El pasado sábado 1ero de octubre, a sala llena en la Casa de la lectura, Silvina Gruppo presentó su segunda novela: Cigüeñal (Conejos, 2022). A continuación compartimos las palabras de Solana Landaburu, que junto con Paula Brecciaroli, acompañaron a la autora en una ceremonia emotiva y colmada de alegría.
“Tuviste hipo todos los días cuando estabas en mi panza, le digo cada vez que le agarra. Ya me lo contaste mil veces, retruca. Es que no es a ella a quién se lo cuento, me lo digo a mí (…)”, escribe Silvina Gruppo en Cigüeñal. Me parece que este “es que no es a ella a quién se lo cuento, me lo digo a mí”, puede ser el lugar desde dónde pensar una de las cosas que suceden en esta novela.
El me lo digo a mí podría ser la síntesis del despliegue del decir, del pensar, del rumiar, del enroscarse, del desplegarse y, también, del afirmarse de este personaje. Esto es así porque la sensación frente a Cigüeñal es que nos metimos en la cabeza de esta mujer, en su discurso, donde el aquí y ahora se ve interrumpido de manera constante por el pasado, donde el afuera es presente y funciona, al mismo tiempo, como estímulo, el estímulo para que sensaciones, intuiciones, recuerdos, tomen por asalto el pensamiento.
Cigüeñal está escrita en primera persona. En una gran primera persona. El “gran” lo uso porque lo que sucede en Cigüeñal parece ser una primera persona absoluta.
Una primera persona puede trabajar con un interlocutor, una interlocutora: otre a quien se le dice, se le cuenta, se le explica algo. Ese otre puede tener mil formas: puede ser una amiga, un analista, una vecina, alguien a quien no se conoce. Incluso puede ser el lector, la lectora, la persona que lee. Pero cualquiera sea la manera en que este otre aparezca, con su presencia, con simplemente ser el destinatario del decir de la primera, marca ciertas reglas, impone cierto campo del decir, del cómo decirlo. Que haya alguien a quien se le cuenta, configura una idea de comunicar, una intención comunicativa que de alguna manera ordena el discurso.
¿Pero qué pasa cuando no hay un interlocutor, una interlocutora, alguien a quien se le dice? Este parece ser el caso de Cigüeñal. Esta primera persona no le cuenta a nadie, no le dice a nadie, no quiere comunicar a nadie. Su primera se despliega casi para sí misma, casi de manera involuntaria. Y es por eso que el discurso pareciera cercano al fluir del pensamiento donde el orden está roto, donde lo que sucede, sucede al ritmo de ese pensamiento, donde el presente, el afuera, ingresa y se mete en esa lógica. No le está hablando a nadie y lo que irrumpe, irrumpe desde ella y para ella. Por eso la sensación en quien lee de estar compartiendo este pensamiento. No se le está contando un pensamiento, quien lee siente que está viendo el despliegue de un pensamiento.
“Salí-de-acá, salí-de-acá, salí-de-acá. El tic-tac de las balizas es la cuenta regresiva de una bomba a punto de estallar, es la taquicardia previa al infarto. No hay lugar, doble fila, ¿dónde lo voy a meter? Me van a poner una multa. ¿Si se le va el micro qué hago? No la puedo llevar a la oficina. Tendría que haberle armado la vianda anoche y hacíamos más rápido. A los apurones para vestirla, embadurnarla con el protector solar que le entró en el ojo y el llanto, y la milanesa en el hornito y ¿dónde está la cantimplora?, y ¿qué es una cantimplora?, y dale que no llegamos. Me maquillé sin pensar, nada de otro mundo, me elegí la ropa al tun-tun: este vestido azul me queda más o menos y una de las sandalias blancas estaba rota. (Mandar a arreglar). Desde la fiesta que no las usaba. ¿Cómo se me rompió?”
Este es el primer párrafo y es el que inaugura y marca lo que sucederá y cómo sucederá a lo largo de la novela. Hay ritmo, el aquí y ahora conviviendo con el pasado, un mandato a sí misma (“Mandar a arreglar”), un indicio de nivel de historia (“Desde la fiesta que no las usaba”). Estos elementos, concentrados en este párrafo, serán las constantes que se desenvuelvan en Cigüeñal. Silvina maneja de manera perfecta estos componentes. Regula ritmo, nos presenta personajes, da cuenta de la historia (tanto de la historia inmediata como de la historia más antigua de este personaje), habla de los deseos, del trabajo, de la maternidad. Pero todo esto lo hace fiel a esta lógica. Silvina crea un sistema sólido, sin fisuras.
Pero hay otra cuestión: además de un sistema sólido, lo que sucede en Cigüeñal es un personaje. Y digo que “sucede” porque este personaje es en sí un acontecimiento que se despliega, se complejiza, se profundiza a lo largo de la novela. Acompañamos a esta mujer durante un día. O, mejor dicho, durante el tiempo de una jornada laboral, que no es un día entero y de eso también se encarga la novela, es decir, del tiempo propio y del tiempo laboral. Pero acompañamos a esta mujer a lo largo de ocho o nueve horas. Durante ese tiempo, aparecen sus deseos, sus contradicciones, sus certezas, sus miedos, su autopercepción, la percepción que tiene de las personas y de su entorno, sabemos de dónde viene, asistimos a sus dudas de a dónde quiere ir y qué quiere hacer. Es decir, una vida. Porque Silvina singulariza a su personaje, la hace única, única en sus detalles, única en su manera de hablar, única en su manera de ver, de pensar, de sentir. Y, no casualmente, esta singularización crea universalidad, es decir, esta singularización genera empatía y de ahí la comprensión, la identificación o no, la cercanía en quién lee.
