Hace cuarenta años, en la primavera boreal de 1980, se publicaba la primera edición de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, novela que vio la luz luego de un periplo de años y acabó volviéndose un clásico moderno de la literatura estadounidense.

En su biografía crítica Una mariposa en la máquina de escribir, Cory MacLauchlin relata el largo recorrido de Toole y la novela. Toole comienza a tomarse muy en serio la tarea de volverse un escritor durante su estancia en Puerto Rico, en el servicio militar. En el clima caribeño de Fort Buchanan, Toole encontró un lugar en el mundo y un objetivo: poner en palabras las historias y personajes que había reunido por década. Escribe a sus padres en una carta: “En mi habitación, con el ventilador, la mecedora, la estantería y una planta, me siento a trabajar con una máquina de escribir prestada…” para pulir su “prosa inmortal”. Su relación con los reclutas fue de mal en peor, y esto reafirmó su voluntad de regresar a la vida civil, terminar la novela y publicarla.

Al volver de Puerto Rico, Toole intercambió correspondencia y llamados con Robert Gottlieb, de la editorial Simon & Schuster, y hasta le hizo una visita a Nueva York, que acabó en humillación para el escritor. Por dos años estuvo en contacto con el editor, que mostró interés en la novela pero exigía que Toole reescribiera algunas partes, hasta que el escritor recibió la peor noticia de todas: la editorial no publicaría La conjura de los necios. Toole consideró que si no podía publicar su novela en la que consideraba la mejor editorial del mundo, no la publicaría. Así fue que el manuscrito acabó en una caja de zapatos en la casa de sus padres, sin descubrir por una década. Si bien no fue el único factor que lo llevó al suicidio, Toole llegó a confesar que la decisión de la editorial representaba un tormento para él.

La ciudad natal de Toole le dedicó una estatua a Ignatius J. Reilly, grotesca pero fiel a la descripción física del personaje. Es puesta a resguardo en los días de carnaval y vuelta a emplazar una vez que terminan las celebraciones.

El resto de la historia, la fervorosa intervención de su madre Thelma enviando el manuscrito a editores hasta que dio con Walker Percy, es parte de la leyenda tejida alrededor de la novela, y parte del prólogo que ha acompañado las sucesivas ediciones desde su publicación.

Una ficción de Nueva Orleans

¿Podría haber transcurrido en otra ciudad? Acaso Dublineses represente el mejor ejemplo de esta relación ambiente urbano-literatura: las calles de la capital irlandesa de principios del siglo XX son cubiertas palmo a palmo en una serie de episodios que van revelando sus aristas ocultas. Pensemos en la Nueva Orleans que presentó Dennis Hopper en Buscando mi destino (1969), en un Mardi Gras alucinógeno, o en el sensual y neurótico espacio de Un tranvía llamado deseo (1947, obra de teatro; 1951, película), en donde se juega la cordura de los personajes entre timba, sudor, alcohol, sexo y brutalidad.

Ya en La Biblia de neón, la obra que escribió J.K. Toole, a los 16, el entonces incipiente novelista pintaba los paisajes, las tramas y los personajes propios del sur norteamericano. En aquel libro, dejando en evidencia al fundamentalismo religioso.

Carritos de panchos y personajes callejeros

El historiador y emprendedor estadounidense Jerry Strahan publicó en 1998 Managing Ignatius, una crónica desopilante de los estrafalarios personajes que tuvo como empleados en Lucky Dogs, la inspiración para Paradise Vendors, los carros de panchos que arrastra Ignatius en sus travesías por Nueva Orleans. En su libro, Strahan rememora las aventuras de travestis, strippers, músicos de jazz, linyeras, prostitutas, esquizofrénicos y otros especímenes callejeros que de alguna manera dieron forma al mundo que Toole conjura en su fantástica novela. De este dato más bien menor, uno puede concluir que Nueva Orleans, después de algunas décadas, decidió prestar atención a su hijo pródigo, quien, con ojo clínico y cómica piedad, retrató los pasajes, el habla y los habitantes de la ciudad.

Hoy considerada “de culto”, con ejemplares de su primera edición que se venden a 7.000 dólares, La conjura de los necios se ha vuelto también objeto de estudio dada la magnitud de temas, personajes y tonos que abarca.

¿Qué se dice en Argentina sobre la novela?

