Editorial Vestales acaba de lanzar la edición corregida y aumentada de Señores chinos, rapsódica nouvelle conformada por seis relatos escritos en verso. Obra ya mítica del inefable Sergio Pángaro, considerada por algunos críticos como un referente ineludible de las letras modernas de nuestro país, Señores chinos da buena cuenta del potencial contenido en la fascinación que las culturas asiáticas ejercen sobre nuestros creadores más destacados. Reproducimos a continuación las primeras páginas de esta obra.
I
El señor Tao domina al máximo la virtud de ser servicial.
El huésped nunca se molesta,
ni el señor Tao hace alarde de su virtud.
Su amabilidad es muchas veces solo una sonrisa.
Pero el huésped no siente sed, tampoco hambre.
En ciertas ocasiones (especiales) el huésped sí,
tiene sed, o hambre.
Entonces, el señor Tao se levanta y prepara una taza de té.
O dos, si es que decide tomar una él mismo.
En el salón del señor Tao no hay reloj de pared.
Sin embargo, el huésped sabe cuándo debe irse.
Quizás el anfitrión descruza las piernas,
o produce, en el momento oportuno,
algún movimiento perceptible.
Este gesto penetra en la mente del huésped
y lo induce a despedirse.
De esta manera, sin llamar la atención sobre sí,
el señor Tao consigue dar a conocer sus deseos.
Porque no presume de grandeza, puede realizar su grandeza.
I
Estaba caminando por el mercado, una mañana fría,
cuando recordé que le debía una visita al señor Tao.
Compré una latita hexagonal de té chino
y la hice envolver en papel estampado.
La insistencia del viento helado
terminó por abrir un vacío en mi alma.
Tanto me afectaba la soledad.
Mi amada es la hermosa dependiente de un local de importados.
Aunque no es adecuado,
ella insiste en aromatizarlo con incienso de la India.
En el local:
– Tesoro mío.
-Cariño.
-No debiste haber venido.
– Estoy triste.
– ¡Estoy tan atareada!
– ¿Puedo ayudarte?
– ¡Me duelen las piernas! Acomoda esas cajas.
– Preferiría masajearte, pero estoy triste.
-Ay, mi pajarito. Un besito en su piquito, y se va ya mismo.
-Quiero quedarme. ¿No puedo?
– Esta noche.
– No, esta noche voy a la casa del señor Tao.
Los ojos de mi Amada pueden ser duros.
– Entonces no quiero verte hasta dentro de un mes.
Estaré con Erni.
Abandoné la tienda,
consciente de haberme quedado más tiempo de lo debido.
I
– Traes el olor de la calle.
Con esto, el señor Tao,
se estaba refiriendo a los inciensos
que habían penetrado mi cárdigan
en la tienda de ultramarinos.
Hasta yo podía notarlo
en ese ambiente con olor a nada.
I
-El amor es ciego -dije.
-Ciego y una pizca de idiota.
Me pareció que había resentimiento
en las palabras del señor Tao.
Tal vez una sonrisa burlona asomó a mis labios.
Por un momento lo vi como buscando un camino
en medio de ese páramo de complacencia que yo le tendía.
Luego aflojó la espalda y suspiró,
y echó la cabeza hacia atrás,
recostándola con gracia sobre el respaldo de pana.
y habló así:
– ¿Cómo puede una cosa ser glorificada
cuando hace daño a los hombres?
Las aletas de su nariz se distendieron cerca de la taza,
por lo que tuve la impresión de que apreciaba el té.
– El Amor provoca disturbios en el Corazón
por su naturaleza inconstante.
Por eso se tiene la ilusión de que es algo vivo.
El sabor del Amor es el Amargo,
pero se lo descubre cuando ya se han lavado
los otros sabores pertenecientes al Corazón.
Los sabores se diluyen en un orden:
El primero es el sabor Acaramelado, ciego.
El mismo sabor que destilan los espejismos.
El segundo es el sabor Salado, adictivo,
que emana el sudor físico.
Por último subyace el sabor Amargo del Amor.
De estos tres,
es el Amargo el que siempre paladea el Enamorado.
Cuando se ha transitado este camino
en sus etapas más decepcionantes,
el Hombre es como una flor mustia a punto de morir.
Solo puede reanimarlo el Agua del Amado.
Agua que siempre nos parecerá insuficiente.
Hasta que, antes o después, la flor muere.
A esto se le llama el sabor Dulce.
Entonces el Hombre está en condiciones de observar,
como desde una montaña,
las pasiones que acaba de abandonar.
Es cuando sobreviene el sabor Salado.
Esto es: el Amor a los Dioses.
Pero si el Amante recibe de su Amado
respuestas no satisfactorias,
con los Dioses le va aún peor,
pues estos difícilmente responden.
Al menos en el plano del Amor.
