Con el ascenso de Suga como nuevo Primer Ministro, el reino del Sol Naciente intenta pararse firme, luego de los drásticos golpes del COVID-19, su efecto cultural, social y económico.
Mientras un país entero de hikikomori se auto-ajusta a su neo-bushido, el iPhone 12 parece salir de su bóveda como Amaterasu, solo para ser devorado por el consumismo japonés que sueña tan solo: volver a ser el mismo de siempre.

La economía de Japón luego de la Segunda Guerra Mundial, después del Período Edo (1603-1868) y de años de aislamiento comercial, Japón reabrió sus puertos en 1859 y restauró su funcionamiento social y político en 1868. Poco después, en 1882, se fundó el Banco de Japón, encargado de unificar las varias formas de intercambio que existían hasta entonces, a la vez monopolizando el flujo de dinero. El banco fue también una pieza central para financiar las subsecuentes guerras en que participó el imperio desde fines del siglo XIX, enfrentamientos que determinaron la economía de las décadas siguientes y que confluyeron en la Segunda Guerra Mundial. Ahora bien, para el final de la guerra, Japón había ya perdido un cuarto del PBI que con tanta violencia y emisión bancaria había logrado. De hecho, el país contaba con una deuda del 200% de ese PBI. ¿Cómo hizo entonces para lograr el así llamado “milagro económico” de la posguerra, ese período de veloz crecimiento que lo llevó al Top 2 de las potencias económicas mundiales? En primer lugar, fue el resultado de la Ocupación Norteamericana, cuyas políticas se enfocan en fortalecer la economía japonesa para evitar así el resurgimiento de líderes ultranacionalistas y alejar también al tan temido fantasma del comunismo. Se reabrieron los mercados, se empoderó a la clase media, se puso en marcha una reforma agraria, se establecieron sindicatos y se disolvieron los zaibatsu o monopolios.

El estado japonés, que tenía una fila de acreedores a quienes les había pagado con bonos de guerra y también un sinfín de soldados a quienes les había entregado bonos similares, se vio en la obligación de re-encender el Banco de Japón e imprimir billetes. Esto inyectó muchísimo dinero a la economía, pero la industria no estaba preparada para responder a esa demanda, lo cual llevó a una hiperinflación. El gobierno decidió congelar los depósitos y regular los retiros hasta establecer una nueva moneda, lo cual tomó varios años. A la larga, la relación deuda-PBI volvió a ser la de la preguerra. Esto incentivó la inversión a través del Banco y en consecuencia el trabajo, los salarios y el consumo.
Durante la década del sesenta, Japón creció a una tasa del 10% anual, algo nunca visto para esa época. Para 1964, año en que se celebraron las Olimpiadas en Tokio, Japón gozaba de un inusitado nivel de consumo e inversión. Era meca del capitalismo de posguerra. A diferencia de países que también generaron riqueza muy velozmente y lo derrocharon sobre todo en el mundo financiero, los japoneses invirtieron cada billete en infraestructura. Fábricas, rascacielos, puentes, túneles, incluso el famoso shinkansen (tren bala), símbolo por excelencia de esta época de alto crecimiento. También invirtieron en ciencia, lo cual los puso a la vanguardia de la industria automotriz y la tecnológica, volviéndose un líder inobjetable en distintos rubros.

Sin embargo, alrededor de la segunda mitad de la década del setenta, cesa el clímax de crecimiento. Ante la crisis del petróleo de 1973 y con una inflación que había alcanzado el 30%, el gobierno se vio en la obligación de ajustar la política monetaria en 1975. Para sostener el consumo, empezó a emitir bonos, y dio origen a un nuevo Japón, no ya el militarista de principios de siglo XX ni tampoco el milagroso de la posguerra, sino el de la deuda. Durante los años siguientes y en un contexto de depreciación del dólar frente al Yen luego del Acuerdo del Hotel Plaza de 1985 (cuando las empresas estadounidenses se volvieron más competitivas que las japonesas a nivel internacional), el Banco de Japón tuvo que bajar las tasas hasta el suelo e imprimió muchísimo más dinero. ¿Qué hicieron entonces los japoneses, que tenían a su disposición una emisión galopante y menos oportunidades de exportar? Pidieron préstamos y compraron tierras, claro. Al punto de que para 1987 ya nadie quería vender sus tierras porque al día siguiente saldrían más caras. Esta fue también la famosa “burbuja económica” de los ochenta, en la cual un metro cuadrado en el distrito de Ginza llegó a costar unos trescientos mil dólares. El Banco de Japón se vio obligado a intervenir una vez más, pero ni bien puso siquiera un dedo en el mercado, los japoneses dejaron automáticamente de pedir prestado para comprar tierras, y la burbuja explotó. A partir de entonces, los precios cayeron en picada y la gente se encontró en deudas que no podían pagar ni aunque vendieran sus inmuebles. Muchas empresas y bancos no recibieron sus pagos y tuvieron que recurrir al estado por un rescate.

