Además, el tiempo, la primera novela de Salvador Biedma, nos presenta a Manuel llegando a Bahía Hermosa, un pueblo de la provincia de Buenos Aires, con la promesa de un trabajo que se verá interrumpido por la muerte. Un trabajo del que no sabe nada y que se desvanece más todavía, entre funerales, sonrisas y cañas. Kafka con el olor a pasto mojado de la mañana, y un personaje que se deja llevar, guíado de los demás, y por promesas, viejas y nuevas.
Abrimos la tranquera, nos metimos y charlamos con Biedma.

¿Por qué el campo? ¿Es una decisión paisajística o lo tomaste como un núcleo a la hora de contar la historia?

Me parece fundamental que transcurra ahí. De hecho, diría que el paisaje hizo surgir la historia, aunque seguramente sea un poco más complejo. Por un lado, charlando varias veces con Manuel Moretti (cantante de la banda Estelares) él planteaba que había pocas novelas sobre pueblos o ciudades chicas de Buenos Aires. Las hay, claro, además de que esto lo hablábamos antes de que salieran, por ejemplo, Blanco nocturno o las novelas de Hernán Ronsino, pero la idea queda clara al pensar cuánto más comunes son las novelas rurales o semi-rurales en la literatura estadounidense. A partir de esas charlas, se convirtió en una especie de desafío la posibilidad de “contar un pueblo”, algo que ya venía pensando y que me parecía muy difícil. Por otra parte, meses después de publicar Además, el tiempo, me di cuenta de que la unión entre el lugar (el paisaje) y la trama como algo prácticamente indivisible la tenía muy incorporada, inconscientemente, a través de las letras de tango. Si pensás, “Silbando”, “Sur”, “Nieblas del Riachuelo”, “Yuyo verde”, “Caserón de tejas”, “Cuartito azul”, “Nada” y muchísimas otras letras plantean una historia o una situación a partir de un lugar o de (“La violeta”, “Anclao en París”) más de un lugar, sin que se puedan desunir ese lugar determinado y lo que pasa. Ahora estoy escribiendo otra novela y, entonces, tengo más fresco el proceso –la forma en que se fue armando la trama–, muy parecido al de Además, el tiempo: lo primero fue definir un lugar (ahora, la playa), pensé los personajes principales a partir del lugar y, ya con eso, la trama surgió prácticamente sola. Por último, en los pueblos de la provincia de Buenos Aires hay unas historias muy interesantes, ¿cómo no explotar eso?

 ¿Hay pasado de pueblo en Salvador Biedma?

Sí, de un modo medio raro, pero sí. Mis viejos tienen campo en Castelli, provincia de Buenos Aires, y hasta los catorce o quince años iba allá casi todos los fines de semana y los veranos. No al pueblo estrictamente, sino a un par de kilómetros. Me gustaba mucho; cada vez que llegaba el momento de volver a Buenos Aires, no quería. Todos mis hermanos son bastante más grandes que yo y ellos vivieron buena parte de la infancia y adolescencia en el propio pueblo de Castelli. A mi viejo le llamó la atención eso: que justo el único de los seis hijos que no vivió estrictamente en el pueblo tomara un pueblo como tema. Y me es muy grato que quienes han vivido un tiempo en pueblos (bonaerenses o incluso de otras provincias) reconozcan muchas cosas de las que aparecen en la novelita.

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 El campo, el pueblo. Irse. La tradición de un viaje, como un lugar al que uno va a encontrarse consigo mismo. Manuel está perdido. Y sin embargo da la impresión de que este viaje es para perderse del todo y dejar atrás esa vida de escritor, de gente que hace protestas que son ruido y nada más.

Manuel tiene veintitrés años y a los veinte decidió dejar la Capital e irse a recorrer pueblos de la provincia haciendo distintos trabajos. Él claramente buscó ese cambio, que tal vez se acentúa porque estudiaba en una facultad que podría ser la de Filosofía y Letras de la UBA y había publicado tres libros. En un momento de la novela, él plantea que quiso-quiere dejar de racionalizar todo. Quiere cambiar ese pasado, dedicarse a un trabajo manual, algo que, se supone, sería menos complejo, pero cae en un pueblo donde han leído los libros que publicó, de una circulación mínima, y todos lo identifican como “el escritor de la Capital”, dos cosas que él abandonó, que eligió cambiar. Manuel se plantea una búsqueda no muy clara en ese recorrer pueblos y ciudades de la provincia de Buenos Aires. Ni siquiera se va a afincar a otro lado, sino que nomás se desafinca, elige no tener un lugar “propio”. Lo que encuentra en Bahía Hermosa, donde está cuatro días, parece transformarlo de un modo que él no esperaba. Simbólicamente, esos cuatro días que dura la novela, de jueves a domingo, pueden asociarse, a través de la pascua cristiana, con un cambio profundo (el cambio asociado a la muerte y la resurrección).

 Bahía Hermosa: un pueblo que es ninguno, pero que, a su vez, es todos. La creación de un lugar ficticio, ¿respondió a una necesidad para no tener que alambrar la imaginación y poder dejarla libre?

