Fotografías: Wilfredo Carrizales
1
Pateo en blanco: estilo paterno. Acudo patihendido. Mi pátina: privilegio de origen. Cuando voy patituerto, me topo con el patrimonio del tiempo. Pancifolio en la pausa luminosa. Por intervalos, ruinas de los fluidos. Garzas y gallitos de agua. De la pedrada, acumulamos pedimentos. Algo va del pedral a la rascadura. ¿Meditación de alguna esfinge? ¿Vislumbre del peje buey en la laguna? ¿Pelambre para pellizcar? So pena de la redención de la merced. ¿Nos acostamos y estamos propensos a oír el péndulo de la bandera? ¿De dónde vendrán los percucientes? No se perderá en la percha el ave de montería. Se ha dicho: las cosas se parecen a su dueño. ¿En la pérgola el perigeo emula su periplo? Permutan los perjuicios, pero ¿y los huesos? Si la perpetuidad se torna perniciosa, la mutamos en piel de flora. ¿Constituye un exceso lavar en los paralelos entre asombros y sombreros?
La laguna se asoma cuando el atardecer crece. A su modo, declina. Lo malo sería la perspectiva como pesadilla en la red. (Haré pasar la impresión cual si fuera tuya). Del reflejo que le proceso, se le ajusta el pescado. Pésima, la pestaña que se pierde. ¿Y si al espantarse con los pétalos, el pez signado se hallara a su gusto? ¿Dentro de la picadura habrá una piara donde se alojen los barros? Al pie de los hongos, la piedra para el destino del sapo.
Rayo en su proceder de sillería. Lumbre que cristaliza sin muro. Roca que lucha al margen de la espuma. Chispa en el aire que comenta el gris. Evidencia del bronceclaro. Escándalo por los guijarros que alegan embriaguez. ¿Valdrá la propuesta del cuero en los pilares? Sin preámbulo, se cuela el derecho de las flores amarillas. Avistamos una madera al borde de la inflamación de las aguas. ¿Y dónde ubicar las piltrafas que flotan sin semillas? (Alguien del pasado diría que habría un mono longevo que huiría del hedor visceral). Antes de la planta que guinda, el pájaro cuando quiso ser niño.
Bruja que emboba a las garzas. ¿Sabemos del crepúsculo sin el estrépito de los maderos? Y con los líquidos sobrios se pintarrajea el gavilán que cosecha su pinta. Pío el pollo y en su momento sale a comer piojos: tiranos de la espesura. Me engalana el zamuro diestro en la esclusa. Uno de oxígeno y otro de asfixia en el retorno al saladar subacuático. Del calor con el rubí a cuestas. Adelante, el estanque servido en el rito.
El que pasa las piruetas, a ojo de pitada. Soy devoto de la plaga y columbro a las planarias en los rumbos liberales. Salta, de improviso, cualquier escoria en desmedro de su energía: aberración del trazado del horizonte.
Escucho a las larvas en el cerco de los gritos. Descubro compiladores de texturas bajo las corrientes. ¿Habrán proseguido las pláticas de los volátiles sin litoral? Intuyo la presencia de los catalizadores de los musgos o de los soros fulminantes. Tolero a la plausibilidad de la playa.
Arrastro hipos en la descomposición de las imágenes, mientras se secan las orillas en tres plazos. Plegadamente, en la abundancia de flujos, se asoman los plumajes con los remilgos terciados. Perentorios se hacen los usos del fuego con el agua. En el paraje del poco después, puede que nos ahuyente una garúa de desconocido trino.
2
Los chapuzones ya no podían con los intrusos. Al estacionarse los destellos, ¿hubiéranse podrido de haber podido? El ultravioleta con su fuerza agrandada y la equivocación de la enfermedad de las pajas. Supimos de la perversidad del camarón que no trashuma. ¿Estarían ocultos los bagazos que flautean en medio de las polémicas del polen? Era factible que surgieran poliedros que pudieran evolucionar sobre las líneas del aguaje. Del primer coeficiente de la brisa, el pronóstico que nos sensibiliza.
Fueron atormentados los helechos por sus dobleces. (En alejado sitio: amplia visión de patas, garras y pezuñas). Se anuncian los mosquitos como polizones de las texturas flotantes. A modo de polvo, una morosidad de nubes que no acompañan. Además insectos en las memorias de las ondas: libélulas, muy cautamente ciertas. Acullá círculos que en duda ponen el arrojo de las guijas.