Por consiguiente,
pronto se está maduro para el sabor Amargo,
que representa el Amor por los objetos.
y no es esto, desde mi punto de vista,
algo de lo cual se pueda sacar provecho.
Cuando se alimenta al Espíritu con Amor,
hay que encontrarse dispuesto a sufrir hambre.
Sin embargo, hay algo que abarca al Amor,
lo comprende y se pone por debajo.
Esto es la Bondad.
Como no tiene sabor, va en un solo sentido.
Como va en un solo sentido, no espera respuesta.
Como no espera respuesta, obtiene todo.
I
Se alejó con suavidad, como por el aire,
con la taza todavía en las manos.
Al volver traía un objeto distinto.
-No creas que es una retribución por el té -dijo,
y me tendió el objeto.
Era de jade muy valioso.
La imagen: dos dragones feroces
despedazando con sus garras
la paloma blanca del Espíritu Santo.
Jade verde y porcelana blanca.
Era ya muy de noche,
y esperé con impaciencia hasta el otro día.
Entonces corrí y corrí
a poner la joya en las dulces manos de mi Amada.
I
Habían transcurrido dos meses,
y mi bella Amada disfrutaba de la compañía de un joven llamado Erni.
Mi paciencia comenzaba a desaparecer.
El señor Tao, consciente de mis desdichas,
se obligó a brindarme un número de Sombras Chinescas:
El Anciano, el Mandarín y la Dama.
Cuatro lámparas en diferentes sitios
revelaban cuatro zonas de pared roja del salón.
A la menor brisa, se oía crepitar el papel de la pantalla.
El primero que hace su aparición es el noble Anciano, de perfil.
Ama a la Dama, pero ella responde con evasivas.
La Dama ama al Mandarín, pero nunca lo dirá.
Los movimientos de la Dama son cada vez más nerviosos.
Finalmente el terrible Mandarín,
desde su palacio, envía a ejecutar a la Dama,
pues también la ama y piensa:
«En otra vida puede ser más afectuosa».
Me encuentro con que no sé qué sacar en limpio.
Afortunadamente el señor Tao
no sale a recibir los aplausos de la concurrencia (el narrador).
Pasan las horas como gotas en un estanque,
y me entrego a la ensoñación:
Voy correteando en armonía con el Universo
hasta donde veo a un gentío que se reúne feliz,
como subiendo a una torre en primavera.
Luego se oye:
«La Amada del narrador, ¿desea por esposo a Erni?»
No logro dominar mi fuerza y destrozo el lugar.
Las personas ruedan como muñecos,
y una pesada columna caía sobre la cabeza de Erni
y lo aplastaba completamente.
I
El señor Tao hace de su actividad
un motivo por el cual estar alegre.
Por eso los que lo ven están alegres.
Pero rara vez él actúa,
porque con la no-acción él produce todo.
Sin necesidad de ir a ningún sitio,
a él (al señor Tao) vienen todas las cosas.
Por eso quienes están con él
no están necesariamente alegres ni tristes.
En ciertas ocasiones especiales, el huésped sí,
está permanentemente triste.
Entonces el señor Tao recurre a su Conocimiento:
MÁXIMAS NEGATIVAS DEL SEÑOR TAO
Aprende a decir la verdad
como si fueran mentiras.
Siguiendo esta conducta
nadie podrá distinguir tu falsedad.
*
Las lágrimas que una hoja vierte
en el estanque (el rocío)
solo las ve la noche.
*
El acercamiento no hace sino alejar
(al amado).
Muéstrate distante y lo tendrás.
¿Cómo sé que esto es así? Por esto (la Observación).
I
Me he enterado de que mi Amada ha dejado a Erni
para sustituirlo por otro al que no conozco.
«Debería derramar lágrimas», me digo.
«Es lo que ha sugerido el señor Tao.»
Comienzo por medir las extensiones del Amor.
Lo miro detenidamente por detrás,
y giro con las manos tomadas a la espalda
para ver su rostro.
Se han humedecido mis ojos.
Atento a esta sensación que me ahoga a su paso,
un tanto jubiloso,
me pregunto si he de llorar sobre el estanque.
Olvido al Amor por completo,
y el dolor en el pecho se disipa.
¿Qué sucede?
¿Es que no sufro lo suficiente?
Me quedo dando vueltas perplejo,
como esperando la llegada de algo.
Mis ojos están secos.
Mi corazón está seco.
A decir verdad, es mi Corazón lo que principalmente está seco,
luego viene todo lo demás.
Biografía
Sergio Pángaro nació en La Plata. Performer, músico, dibujante, escritor y maestro kamishibaísta. Compositor y cantante de Baccarat, banda que lleva editados cuatro discos (Baccarat por el mundo, 1999; Baccarat en La Ideal, 2001; Baccarat en castellano, 2003, y Autoayuda, 2005). Los relatos reunidos en Señores chinos fueron publicados en la revista Tokonoma, con la que Pángaro colabora habitualmente.