Con Los pájaros negros Alejandro Parisi pone toda la carne en el asador: Un enigma, la historia de una amistad, un crimen olvidado y una extorsión. La historia de la inmigración y varios de los grandes conflictos del siglo XX: Guernica, el gueto de Varsovia y la caída del Ducce. En Argentina el apogeo de Buenos Aires, la construcción de una ciudad balnearia y el ascenso social de las décadas del 40 y del 50. El negocio del fútbol, el cambio de percepción en cuanto a la identidad sexual y los crímenes de lesa humanidad de la última dictadura. Con todos estos elementos Parisi marca el retorno de su investigador privado Álvaro Balestra y no se priva de profundizar y dar carnadura a su protagonista y a todo el elenco de secundarios en una novela que atrapa, conmueve, mantiene la tensión y le hace soltar al lector más de una carcajada.
Leyendo Los pájaros negros da la sensación de que cada uno de tus libros anteriores, no solo Con la sangre en el ojo, desembocan esta narración. Cómo surge la trama y la estructura narrativa de esta novela.
Durante los últimos quince años tuve el privilegio de novelar la biografía de tres mujeres polacas sobrevivientes del Holocausto y conversar y escribir sobre muchas otras personas que vivieron en la Argentina de los años 40 en adelante. Una época que, para mi generación, es El Edén perdido del que nos hablaban padres y abuelos y al cual mi generación nunca podrá volver. Algunas de esas historias las publiqué con mi nombre, otras no, pero los personajes eran hombres y mujeres que habían partido de cero y logrado cosas importantes, tanto en el aspecto económico como humano. De todas esas historias, hubo pequeños detalles que se fueron sedimentando en mi cabeza y les dieron vida a los tres protagonistas de esta historia. Al mismo tiempo, quería volver a encontrarme con Balestra, y la verdad es que la Pandemia me permitió tomarme un tiempo, procesar todas esas anécdotas que estaban dando vueltas y combinar esos dos tiempos narrativos que, como bien decís vos, estaban en mis otras novelas pero que siempre tuve ganas de mezclar porque como lector lo disfruto mucho: el pasado casi histórico y el presente, que no es un presente exacto porque la línea narrativa más actual transcurre en 2009. Así, me di el gusto de ir desde el Castellamare del Golfo (el pueblo de mi abuela, que falleció en 2020) de la posguerra a la Varsovia que habitaron los sobrevivientes de los que ya había escrito, y esa Guernica tan simbólica por donde se la mire, a lo que ocurrió en Argentina con el regreso de los juicios por Lesa Humanidad en la década pasada. Ese ida y vuelta en distintos tiempos narrativos podríamos decir que es un repaso por mis otras novelas, pero también un recurso narrativo que disfruto y pienso volver a usar.
Cada personaje carga con sus fantasmas y esos fantasmas recorren, no solo Europa, sino el mundo y se extienden por todo el siglo XX y lo que va del XXI. ¿Es el policial un género pesimista? ¿Por qué?
Sin dudas. Si la justicia funcionara, y todos fuéramos transparentes sin necesidad de ocultar nada, los detectives privados se quedarían sin laburo. Me parece que el género sugiere cierta justicia por fuera de las instituciones. Y si hay que buscarla fuera de las instituciones es porque las instituciones no funcionan, no son justas o, como mínimo, eligen a quién beneficiar. Y eso nos vuelve pesimistas. Por otro lado, los crímenes que cometemos, incluso los más mínimos, los imperceptibles, casi infantiles, nos acompañan toda la vida. No se puedan guardar debajo de la alfombra, como suele decirse. No, los errores del pasado son esos pájaros negros que le dan título a la novela porque todos los tenemos ahí, quietitos en el techo, callados, mirándonos para que sepamos que están ahí, listos para reclamar justicia y venganza, o al menos chillar de noche para decirnos que no somos perfectos.
En la novela aparece buena gente compelida por la falta de justicia a cometer un acto horrible y gente, que cometió actos espantosos en nombre de una supuesta justicia. Y todos continuaron como si tal cosa con su vida cotidiana, formaron familias, son abuelos cariñosos y pasean a sus perros. ¿Qué diferencia a unos de otros?
