Una de las novedades que trae Santos locos Poesía este año, Manual de instrucciones de Gladys Gonzáles, cruza la Cordillera de los Andes para acercarnos una poética que se nutre de la observación, de lo cotidiano, lo silvestre, lo citadino, y avanza con tenacidad.
Para Gladys (Santiago de Chile, 1981), la clave está en la potencia de la imagen, y también en el trabajo colectivo, en la solidaridad y la inclusión social. Feminismos, tensión y resistencia recorren sus versos, que son también denuncia, y un modo de encauzar la rabia, de protestar y seguir deseando lo imposible.
Gonzáles, que es Doctoranda en Literatura (PUCV), Doctora y Magister en Filología hispánica por la Universidad de Valladolid, recibió el Premio Pablo Neruda de Poesía Joven 2019 y ha publicado diversos títulos en sendas editoriales.
la ciudad
es una fiebre negra
un murmullo
inquietante
que nunca
baja las cortinas
policía militar armada
en tanques
y camionetas pick up
“Tigre blanco” (fragmento)
La escritura como diaporama: contanos en qué términos pensás la construcción de tu obra.
Pienso en cada texto como una fotografía en movimiento y el conjunto como el montaje de estas imágenes, un reemsamblaje que permite centrar la idea del poema como si fuera un diaporama. A la vez las imágenes intento que sean reconocibles y que evoquen una misma significancia pero a partir del conocimiento de quien lea, pues me interesa trabajar con un lenguaje sencillo; esta misma idea inicial busca que sea alimentada por referentes del cine. Me preocupa también que cada verso o conjunto de ellos pueda remitir a una visualidad potente, creo que esa es la mayor dificultad cuando escribo un poema.
La bahía, el ciruelo, los acantilados, el mar, la brisa, el invierno, la lluvia, el bosque y la montaña. ¿Cómo opera el paisaje en tu poética?
He vivido en varias regiones de Chile, de cada una de estas ciudades me gusta tomar el paisaje, los elementos que van urdiendo la manera de vivir de las personas. También, y es algo que trabajo desde mi primer libro, es una obsesión con los espacios pequeños, los lugares precarizados, la belleza de lo que está escondido o latente en la pobreza. Esto tiene que ver con mi biografía, con mi infancia, con poner el ojo en lo que puede aliviar la supervivencia, la observación de lo más pequeño, de lo silvestre, de lo diario, es para mí esencial como registro y archivo.
Santiago, Valparaíso, la ciudad es una postal cruda en tus páginas: “la ciudad / es una fiebre negra / un murmullo / inquietante / que nunca / baja las cortinas” (“Tigre blanco”). ¿Qué representa la ciudad?
La ciudad cuando era más joven me parecía un espacio de búsqueda, siempre un espacio nocturno, de exceso y deseo, luego como una cicatriz marcada por el exceso, al salir definitivamente de la capital, de Santiago, llegué a Valparaíso y encontré un espacio literario muy masculinizado, marcado también por el desborde. Decidí salir de aquello y ponerme a trabajar para lo colectivo, visibilizar principalmente a las mujeres y disidencias desde la literatura y la gestión cultural. Allí empecé a ver la ciudad como una posibilidad, como una trama para incluir y reivindicar a quienes están en los márgenes. Ese giro me ha dado otras reivindicaciones sobre la representación de la ciudad, un descubrimiento desde la memoria y el feminismo. La ciudad sigue siendo para mí un gabinete de memorias, que me interesa traducir a palabras e imágenes.
El espacio y las imágenes: “junto al sonido de la gotera / cayendo en el tarro de pintura” (“Confidencias”). ¿Cómo se vuelve poema la imagen?
