Lamas, un periodista que tiene poco más que su gato y su trabajo, se verá obligado por los militares a cubrir una operación en la que secuestran un avión y mediante la cual piensan reclamar la soberanía del territorio que llaman Nueva Rovira, un relato inspirado en el Operativo Cóndor.

Una vez en esas tierras, Lamas decidirá alejarse del operativo y ser uno más de los pueblerinos, rechazando la vuelta. En esas islas donde el frío y la noche parecen no tener más tregua que una estufa y un whisky intentará ver si hay algo más ahí afuera, algo que ya le faltaba allá en tierra firme.

Mientras los parroquianos locales intentarán hacerle conocer sus paisajes, Lamas terminará yendo a dar una vuelta puertas adentro de sí mismo.

¿Cómo surge “El Agua Blanda”?

La idea de El agua blanda surge en 2014 tras leer una nota sobre un libro dedicado al Operativo Cóndor, si mal no recuerdo en el suplemento Ñ de Clarín. Yo no conocía nada sobre ese episodio ocurrido en 1966, y tampoco sobre algunas celebraciones oficiales durante el gobierno de Cristina Kirchner. Pero en particular me llamó mucho la atención que el grupo comando hubiera llevado a un periodista, Ricardo García, para que cubriera los hechos.

¿La novela propone una variante ficcional o se encuentra inspirada en el Operativo Cóndor? ¿En qué momento pensaste ficcionar el episodio? ¿Qué te sedujo a la hora de apropiarte ese fragmento de historia?

Si bien el Operativo y la figura de García fueron los disparadores de la historia, la novela nace como ficción pura. Por otra parte, mi personaje, Julio Lamas, no tiene nada que ver con el periodista real. Lo único que los une es haber trabajado en la redacción de un diario, algo que yo también hice durante unos cuantos años.

Lavanda” como espacio geográfico me dispara dos preguntas. Por un lado, la referencia a Onetti -y su influencia a tu obra-. Y por otro, indagar en la decisión como autor de ambientar una historia en un lugar ficticio, algo que además se redobla con el uso de Cambell / Nueva Rovira en lugar de Islas Malvinas.

Lavanda es una suerte de sucedáneo en la obra de Onetti, una ciudad que aparece tras el incendio que devora Santa María en Dejemos hablar al viento. Yo ya había usado Lavanda en dos novelas anteriores, La última noche frente al río y Tierra firme, solo que en El agua blanda aparece ya como un país ubicado en las cercanías de Buenos Aires y de Montevideo. Este lugar tiene características similares a todo lo rioplatense: gobiernos débiles, convulsión institucional, militares metidos a políticos, rumores permanentes de golpes de Estado, desencanto y soledad. En ese sentido, esta Lavanda me ofrecía muchas ventajas narrativas, y de igual manera lo supuso hablar de Campbell o Nueva Rovira para referirme a un lugar que tiene las mismas particularidades que las islas Malvinas: frío, desamparado, habitado apenas por un puñado de personas que hace mil años no ven una mariposa ni un naranjo en flor.

El eje de la novela, creo, se encuentra en la decisión de Lamas de quedarse en la isla, un territorio inhóspito por demás, una suerte de elección del desamparo. Me gustaría ahondar en esta suerte del protagonista de jugar o darse lugar a ser otro.

La decisión de Lamas es lo primero que separa a mi protagonista de los personajes reales que actuaron en el Operativo. En mi novela, Lamas acepta acompañar a los militares que secuestran a un avión porque no tiene más remedio, porque se ve obligado, y no como parte de un proyecto político personal. Por lo tanto, a la menor oportunidad, se deslinda de su misión, se confunde con los pasajeros del avión y huye sin saber muy bien qué es lo que va a encontrar en esas tierras. Y lo que encuentra, en una aventura más o menos arbitraria, es a sí mismo o al mismo individuo que siempre ha sido. La posibilidad de tener más de una vida en una única vida creo que es una constante en mi literatura; por supuesto, muy pocas veces esa ambición se alcanza.

Para escribir una buena novela usted tiene que colocar la inteligencia en los detalles que ve y en la manera en que los ve, dice un personaje en un momento de la novela. ¿Coincidís?

Totalmente. En realidad esa es una idea que desarrolló Flannery O’Connor: “para el escritor de ficción, el juicio debe partir de los detalles que ve y de la manera en que los ve (…) Al decir que la ficción procede por el uso de detalles, no me refiero a la simple y mecánica acumulación de detalles. El detalle tiene que estar controlado por algún propósito general, y cada detalle tiene que estar al servicio del escritor”. Entiendo también que hay escritores que sufren el síndrome de Diógenes, y acumulan elementos superfluos que no tienen ningún poder dramático.

Dado que sos un autor bastante prolífico, me parece válido preguntarte por tu proceso de escritura.

Más allá de haber publicado una docena de novelas y algunos libros de cuentos, sigo sin explicarme cuál es el proceso que induce a la creación, qué ilumina, qué ciega, qué hace que un hecho nos resulte esencial o irrelevante. Nunca saco apuntes: siempre he confiado más en el olvido que en la memoria: lo que se pierde en el proceso de escritura es porque no tenía el valor necesario. Y nunca inicio un texto sin saber cómo va a terminar.

Tu nombre se encuentra, en diferentes oportunidades, ligado a la novela policial o a la novela negra, género en el que contás con un par de obras. ¿Cómo percibís el momento de la novela negra uruguaya, cuyo eje podríamos encontrar en la colección Cosecha Roja?

El género policial uruguayo está empezando a desarrollarse con pasos bastante seguros, entre otras cosas por la aparición de Cosecha Roja. Yo he experimentado con el género, un poco como diversión y otro poco por contaminación. Me fascinó la explicación de Josefina Ludmer acerca de que Los adioses es una parodia del género policial, que utiliza los mismos recursos narrativos solo que trasladados a una situación en la que el crimen es puramente simbólico. Y creo que son pocos los escritores que pueden decir que están libres de esos mecanismos.

¿Quiénes son tus referentes? ¿Con qué obras pensás que dialoga “El Agua Blanda?

Me gustaría que lo hiciera con la obra de Onetti, con esos personajes que buscan a su manera un espacio de felicidad o, al menos, de clemencia. Y también espero que, aunque lejanamente, pueda dialogar con otros escritores como Richard Ford y J.M. Coetzee.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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