La literatura argentina a través de las revistas literarias
El periodismo cultural –se sabe– funciona a los distintos actores del campo literario como sello de convalidación cuando se trata de elevar a un pedestal, condenar al tacho o, en el peor de los casos, simplemente ningunear su existencia a los autores y sus obras. Las publicaciones culturales, mediante oscuras (y no tan oscuras) estrategias de selección y jerarquización que se enarbolan (o no) en sus agendas, ofrecen una vista panorámica con los libros y nombres que han llegado a integrar la vidriera de cualquier literatura moderna. Ellas contribuyen a la compleja construcción del llamado canon literario, organizándolo, formateándolo, y también siendo alimentadas por el “gran patrón” que es la literatura legitimada de una época.
Panorama de la literatura argentina contemporánea revisa ese escaparate de libros nacionales a lo largo de 50 años de su historia. Silvina Marsimian y Marcela Grosso han logrado en este libro de apenas 128 páginas un trabajo de investigación titánico y poco frecuente, que destaca además por la atractiva elección a partir de la cual encararon su tarea: la revisión de las revistas literarias que tuvieron buena difusión entre los lectores comunes.
Las revistas culturales, además de la facilidad que tienen para promover ciertas literaturas, son “un panóptico que permite seguir las peripecias de la vida intelectual y artística de cualquier país, traman e intervienen en los debates culturales de mayor relieve en su momento, habilitan la reconstrucción de líneas históricas y sociales y expresan la militancia estética o política usualmente en un manifiesto colectivo, en red con los programas de otras revistas locales o extranjeras, y ofrecen un diseño de la cultura en una determinada etapa”, señalan las autoras en la Introducción.
Este libro de cinco capítulos abarca una historia literaria atravesada por continuidades, desplazamientos y rupturas, que se extiende en un recorrido de las publicaciones gráficas especializadas que va desde mediados del siglo pasado hasta los albores del nuevo milenio. Un punteo no exhaustivo de este trabajo se desarrolla en las líneas que siguen.
Aristocracia y parricidio
La década del cincuenta mantenía la hegemonía de la aristócrata revista Sur al mismo tiempo que empezaba a afirmar la reputación de Leopoldo Marechal (Adam Buenosayres), Julio Cortázar (El examen) y Ernesto Sábato (El túnel). La irrupción de Contorno (fundada por los hermanos Ismael y David Viñas) pronto señaló el gesto parricida que inició una relectura de la tradición cultural y literaria mediante el prisma sociológico. Compromiso y crítica fueron las líneas de acción de este grupo tan heterogéneo que compartió sin embargo la misma voluntad de distanciarse del peronismo (al cual revisó sin maniqueísmos simplificadores), del Partido Comunista y del martinfierrismo; y que logró imprimir un modo de lectura interdependiente entre la obra y su “contorno” histórico, económico, político y social de producción.
Las nuevas propuestas estéticas en poesía, por su parte, hallaron su interpretación a través de los aportes críticos de A partir de cero, Letra y línea y, fundamentalmente, Poesía Buenos Aires, dirigida durante treinta números por Raúl G. Aguirre, poeta adscripto al invencionista grupo Arturo.
Juego, pastiche y formas marginales
La imbricación entre experimento lúdico y formas populares revestía el eje de los sesenta. Continuaba sobresaliendo Cortázar mediante el gran juego que propuso con Rayuela; y acompañaron ese éxito la novelística de Puig (moviéndose del folletín al imaginario hollywoodense) con Boquitas pintadas y La traición de Rita Hayworth, y el periodismo novelado de Walsh y su tríada Operación masacre, Caso Satanovsky y ¿Quién mató a Rosendo?
En los vericuetos de la poesía fue de importancia el coloquialismo estético, que venía gestándose desde mediados del decenio anterior, y la aparición de revistas como Zona de la Poesía Americana y La Rosa Blindada (originariamente un sello editorial creado por el inquieto José L. Mangieri).
El innovador hebdomadario Primera Plana (dirigido en sus comienzos por Jacobo Timerman), las revistas literarias El grillo de papel y El escarabajo de oro (ambas fundadas y dirigidas por Abelardo Castillo), y el Instituto Di Tella se alzaron como órganos difusores de la cultura en general.
