Foto de portada: María José Malvares

Rubén regresa. A ese pueblo costero, donde hay más recuerdos que personas. Ya no es la casa amplia en la que veraneaba con su mujer y su hijo. Hoy es una pieza en una pensión. Pero una pieza también puede ser amplia.

Con las rodillas averiadas y temiendo que su cabeza también lo esté, Rubén intentará ver qué queda de su vida, en un viaje al pasado que disecciona sus días como una autopsia.

La música de fondo, los dedos de una pianista. Joven. Demasiado. El deseo como una manera de decir estoy vivo, pero a qué precio.

Y ya ahí se barajan sus recuerdos y sus pasiones y pulsiones, que apenas puede diferenciar, y Biedma, hábil, esconde, deja huellas borroneadas por la sangre o por la orilla –o el tiempo-. Siempre Empuja Todo es una novela donde algo se está escapando y el protagonista intenta no dejarse ir, aferrarse a alguna cosa que, quizás, ya no existe. O que nunca lo hizo.

Empecemos por el principio, ¿cómo surge Siempre Empuja Todo? ¿Cuál fue ese momento que dijiste “Acá tengo una novela”?

Hay varios principios. Yo había escrito Además, el tiempo y tenía la intención, que aún insiste, de hacer una serie de tres novelitas ubicadas en distintos lugares de la provincia de Buenos Aires y con similitudes en la estructura. Lo primero, entonces, fue el lugar: una playa. Di muchas vueltas hasta encontrar la historia, los personajes. Cuando se publicó Además, el tiempo, a fines de 2013, tenía escrito el principio, unas siete páginas, para revisar. Sentí que podía haber algo ahí, pero muchas veces uno siente eso y, al releer con cierta distancia, no le gusta o no le cierra y lo tira al tacho. Por eso me parece importante darse tiempo. Varios meses después retomé esas páginas iniciales y la cosa fue encontrando una forma con bastante trabajo. La idea de que al final cambie el punto de vista del narrador, por ejemplo, apareció casi con el texto terminado.

Cuando parece que el presente no le alcanza, Rubén escarba en el pasado tratando de entender. Me gustaría ahondar en la importancia de memoria y recuerdo en la formación de la identidad o la reafirmación de la misma.

Rubén es un hombre ya mayor. Los recuerdos y la posibilidad de que esos recuerdos se le escapen tienen una importancia crucial para él. Se reencuentra con un lugar al que solía ir acompañado de personas que ahora no están: la mujer murió y el hijo, que iba a hacer ese viaje con él, finalmente no pudo o no quiso, canceló su presencia. Y Rubén se encuentra con un espacio poblado de recuerdos, que ya no es ni puede ser como lo recordaba, de modo que hay algo ominoso (en el sentido freudiano de lo familiar que se vuelve extraño) en esa playa. La memoria es algo fundamental para todos, no sólo en lo individual, sino también en lo colectivo, y sin dudas actúa en el presente. Y, a la vez, los recuerdos están mezclados de un modo peculiar, en este caso, con el fantaseo. Como dice la canción de los Redondos, los recuerdos siempre mienten un poco.

 Al igual que en “Además el tiempo”, la historia transcurre alejada del asfalto ¿Qué te atrae de estos escenarios, de este, como vos decís, “Vivir lejos del barullo”?

Lo de “vivir lejos del barullo” no lo digo yo exactamente, sino un personaje de la novela. Y creo que acá está el mejor modo de responder a la pregunta anterior: es parte de mi historia, de mis recuerdos, de mi identidad. Porque de chico pasaba los fines de semana y los meses de verano en una ciudad chica de la provincia de Buenos Aires. Por otro lado, creo que en esos lugares hay historias increíbles y, salvo en ciertos casos (por ejemplo, la historia de Villa Epecuén o la vida de Francisco Salamone han despertado particular interés en los últimos años), no se las transita demasiado. También lo que ocurre en Además, el tiempo y en Siempre empuja todo es que llega alguien “de afuera” a una comunidad pequeña, instalada, con sus reglas y sus costumbres, y pasa un tiempo limitado inmerso en la vida de los otros. Ese choque me parece interesante. Y el paisaje de estos lugares me parece muy pictórico, identificable; es un desafío para mí contarlo o pensarlo.

Foto: Germán Gallo

El deseo que desborda a Rubén por la chica Magnasco parece lo último que tiene, y se debate en la dualidad de: esto me hace sentir vivo, pero a la vez esto está mal. Y en esa tensión aparece la violencia como válvula de escape, imaginaria o real, potencial se podría decir. Hablemos de esa tensión.

