DE AMOR Y MUERTE

Una novela que se inicia con la muerte de una mujer depresiva, la madre del protagonista. En vida supo ser una talentosa artista plástica que, en la década del ´80, descolló en las galerías, cosechando las mejores críticas en virtud de sus obras de arte. Pero el tiempo pasó y, aquella mujer, la de antes, después de soportar los inevitables golpes de la vida, finalmente, llegó a cruzar el umbral. Su hijo, escritor, luego de hacerse cargo de ese desenlace -diligencias, instrucción y declaración mediante-, siente que debe tomar distancia, descansar, cambiar de aire -él entiende que la ciudad no sabe tratar con la muerte, ni con las emociones. Es así que hace pie en la isla Martín García.

Llamalo malentendido, error, confusión, desinteligencia o, tal vez, destino; lo cierto es que no fue debidamente tomada la reserva en el hotel. Así, el duelo se complica. Le proponen procurarse un lugar en el camping, para entonces ya ocupado por remeros, pero ahí tan solo le ofrecen un rincón entre el contingente de los chicos down. No le convence la idea y sale a dar vueltas por la isla:

   “Y de pronto, la suerte me toca el hombro. Buena suerte? Mala suerte?

Alto, carnoso, rectangular. Antes de verle la cara siento su voz, ronca y salvaje. Estás buscando un lugar para pasar la noche? Me doy vuelta. Qué rasgos más singulares! Brutos, recios, al mismo tiempo infantiloides. Poco pelo sobre las orejas y una musculosa sucia pegada al cuerpo con una aureola de sudor en el centro exacto, un corazón húmedo y desplazado. Una cruz de bronce, de algún tipo de logia, no típicamente cristiana, se le entrevera con los pelos del pecho. Te puedo ofrecer una habitación no muy lejos de acá, en casa de mi madre. Otra madre! Claro, por qué no? Vamos, yo te muestro, si te gusta, te quedás. Si no, sos libre. Norenko, dice y me extiende la mano exhibiendo una puntita de su oscura dentadura.

    Le sigo los pasos hasta un jeep rojo ladeado en la zanja de la plaza. Durante el viaje no nos decimos mucho. Lindo día… Sí, lindo, pero puede cambiar en cualquier momento. En el parabrisas tiene una calcomanía de una pirámide dorada y otra (muy gastada) de las islas Malvinas. Damos un par de vueltas a la plaza (claramente innecesarias, un rito, una cábala) y nos metemos en un camino escoltado por tipas inmensas. Pasamos por un teatro, una escuela, el museo de la isla. Estaciona delante de una casa de estilo inglés (holandés o suizo, definitivamente no criollo) que se viene abajo, el frente descascarado y un mástil con un pedazo de tela raída que pudo ser una bandera hace varias décadas. Antes de bajar quiere saber qué vine a hacer a la isla, si tengo algo que ver con los kayaquistas. No, para nada, vine a descansar, a leer y a escribir, le digo. Ah… Tiene una boca tierna y terrorífica. Qué manera de transpirar!

