Netflix promueve múltiples ángulos de análisis. Uno de ellos es su necesidad de conformar un catálogo con prestigio, motivo por el que suele apelar a su abultada billetera para convocar creadores de renombre. Esta metodología posee algunos ejemplos en el sentido virtuoso (casi todo lo que hace David Fincher, la película El juicio de los 7 de Chicago de Aaron Sorkin), pero en general la desesperación por contratar genera que los creadores le vendan aquello que le rechazaron en otros lugares porque nadie en su sano juicio aportaría por proyectos de tan baja calidad (la película sobre Panamá Papers de Steven Soderbergh, entre numerosos ejemplos). Esta metodología, también, permite que los convocados puedan explorar, salir de su zona de confort, porque al fin y al cabo van a cobrar igual.
Chuck Lorre hizo dos de las grandes sitcoms de las últimas décadas (Two And A Half Men y The Big Bang Theory), más en lo que tiene que ver con el rating que con el riesgo asumido. Comedias que no buscaban originalidad sino eficacia, y lo conseguían. Sin embargo, a la hora de ser convocado con Netflix, decidió no jugar sobre seguro, y se propuso hacer una sitcom acerca de la vejez y ese tema vecino, la muerte.
La excusa es un actor que en verdad nunca brilló tanto como tal sino como docente de talleres de actuación, y que ahora es viejo. En las dos primeras temporadas, la excusa permitía duelos humorísticos entre Michael Douglas (el actor) y Alan Arkin (su representante), pero lo cierto es que bien todo estaba en su sitio (los chistes, las actuaciones), El método Kominsky no lograba ir mucho más allá de lo correcto. Las humoradas acerca de las dificultades para orinar en los septuagenarios se repetían, y lo más interesante pasaba por el lado de que Lorre no buscaba las carcajadas del espectador, sino su sonrisa.
En esta temporada desaparece Arkin, y lo reemplazan de forma gloriosa con una nueva socia/contrafigura: Kathleen Turner. Vuelve, así, la pareja de La guerra de los Roses, solo que 32 años después. Y en la pantalla se muestra no solo a un par de actores que dominan los tempos de la comedia como pocos (a quienes se suma otro grande, Paul Reiser), sino que no se intenta ocultar que están hechos polvo por la edad. La gracia (humorística) es que son viejos, y la gracia (metatextual) es que son viejos. Hay algo en esa pareja (trío, si agregamos a Reiser) que hace a la dignidad no solo de la comedia, sino del ser humano. No importa si la trama es previsible, sino la forma en que se muestra a esos personajes, que es la forma en que se muestra a esos actores que envejecieron. Es como si se dijera: sí, son viejos, y sí, la vejez es una cagada, pero aún así se puede transitar con dignidad, riéndose de la vejez y riéndose de uno mismo, de la decadencia. No con carcajadas, como se dijo, sino con una sonrisa. Una sonrisa ante el odio vital que se transformó en perdón cansino. Una sonrisa tierna, la que le dedicaríamos a aquellos que nos hicieron disfrutar en otros tiempos de plenitud y que hoy nos muestran los rezagos, y de esa forma nos recuerdan que para nosotros también pasó el tiempo, y probablemente estemos tan hechos pelota como ellos. Pero, gracias a ellos, a su dignidad, riéndonos de nosotros por eso mismo.
Título: El método Kominsky (temporada 3)
Creador: Chuck Lorre
Elenco: Michael Douglas, Kathleen Turner y otros
Disponible en Netflix