La imagen en el poema es algo que siempre pienso y me sigue asombrando, siendo ya la grafía una imagen, el pensamiento otra forma de visualidad. El ejemplo de ese poema es justamente lo que pretendo incluir en lo que escribo, lo que parece fútil, vulgar, sin importancia, pero que metaforiza toda una estructura de hegemonías, olvidos, desamparo, corrupción y formas del poder. Esa misma imagen, desde la poesía de corte más social permite que un tarro se literaturize, a la vez desacraliza la imagen como una única epifanía desde lo culto, para mí esa imagen simple de precarización es sublime y me cuestiona, me lleva a entregarme más para ayudar y compartir.
Todo Calamina es “un paisaje / de metales quemados / enredaderas silvestres / hombres solitarios / hurgando en la basura / de casas demolidas”. La pobreza es elemento central en tu poética, lo precario se dispara en distintos niveles de significancia. ¿Dónde nace esa herida?
Esa pobreza tiene que ver con la dictadura, con lo que veía de niña y que no cambió. Ese condolerse profundamente con la herida de los otros y las otras me ha llevado a escribir desde esa época. La sensación de estar encasillada en un lado de la ciudad, en un lado del país, en un lado de las posibilidades limitadas que otorgan las políticas públicas. Esa herida la he cultivado y transformado, la he resignificado, visibilizando el origen de la inequidad que conozco, y a sus protagonistas. Esa relación de simetría junto a textos que hablan de otras realidades me parece valiosa, no solo como literatura sino como acto de apertura a quienes tienen esa misma biografía, es una manera de emancipar a quienes quieren narrar lo mismo. Cuando comencé a publicar, muchos —principalmente hombres en extremo machistas y celosos de sus espacios canónicos—, decían que eso no era literatura, que era solo un diario de vida de una mujer loca. Creo que el tiempo, mi fortaleza y mi porfía ha hecho fracasar su empresa, ofensiva y elitista, de decir lo que es literatura y lo que no, y de indicar qué puede ser escrito y qué debe ser tachado.
Cuerpos como animales recorren tus páginas junto al “… canto destemplado / del pájaro de la locura” (“Navaja”); “y un manual de psiquiatría // los cambios de ánimo / el estado / de la pérdida / de sentido / y la desprotección / el llanto imparable / la exquisita locura / la completa / falta de amor” (“Refugio”). Cuerpo, locura, poesía, ¿de qué modo se conjugan?
Creo que esos tres elementos son esenciales para la escritura. El goce, su desplome y su éxtasis, son vitales para reconocer los elementos con los que se va a trabajar. El cuerpo y su estado es desde donde se producen las diversas formas de resistencia y tensión. La insumisión y la experimentación, que es parte del proceso de investigación de campo de quien escribe, debe también contemplar la pausa y el cuidado para poder seguir escribiendo. Son cuestiones que se van aprendiendo mientras se crece, pero es vital que se transparente ese proceso para que las personas más jóvenes no caigan en la trampa del cliché de la bohemia sin retorno.
Hay algo del género negro en tus versos. ¿Sos lectora de género? ¿Hay diálogo entre género y poesía?
Me interesa mucho la crónica roja, cuando era niña leía novelas policiales en ediciones de bolsillo, la intriga de esas novelas, el deseo, la muerte, fueron mis primeros acercamientos a la idea del cine. Poner en movimiento en la cabeza esas imágenes fue un descubrimiento, también la censura de las y los adultos frente a las tramas eran nuevas formas de conocer el mundo. Creo también que las mujeres y las disidencias estamos expuestas a la violencia y me interesa hacerlo patente; desde mi primer libro he intentado evidenciar aquello. Soy lectora del género y lectora del cine de ese género, siempre estoy leyendo imágenes; me parece muy cercano al ajedrez y al tejer, cada puntada tiene un fin, no puede haber equívoco, yo soy perfeccionista y obsesiva, por lo que esa estructura me causa satisfacción.