La Década Agitada
Surgido de la unión entre el empresario Federico Vogelius y Ernesto Sábato, el mensuario Crisis constituyó la publicación puntal dentro de la cultura durante la convulsionada década del setenta. Llegó a tener una tirada de 34.000 ejemplares y encontró su recepción en un público culto de clase media compuesto en buena medida por la juventud peronista. El staff estaba integrado por pensadores que empezaron a revalorizar las zonas de la cultura popular y los géneros “menores”, entre los que destacaban Aníbal Ford (intelectual ecléctico como pocos), Jorge B. Rivera, Eduardo Romano, Haroldo Conti y Juan Gelman.
Libro de Manuel, de Cortázar, generó una sana controversia al instalar el debate sobre la articulación entre el quehacer literario y la figura del escritor, el cruce ríspido entre la poiesis y el compromiso de todo intelectual. Tristemente, las vidas de Conti, Urondo y Walsh fueron el alto precio que la dictadura cívico-militar obligó al “arte comprometido” a pagar por su activa participación en la política revolucionaria.
El regionalismo, en tanto, adoptó un nuevo aire con Daniel Moyano (El trino del diablo) y Héctor Tizón (Fuego en Casabindo y El cantar del profeta y del bandido), ambos deudores de la narrativa rulfiana por su impronta humanista y su laconismo regionalista. También la austeridad y meticulosidad verbal y el despojamiento formal fueron trabajados por el notable Antonio Di Benedetto en El silenciero, novela publicada en 1964, pero que se reeditó con alteraciones recién en 1975.
La publicación Los libros se propuso revisar la literatura oficial al poner el foco en escritores ignorados por los editores y críticos que serán reconsiderados muchos años después, como el arriba mencionado mendocino y, en poesía, el entrerriano Juan L. Ortíz.
El psicoanálisis lacaniano, el marxismo de Gramsci y Althusser, y la lingüística fueron sustento teórico para que Sarlo, Piglia, Masotta, Rosa, Ludmer, García, entre otras luminarias, construyeran un discurso crítico moderno, tanto en literatura como en otros campos de estudio.
Bajo la dirección de Germán García, Literal conformó otro medio de difusión que puso énfasis en la experimentación a partir del lenguaje psicoanalítico, en este caso lacaniano (que en el país había sido inicialmente difundido por Oscar Masotta). Héctor Libertella, Oscar Steimberg, Osvaldo Lamborghini, Luis Gusmán, se contaban entre sus firmas, quienes discutieron a partir de la premisa literaria de eliminar la prepotencia del referente. Décadas de literatura realista se demolieron con el fin de fortalecer la palabra.
Desde los escombros, el regreso democrático
En la década del ochenta, Punto de Vista logró legitimarse como el espacio intelectual de mayor prestigio en la difusión de la cultura. Creada en 1978 por Ricardo Piglia, Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, la revista reunió a pensadores de izquierda que vieron la posibilidad de redefinir su papel en un nuevo proceso de organización político e institucional del país. El Consejo de Dirección –que a partir de 1981 llevó el nombre de Sarlo– admitió ser deudor de la herencia de “la línea crítica que pasa por la generación del 37, por José Hernández, por Martínez Estrada, por FORJA, por el Grupo Contorno”.
En este decenio, por fin los trabajos anteriores de Di Benedetto (y en particular su novela Zama) fueron destacados con el énfasis que se les debía. También sellaron su reconocimiento el inigualable Juan José Saer (Nadie nada nunca, Glosa), Piglia (Respiración artificial), Juan Martini (La vida entera) y Andrés Rivera (con su conjunto de novelas ambientadas en la constitución del país que inició con En esta dulce tierra). La unión entre ficción y verdad fue uno de los rasgos de esta narrativa, con lo cual el espacio ficcional entró en discusión, pues todo –según Piglia– podía ser trabajado a partir de la ficción. Se encontró, así entonces, un método para acceder a los archivos del silencio y poder hablar de temas escabrosos, tales como la derrota, el horror y el resquebrajamiento de “la” historia.
En el universo de la composición, Diario de Poesía (dada a conocer por Daniel Samoilovich en 1986) fue un título que tuvo que trabajar a partir de los escombros, puesto que los años de plomo habían provocado un corte abrupto del discurso poético. Allí se dio a conocer un conjunto de poetas heterogéneo en estéticas, edades y orígenes: Bellessi, Elvio Gandolfo, Leónidas Lamborghini y el neobarroso Néstor Perlongher, fueron algunos de ellos.
