Mar del Plata no es una ciudad feliz. Eso es para la gilada, para aquellos que creen encontrar en una semana de verano a la mujer de su vida o al rey de la noche. El balneario es otra cosa, un modelo burgués en un castillo de arena. Como dice Juan José Sebrelli en Mar del Plata, el ocio represivo. “…Coexisten pues en Mar del Plata dos sociedades yuxtapuestas, la sociedad puramente consumidora de los turistas que se divierten y los marplatenses que se ven mezclados pero no unidos a los turistas, participando sólo en parte de la fiesta, trabajando discreta y silenciosamente para que la diversión sea posible. Los marplatenses no son sólo los intermediarios entre el producto y el consumidor, sino que su puesto les da una significación especial: están para satisfacer los deseos del turista ávido de diversiones, tienen en sus manos los productos anhelados por el turista, los supuestos placeres, el ilusorio goce de la vida. Deben por lo tanto tratar de descubrir las necesidades del turista, interpretar sus deseos más íntimos, adherirse a éste por una especie de sistema de dependencia que no puede ser vivido sino conflictualmente.” Y en esa atmósfera de placer y suicidio, de amor-odio sin psicólogos; una historia de vida desmembrada, partida, limada por la hipocresía y el cinismo propio de los marginales, de los sin pasado ni presente. Furca trasciende el género policial, lo sobrepasa, apunta hacía una mirada crítica sobre el diferente, el minusválido, el “tullido”; dispara con munición gruesa sobre el que observa con lástima y piensa “este pedazo de mierda es un pobre tipo”, y lo hace sin la necesidad del quedar bien con el otro que en en fondo es un ser humano. Furca reniega de su identidad, vive el hoy porque no tiene futuro, actúa por impulso, se revuelca en su vómito y aparece como ganador, triunfante al ver los rostros desencajados de sus congéneres prolijos y normales. Parece un juego literario que sacude al lector desprevenido pero este texto voltea a cualquiera porque lo deja a uno temblando, sin palabras, sin contestación.
Los autores saben muy bien que no cuentan una historieta barata leída en una tarde nublada comiendo un conito Havanna. Fernando del Río (1972) y Sebastián Chilano (1976) no perdonan, no escatiman, no se dejan llevar por el antihéroe. Forman parte de una cofradía de escritores que renuevan el realismo literario y no especulan pensando en el perfil del lector o en el éxito de su novela.
De aquella experiencia artesanal, sufragada con monedas a la edición porteña y reluciente sólo cambia la estética. Volver a releer Furca, la cola del largarto es reencontrarse con la buena literatura y la ganas de seguir con El geriátrico, la continuidad de Furca, donde la decadencia física, la declinación y la miseria emocional en un ámbito de reclusión nos pone el trasero sobre el brasero caliente, algo que no es grato pero que nos hacer saber que estamos vivos.
Segundo semestre de 2007. Mar del Plata. Una novela escrita a cuatro manos. Un seudónimo: Juan Fernández. Un título: HB la cola del lagarto. 300 ejemplares pagados por sus autores. Carteles en la calle. Una entrevista en el diario La Capital. La presentación en el Teatro Diagonal… ¿Qué queda de todo eso?
Del Río: De todo aquello no queda más que el falso recuerdo de que fue algo heroico. Y lo que es falso es el recuerdo, no el carácter de heroico, que de hecho lo fue. La falsedad de un recuerdo se encuentra en la segunda versión, que es la del día siguiente al hecho recordado. De ahí en adelante, ese recuerdo se va deformando tanto que termina siendo una bruma reconstruida con más deseos que certezas. Entonces, de todo no puede más que quedar una falsedad, una alteración. Del episodio suelto de hacer un libro a cuatro manos, con seudónimo, con una nota apócrifa, con 300 ejemplares mal editados y otros 300 bien editados pero acaso mal escritos y con la presentación de pie en el pasillo, ni siquiera en el teatro Diagonal, queda el sabor heroico de la aventura.
Chilano: Juan Fernández dice que queda una negación. Quedan 137 libros en un armario en casa de los padres de Chilano. Fernández dice que, como de la primera novia, ahora siente que no fue amor, que no sabe de qué habla cuando habla de eso, de la novela inicial. La nostalgia sería la versión ideal, pero Fernández dice que es una versión berreta, cobarde, paupérrima, sesgada: dos tipos se esconden en un pseudónimo para publicar la novela que nos se animan a escribir por separado. Que no podrían.
Dice Furca: “No me llamo más Patricio. Ese nombre es de puto. De maraca. De tragasables. Y encima lo lleva puesto un tullido.” Literatura y evangelistas. Huelga de hambre y mantecol. ¡Fuera Satanás y bautismo! ¿Así comienza la cosa… un héroe, un vengador, un denunciante?