Tus textos son también denuncia: “el Pacífico / una orilla de metal / y alambres de púas / en la costa / border patrol / cámaras de seguridad / homicidios / desapariciones / mujeres empaladas / Tijuana / Xochimilco / DF / Tecate / León / Guanajuato / Juárez / Nogales” (“Transitorio”). ¿Creés en una función social, política, de la poesía?
Creo en la función social de la poesía, creo que el ver reflejada en imágenes una realidad —en un soporte libro, que tiene prensa, que es presentado por críticas o críticos como un elemento de denuncia— es una labor política y social. Esa labor también me parece complementaria con acciones comunitarias, con aperturas de espacios, esa pulsión me parece esencial, pues es una manera de recuperar agencia, de utilizar la rabia y de protestar, de desear lo imposible, que no es una utopía sino una labor mancomunada y disciplinizada desde lo colectivo; todo puede ser cambiado.
“no te quiero muerta / no te quiero / con la boca llena de agua / los perros / rasgándote los ojos / en un canal / hasta que tu cuerpo desaparezca / por tiras / entre los bares / de esta ciudad” claman los versos de “Alumbrado público”. Hablanos de violencia de género y feminismos en Chile.
La historia del feminismo en Chile es de larga data, desde la lira popular se denuncia el feminicidio. Ha habido grandes feministas como Julieta Kirkwood, Margarita Pisano, que se releen y reactualizan desde las problemáticas actuales. Estas dos feministas interesan mucho pues hablaban desde lo colectivo en relación con poblaciones, con las tomas, con las formas de organización popular. Actualmente hay un movimiento vivo y fuerte, aunque también hay aprovechamientos, en algunos casos, de la palabra feminismos como forma de posicionamiento neoliberal. Creo que es fundamental leer, participar y estar donde los feminismos se consolidan sin necesidad de una corriente emancipatoria enciclopédica o didáctica. Los movimientos de migrantes y afrodescendientes en Chile están muy cohesionados y son claves en el proyecto de decolonización para una real idea de acción desde los feminismos.
¿Cómo viviste el estallido popular de octubre de 2019? ¿Cómo ves el panorama actual?
Fue aterrador. Esa palabra resume lo que ocurrió, no fue procesual sino desde el primer día de estado de excepción, todo eso está documentado con prensa y videos en distintas redes sociales que las personas subían para dejar evidencia. Nunca pensé que podría ocurrir algo de ese talante. Veo el panorama con incertidumbre desde lo laboral, que se ha unido a la pandemia, desde lo afectivo y lo colectivo, como país. Se ha votado para que haya una nueva Constitución, derogando la de la dictadura, este proceso será difícil pues ocurre en la política que los intereses privados sucumben frente a la labor por la cual son escogidos parlamentarios y parlamentarias. Hay mucha rabia y la rabia sin cauce se desborda, lamentablemente eso va dejando mas heridas, un hálito fantasmagórico de más brechas sociales. Hay muchas posibilidades, yo creo mas en el trabajo situado, en la solidaridad y creación de redes, como la Red feminista del libro que creamos en el año 2016 y desde donde trabajamos desde la descentralización.
Mistral, Miller, Lihn, Rivera, Quiroga… ¿A partir de qué otras voces se construye el mapa de tus lecturas y referencias?
Me interesa mucho la relación entre obra y biografía, mi escritora favorita es Gabriela Mistral, he hecho varias investigaciones y publicado libros de su trabajo, es una fuente inmensa de belleza. En el caso de los otros autores también voy trenzando esa idea/imagen y la lectura la intercalo con la escritura, me permiten entrar en un estado de ánimo propicio para lo que requiero según el libro. Otras escrituras que voy retomando cada cierto tiempo son las de Ximena Rivera Órdenes, Audre Lorde, también la música y el cine son fuentes de inspiración.
¿Cuándo empezó la escritura?
Yo empecé a escribir a los 7 años, a los 14 decidí que sería escritora, siempre me sentí muy fuera de lugar, la imaginación y la escritura han sido mi refugio desde siempre.