Silvina trabaja con lo sensorial de manera exhaustiva y ésto produce que el discurso sea, además, cuerpo. No es solo una voz, es una voz con un cuerpo. Además de la vista (vemos todo lo que ella ve a través de sus ojos) y el plano sonoro, el sentido que más presente está es el olfativo:
“Antes de soltarla le doy un beso en la cabeza que es, en verdad, una excusa para olerla. Aparte del olor a goma de su mochila nueva y el champú de frutilla que hoy usamos las dos porque se terminó el mío (comprar champú), le siento un olor que tenemos en común y también, casi imperceptible, un matiz que es apenas más ácido y que es solo de ella”.
Aquí, al comienzo de la novela, es donde aparece por primera vez el olor. Y el olor ingresa no con cualquier olor, sino el olor de la hija. Luego el texto estará plagado de este sentido: olor a mate y ayuno, olor a pucho, olor a tierra de alfombra, olor de la cabina, olor a esencia de auto nuevo, olor a aliento natural, olor a bencina, olor a desodorante de limón, olor a tintura y quitaesmalte, olor a spray, olor a mierda de criadero, olor a pasto cortado, olor a la hija dormida.
El olfato invade la novela, mujer sabuesa, y dentro de esta línea que hila la trama aparece ese olor inaugural, el olor de la hija. Es así como éste es el que une, el que identifica, es el que jerarquiza y ordena al resto de los olores. El olor de la hija como identidad (las dos usaron esa mañana el champú de frutilla) y como diferencia (“un matiz que es apenas más ácido y que es solo de ella”). La hija en espejo, ambas comenzando un nuevo día, pero ambas días distintos, días separadas, días donde una y otra serán una y otra.
Porque ésta es una novela que reflexiona sobre la maternidad, del deseo que atraviesa la maternidad, de la relación que pone en funcionamiento la maternidad, de la subjetividad nueva que crea (“modo madre”) y que convive con la anterior, de las huellas que imprime, de la relectura de la propia historia que trae aparejada. Y lo hace con honestidad, evitando las generalizaciones, evitando las bajadas de línea. Lo hace desde este personaje. Es decir, singulariza su maternidad y, una vez más, en este movimiento está la ampliación, esta singularización es lo que permite la universalidad. De tal modo, no se necesita haber transitado un puerperio para comprender de qué se trata, o, mejor, para comprender de qué se trató para este personaje. Silvina no necesita ponerle un nombre a la relación que une a este personaje con su hija, no necesita decir que es un amor profundo, rotundo. Lo que hace Silvina es mostrar a su personaje en este vínculo, mostrarla en sus preocupaciones chiquitas como qué le van a comprar para Reyes o si le gustará la milanesa que le puso en el tupper, y mostrarla también en sus preocupaciones más grandes, como si el micro donde viaja será seguro.
En Cigüeñal, Silvina trabaja por acumulación. Y esa acumulación crea sentido y crea tensión. El auto del comienzo juega con el auto de otro personaje, y juega con el auto de la infancia, y con el ámbito de trabajo de la madre, y con el micro escolar. Y entonces la línea se vuelve red. Y ese procedimiento se puede rastrear en muchos otros elementos.
“Los plantines ya armados, mejor – tira Romina. Ah, tenés voz, Romina, qué novedad, te hacía muda- . Una semilla la descartás como si nada, pero un plantín me daría cosa. Ponele: en una macetita linda, con el logo de la aseguradora, el slogan cortito del futuro que dice Chelo y listo, si la plantita no crece, la macetita se la quedan igual, no la van a tirar. – Un diminutivo más y vomito. ¿Qué sos, Romina, maestra jardinera? Falta que nos empiece a decir mami y papi a todos. Maceta, planta, slogan, ya entendimos que es todo en pequeña escala, muchas gracias”.
Cigüeñal, además, es muy divertida. El humor está presente todo el tiempo. O mejor: está presente lo justo. Lo justo dentro de este sistema. Silvina sabe cuándo abonar al humor y cuando retirarlo. Me parece que acá el humor no es un procedimiento para relajar, para generar momentos de distensión. Cuando este personaje trae el humor lo hace como modo de mirar.
Pero hay una última cuestión que quiero mencionar de esta novela y que me parece importante. La voz de este personaje hace ingresar a otras voces. Voces de las personas con las que comparte este aquí y ahora pero también voces de personas de su pasado, de su historia. Y todas estas voces tienen sus características propias no sólo en lo que dicen sino en cómo lo dicen. De este modo, la mujer de Cigüeñal no está aislada, no está sola con su cabeza: está en constante interacción con otras personas, personas que la hacen reaccionar de diferentes maneras, la hacen pensar, pensarse y reafirmarse.