Comienza una larga etapa de estancamiento. El PBI de Japón era de 5 billones de dólares en 1994. El PBI de Japón en la actualidad es de 5 billones de dólares. Es decir, Japón casi no tuvo crecimiento económico durante 25 años. Las causas del estancamiento suelen atribuirse al envejecimiento de la población (algo natural desde ya, pero dicho sea en contraste proporción a las costumbres agregativas del omiai que facilitaban el casamiento express y al baby boom) y también, al auge de otras economías asiáticas, a lo cual se debe sumar la crisis financiera de Asia en 1997 y el estallido de la burbuja dot-com del 2000. Esta “Década Perdida”, como se le suele llamar (hoy devenida “Décadas perdidas”), fue beneficiosa para el neoliberalismo global: implicó una liberalización de la economía, menos regulación por parte del estado y la posibilidad de que bancos y empresas se unan en enormes grupos económicos, se llamó no zaibatsu, sino keiretsu.

Mientras tanto, y a pesar de los golpes económicos que implican la crisis de Lehman Brothers de 2008 y el desastre de Fukushima de 2011 (este último fue el más costoso en la historia en términos económicos, con consecuencias de 250000 millones de dólares), la deuda japonesa continuó creciendo. A finales de los ochenta, el Banco de Japón ofrecía una tasa del 6%. Hoy es de -1%, lo que significa que hoy el banco les paga a otros bancos para que le pidan prestado. En este contexto se suman las medidas tomadas por el primer ministro Shinzo Abe en 2012, las “Abenomics”, que buscaban estimular la economía y el consumo. Abe ha sido fuertemente criticado por sus constantes implicaciones en casos de corrupción, por su negacionismo de hechos históricos como los relacionadas a las ianfu (‘mujeres de desahogo sexual’ o ‘escorts de los militares’), por su obsecuencia con el presidente estadounidense Donald Trump, por sus recurrentes intentos por modificar la Constitución para permitir una mayor militarización de Japón… pero por sobre todas las cosas, Abe ha sido criticado por intensificar casi todos los problemas estructurales que padece hoy en día Japón, a saber: deuda externa, transformación demográfica y poca competitividad de las industrias.

Y llegamos a la situación actual, en la que la deuda externa japonesa alcanza un 250% de su PBI y es, efectivamente, la más alta del mundo. El crecimiento congelado. El pago de la deuda es casi imposible. El default sería una suerte de inmolación a la Pearl Harbor. Otra salida: la inflación, tendría efectos destructivos sobre el consumo. Japón no puede pedir prestado, su fuerza de trabajo tiene cada vez menos competitividad y sus empresas están siendo desplazadas en los mercados (El policial de misterio «Ghosn» expuso, considerable ridículo).
La deuda del país es mayoritariamente, en yenes, está regulada estricta y localmente y la poseen ciudadanos nacionales. Asimismo, sus intereses son constantes y bajos, lo que implica que Japón podría seguir en esta situación prolongadamente. Finalmente, el discurso de la deuda, de la situación drástica, el relato al que se aferran los antineoliberales, le permite al estado subir los impuestos, generar una contenida inflación, tomar medidas de fuerza; esto es mantener la economía por las vías de la política.

Corona now: la pandemia que paralizó al mundo también golpeó a la economía japonesa. No la detuvo, como sucedió con otras, pero sí afectó dos pilares que promueven las Abenomics: el turismo y las exportaciones. Japón confiaba en que se convertiría en el nuevo centro turístico mundial luego de las Olimpíadas de Tokio 2020. La postergación de estas últimas al 2021, sin embargo, junto a las exorbitantes pérdidas sumado el jishuku (“autocontrol”, la medida de confinamiento que tomó el gobierno para no hablar de “cuarentena”) funcionarán acaso, como un obstáculo para la economía?. Si, las Olimpiadas de 1964 fueron el reflejo del “milagroso” crecimiento económico del Japón de la época, éstas lo serán de la condición actual en que han elegido vivir los japoneses: en un futuro incierto, lejos de mitos y robots, a base de deudas, hipotecas y el segundo mercado de pornografía, a nivel mundial. Veremos entonces qué secuela o spin-off surge después de “El país más endeudado del mundo”.

Sobre El Autor

Ex docente FFyL UBA; Traductor en Japón desde 2007.

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