SHERLOCK HOLMES AL COMPÁS DEL TANGO
A estar por la lúcida, y suficientemente trajinada, tesis de Régis Messac (La “novela de detectives” y la influencia del pensamiento científico, 1929), la emergencia de los misterios que plantea el policial coincide con la caída de los misterios sacros y la creciente secularización de la sociedad occidental. La brillante argentina María Rosa Lida, por su parte, en Introducción al teatro de Sófocles (Losada, 1944) propone (décadas antes de que a la intelligentsia francesa se le ocurriera la misma idea y la exportara como propia, lo que no hace más que constatar la abismal diferencia que media entre el centro y los márgenes) una lectura policial del Edipo rey, con la singularidad de que, en tal caso, los roles de víctima y victimario confluyen en una sola y única persona, no en vano reflexiona el propio Edipo en Edipo en Colona: “y ya que he padecido mis actos más que cometerlos” (frase que, no es ocioso señalar, anticipa el acreditado dictum de Carlos Marx: el hombre no hace la Historia, la padece). La tesis de Messac y la labor hermenéutica de María Rosa Lida dan cuenta del amplio abanico que se puede abrir cuando se trata de abordar el género (calificarlo, a estas alturas, de “subgénero” comportaría recaer en un lamentable anacronismo) policial. También de ello da cuenta esta antología titulada con acierto Sherlock Holmes en Argentina.
Tal como indica en su breve pero sustancial prólogo Ezequiel de Rosso, son cuentos publicados en la tempranísima fecha que media entre 1911 y 1912 en la revista precisamente llamada Sherlock Holmes, que se convirtió en un indiscutible éxito editorial alcanzando a una tirada de cincuenta mil ejemplares. En estos cuentos, Sherlock Holmes se sienta a una mesa de Avenida de Mayo en compañía de su inseparable Watson, se traslada hasta el Tigre o queda detenido en el Departamento Central de Policía. Y si bien la calidad de los cuentos es irregular, en todo ellos se destaca el ponderable esfuerzo de transplantar la neblina londinense a la humedad porteña, una traslación nada sencilla en especial si se tiene en cuenta que el objetivo que se pretende alcanzar es la verosimilitud de la trama. Se cuenta, sin embargo y en este caso, con una ventaja que en su momento advirtió Borges, cuando leía con pasión a los policiales clásicos (siempre desterró al desván del implacable olvido a todo cuanto proviniera de la novela negra): la historia puede ser débil, borrosos los personajes secundarios, pero el lector le cree a Sherlock Holmes, sabe que Holmes no es capaz de engañarlo.
Entre los cuentos se destacan dos de Julián J. Bernat: “El asesinato de ‘Porotito’” y “El papel quemado”, en los cuales el célebre detective queda bien plantado en una geografía que le es ajena. “El método Dever contra el método Holmes”, firmado con el seudónimo de Jack Lumen, se extiende en demasía perdiendo, de tal modo, tensión y eficacia. “Un curioso manuscrito”, suscripto por su presunto traductor: R. Dupuy de Lome, es, tal vez, el de trama más elaborada (sobre la base del atentado anarquista que acabó con la vida de Ramón Falcón); no obstante, se prodiga en un panegírico a la figura del extinto jefe de policía y ensaya algunos comentarios que harían las delicias de la generación del ochenta y, en especial, del Eugenio Cambaceres de En la sangre: “…Argentina, sindicada ya como refugio de la escoria humana que expulsa de su seno el viejo mundo…”; huelga decir que la inclinación a la xenofobia no reconoce épocas ni edades.
Título: Sherlock Holmes en Argentina
Compilador: Ezequiel de Rosso
Editorial: Evaristo
166 páginas