Nos pusimos de lodo y labilidad. Por la extensión se reducían los arrebatos; por fe se avecindaron los batracios, pero no su croar. La rama hundida quedó por alabanza de carrizal. Movimientos en lo escondido de mucho porqué.
No se las ingenió el perro bizco para algarse por allí. Comprendimos por qué se abrieron las pupilas al vaivén de los crujidos. Manifiesta inexistencia de islas e inoperancia en las relaciones de territorialidad. ¿Cuáles fueron las prendas cedidas por la hidrografía? Los ahogados no recobran sus antiguos sitiales. Después la posteridad se enchumba dentro del meridiano. Los hollines se trasladaron con el horario inestable y los elucubrados pozos se sustrajeron de los ataques de las anguilas.
Y un ave incierta decidió ir hasta el fin y aguardar y tal vez volver (¿más ilusa?). Continuamos en la preexistencia de la concepción del légamo, preludiando lo anterior a la pupa. Pretiramos las exiguas olas que se esbozaron sin espasmos. En las clases del aire nos envalentonamos y cometas fuimos, por instantes eternos.
A las primeras, ocurrieron los cortes de las flores que proponían una primavera de bolsillo. Lo promisorio fue un estorbo por falta de altura. Surgieron los llamados a la resplandecencia y a lo vacuo que atrae con su intolerancia.
Se prolongaron las anchuras de los deseos con el agua. Fuimos amigos de la estrechez de las curvas. Coincidimos con la jerarquía de las amibas en el ámbito que legislaban. No se consideró la aparición de papiros, ni de sus pálidos atisbos. ¿Entrevimos el futuro pudridero de las estrellas enanas? ¿Pues se afirma? El berro no tenía su asiento por esos contornos. La pulga de agua: la primera en arrebatar las postreras tonalidades del crepúsculo.
En puridad, la tradición de la laguna mal purificada en sus símbolos. ¿Que los sitios se mueven y trasladan sus cenizas? ¿Que ningún mochuelo se presta al recogimiento por encargo? Quedamente el silencio se apropió de las ruinas de todo.
Espejismos con la quemazón de los cirros. Se hundió el terrón que rodó para quedarse atrapado entre olores de espuma. Himno del atardecer sobre la extinta raya del horizonte. Ninguna criatura habita en la querencia que no ilumina. Un quelonio quiere colgarse del diapasón oportuno. Aguados bosquejos en el matorral que no resulta. Algo de divino debe tener la línea de flotación del sol. Quienquiera aporta sus protuberancias a las márgenes del embalse.
Bamboleo admitido por las estacas sembradas a despecho de los lustros. Sin embargo, los detritos se alejan por sus galerías de pardo sabor.
3
¿Quién resplandece con los corpúsculos de un remolino? Los murciélagos construyen sus ciudades en el vacío de todas las vocales. Quita (el cansancio) y espera (la negada recompensa). Como irradiamos, intuimos y en lo ventral de las grietas los gusanos disponen su dominio de senectud. Abundan en las hojas unas sombras que apenas intoxican. Una rabdomancia para agrupar a las arañas que reniegan de lo vespertino. Queremos beber y las mordeduras de la sed se nos trepan a la garganta. Nos vigilan los racimos que rotan sobre los obstáculos insomnes.
Se refracta el espacio a lo lejos para vibrar por sus misterios. Caen ráfagas para diseminar la claridad y abrir lo blanco de la densidad. Se hacen rajas las horquetas bajo el gobierno del azar. Difuminados fantoches sobre la superficie inversa del agua. Se nota, a duras penas, la estética de lo estancado y el perfil de los lagartos resuena con una moral reptante.
Angustia de las astillas con el alarido de los gallinetos. Ranas que no se entienden, a pesar de estar suculentas. Rapto en el canal que conduce hacia las inflorescencias. Se superponen los rapaces alados en la constante rapsodia de la extinción de la luz. ¿La sarna nos podrá alcanzar al trasponer nosotros el confín de las luciérnagas? Ambulan las ratas perdidas en la caligrafía de lo cuarteado. ¿Y los sortilegios de la puntería encima de los moribundos sin relieve?
El ojo rebusca las semillas ocultas bajo los rebordes. Con ademanes se logra el desvío de los materiales del retiro. El recrudecimiento del intento de una red por abastecerse de aguas y éter. Reflotamiento de los resplandores sin régimen de presencia. Relicario del caudal, más aparente que veraz. Como hermanas de una naciente ciénaga, se absorben las lombrices del olvido. (¿Dónde se aloja la clepsidra que se escucha más de prisa mientras más se sacude?). Se autoimpulsa una rémora de palo tras el feraz estímulo de lo sombreado.