Supongo que elegir un lugar determinado en el mapa habría sido más caprichoso que imaginar uno. Y, aparte, precisaba cierta indefinición, un pueblo que está a trescientos kilómetros del mar (y se llama Bahía Hermosa; aparece en la novela una historia absurda sobre el porqué del nombre), pero no se sabe bien si al norte, al sur, en el centro, más o menos al oeste. Hay una atmósfera algo extraña (Manuel es un extraño en ese lugar) y la indefinición en el mapa es uno de los elementos que quizá ayudan a transmitir eso.

La elección de un protagonista al que todos conocen como “el escritor”, mote que él el rechaza sistemáticamente, no es casual. ¿Qué podés decirnos de esta decisión? ¿Hay una culpa detrás?

Hay un “choque” entre un protagonista que quiere dejar eso, olvidarlo, y un lugar donde se lo recuerdan todo el tiempo, lugar donde él no esperaba que lo hubieran leído ni que le dieran trascendencia al hecho de que hubiera publicado. No creo que haya una culpa, hay un choque y, a la vez, en otro plano, seguramente un intento por pensar qué significa ser escritor. En un momento de la novela, alguien le plantea: “Un escritor escribe, ¿qué otra cosa va a hacer?”; más allá de lo irónico del comentario, es una forma de quitarle rimbombancia a la idea de lo que es o hace un escritor.

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 Manuel da la impresión de que no despierta, sino de que sale de un sueño en el que se mezcla futuro y pasado y se encuentra en Bahía Hermosa, un lugar en el que, cuanto más está, menos entiende. Lo onírico y lo supernatural parecen estar a punto de golpear la puerta para entrar en la historia.

Hay elementos “cruzados”, sí, que se pueden relacionar con distintas cosas. Es una novelita realista, pero me han dicho que bordea lo fantástico, por ejemplo, y es así. Por suerte, puede pensarse de distintas maneras, deja espacio para que se lea de distintas formas, al borde de varias cosas, pero sin que termine definiéndose ninguna. Salvo el primer capítulo, todos empiezan cuando Manuel despierta, justamente, todavía un poco metido en el sueño. Hay una novela de Arthur Schnitzler que se llama Relato soñado (Kubrick hizo una versión en cine: Ojos bien cerrados), que juega con esa indefinición entre sueño y vigilia y me parece extraordinaria. Por otro lado, me gusta el hecho de que, al ir conociendo Bahía Hermosa, se disipe una mirada más homogénea o monolítica y que el pueblo (un personaje colectivo, idea que también me interesaba) se vuelva cada vez más extraño para Manuel. Es lo que ocurre usualmente: a los más ajenos o lejanos se los puede ubicar según estereotipos, pero con los más cercanos esa imagen cerrada necesita abrirse.

 El monstruo de Buenos Aires y el Pueblo. Los dos espacios construidos en base a rumores, a las no-certezas. Más que competir, parece que cada uno ayuda a configurar y dar identidad al otro.

Sí, se ayudan a encasillarse con imágenes falsas y, de algún modo, complementarias. La gente de Bahía Hermosa y de otros pueblos tiene una imagen ya formada de la Capital por lo que imagina o lo que ve en los noticieros y, si aparece una voz que dice que en realidad no es tan así, hacen como si no escucharan. Aunque está menos explícito en la novela, algo muy similar ocurre, a la inversa, en la Capital. La diferencia tal vez sea que en los pueblos se piensa y se habla a diario de Buenos Aires y un porteño difícilmente dedique muchos ratos de su vida a pensar en localidades de la provincia. Eso está en la novela como reflejo de algo que ocurre y, me parece, es un problema grande. No hablamos de gente que convive en el mismo país a 2.000 kilómetros de distancia (entre Neuquén y Formosa, por ejemplo), sino de personas que están quizá a dos horas de viaje e imaginan, de un lado u otro, escenarios totalmente falsos, estereotipados.

 En un momento de la novela, un personaje le dice a Manuel: “Un escritor escribe, ¿qué otra cosa va a hacer?”. ¿Qué otra cosa hace –y disfruta– Salvador Biedma además de escribir?

Uh, muchas. Pescar es una. Aparte, tengo el privilegio y el problema de que trabajo, ya desde hace tiempo, en distintas cosas que me gustan mucho: la edición, el periodismo, la corrección, la prensa de libros, todo vinculado de algún modo a la lectura (incluso la escritura: lo más vinculado a la lectura que hay). Eso implica que uno está de vacaciones permanentes y, al mismo tiempo, no tiene vacaciones nunca; no es tan así, pero exagero para que la idea quede clara. Hay un límite borroso ahí. De hecho, he compartido trabajo, de distintas maneras, con muchos de mis amigos e incluso con Flor, mi mujer. Ahora, con Alejandro Larre, tenemos el proyecto de abrir una librería en marzo o abril de 2015. Ya armamos con él, que es amigo, dos revistas en su momento: La mala palabra, que empezó a salir en 2001, y Mil mamuts, que apareció en 2005. Podría agregar que el tema del trabajo, justamente, resulta significativo en Además, el tiempo. Manuel llega a Bahía Hermosa para arreglar una máquina y van pasando los días y no le explican dónde está esa máquina o qué debe hacer. Lo “obligan” a una especie de ocio, quiere trabajar y no le dicen cuál es su trabajo. Si se piensa que la novela transcurre en la década del ’90, puede leerse con un sentido político bastante claro.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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