Podría decirse que la poética Alejandra Mendez se caracteriza, en parte, por encender un imaginario de voces autóctonas. Tardel abedul y Charlas con Cuchúa, sus títulos anteriores, bien valen de muestra. Continuando esta senda, Rapsodia descontenta hace hablar a los olvidados y a los postergados, pero esta vez desde un más allá, aunque en el más acá.
¿A quién le pertenece el nosotros que la voz enuncia? Ciertamente, no a los vivos; o al menos, no en forma exclusiva. La sonoridad encauza en las palabras lo ausente y lo presente de una región (una querencia, mejor dicho) y lo encabalga en una tonalidad cuajada donde no puede distinguirse el límite entre la vida y la muerte. Lo que habita la lengua es el tiempo presente (ese «niño de tres manos», como lo llamó René Char) de un «dolor de abajo», en un «espacio fabular» atravesado por las clases.
Aun cuando el yo parece afrontar solo la intemperie, su soledad es «polifónica» y su sentir llega cargado de sensaciones, recuerdos y demandas que superan la propia historia. Así le hacen cantar «como una estampida de caballos salvajes / sus corazones en el mío llueven / vuelven con la lluvia, llueven / los latidos de las cosas / yacen junto a mí». La identidad de aquellos que urgen en el caudal de lo invocado no puede discernirse: su naturaleza y su razón de ser implican una totalidad en procesión.
La rapsodia, entonces, es de esos retazos de tonos que quedan adheridos a la tierra como babas del diablo en las ramas de los árboles («tan hechos de música en el riego febril / que nada saben / qué son y cuánto hacen»), y el descontento vibra en el temblequeo de la boca que osa darle lugar a esta caravana inasible. El libro entero instaura una salmodia contestataria, donde cada poema emana y es emanado por la misma combustión sonora que reclama contra «la fuente de luz / que nombran / los merecidos del cielo».
Únicamente atendiendo a la sonoridad es que puede dimensionarse la conjunción de los tiempos y las almas en una misma carne. La omnipresencia del sonido —causada por su invisibilidad— permite que dentro del aire encantado se abracen los lamentos y las denuncias del ayer, del hoy y del mañana. Lo que entristece ahora, entristeció antes y lo hará después, porque la vitalidad no se resigna y persiste en el enrostramiento de las afrentas del pasado: «todavía estamos en guerra».
¿Qué es lo que apremia en el cuerpo de la poeta? Una herencia mitad sangre, mitad historia. Algo que no calla porque no es verbal. Un «nado enrarecido con alas de ciprés», esa humanidad entrelazada a la memoria de los suelos. Rapsodia descontenta no vacila y se deja invadir por la conmoción que suscitan las fuerzas que explotan desde el fondo para destrozar «la mirilla de los sueños», para seguir maldiciendo a campo abierto a grito de «bienaventurados somos / por el solo hecho / de existir».
Alejandra Mendez Bujonok, Rapsodia descontenta, CR Ediciones, julio 2022, 60 pág.