CUENTOS FUNESTOS
Como la unión de un hueso con otro, cada cuento se une y se separa del siguiente en articulación precisa. Sin embargo, cada una de estas cuatro historias tiene su tiempo, su particular velocidad de sedimentación, generando así un proceso que por momentos precipita y nos transporta a lugares impensados, donde todo se altera y se pierde, aún partiendo de lo natural.
En cada relato sus personajes principales pasan a ser la sustancia que se aísla para, después, caer en desgracia, en un pozo de oscuridad.
Cada cuento queda atrapado en una cavidad, en una misma capa interna que, más allá de la potencia y de los diferentes recubrimientos y conductos, todo termina en la profundidad, como distancia tomada partiendo desde el fondo de algo hasta llegar a un punto de referencia o, tal vez, a la inversa. Siempre hay en estos cuentos un lugar profundo desde el cual partir, o al cual llegar.
Y siempre las reglas de la lógica se rompen abriendo paso a formas que no admiten la acción común ni el conocimiento, quedando afuera las evidencias y las certidumbres.
Así es que chocamos con lo espantable, con la intensidad de lo tremebundo.
Todo es incierto para los involucrados, todo menos el vacío, un agente físico que va erosionando sus propias vidas.
Densidad y peligro. Pesimismo. Amor y muerte. La idea de oscuridad supone dar mucha sombra a una parte de la historia y, como contrapartida, resaltar algunas otras. La presencia de personajes algo más luminosos da cuenta de ello, tomando así distancia de la propensión a quedarnos con el lado funesto que, obviamente, suele pesar más en la balanza.
Cada cuento tiene sus heridas; algunos su extrañeza fantástica. Pero todos, implícitamente, parten de cierta realidad social que invita a reflexionar.
Todo sucede en el oeste del área metropolitana de Buenos Aires, Flores, Caballito, Morón, Haedo, autopista Acceso Oeste. El punto cardinal que nos ubica donde se pone el sol, donde se oculta. Y es precisamente la adolescente Sol (Vargas), el personaje del hueso más largo, quien nos dice “… la oscuridad no se comparte, se contagia”. “Estoy enferma… Enferma de oscuridad, y nadie se quiere contagiar”. Estas freses encajan en el título del libro y cruzan todo su esqueleto, también su espíritu.
Título: Enfermos de oscuridad
Autor: Lucas Berruezo
Editorial: Azul Francia
186 págs.