Si hay algo que festejar y agradecer a la autora de El embarazo de mi hermana y El anular – novelas breves entre una larga lista de obras de distinto género, matiz y alcance –  es la original construcción del perfil de un lector ideal ya no solamente como observador sino también como espectador.

Un nítido movimiento de claroscuros convierten las escenas de ambos relatos en una sutil filigrana, donde la labilidad entre el exterior del paisaje y la interioridad psicológica de los personajes depende de y responde a un programa: la posición que adopta la luz para revelar o dejar en sombras algo de lo que las palabras no pueden alcanzar.

“Este intercambio de palabras me ha dejado indiferente, más bien parecía que hubiéramos dicho:

-¿Qué hay para cenar?” (El embarazo de mi hermana)

“Mis zapatos de material sintético que él acababa de aplastar estaban a la altura de mis ojos y detrás de él se perfilaba el tragaluz iluminado por el sol poniente […] El baño empezaba a oscurecerse.” (El anular).

“ Como ninguno de los dos parecía querer decir nada acerca del embarazo, yo tampoco he podido hacer ningún comentario. En el jardín un pájaro cantaba. En lo alto del cielo, las nubes poco a poco se iban deshaciendo.” (El embarazo de mi hermana)

“El crepúsculo flotaba entre él, que estaba apoyado contra la pared, y yo, que estaba en cuclillas en el piso, y la poca luz que quedaba iluminaba violentamente los caracteres.” (El anular)

La destreza con que ambas historias son coaptadas por todo un repertorio de imágenes iridiscentes pareciera estar al servicio de conducir la mirada del lector hacia aquello que hace avanzar el relato y, al mismo tiempo, colocarlas en asociación con otros recursos de la imaginería literaria que funcionan como soporte y representación de esos lugares incómodos, ocupados a veces por el deseo, otras por el trauma.

La fuente de la luz, entonces, está siempre enlazada con escenas o espacios que empujan la acción de los personajes, quedando conectadas unas a otras a través de toda una secuencia de sensaciones que acompañan el fenómeno visual y resignifican de alguna manera lo indefinible, lo que se desea evitar, lo extraño y lo inefable.

El embarazo de mi hermana

En el caso de El embarazo de mi hermana hay un despliegue magistral de imágenes olfativas puestas al servicio de generar la idea de repugnancia, asco y aversión, traduciendo de manera fiel los sentimientos de la protagonista por esa vida humana en gestación en el vientre de su hermana mayor que no acaba por asumir y que a la vez, la perturba y la desestabiliza.

No hay perfumes ni aromas. Adoptando diferentes gradaciones, el olor está en su mayoría asociado a imágenes vinculadas a la descomposición de lo orgánico, la toxicidad, el cuerpo infecto. Esta delimitación del registro olfativo asociado a lo displacentero o desagradable de lo biológico, tiene su fundamento en la idea matriz del relato que no es ni más ni menos que la asepcia afectiva que experimenta la protagonista frente a lo que rechaza y pretende negar.

La búsqueda de la eficacia narrativa a partir de poner en evidencia la insensible y distante relación de los personajes con lo vital y humano – bajo el insigne rótulo de feto, cromosomas, larvas gemelas hasta llegar, casi por descuido, a nombrarlo ‘bebé’– se acompaña en casi la totalidad de la historia por la combinación de imágenes sensoriales de diferente registro:

“Cuando mi hermana me ha enseñado la foto por primera vez, me ha parecido como si fuera lluvia cayendo sobre un helado cielo nocturno.”

“El olor se extiende como una ameba espesa, y otro olor lo disuelve, ¡así una y otra vez sin parar!”

“[…] imagino en mi cabeza una mesa con un jarrón de rosas en el centro, la luz de las velas reflejadas en la copa de vino y el vapor blanco de una sopa o un plato de carne humeante. Claro que allí no existe ningún olor.”

“ […]pensando en ella, acurrucada en la cama envuelta en olores, abro mucho la boca y me trago el estofado junto a la oscuridad de la noche”

Sirviéndose de esta particular complicidad entre luces y sombras para demarcar la opacidad de lo abominable en la interioridad de la protagonista respecto del brillo del escenario que le devuelve el foco de atención, la autora coloca al lector de manera casi imperceptible en el vertiginoso giro de la historia donde lo que hasta este momento funcionaba en pos de otorgarle oscuridad a todas imágenes emparentadas  con las náuseas – propias del estado de embarazo- sufren ahora una conversión ostensible hacia la claridad pero sólo bajo el atroz efecto del envenenamiento.

“¿Qué es ese olor tan rico?”

“Su claridad, que brilla transparente al recibir la luz de la lámpara fluorescente me ha hecho pensar en un recipiente frío de producto farmacéutico. Dentro del bote de cristal incoloro flotaba el medicamento que afecta a los cromosomas del feto”

Es así como en las últimas escenas de la historia nos enfrentamos a un desajuste en la graduación de la luz, casi a un encandilamiento, recurso que pretende remarcar la exaltación del ánimo de la protagonista y de manera casi paroxística circunscribir el “deseo de matar” sin disimulos ni sutilezas:

“Allí estaba el patio con su césped. El pisar con suavidad la primorosamente cortada, ha resucitado la emoción y las palpitaciones de otros tiempos.”