    Norenko se me adelanta y no alucino: una lagarto de buen tamaño pega un salto (más bien se deja caer) desde la caja del jeep y lo sigue a unos metros. Abro los brazos, no siento temor pero me nace mostrar cierta impresión. Norenko cabecea sin verdaderas ganas, suelta al pasar: Es un bicho inteligente, muy inteligente. El lagarto se recuesta en tres tiempos a un costado de la entrada entre los macetones con tierra reseca. Se abre una puerta macizísima y paf! El abandono de afuera fue un tremendo engaño. Todo en el interior es cuidado, brillantez, barroquismo, candor. Las borlas en las paredes, la araña que cuelga en la entrada, los detalles de bronce, las cabezas de serpientes, los esquineros de marfil, las alfombras mauriscas y sus sujetadores, los adornos de porcelana, el perchero en la entrada con su espejo oval y tornasol. Cómo un hombre tan rústico puede vivir en un lugar así! Me quedo duro, boquiabierto. Quién lo hubiera dicho. Y todo encarpetado, todo perfectamente encarpetado. Norenko me despabila, hace un gesto para que lo siga por un pasillo angosto forrado (de punta a punta, del zócalo al techo) por cuadros y cuadritos de todos los tamaños (a vuelo de pájaro: paisajes de un lado, retratos del otro) que desemboca en una encrucijada. Más allá, un ambiente hexagonal, en penumbras, fantasmagoricón. Sillones entelados, mesa larga color caoba, cortinas de raso y más adornos, adornos por todos lados. Apenas me asomo, Norenko me desvía para la izquierda y me hace entrar a la cocina. Sentada a la mesa (de fórmica y redonda de toda redondez), una viejecita de pelo planco, muy blanco, de piel suave, muy suave, hermosa y movediza, amasa ñoquis, las manos enharinadas. La bautizo Polonia para mis adentros. A su lado, una tetera y una taza, pero no cualquier taza, una taza finísima, esmaltada con arabescos dorados, una taza mágica, antiquísima! Hola, buenas tardes… Mamá está en otra parte, otra vez Norenko con su vozarrón en la nuca. Escucha lo que quiere, oye pero no presta atención. Y vuelve a depositar su manaza en mi hombro para guiarme a mi posible habitación. Me hace girar como un trompo, subimos por una escalera caracol, alfombrada y crujiente, con mil almanaques en las paredes. Recorremos un pasillo igualito al de la planta baja en sentido inverso. Más cuadros y cuadritos: acá, de un lado, instrumentos musicales; del otro, animales de todas las especies. Tres puertas, abre la segunda. Acá sería… Qué mezcolanza de cosas! Todo es exceso, vírgenes, candelabros, mapas y bronces. Y una cama principesca, estructura de hierro, respaldo abarrotado, que da a una ventana sobre un infinito verde, un lugar soñado! Me da miedo que salga con un precio exorbitante. Y cuánto sería la noche? Doscientos mil con desayuno. Una ganga. Trato hecho!”

Así, comienza la verdadera historia, apasionada y violenta. Un marco de magia y misterio.

La idea de duelo, en este caso, correría en doble sentido. Por una parte comprende el proceso de adaptación emocional que sigue a la muerte de la madre. Pero, por otro lado, ya en una segunda instancia, este duelo es también un reto, un desafío, es el enfrentamiento del personaje consigo mismo. Algo que se inscribiría, a sangre y fuego, en una suerte de dimensión filosófica.

Es un duelo eficaz, orientado a reconocer la propia mortalidad; a descubrir el significado personal de la muerte, impulsándose, a la par, una mayor vitalidad que cambia el comportamiento humano, recortando límites; haciendo lugar a ciertas conductas de riesgo, antes ajenas a nuestro protagonista.

Vuelta y vuelta, es una novela que, entre bemoles y sostenidos, alcanza una inquietante alteración ascendente, que presiona al lector, guiándolo hacia la increíble realidad que logra encender como luz lateral. Como si fuera el verdadero escenario de un poema… de amor y muerte.

 

 

Título: Vuelta y vuelta

Autor: Iosi Havilio

Editorial: Random House

176 págs.

 

Sobre El Autor

Ex funcionario de carrera en la Biblioteca del Congreso de la Nación. Desempeñó el cargo de Jefe de Difusión entre 1988 y 1995. Se retiró computando veinticinco años de antigüedad, en octubre de 2000, habiendo ejercido desde 1995 la función de Jefe del Departamento de Técnica Legislativa y Jurisprudencia Parlamentaria. Fue delegado de Unión Personal Civil de la Nación (UPCN) - Responsable del Área Profesionales- en el Poder Legislativo Nacional. Abogado egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la U.B.A. Asesor de promotores culturales. Ensayista. Expositor en Jornadas y Encuentros de interés cultural. Integró el Programa de Literatura de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Se desempeña en el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq. Es secretario de Redacción de Evaristo Cultural, revista de arte y cultura que cuenta con auspicio institucional de la Biblioteca Nacional (M.M.)

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