Una historia familiar que enlaza a tres generaciones; un eslabonamiento intelectual que empalma tiempos.
Realidad, ficción, la idea que expresa un razonamiento concluyente.
Sentimientos, pensamientos, percepciones, imaginación y reflexiones.
Una novela filosófica que pone a la familia en tela de juicio. Un relato que avanza y retrocede, cuyo punto más lejano -el de partida- nos ubica en cierta dimensión temporal que es cuna de una saga que arrastra partes de la vida.
Es la historia de un clan, Los Correa Funes; una familia tradicional, una estirpe de estancieros que termina envuelta en esta trama compleja.
El abuelo que es parte de aquella oligarquía criolla; uno de sus exponentes venidos a menos. Luego, el padre voluntariamente enrolado en las Fuerzas Francesas Libres para combatir en África y, ya de regreso al país, engrosa las filas antiperonistas en función de un sentimiento de pertenencia, original, que lo motiva a defender los intereses de las familias agrarias. Ese padre, involucrado activamente en el intento golpista de 1951, debe entonces abandonar el país en un plazo perentorio.
Por último, el hijo, Sergio Correa Funes. Un empleado bancario que, por alguna razón, había estudiado filosofía y a ella recién regresa una vez que pierde la libertad posible; es un regreso postergado que finalmente ocurre por necesidad. Sergio aspira a encontrarle algún sentido a su vida. Y aquí, el sentido de la vida biológica y el sentido de la vida biográfica. Pero hablamos de tres generaciones y es así que hablamos de la duración de la vida humana, reconociendo que el desarrollo o evolución social descansa y se activa desde la muerte; porque los pasos de la humanidad se dan mediante una renovación constante que no se advierte, necesariamente, desde cada vida en particular, sino a medida de ir pasando de una generación a otra, y así sucesivamente.
Una novela y una encrucijada ante las pérdidas. El laberinto del hombre; los resortes ocultos. La impotencia humana y la potencia de las causas externas. El drama de la existencia. El hombre suspendido entre dos mundos.
Una doble realidad; cuerpo y mente. La individualidad y la posibilidad de la historia. La conciencia y el Ser. Vida y Materia. Hombre y Sujeto. La subjetividad; el elemento extraño y opuesto a la Vida. La Técnica aliada del Sujeto; la Vida en desventaja. Las semillas del “Gran Cambio”; la “Gran Batalla”. Los pequeños mercenarios filosóficos. Los servidores de la Vida y los del Sujeto. El amor a nuestros hijos. Las batallas entre el Sujeto y la Vida; la guerra continúa. Ni vencedor ni vencida, todavía.
¿Cuánto hay de realidad y cuánto de ficción en esta obra?
Digamos que todo lo que concierne a Sergio Correa Funes, el protagonista y último miembro de la saga familiar, es ficción o he tomado de la realidad algunas circunstancias que no pertenecen a mi familia. En cuanto a las generaciones anteriores, en particular el padre, hay cuestiones más autobiográficas, aunque siempre mezclado con ficción y con la imprecisión de los recuerdos de familia. Mucho de lo que está ahí, claro, me es familiar de alguna manera.
Ubicándonos al margen de una antropología religiosa, esto es olvidando al hombre de algún modo religado en su relación con Dios, ¿cuál sería el verdadero sentido de la vida, y cuál el de la muerte?
No pareciera que lo hubiera más allá del empecinamiento de las especies, que podríamos suponer el de la vida, pero ella misma, ¿qué? ¿Al fin, como creían los humanistas, construir un sujeto que devele el teorema de los triángulos rectángulos, o sea que una vida “inteligente” justifica toda la evolución de la vida? Esto es más o menos lo que se creía y hoy es bastante dudoso. Pero ahí reside esa cuestión que se plantea en el ensayo final: la Vida vale porque ha dado la posibilidad del Sujeto. Pero el Sujeto es enemigo de la Vida.
¿Cómo podríamos describir, en pocas palabras, la relación actual entre el concepto de liberalismo individualista, o individualismo liberal y el modelo, o modelos, de familia?
Según Sergio Correa Funes, el desarrollo pleno del sujeto en tanto individuo debe librarse de los sistemas comunitaristas como la familia. “Mientras haya familias el individuo es una hipótesis más o menos a confirmar”, sostiene en algún momento de la novela.