Del Río: Furca es un modelo de hombre. Nadie quiere ser perfecto. Todos queremos ser Furca. Cuántas veces deseamos la adversidad para justificarnos. Pagaríamos por ser tullidos, pero no podemos serlo. Eso sí, podemos putear contra el mundo que es decidida y comprobadamente una mierda y no lo hacemos. Apenas escribimos catarsis teniendo la precaución de que sean literarias. Y otros arreglarán autos, descubrirán enfermedades, arriarán feligreses o conducirán países. Es la misma cosa. Podes ser un héroe, un vengador o un denunciante. O podes ser nada. Casi todos optamos por ser nada. Furca no.
Chilano: El cambio de nombre es el mito fundacional. Lo que había antes no existe, atrás queda el padecimiento, la humillación, las miradas lastimosas, las enumeraciones para responder preguntas. Atrás queda el Patricio dócil y compresivo. Juan Fernández lo libera de las reglas de convivencia y lo construye como la peor de las bestias: macho y resentido. HB (Furca) no es una coraza para enfrentar al mundo hostil, es el verdadero súper hombre: el que creció producto de la sociedad de consumo y las horas contradictorias de libros y televisión. El mentiroso era Patricio, HB (Furca) es esa cosa desagradable y violenta que se para frente a los lectores y los obliga a convertirse en mentirosos, a justificarlo y entenderlo, a perdonarle sus bravuconadas y rabietas. Los lectores se convierten en Patricio y HB (Furca) reniega de las convenciones sociales. Pero es entendible, pobre.
Por ahí se mete en la trama Juan Filloy y me sobresalto porque recuerdo esas frases corrosivas del cordobés: “Me revienta que hablen cuando interrumpo” o “No te tomes la vida en serio: al fin y al cabo no saldrás vivo de ella”. ¿Furca admira a Filloy o es el Estafador con toda esa idea de “Justicia por cuenta propia” que lo mantiene libre y dueño de hacer lo que se le da la gana?
Del Río: Su afición por la buena literatura tal vez sea un acto vanidoso de los autores, que quisieron construir un personaje que se les pareciera. Filloy, Flannery O’Connor, Biblioni pueden contar la vida desde otra altura. Furca siempre a tres culos del piso. Por eso escribió su poesía, para demostrar que leer te puede quemar la cabeza.
Chilano: Juan Fernández sostiene que “tirarles” la biblioteca encima a los lectores es recurrente y aburrido, y también inevitable. Fernández siente que en La cola del lagarto no pudo abandonar la generalidad de la regla. Por eso los nombres, por el falso prólogo de Barret. Hoy, más viejo pero para nada sabio, a Fernández le gusta pensar que aprendió a no citar con nombre y apellido sus lecturas y ahora mete las frases que les roba, se alimenta de ideas de grandes escritores, y nadie lo nota.
Furca historietista… Anarkman y la angustia de elegir el lenguaje. Y Rob Zombie en el medio con la películas clase B y la banda White Zombie. ¿Algo personal?
Del Río: Chilano es médico conoce de muertos y zombies. Yo les tengo miedo. Un día me cruce uno que pedía que lo votara. Y salí corriendo. Creo que lo voté para evitar el riesgo de una aparición nocturna a puro reproche.
Chilano: Fernández varias veces intentó seguir las historias de HB/Furca en una historieta de Anarkaman. También en una obra de teatro. Fracasó. La historia de Fernández es una historia de fracasos. Fernández recuerda que en aquella época Chilano estaba influenciado por “La casa de los mil cuerpos”, la película de Rob Zombie. Esa película lo llevó a la banda y los cultos satánicos, de donde Fernández pudo rescatarlo.
Aparece la política y lo social. “…¿Qué música de mierda, no? Después quieren que uno no sea gorila”. La mística del peronismo, las obras sociales, el veraneo gremial…¿Furca es un anarquista?
Del Río: Furca es anarquista. Detesta los sistemas establecidos. Como aquel que le impuso un nombre de puto y tragasable.
Chilano: Juan Fernández tuvo un paso lamentable por la militancia universitaria. Se sentó en una silla en la entrada de la facultad y con una mesa precaria y una lámina verde trataba de convencer a los recién ingresados de primer año a que votaran a su agrupación. No fracasó porque el fracaso estaba garantizado. Su agrupación siguió existiendo y nadie se lamentó cuando renunció a la militancia dos semanas después de las elecciones. Juan Fernández no renunció a la militancia universitaria, a la facultad y la educación, renunció también a toda creencia. Se consideró por un tiempo nihilista y creyó que su personaje HB/Furca lo era también. Fue una desilusión cuando entendió que su tullido invento era, apenas, anarquista.