Es que la vida continúa. Siempre. El tema es qué hace cada uno con lo que decidió o se vio obligado a hacer. No está en mí como autor alzar el dedo y declamar quién sí y quién no desde el narrador. Pero sí desde la acción: hay un personaje que se queda solo en la cárcel, sin su hija preferida, y los demás se reencuentran con la alegría del pasado compartido. La diferencia es esa: los malos y los buenos que, a veces, por querer ser buenos, deben cometer actos reprobables, siempre siguen con su vida. Y ahí una pregunta que se hace el propio Vito en el bosque de Camet: ¿vale la pena matar a alguien porque se lo merece? ¿el fin justifica los medios? No creo en la justicia en mano propia, pero tampoco creo en una justicia que protege criminales, ya sean militares, policías, o quien fuera.
La diferencia es grande entre unos y otros. En un plano corto, podemos equiparar los crímenes, pero si abrimos el plano y vemos el contexto, los malos son malos siempre y de verdad.
¿Por qué Castellamare, Varsovia y Guernica?
Por lo que representan. Castellamare es mi Ítaca familiar, la tierra de mis abuelos. Varsovia, la de mis personajes de las novelas del Holocausto. Guernica, un símbolo. Entre esos tres lugares, forman una parte del adn de mi país y de nuestra sociedad. Y yo quería mostrar ese génesis que fueron los años 40, una Torre de Babel con gente llegada de todas partes, pero todos escapando de una guerra, el hambre o la persecución.
¿Por qué Mar del Plata?
Porque un pescador siciliano necesita el mar. Y además en Mar del Plata hay una gran comunidad de vascos e italianos, lo cual le daba verosimilitud a la historia. Pero sobre todo, porque en la ciudad de Mar del Plata en los años 40 todo se estaba construyendo, todos estaban llegando. Y un egoísmo del autor: escribí esta novela durante los primeros dos meses de cuarentena del año 2020, y necesitaba pensar que estaba en otro lado, en otra época, salir de ese contexto agobiante que continúa hasta hoy.
La novela narra la historia de una amistad entrañable, de una lealtad inconmovible. Recuerdo que hace dos décadas, cuando la serie Friends era un éxito, el comentario de la crítica cultural decía que el éxito del programa era que sus espectadores hacían catarsis en soledad por un tipo de relación que ya no es posible en el mundo contemporáneo. ¿Cuál es tu opinión al respecto? ¿Es necesario atravesar dolores abisales para forjar lealtades inquebrantables?
Yo también crecí viendo Friends, y cuando viví en Barcelona y compartí piso me di cuenta de que era todo una mentira: mis compañeros de piso no eran mis amigos, casi ni hablábamos. Pero algo de cierto hay en eso de que Friends mostraba algo que ya casi no existía. Y creo que es lo mismo que mantiene unidos a estos tres viejos que no se ven hace 50 años. Cuando vos compartís momentos claves de tu vida con amigos, esos amigos pasan a ser los escribanos que certifican tu pasado. Mis dos mejores amigos me conocen desde que tengo seis años. Me sacan la ficha sin decir nada. Y yo a ellos. Pero sobre todo, son la constancia de lo que viví. En un punto no sé si los quiero tanto por lo que son o por lo que yo soy gracias a ellos. No hay nada más lindo que ese sentimiento compartido.
La novela funciona también como un viaje de autoconocimiento para Balestra, que comienza a perdonarse y a darse lugar para amar, tanto a su hija como a su pareja, incluso se nota en el trato con su ex esposa…
Nos estamos haciendo grandes. Es cierto. Pero hay algo que le pasa a Balestra en la novela que creo que es natural. Hay un momento de la vida que no se puede seguir echándole la culpa a los padres. Siempre me acuerdo de la maravillosa novela de Alejandro Zambra, “Formas de llegar a casa”, y una frase que me impactó: “La novela eran los padres”. Pertenezco a una generación condenada a ser adolescente sin poder criticar a sus padres, en términos políticos, sociales y hasta intelectuales. Y eso aburre. A mis 44 años, creo que “La novela son los hijos”. Dejar de ser hijo debería enseñarse en las escuelas. Basta. Hagámonos cargo de lo que nos tocó. Y en esta novela Balestra acepta eso. Ya no se preocupa por lo que le hizo el padre, empieza a pensar qué le está haciendo él a su hija. Y además, entiende que su vida no es tan mala, que necesita a Débora, que las ruinas de su primer matrimonio le dieron la esperanza que es su hija…
Y no creo que haya que ser madre o padre para pensar esto, pasa por hacerse cargo de que ya tenemos 44 años, que los Redondos se separaron, el Diego se murió, Borges era mucho mejor que Cortázar y que la generación encumbrada que nos parió no fue perfecta ni mucho menos.
Quiero pensar que la saga no se cierra acá y que tendremos Balestra para rato…
Lo único que sé es que Balestra volvió y piensa quedarse. Ampliaremos.
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