A punto.
Para Jaime su vida se resume en estar a punto:
De terminar de escribir “La Novela Revolucionaria”.
De declarársele a Rebeca.
De llegar a los veinte.
De una línea de merca que lo lleve a la lucidez total.
De una cruda eterna.
De tener una experiencia que lo habilite para destrabarse; de su timidez; de su bloqueo; de su cuerpo.
De que la palabra lo libere.
Mi reflejo en una montaña cubierta de nieve de Juan Mendoza nos presenta las peripecias de Jaime, que se refiere a sí mismo como Futuro Famoso Escritor, mientras intenta escribir la novela que le abrirá todas las puertas y todos los corazones.
Pero escribirla no es tan sencillo cuando se tienen semejantes aspiraciones, cuando la novela se encuentra a mitad de camino entre ser un fin en sí mismo y un medio con el cual ganarse a Rebeca, cuyo desapego retroalimenta sus letras; siempre y cuando pueda sentarse al teclado y no esté hundido en merca o yendo a una joda para no pensar en ella, para rodearse de gente entre la que siempre es otro, el falopero, el poeta, al que muchos de su círculo leyeron —esos que no leen ni un prospecto médico, pero que son capaz de reconocer la grandeza— no para ver qué tan bueno es, sino para burlarse de sus historias. De su vida.
Es sentarse a la Olivetti y de a rachas, sacarle chispas, treinta páginas de un saque —y con varios saques, mejor dicho— y después dejarla intacta durante un tiempo, mientras trata de modificar su vínculo con Rebeca, esa manera de quererla unilateralmente en sus textos y en su soledad, de tener esa negativa como una compañía; el rechazo es mejor que no tener a nadie a quien querer.
Y después es abandonar la máquina de escribir para tener una experiencia con la que poder volver a casa (“Casa: ese lugar al que vas cuando ya no tienes otro sitio a donde ir”) y sangrar sobre las teclas. Aunque esa sangre sea, claro, la de un corazón roto.
El retrato del escritor que quiere triunfar ha sido —y será— largamente abarcado en la literatura, pero Mendoza nos entrega un personaje desprovisto de bozal, de pedantería, que va de frente con una honestidad a prueba de editores, críticos y amigos, mientras entre raya y birra cita sus influencias, sus discos, la cultura pop sobre la que se define, las bases con las cuales hacer un relato exitoso donde encuentre la razón de la vida para que, al fin, la literatura reconcilie al lector con la humanidad. Esa es la clave para publicar y ganar el premio de una “Prestigiosa Editorial” que marque un antes y un después. En su vida. En la literatura. En la historia.
O quizás no. En sus palabras: “De qué estoy hablando. Lo que necesito son amigos influyentes en el medio literario.”
Título: Mi Reflejo En Una Montaña Cubierta de Nieve.
Autor: Juan Mendoza
Editorial: Nitro / Press
134 páginas