Tres cuentos con un común denominador; viajes, vacaciones, estadías, tres mujeres en camas que les son ajenas, lugares que visitan por primera vez. Playas, mar, médanos costeros, dunas y río. Bosque y jungla. Atmósfera de incertidumbre. Anocheceres. Un ritmo que es tensión persistente.
Una llamada telefónica pidiendo indicaciones, y un desconcierto. Una ausencia con presunción de fallecimiento. Una búsqueda en silencio que compromete a todo un pueblo, la mujer que recibe el llamado se preocupa, comienza a conjeturar, todo en medio del trastorno que representa el vínculo particular que la une a su madre pianista. Una carga pesada. La música que cubre su existencia; el piano, un violín, una trompeta, todo ello marca esta encrucijada y condiciona la toma de decisiones.
Este primer cuento, al leerlo, no pude dejar de relacionarlo en algún punto, tal vez antojadizamente, con la historia materno-filial de Martha Argerich.
El segundo cuento pinta un paisaje, también de playa, en este caso las escenas suceden en un barrio elegante revestido en aire de novela. Las vías del tren, el puente peatonal, el campo de tiro militar. Una casona de alquiler de cuartos, el jardín florido. El dueño, un hombre maduro que mantiene, a la distancia, su relación de pareja con una mujer africana.
Un matrimonio llega a este lugar, en el que la niebla, la temperatura de la brisa, los barcos y los cuervos, el restaurante hindú… la figura en metal de Sherlock Holmes, el nombre de Agatha Cristie, todo ello invita a imaginar un final lapidario.
Una joven y la quinta que le prestaron en el campo, en Uruguay, del otro lado de la papelera, cerca del pueblo. Zona ribereña, vegetación húmeda de río. Al llegar a este lugar hizo dedo y la levantó el quesero que conduce una camioneta. A él le gustan los caballos; había sabido tener varios, eran nueve y de carrera, pero debió venderlos para poder vivir. Es un joven tímido aunque comunicativo. Ahora vende queso en la misma playa que ella tiene ganas de conocer.
Este cuento se diferencia, en parte, de los dos anteriores toda vez que el misterio pasa por otro lado, al tiempo que las imágenes se inscriben en un acercamiento a lo luminoso, a la atracción física y al deseo. “…Cerré los ojos y era todo tan agradable que mi cuerpo comenzó a sentirse muy plácido. El quesero tenía la cara demasiado grasosa como para dejarme llevar por él. Los ojos cortantes del chofer del ómnibus al mirarme en el espejo. El griego parado sobre su puerta que daba a la playa. El brillo de la mirada del quesero cuando hablaba de caballos. Me ondeaba el aire por el cuerpo. Haberme achicado la bikini con la excusa de tomar color me daban ganas de achicarlo otra vez como si no lo tuviera puesto, la arena se me amalgamaba como un otro que estuviera debajo. Dormía y no del todo, temí que de repente a algún loco se le ocurriera aparecer caminando por la playa con ojos juzgadores como los del chofer del ómnibus, pero el cuerpo de la arena me llamaba y me decía que no había nadie más que nosotros.
De repente abrí los ojos porque algo respiró muy cerca…”
Este último cuento tiene, más allá de las yaras, un valor agregado al ofrecernos escenas poéticas rodeadas de caballos.
Título: Concierto
Autora: Angeles Durini
Editorial: Conejos
Pág. 92