Cuando hoy decimos “una cuestión de familia”, ¿qué estamos diciendo, en realidad?
Supongo que muchas cosas. En mi novela la “cuestión de familia” es cierta predisposición en este caso a la extrañeza, rozando la locura, que va de hijo en hijo como una suerte de destino. No hay destino y sin embargo la herencia psíquica, de viejos traumas va de generación en generación y atraviesa epidermis. Es como una corriente de un río en donde el remanso es inmovilidad.
¿Podemos hablar de la estructura del libro, poniendo el foco en las últimas cuarenta páginas?; ¿cuándo y cómo aparece la idea del ensayo como cierre?
Aparece en el plan de novela bastante tempranamente, si no me equivoco. Porque ya lo tenía a Sergio Carrea Funes como aspirante a filósofo o licenciado, digamos, y su destino peculiar. Cuando estaba terminando de armar el plan de novela empecé a escribir algunas ideas para ese ensayo final, pero resultó que temí perder el hilo, la impronta, de modo que avancé y avancé hasta terminarlo. Primero estuvo el ensayo final y luego escribí todo el resto de la novela.
¿Cuáles serían los resortes más ocultos de la Vida y cuáles los del Sujeto?
Aproximarse a eso sería develar todo sobre lo humano y lo inhumano. Tal vez lo humano se incline por el Sujeto o es lo que pareciera. Pero el precio sería colosal. Horrible en nuestros términos. Por esto es que luego de La familia escribí tres novelas continuando a Piquito de oro. En esas novelas él, Piquito, se convierte en profeta o mesías del Sapiens, en oposición al humano histórico.
La técnica instrumento y el medio convertido en fin. Recientemente, un reconocido científico habría advertido que las máquinas “podrían hacer desaparecer la raza humana tras un completo desarrollo de la inteligencia artificial”. Según ha trascendido, Stephen Hawking habría expresado que, llegado ese punto, las máquinas podrían “decidir rediseñarse por su cuenta”. Esta advertencia habría sido formulada por el físico ante la cadena de noticias BBC. ¿Cómo juega esta reflexión en el marco del ensayo Vida y Sujeto?
Creo que arriba me aproximo a una respuesta. El Sujeto podría tener como soporte algo no orgánico, el androide, digamos o cualquier forma de maquinaria que piense e incluso pueda hasta sentir de alguna manera, dado un orden de impulsos tan complejos como los de nuestros cerebros. ¿Qué sería la vida en esos términos? Batalla al fin entre vida y sujeto, como plantea SCF.
¿En dónde radica el poder de la Vida?; ¿podemos hablar de los servidores de la Vida?
Todavía la Vida se lleva casi todo, al fin, y es la desgracia del sujeto, su gran lamento. Los servidores del Sujeto todavía están subordinados a los servidores de la Vida.
Los instintos vitales y las subjetividades, ¿qué podemos decir al respecto?
Que luchan por guiar, luchan por el poder. Y en la lucha se entremezclan y se mimetizan pero eso no quita el trasfondo, la guerra.
¿Dónde queda Nietzsche en todo esto?, ¿del lado de la Vida o del Sujeto?
Buena pregunta. Debería estar del lado de la Vida, según propios principios, pero su superhombre aparece como un gran sujeto. El gran sujeto interprete de la vida. El, quizá, crea en la gran concordancia. Sería el gran profeta de esa concordancia.
¿Cómo juega, en este caos, lo masculino y lo femenino?
Se ha supuesto a lo femenino como más ligado a lo vital, lo masculino a lo intelectual, pero hoy en día pareciera que el hombre es el que hominiza de alguna manera, el que se reivindica como el “mono sentimental”. Para Sergio Correa Funes lo femenino, más ligado a la Vida, prevalecerá por la propia nostalgia que va a producir su debilitamiento, hasta que el Sujeto termine por imponerse.
Drácula y Frankenstein “son las mejores metáforas del Sujeto”. ¿Qué podríamos adelantarle al lector sobre el porqué de esta afirmación tan categórica?
Bueno, Sergio Correa Funes supone que el Sujeto vampiriza a la Vida, se alimenta con su sangre para luego, quizá, constituir una existencia sin vida.