Falta un motivo nos invita a sentir la función esclarecedora del poema sobre el cotidiano de la vida que se fuga. Situado en el territorio de lo doméstico y la expansión de este al ámbito laboral, el libro deja expuesta las heridas de la voz y, a la vez, nos permite asistir a su curación a través del ritmo y las imágenes. La cicatrización, entonces, equivale a la suspensión transparente que el final del poema extiende sobre lo nombrado, sobre lo vivido y su recuerdo. «Mi lírica expresada en el tesón / de lo que extirpo», se nos confiesa en «Subido a una escalera», y el daño y su reparación quedan a la vista y, asimismo, el modo de enrostrar la realidad: seco, preciso, objetivante de las emociones y los sentimientos que las relaciones y las cosas generan día a día. Dos zonas, como un adentro y un afuera, nos son presentadas: «Okupas» y «Locaciones». En la primera, se establece al hogar como «este conjunto / de trincheras y disputas», tanto hacia lo íntimo como hacia los lindes sociales. La recuperación sentida y descarnada de lo propio le brinda a la voz la posibilidad de contemplar las fuerzas vitales que la rodean: «Una y otra vez la primavera irrumpe / con amenaza restauradora. / Incrustados en el muro / vidrios ocultos / por el brote de la hiedra / un fondo donde lo humano / persiste a pesar / de la traza de sol». Así el poema revierte el desgarramiento de la alienación, hace que nuestro alrededor grite su entereza y refleje la chance de recobrar la nuestra. «Las mujeres dormidas no lloran» ahonda una intimidad hacia un lugar imposible, el del sueño. «¿Tenías que despertarte / mientras gemías, tenía que avisarte / que llorabas, preguntar por qué / o es el mundo de tus sueños / un secreto a respetar?», se pregunta la voz ante el otro cuerpo, el de la mujer aparentemente atrapada en pesadillas, y se produce el temblor de no poder aliviar el sufrimiento de la amada en su trampa onírica. Un doble fondo se trama en la escena. El ahogo ajeno y el que trema en la enunciación. Y no hay espejo posible, sino túneles que deberán cavarse en direcciones opuestas hasta finalmente encontrarse en la curvatura del poema: «¿… eras vos / la que lloraba en el sueño? / ¿O era el sueño que reía?».  Una vez más se produce el restablecimiento, vía la aparición de la imagen. Desde la hondura del sopor, la gesticulación en la superficie de la cara delata la oportunidad de un arreglo con las indeterminaciones del mundo. En «Locaciones», el espacio de lo común y lo político es mirado con un pesimismo esperanzado: «Cuando cruzo el puente ferroviario / y en los alambres que limitan / topo con la flor que parece de otro mundo / quiero saber con qué sonido nombrarla / como si el nombre aplacara la angustia / ver una flor en el puente ferroviario. / Una flor con la apariencia del fantasma.» ¿No se cuece en esa angustia ante la fragilidad combativa de la flor —y su proyección en la voz— la ocasión de aferrarse al valor de un organismo alzado entre metales que, a la par que lo someten, lo contienen? ¿No urge nuestra vida ser así concebida, al menos por un instante, para poder continuarla? Tenemos, pues, los efectos de esa arista reconstituyente del poema, manifestada en el fortalecimiento del ánimo que el pasaje por el ritmo provoca en el cuerpo. Imagen y sonido se empalman en su devenir y desembocan en «la caricia que / recibió de quien no sabe / otra cosa que acariciar / perros mientras fracasa», para que todo recomience, no sin memoria, sino reforzado por las grietas que la voz pudo sellar sobre sí misma.   Gabriel Reches, Falta un motivo, Salta el pez, 2022, 48 pág.

Sobre El Autor

Leandro Llull (1983). Publicó los libros Disonancia del jardín (EMR, 2009), Horas menores (Huesos de jibia, 2013), A los pibes crudos (VOX, 2015), Maratón (Ediciones 27 Pulqui, 2016), El gamo (Ediciones 27 Pulqui, 2019) y La vida sin centro (Salta el pez ediciones, 2022), y el trabajo La lengua en soledad, dentro de la obra colectiva Prueba de soledad en el paisaje (Mansalva, 2011). Recibió el premio de la Municipalidad de Rosario en 2009 y el premio del FNA en 2013, y las becas de Estación Pringles en 2010 y del FNA en 2011. Colabora en las revistas literarias Otra Parte y Op.cit y se encuentra a cargo del taller de la Biblioteca C. C. Vigil.

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