“La bestialidad es incesante: es a la vez un resto continuo que vuelve del pasado y el testimonio imborrable de una traición.”
Pascal Quignard, Morir por pensar.
En tiempos de “feminicidios”, feminismo a ultranza y ánimos sensibles a la categoría de género, “La fiera” despliega una furia pura y verdadera, tan punzante como el horror de la violencia que se ejerce sobre un cuerpo.
Un cuerpo de mujer es golpeado hasta la muerte, y esa mujer es mamá. Todo nace de una pérdida. Hay una diferencia irreductible entre la hembra y el macho, y esa diferencia late en el origen. Papá mató a piñas a mamá, y ya no hay continuidad posible; no hay perdón; no hay salvación. “No todos son iguales pero ya no sé…”, dice la fiera, huérfana y hermana del cuchillo que inicia el rito de la venganza.
Así, en la reformulación del mito tucumano según el cual quien baile sobre el cuero de un yaguareté se convertirá en “la verdadera fiera”, la pieza aborda desde una perspectiva audaz algo más que temas como la violencia de género y la trata de blancas. Pues esa orfandad renacerá en cada cuerpo de mujer vejado, en cada abuso; y se opondrá al silencio dando muerte al miembro abyecto, muerte al hombre.
El odio crea monstruos, porque el dolor nos hace frágiles, nos hace otro (ese otro que señala hacia nosotros, que legitima el origen interno del mal). “Dios le ha dado el don a una persona cualquiera, en la noche llega la fiera, porque existe el bien y el mal, y su causa es verdadera”, canta la fiera. Lo monstruoso amenaza la integridad del ser, representa al depredador que acecha dentro, pues nos enfrenta a la profundidad misteriosa de la existencia. Todo monstruo (monstrum) muestra algo (monere): es un aviso; para la mitología, un monstruo es una advertencia que los dioses arrojan al mundo. “Dios me hizo tigre”, declara la fiera; y encarna así la construcción de un mito.
Creamos mitos porque necesitamos encontrar un significado para nuestras vidas, porque vivimos en un mundo que niega constantemente el acceso al sentido. Los mitos nos ayudan a sanar, satisfacen necesidades de las más primitivas. Así, en una liturgia que hace propia, la mujer humana se convierte en mujer tigre, por designio divino, por pura fe. “Creo en dios y la virgen”, promulga la fiera.
Una mujer odia y se convierte en bestia, mata a sangre fría; goza. “Me gusta ser mujer tigre”, se ufana ella. Sabe que se ensaña, que la sangre se le vuelve disfrute, marca personal, estilo propio; “Sangre, sangre, mucha sangre”. Sus víctimas (victimarios) son machitos a los que no ha de dejarles nada: hay que morderles la yugular y vaciarlos. “Carne come el tigre”, rapea la fiera, asomando a la antropofagia en un mundo perdido; en un mundo ya sin hombres ni mujeres; en la selva, territorio al que no llega la ley, donde la justicia se ejerce por mano propia.
Ser bestia es también una condición cultural y social que duele: “Nunca he ido a la escuela”, se lamenta la fiera, que también se jacta de estar de ese otro lado. Pero el goce es limitado, se cierra sobre sí mismo, lanza un recordatorio de otra cosa: hay dolor, no es posible la alegría. “Las personas valientes también somos personas tristes”. La fiera sufre: “Yo sé de la justicia de mi causa pero ser tigre es triste. Yo sé de las venganzas personales pero ser tigre es triste…”.
La fiera es un animal que habla, tiene voz propia y dice, dice y cuenta en primera persona su historia. Pues también narrar es un modo de nacer, y exige la creación de un lenguaje.
Y todo esto es posible, todo esto se puede contar, porque Iride Mockert hace un trabajo bestial, de profunda comprensión sobre lo que se está diciendo. Iride les pone el cuerpo a esa mujer humana y a esa mujer tigre, y lo hace con la solidez y organicidad de quien tiene de verdad algo para decir y se compromete con la causa. Su trabajo físico y vocal es impecable y le permite construir un personaje exquisito. Ni qué hablar de la música que la acompaña en el relato, de la mano de Sonia Álvarez e Ian Shifres.
Así, bajo la dirección de Mariano Tenconi Blanco, autor de la pieza, “La fiera” resulta un cross a la mandíbula que en plena noche nos arroja al interior de ese tigre, nos seduce, nos repugna, nos conquista, y nos deja bailando al borde del abismo.
Ficha técnica
Director: Mariano Tenconi Blanco
Actúa: Iride Mockert
Música original en vivo: Sonia Alvarez – Ian Shifres
Escenografía: Oria Puppo
Vestuario: Paola Delgado
Iluminación: Matías Sendón
Coreografía y Diseño de Movimientos: Carolina Borca
Diseño Gráfico: Gabriel Jofré
Videos y Trailer: Martín Campora, Micaela Freire
Canciones: Letras de Tenconi – Bartolone y Música de Alvarez-Shifres
Realización Escenográfica: Valeria Abuin
Fotografía: Lucas Coiro
Prensa y comunicación: Angela Carolina Castro
Producción General: Angela Carolina Castro
Asistencia de Dirección: Ignacio Bartolone
Dramaturgia y Dirección: Mariano Tenconi Blanco
E-mail: angprensa@gmail.com