Las citas que preceden al inicio de un libro suelen presentar diferentes desafíos o preguntas. A veces es simplemente una frase linda que el autor dijo “tengo que ponerle en algún lado”, en otras oportunidades podemos pensar “mirá, el autor se está comparando con tal autor, ¿quién sos?”. Otras, como sucede en este libro, nos otorgan unos lentes a través de los cuales mirar el texto. La frase en cuestión pertenece a João Guimarães Rosa y nos habla de ese tema tan abarcado, y al mismo tiempo tan inabarcable, que es la relación entre padres e hijos. Tema que ampara y rebota en la mitad de los cuentos de los seis que componen Misericordia de Miguel Ángel Hernández Acosta.

El padre como el héroe, el que todo lo puede, el ausente, el tío que lo suplanta, el desatento, el abandonador. Cada relato propone una reconstrucción o destrucción de esa imagen, un intento de poder acomodar cada recuerdo en la memoria para estar en paz, no se busca -necesariamente- la reconciliación con ese padre o el encuentro, sino entender, comprender.

Es en ese doble filo de olvido / recuerdo que las tensiones de los relatos se desenvuelven. No con finales con vuelta de tuerca, no las necesitan. Es el detalle, el registro de aquello que pasó y dejó su marca donde radica el interés del autor.

“La memoria disfraza nuestro olvido en lugar de reforzar nuestros recuerdos”

Dos historias se narran sobre lo que podrían ser relatos de género; el segundo, de zombies, donde los “muertos-vivos” son los abandonados en un nosocomio; abandonados, principalmente, por el padre del narrador, por un estado cómplice que entiende la salud como un negociado; mientras que el cuento Cruz y Gómez se encuentra en las aristas de un relato de género negro; el fugitivo que recibe asilo por alguien más desquiciado que él, y una venganza poco ortodoxa mediante una violencia que no alberga posibilidad alguna de redención.

Así también el relato Un Hijo puede ser pensado como una variación del policial; el pedido de un padre, el propio, para que halle a la mujer perdida, su madre. Ese hijo que la rastreará por la ciudad y por las marcas de su infancia, esos lugares en los que su madre fue feliz y a los que vuelve, ya no para ser feliz, sino como alguien que visita una tumba para dejar una flor: yace aquí una parte mía. Rastrear el pasado para corregir el presente. Hace, a fin de cuentas, una radiografía de la infancia, los golpes ahí, los huesos se sueldan, las heridas se cicatrizan y cierran, pero, la pregunta es: ¿qué pasa con los recuerdos?

El subrayado.

“Llega el momento cuando los hijos nos sentimos en eso que mantiene unidos a los padres, que les permite tener un pretexto para quejarse de algo en común, para pensar en si nos educaron bien o mal. Lo presiento en las conversaciones de mis padres, cuando voy a su casa a verlos y en medio de una comida sueltan el comentario de que debería ir más seguido, ya que “como el otro día le dije a tu padre: ese cabrón ya no nos quiere, sino, vendría con más frecuencia a ver a sus viejos”. Pero ellos no están viejos, no al menos en edad, en pensamiento sí”.
Del relato Un Hijo.

Título: Misericordia
Autor: Miguel Ángel Hernández Acosta
Editorial: Librosampleados
124 páginas

 

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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