de lo más descolocados. Cómo que mamá está encerrada escribiendo? Eso qué quiere decir? Está en casa pero no está disponible? Está enojada? Qué le pasa? Costó mucho hacerme ese cuarto propio aunque espacio en casa había, lo que no había era la costumbre de que yo podía no estar para ellos. Costó mucho que Alejandro entendiera que una interrupción, aunque sea cariñosa porque me traía un cafecito recién hecho, era una pérdida irremediable, era un arrancarme de los pelos de una escena en la que yo realmente estaba viviendo, para traerme brutalmente a mi realidad de barrio de buenos aires. Es raro. Porque la escritura para mí es un espacio de libertad y en ese sentido escribo lo que quiero y como necesito y el fuego de la crueldad o del erotismo o del grotesco va a su aire, según la cosa pida. Escribiendo puedo ser absolutamente libre por eso cuando me lee mi hijo siento un pudor inenarrable

Y Flavia Pantanelli de Flavia Pantanelli

Flavia, a pesar de sus años y de su contextura física, sigue siendo una nena solitaria y temerosa que sube y baja por el cuerpo de la Flavia adulta, acciona las palancas y los mecanismos que mueven ese personaje que es la Flavia pública, adulta y profesional para que accione en la vida de relación lo mejor que pueda y casi siempre logra que la cosa resulte más o menos bien. Que no se note tanto su impericia y su impertinencia. En cuanto a la Flavia escritora, la Flavia de adentro la mira con más temor todavía, porque sospecha o teme que la Flavia escritora haya tirado al aire más malabares de los que puede abarajar y le dice, che, no era que esto de escribir era un secreto entre nosotras, un jueguito inocente que íbamos a hacer cuando nadie nos viera, tanto como para no morirnos de melancolía alguna yerma tarde de invierno?

Sobre El Autor

José María Gatti es psicólogo social, periodista e investigador.. Se especializa en la obra de Ernest Hemingway y colabora en distintas publicaciones del extranjero analizando la vida del escritor. En 2010 su bitácora www.lapipadehemingway.blogspot.com fue seleccionada por Technorati, el principal buscador automático de blogs, entre los 10 mejores blogs temáticos sobre Ernest Miller Hemingway. En el 2012 su cuento La leyenda del vino resultó finalista en el Concurso de Relatos Cortos Tinta, sangre y vino, organizado por las Bodegas Paternina (Logroño -España), con motivo del 55 aniversario de la visita del escritor a la bodega. En mayo de 2014 participó como ponente, con su trabajo Lo policial en Hemingway, del Cuarto Festival Azabache. Negro y Blanco, en Mar del Plata (Argentina). En setiembre, representó a la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, en el V Festival Medellín Negro (Colombia) con su ponencia El sicariato colombiano en Argentina. Ha publicado Tres ensayos sobre arte latinoamericano (1980), En tren de charlas (1982), Hola Hemingway. Una mirada centenaria (1999), Ladrón de desalmados (2004), Gente de palabra (2005), La pipa de Hemingway (2008), Víctimas Inocentes (2013) y Carne en flor (2015).

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