La pelopincho y Bukowski, algo muy loco sumado a la reflexión “nunca escribió un cuento sobre paralíticos” y a renglón seguido las prótesis ortopédicas y el perro cuzco agresor. ¿Esto lo relaciono con el superhéroe tullido…?
Del Río: La pelopincho de Bukowski es un titulazo. Repleta de vómito y tickets del hipódromo.
Chilano: Fernández jugaba al todo tiene que ver con todo. Su argumento tenía que confluir, como en las viejas novelas de resolución de enigmas, quería ocultar, hacer trampa y al finar demostrar que todas las acciones confluyen hacia un lugar. Del río y Chilano le marcaron la contradicción: no podía llamarse nihilista y creer en el orden y la confluencia.
Las putas son un eje importante en el relato y la actitud del perverso subyace en todo: “…a mí me gustan las minas enteritas, pero si quiero sacarme las ganas con una puta, una cieguita no estaría mal”. Recurre a Nietzsche cuando admite que: “tiene razón. A los tullidos hay que eliminarlos”. ¿Ese es el Furca victimizado, el tullido resentido?
Del Río: ¡No! Es el Furca realista. Ese que sabe que puede hacer sentir el peso de la deformidad a una ciega. Por más tacto entrenado, la cieguita que pide Furca nunca tendrá noción del bombón que se está comiendo.
Chilano: Fernández no está arrepentido de su novela, pero cree que hoy sería peor recibida que en 2007. Lo tratarían de misógino, discriminador y tantas otras cosas. Fernández compara esa situación con el humor de Porcel y Olmedo, hoy, con los ojos de hoy, es una invitación a la violencia y el machismo. Pero qué divertidos eran. Del río piensa que es una exageración de Fernández, y Chilano coincide con Del río. Además, agrega, se podría decir que es el paso del tiempo que lo volvió cauto y políticamente correcto. Fernández (tiene un nombre falso en las redes sociales) pone “Me gusta” en facebook a todos los escritores que opinan lo que hay que opinar en casi todo lo que sea un lugar común o una representación momentánea y perecedera.
Hay otros participantes que no quiero dejar de lado: la abuela, Anfeta, la perra, Javier Biblioni (un pelotudo necesario), Margarita…todos sumando al clima de un lisiado que se maneja con un humor cruel, ácido y cínico. Y Finalmente una postal marplatense vista sin mirada turística donde no aparece la promocionada “ciudad feliz” sino la verdadera, la visceral. ¿Es así?
Del Río: Mar del Plata es una ciudad tullida. Es la puta cagada a palos y que pasa 9 meses recuperándose para entonces volver al burdel y ser recagada a palos por el mismo cliente. Lo hermoso para los marplatenses es que no tienen la más puta idea de lo infeliz que es la ciudad feliz.
Chilano: Es imposible conocer la ciudad si no se la camina. Fernández camina 10 kilómetros por día. Lo detienen la lluvia y los perros. Pero no camina por la costa. Ni en un grupo de esos que proliferan como las canchas de Paddle en los 90. Elige distintos barrios para conocer su ciudad. Y hoy Mar del Plata se hizo tan grande que ya es imposible abarcarla en una sola definición. De las playas del centro (y esos edificios ideados para la aristocracia hoy invadidos por las clases populares) hasta el barrio Hipódromo hay tantas Mar del plata que no hay ni siquiera unidad visceral: Mar del Plata está descuartizada, eviscerada, y sólo Juan Fernández lo puede explicar con claridad.
Después de esa experiencia de una edición de autor y la publicación en Ediciones B en 2009, qué análisis recogen y cómo sienten hoy la novela.
Del Río: Es una novela experimental que le permitió a la literatura darle la bienvenida a un hermoso personaje: el perro cuzco agresor.
Chilano: Ezequiel Dellutri, en una crítica a la novela, afirma que antes de leerla dos personas le dieron opiniones opuestas que vamos a citar: “Preguntando sobre la saga protagonizada por el tullido Furca, primera incursión narrativa de Chilano en coautoría con Fernando del Río, recibí dos comentarios contrapuestos: uno, sostenía que era, lisa y llanamente, una genialidad única en la literatura argentina; otro, que se trataba de uno de los peores textos que había leído.” Al lee esa crítica, Juan Fernández supo que su tarea recién comenzaba. Claro, nunca más le abrieron las puertas de una editorial. Fernández pensó que publicar en Ediciones B le abriría puertas, que, como Palanihuk tras publicar el club de la pelea, escribiría en una bañera de un hotel de lujo esperando el estreno de la película. Pero no hubo puertas, y sí ventanas. El paisaje de su ventana es la Mar del Plata sombría donde hay que juntar unos pesos para pagar la edición de su próxima libro: Las aventuras de Anarkaman.