“Cuando he intentado fijarme más en ella, la luz del sol reflejada por el cristal me ha impedido la visión.”

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Una fórmula similar pero ya en otro registro, el sonoro, es la que aparece en El anular, en el que tratamiento de la luz será puesto a disposición de iluminar o esconder el lugar de origen de la pérdida, su reconocimiento y como correlato, el descubrimiento del amor.

“Mientras hablábamos, el color del cielo cambiaba poco a poco del otro lado del tragaluz para dar paso a la noche. Entonces, él accionaba la palanca del panel de control para prender la luz.

En cuanto la prendía, el baño irradiaba un ambiente diferente.”

“Al aguzar el oído con los ojos cerrados, podía sentir cómo pesaba el ambiente sobre el jardín sumido en la oscuridad.”

Adaptación de la metáfora de la música, la totalidad de las escenas parecerían estar organizadas según la jerarquización del sonido que traslada al golpe, el ruido y el susurro entre otras manifestaciones, en portadores de una importancia semántica fundamental en el desarrollo de la interioridad de los personajes y en el intercambio con su entorno.

“El ruido de sus zapatos fue lo que más me impresionó. Como era telefonista, soy muy sensible a los ruidos, sabe. Sentí inmediatamente que se trataba de un ruido lleno de significación, que no se podía dejar pasar a la ligera […]”

De la misma manera que lo haría una cámara cinematográfica, las imágenes sonoras sostienen la profundidad de las escenas según se acerquen o se distancien de las zonas que se desconocen o permanecen aún irreconocibles. Golpes y ecos que dimensionan lo inexplicable, expresión rudimentaria de lo que más adelante, ya avanzado el relato, se transformará en una lograda melodía.

“Levantó el brazo, tiro mis zapatos viejos al suelo. El ruido quebrantó el aire en mis pies, a pesar de que su gesto no fuera de ninguna manera violento y de que su brazo en su bata blanca dibujara una bonita curva. Me pareció que este ruido era la señal de que debía seguir caminando. El fondo de la tina empezaba a llenarse de oscuridad.”

“La melodía daba saltos increíbles, la misma frase se repetía hasta dar sueño, el tempo cambiaba repentinamente de una manera imprevisible.”

“Repetí interiormente la palabra como un conjuro. Quemadura, quemadura, quemadura. Su voz reverberaba indefinidamente […]”

“Cerré la recepción, salí al pasillo, agucé el oído. Pero sólo percibí el ruido de la lluvia.”

El ritmo al que obedecen los rituales diarios que describe la protagonista tienen similar correspondencia con la descripción metódica y analítica de los elementos de cada uno de los ambientes y es este tempo que “no se escucha” el que acompaña todo el progreso de la historia hasta el final.

“Al anochecer, seguía lloviendo. Ni más ni menos que en el día. La lluvia seguía al mismo ritmo con la regularidad de un metrónomo.”

“Siempre me latía fuerte el corazón cuando comenzaba a guardar las cosas. Pues ese era el momento cuando él decidía si me llevaba o no al baño.”

En claro contraste con escenas donde el silencio envuelve el contacto entre los personajes provocando una sensación de aislamiento similar al una cámara anecoica,  la irrupción de la melodía, simbolizada en la música del piano, dibuja el contorno de las escenas de revelación y reaparece insistentemente para destacar el momento en que la protagonista logra aproximarse al conocimiento de algo de su verdad.

“Su voz se mezclaba con los acordes del piano en el interior de mi oído.”

“Me afectaba más mi propia imaginación acerca de lo que el Sr. Deshimaru podía haberle hecho y dónde la había puesto que no encontrar el espécimen de la quemadura. Percibí el triste sonido del piano.”

“La tarde caía en la ciudad y los faroles prendían. Una ambulancia atravesó el cruce. No me había dado cuenta de que en ese momento la radio transmitía un concierto para piano.”

En este relato a diferencia del anterior, la luz (brillo, destello nímbico, luz solar, luz de lámpara) implosiona con fuerza en el interior de las escenas buscando generar una intimidad de contacto entre los personajes entre sí y en un mismo movimiento, alumbrar los momentos donde la protagonista encuentra su propia epifanía.

“Su aliento llegaba a mis cabellos. Algunos puntos luminosos estaban  esparcidos por el tragaluz.”

“Como la ventana se encontraba detrás de él, los rayos del sol que envolvían su bata lo rodeaban con un aura luminosa.”

“Mis zapatillas hacían un ruido que resonaba hasta el techo. Me detuve a medio camino para observar el anular de mi mano izquierda con la luz de la lámpara.”

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Sobre El Autor

Nací en 1976, Ciudad de Buenos Aires donde todavía resido. Estudié Letras en la Universidad de Buenos Aires y actualmente trabajo como redactora de contenidos. He incursionado durante algún tiempo en dramaturgia, guión cinematográfico y televisión, publicitario y gráfico. Trabajo diariamente con la absoluta convicción (e ilusión) de que la literatura debe salir de los estantes y las elites para ser difundida y actualizada permenentemente y sin excepción

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