Repollitos de agua guardados en el lugar de la calidez más dulce. Embarcación exceptuada y que se repropia a su importancia. Arbustos apuntalados por la savia en la salida del resuello. Proponemos una revesa para cruzarla con chapaleos apócrifos. Artificiosamente rotan las bandadas de pajaruelos sin plumas. (¿Y llegamos a indagar por los maderos sobresalientes en la rutina del aguazón?). Se anuncia, a deshora, el milagro de los caprichos del sol en la pesca aún no realizada, porque los encrespamientos son cuernos en lo remoto. Favorablemente, en las cápsulas se revela el milagro de la navegación a pequeña escala.
Anochecerse con la subida de los espantos. Ritos y desengaños en la endeble escenografía que tiende a fortalecerse con antiguallas. Nos pronunciamos por los islotes afiliados al sistema de los conductos donde se atienden heridas húmedas. ¿Serán ausentes los anfibios en la horizontalidad de los embelecos que ondulan? Además hubo consideraciones sobre los fundamentos de las esporas en suspensión. Unas etapas y unas duplicidades de lo maleable en torno a los barros descollantes.
4
Un rojal para la historia de las letanías, cuando lo apagado comienza a llamarse “anochecer”. Nos conformamos con ser compinches en la unanimidad del frío envuelto en la agilidad. Apoteosis de los bagres en las afluencias fronterizas, cuyos agujeros van a dar al paramento donde pintan sus celos los platelmintos. Acusamos la tardanza de las estelas provocada por algún sonido que zurce. De allí, empezar a palpar las rugosidades del agua alebrestada a ratos, pero a la defensiva.
Pronto está el alivio de los actos de los fluidos que devienen en caldos. En forma de rosca se despojan a las espigas de sus espíritus. ¿Adónde acudieron los rostros llevados al suicidio por otras corrientes en revolución? Se altera lo periódico en el odor del latrocinio de marras. Se rompen los junquillos en el proceso de relación carnal. Los tallos interpretan su flexibilidad en el teatro con adornos de gotas.
Permanece. La encontramos. Es la flagelación del mal estampado sobre el asiento que rezuma. ¿Quién nadara en pos del rubidio en lontananza? Acierta la hidráulica en la guardia de los hollejos con mácula inferior. La alegoría transgrediendo su propio laberinto. Saber de lo increado a través del agua. Hace un montón de segundos que no sabemos de la propagación de los verdes. Hartura no alcanzada por la retina. Sagitarias aligerando los sacrificios impuestos por el discurso de los perfumes de la añorada tempestad.
Creemos ver hocicos disputándose una falacia de ramajes y ¡qué gran calor circunvolucionando unos panecillos remojados e infames! Palpamos cada infusión apretada en su ondulancia. Otras ilusiones dieron cuenta de un dique que no se pertenecía. Supusimos que mejor nos hallaríamos sobre un sedimento umbilical.
El cántico del fabricante de hoyas durante la holganza del medio se prolonga y se extiende más. La recolección de las algas acontece en una dimensión traspuesta. Incontables horcaduras en perspectiva con un cosquilleo bajo las miradas y se torna perentoria la exhortación a los sesos vegetales.
Compendio de humaredas hurtadas al sótano de las ventiscas. Síntesis en el verano sin domesticar. Los vertebrados del momento estaban solos porque no existían. Fueron revelaciones de la delgadez del tiempo fisurado.
Nos acogimos a la espiral y tomamos asilo atemporal. Vestigio de las voces que rebotaron contra las lesiones del agua. Una imaginaria elevación inició su hechizo. Los renacuajos que carecían de impericia profetizaron: “Que suceda el daño y que se consagre en la ribera”.
Impugnabilidad de las malezas en sus ocasiones de percusión. A la inclemencia y la resina más estimada. En la perplejidad de las indehiscencias, el testimonio que se renueva con la profundidad. Credibilidad de la vegetación. Los extravagantes paren con el mismo color de los corpúsculos. Avíos de polvo y camuflajes sensibles a la bruma que no se seca. Ásperos ingresos dentro del fenómeno de las hendiduras.
Avispas descascaradas por la insolación y lo que hubiera sido la incidencia de un aguijón en apuesta. Instamos al logro de los intervalos y sus anejas fecundidades. La respiración como requisito abierto al juicio. De súbito, el jalón se corre y nos levanta de lo arenoso. La laguna muta en ocaso; el ocaso se torna en laguna. Ambos se infiltran.