Hay producciones artísticas que está claro desde el vamos sobre qué ejes se mueven. Es fácil catalogarlas, ponerles una etiqueta y decir “es esto”. Eso no significa ni de cerca que sean malos libros, objetos, historietas, películas, etc.
Hay otros que se complica. Se mueven en una frontera. Eso sucede con La noche de los Cautivos de los españoles Marc Sans y Oscar Perales.
Lo compré esperando encontrar una historieta, y quizás podría ser una de sus etiquetas. Pero un par de páginas bastan para darse cuenta que la imagen juega otro rol acá, más de impacto que narrativo. No suele haber viñetas y los dibujos se separan de las manchas negras que predominan como instantáneas, algo que recorta el flash antes de volver a dejarlo en la oscuridad en que se mueven los personajes que andan por estas páginas. Las ilustraciones suelen ocupar las dos páginas, no a la manera de una splash page, sino más cerca a una estampa o postal, con una composición —y el uso de pinceles y manchas— que delata el oficio de ambos como diseñadores. Sans y Perales nos entregan a sus personajes, a sus ratas, con una línea peluda, propia del bocete, de aquello que intentada ser capturado rápidamente antes que desaparezca.
Pero vayamos a la historia.
O a las historias.
Una breve introducción nos presenta a estos tipos, ratas para los que la ciudad —cualquier ciudad— es su propio laberinto. No hay trama. Los autores nos entregan una decena de historias de gente atrapada. Son historias breves, personajes que no tienen mucho tiempo o no les queda mucho tiempo y que tienen que atravesar la noche, al mismo tiempo que son atravesados por ella. Un camionero que le habla a su camión y a los sueños de poder dormir dos noches en la misma ciudad; un hombre que se sabe cornudo, pero que no es capaz de enfrentar a su mujer; una mujer decidida a no ser utilizada nunca más.
Pero la palabra historia en sí también sería rara de utilizar en la mayoría de ellas, porque estamos frente a personajes que hacen poco y nada, el peso está en lo que cuentan y en la decisión que tienen que tomar antes de que cierre la historia. Algunos intentarán cambiar, otros aceptan la derrota. Aceptan lo que son y abrazan la paz de saber que son eso: cobardes, miserables.
Poesía noir sería una categoría que le sentarían bien.
Las frases cortadas aparecen cortadas y desperdigadas bordeando las ilustraciones. Son frases que se suelten con el último aliento o de a pedazos, con los pulmones agotados de tanto correr.
En círculos.
Ya están cansados que no pueden mentirse un rato más.
“Le prendimos fuego a todo a nuestro paso.
Hasta quedarnos solos.
Solos en un negro desierto de tierra muerta
Yo era fuego y tú eras gasolina
Pero la vida…ya sabes.
La vida es un puto jarro de agua fría”
De esta manera, La Noche de Los Cautivos se transforma en un interesante mosaico de personajes que nos cuentan sus miserias, su culpa, siempre con honestidad brutal.
Catalogar a este libro de experimento suele tener ese olor a “podría haber sido algo” y quedó trunco.
La palabra podría ser apuesta. Y ganadora.