Con trazo elegante Matthieu Bonhomme se aleja del humorismo, inherente a la creación de Morris, para crear un homenaje soberbio a uno de los personajes más entrañables del noveno arte.
Lucky Luke, el cowboy solitario, el pistolero más rápido que su propia sombra, llega exhausto al asentamiento de Froggy Town, uno de esos espacios organizados que funcionan por fuera de la unificación, un pueblo levantado al calor de la fiebre del oro. Nuestro héroe busca lecho, comida y un establo para Jolly, su inseparable corcel, pero su nombre lo precede y no tardará en conocer al sheriff del pueblo, James Bone, un muchacho con un ligero retraso mental, y su hermano Antón, quien pareciera ser quien realmente aplica la ley.
Desde las primeras viñetas el lector entiende que el tono de esta nueva aventura se aleja del risueño tratamiento que caracterizó al personaje para profundizar en un escenario y una época que poca gracia cargaba en sí misma.
Lucky Luke es desarmado, por reglamentación del pueblo y esa misma noche conoce a “Doc” Wednesday, quien será el coprotagonista de esta historia.
A la mañana siguiente Lucky Luke es deputado por un comité ciudadano para investigar el asalto a una diligencia que transportaba el cargamento del oro de los mineros de Silver Canyon.
El pueblo está quebrado, endeudado y a punto de amotinarse y Lucky Luke será el encargado de desentrañar el entuerto, pero las pistas, demasiado groseras, se desvanecen en la nada. El indio responsable del asalto pareciera no pertenecer a la gran nación de los piel roja y la familia Bone pareciera no llevar a bien el compartir la administración de la ley. Pero ley y justicia son dos términos diferentes y nuestro cowboy lo sabe muy bien.
El hombre que mató a Lucky Luke está más cerca de Deadwood que del ingrávido humor de la tira original. Una verdadera obra de arte que se hace eco de nuestras lecturas de infancia.