Fabián Soberón, escritor, cineasta y docente, recuerda que leyó la novela no hace mucho tiempo, y destaca su humor negro—la combinación que hace de realismo, poesía reflexiva y crítica social, entre otros aspectos. Soberón también destaca el contexto en el que fue producida la novela, que explicaría la afición de Ignatius por la filosofía medieval: “una situación de conservadurismo, prejuicios y cierta desolación capitalista. El elogio de la Edad Media adquiere en Ignatius un tono hilarante y paródico. Sospecho que ese elogio es, sobre todo, una crítica al racionalismo moderno que ha provocado una ilusión respecto del progreso económico y social. Dicho progreso ha generado desigualdad, injusticia y maltrato.” Ese conservadurismo y aquellas injusticias sociales, según Soberón, enlazan a nuestra sociedad latina con la descrita en La conjura.

Consultado sobre si ha cambiado la percepción que ha tenido de la novela desde su primera lectura, Soberón señala que “hay algo que perdura: la idea de que un joven desconocido ha escrito una novela notable, más allá de las convenciones críticas de la época y de las valoraciones de la industria editorial” y añade que “Hay algo misterioso en lo que llamamos buena literatura…hay algo de misterioso en esta novela. Y eso extraño y paradojal se mantiene, creo yo, más allá de las lecturas que hagamos y que se harán.” El escritor tucumano indica que lo que más valora en La conjura es “esa combinación de percepción delirante de la realidad, humor negro y filosofía. Es un coctel poderoso e invencible.”

Reilly se queja de su país, falto de geometría, teología, buen gusto y decencia, y Soberón observa que “la filosofía que se enseña en la universidad está dotada de un grado de solemnidad notable. Salvo excepciones, la filosofía está asociada al tedio y a la furiosa seriedad. En el caso de Ignatius y de las situaciones delirantes de la novela, estamos ante una mirada de los hechos políticos, sociales y familiares y de una reflexión filosófica que van más allá del tono solemne habitual.” Bien puede resumirse la postura filosófica de Ignatius en esta cita: “Cuando Fortuna hace girar su rueda hacia abajo, vete al cine y disfruta más de la vida.”

Por su parte, Agustina Bazterrica, ganadora del premio Clarín de novela en 2017 por Cadáver exquisito, rememora que fue gracias a la recomendación de un amigo que leyó La conjura de los necios. En una suerte de intercambio de sugerencias, ella le propuso Una oración por Owen, de John Irving, y él La conjura. La escritora, en su primer encuentro con la novela, “no podía creer que existiera un libro así”, y destaca su humor hilarante, además de la mezcla de sensaciones que tuvo a medida que avanzaba con la lectura: odio, repulsión, admiración, y otras tantas hacia “el infame Ignatius Reilly y su gorra verde de cazador”.

Bazterrica por Rocío Pedroza

Bazterrica menciona que en lecturas posteriores el libro no había perdido su humor, y que entendió los aspectos críticos propios de una sátira dirigida a la sociedad norteamericana. Para alguien que tuvo el raro privilegio de haber sido comparado con Ignatius Reilly por uno de sus mejores amigos (vaya a saber uno si por lo obeso, lo glotón, lo desfasado en el tiempo, o lo onanista), es posible entender que las palabras y los personajes del libro se hagan carne en situaciones de la vida cotidiana, algo que experimentó Bazterrica, quien recordaba líneas de diálogo y compartía un código en común con una compañera de trabajo a quien le había regalado el libro. Para dar cuenta de su enorme estima por la novela, la escritora observa que su propia copia está ajada pero en buenas condiciones, y que ha regalado La conjura varias veces; incluso comparte un detalle maravillosamente romántico: fue el primer presente que le hizo a su marido.

La escritora, además, menciona que el libro de Toole influyó en su propia escritura. Su primera novela, Matar a la niña (2013), en palabras de Bazterrica, “es una distopía donde un crítico de arte muere y se va al cielo. Pero el cielo que lo recibe es un lugar completamente kafkiano donde hay déficit de ángeles. Entonces sientan al crítico en una nube de papel y le ponen alas de plástico, y pretenden que se quede ahí por el resto de la eternidad. Y ese cielo está preparado para una niña santa que está en la Tierra. El crítico quiere bajar y matar a la niña, y lo hace en compañía de un ángel obeso, que sería una suerte de Ignatius angelical.” El objetivo de la novelista—hacer reír—estaba signado por su lectura del libro de Toole.

Sobre El Autor

Nacido en Tandil, Argentina, en 1980. Apasionado por las letras desde una temprana edad (el mito familiar indica que aprendió a leer y escribir a los 3 años), fue pasando por distintas instituciones y carreras hasta llegar a la Licenciatura en Lengua Inglesa de la Universidad de San Martín, en la que ha podido sumar a sus estudios otra de sus aficiones: el cine. Entre sus proyectos actuales figuran la realización de dos cortometrajes y colaboraciones con reseñas, artículos de crítica y traducciones para revistas nacionales.

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