Contra el neoliberalismo
El último período abordado en el libro lo integra el que va de la década del noventa a lo que surge a partir de la crisis de 2001, momento en que la figura del intelectual tal como se había forjado en la modernidad había quedado perimida tras el desmoronamiento de los regímenes comunistas europeos y la adopción de las políticas neoliberales.
Punto de Vista seguía manteniendo su espacio de debate, pero esta vez se había subido a la lucha contra el neopopulismo intelectual, al que acusó de generar una especie de modorra reflexiva que banalizaba los temas culturales.
En cuanto a obras destacadas, Los pichiciegos de Rodolfo Fogwill y Las islas de Carlos Gamerro impulsaron el ciclo de la guerra de Malvinas. Villa de Gusmán, Dos veces Junio de Kohan y El secreto y las voces del mencionado Gamerro restablecieron la recuperación “del ‘enigma’ argentino desde perspectivas que atañen fundamentalmente a la escritura”, remarcan Marsimian y Grosso.
César Aira, que viene publicando en silencio desde los setenta, se convirtió en el escritor que más impulso tomó en estos años, destacado por el efervescente artificio literario y la originalidad de sus relatos. Por su parte, Borges (figura emblemática del canon por excelencia) volvió a ser interpretado por Sarlo, Piglia, Saer… y, como sucede en cada nueva lectura, se lo hizo al filo del conflicto.
A partir del grupo Shangai, hizo su aparición Babel. Revista de Libros, cuyos miembros tomaron distancia de la literatura social o realista de los 60 y 70. Estos se valieron de su participación en espacios académicos, medios gráficos, radiofónicos y audiovisuales para la difusión de su crítica.
Otro panorama de la literatura se manifestó con los intelectuales nucleados en torno a la “Biblioteca del Sur” y el suplemento “Radar” de Página/12, compuesto por Juan Forn, Jorge Lanata, Guillermo Saccomanno y Marcelo Figueras. Se impuso así –de acuerdo con Sylvia Saítta– la polarización entre experimentalistas y “narrativistas”. Asimismo, Con V de Vian, fundada por Segio Olguín, nació una publicación con varios puntos en común con los narrativistas o también llamados “planetarios”.
Fabián Casas, Juan Desiderio, Martín Gambarotta, Alejandro Rubio, y muchos otros alzaron su voz en la escena poética. Se inició un rescate de la poesía coloquial de décadas pasadas –tan vapuleada por los neobarrocos–, emergieron otras propuestas de la nueva tradición (Alejandra Pizarnik, Aira, Osvaldo Lamborghini, Ricardo Zelarrayán, Arturo Carrera) y destacó el trabajo de la insumergible Diana Bellessi.
Finalmente, Josefina Ludmer acuñó el término las “escrituras postautónomas” para referirse a la literatura “sin papel” del nuevo milenio, caracterizada por obturar la lectura estética, porque esta se halla ubicada en el fin de la era de autonomía del arte. Para entonces se hacía latente que la web terminaría convirtiéndose –y lo hizo en forma vertiginosa– en el nuevo espacio del debate y de la labor artística.
Punto de llegada, punto de partida
Marsimian y Grosso egresaron de la carrera de Letras (por la UCA y la UBA, respectivamente), publicaron libros de textos y guías de estudio, y ejercen la docencia en el Colegio Nacional de Buenos Aires.
Panorama… (publicado en 2009 bajo el sello editor Santiago Arcos dentro de la colección “Para leer”) ofrece una lectura amena y enriquecedora, que va en contramarcha de la tendencia academicista de desestimar –sin más– el programa literario descriptivista del siglo XIX, aquel que basaba su crítica a partir del vínculo entre una obra, su autor y la época que los englobaba.
Este libro conforma tanto un punto de llegada por desandar como uno de partida por descubrir. Permite no solo revisar el fenómeno de la edificación del canon de la tradición literaria argentina (y el papel que han jugado ciertos medios gráficos culturales), sino que además ahonda en autores, libros, revistas y coyunturas. En definitiva, Panorama… simboliza una pequeña biblioteca nacional que, por la riqueza cultural de su estantería, podrá satisfacer a legos curiosos y a curiosos entendidos.