Rubén, creo yo, está enojado y está solo y siente el peso de la edad. Si encontrara una red de contención, seguramente ese deseo quedaría solapado. Es una lectura casi política la que estoy planteando, cada lector verá si toma ese camino de interpretación u otros –el texto está deliberadamente abierto a miradas y la mía no tiene más valor que otra–. El deseo oscurísimo de Rubén hacia una adolescente, un deseo que oscila entre tener sexo, violar y matar, no lo vive exento de culpa ni de confusión, no es que no entienda que está mal. En medio de todo, se juega algo vinculado a su edad, a preguntarse si él puede ser deseado todavía. A la vez hay una tensión, creo, entre estar con Teresa, la dueña del hotelito donde él se hospeda, que tiene una edad más cercana a la suya y acaso puede manifestar una decisión más clara y consciente, y estar con una chica que ni siquiera sabe si es mayor de edad.

La insistencia de ir a ese balneario, a pesar de todo, de la ausencia de su mujer y la negativa de su hijo. Decirse a sí mismo que todo estaba bien o que todo podía estar bien. Hay algo de una lucha entre la reparación del pasado como método de arreglar el presente, pero al mismo tiempo da la impresión de intentar hacerlo con herramientas que ya no existen o no operan sobre esa realidad. ¿Cuál es tu opinión?

Él había organizado el viaje al balneario, de algún modo, para reencontrarse con su hijo, que trabaja en otro país. Ir igual, aunque el hijo le diga que no puede, es una suerte de plan B, quizá una reacción enojada. Está claro que el pasado no se puede “reparar”. Y Rubén se encuentra en el viaje con todas las cosas que ya no están, por eso también es importante el recuerdo, con las cosas que no puede hacer (por ejemplo, se había planteado que quizá podría escribir estando en la playa y no logra ni entender su propia letra) y, a la vez que muchas cosas del pasado se perdieron, aparecen otras posibilidades, otras personas. Tal vez el viaje termine siendo un reencuentro consigo mismo, no muy feliz, y no con su hijo, pero de cualquier modo está claro que termina siendo muy distinto a lo que él había planeado o imaginado.

“Él era un viejo y un viejo no es un hombre, es un viejo antes que un hombre.” Podemos ahondar en esta cuestión.

Me impresionó bastante, hace unos años, el libro Unos días en el Brasil, un diario de viaje de Bioy Casares de 1960. Su propia percepción de lo que considera vejez, cuando, en realidad, no tenía ni cincuenta años, me llamó mucho la atención. Su incomodidad, la atención hacia su cuerpo, las manías con la comida, el modo de pensar en cómo lo verán las mujeres e incluso una adolescente que, dice, se desmayó de amor por él… Por otro lado, hay una lógica en nuestras sociedades según la cual, a partir de un momento, una persona pasa a ser un viejo y casi que por eso deja de ser persona. Sabemos que se ha incrementado la expectativa de vida, al menos en ciertos lugares y en ciertos sectores, y eso supone un problema que está lejos de resolverse. El hijo de Rubén vive en Francia y está haciendo su vida, al parecer, muy concentrado en un trabajo en el que le va bien. ¿Debería dejar eso para ocuparse de su padre, que está solo y ya es mayor? ¿Existe la posibilidad de que ese hijo, Cristian, se ocupe de su padre todo lo que él necesitaría? ¿Y qué pasa con una persona de la edad de Rubén que no deja de tener deseos, necesidades, intereses y que tiene, porque ya no trabaja, tiempo a su disposición, pero está solo?

Tanto en esta novela como en la anterior, hay un coqueteo con el género negro o con el thriller psicológico ¿cuál es tu relación con los géneros literarios?

Me parece buenísimo que eso se note, me alegra. Soy bastante flojo para pensar en términos de géneros literarios. Ciertos géneros tienen “reglas” muy claras: un policial implica un crimen y una investigación, un texto fantástico implica un hecho insólito que vacila entre una explicación lógica y una explicación fuera de la lógica habitual… Sin embargo, el género negro o el terror, por ejemplo, ya tiene límites mucho más borrosos. En general, me interesan textos que hacen un cruce. Creo que a veces la etiqueta de un género cristaliza la mirada, cierra otras lecturas: “ah, es una novela de ciencia-ficción, listo, la leo desde ese lugar”. No digo que eso esté mal; sería como quejarse de que un blues tenga la progresión de acordes típica del blues, por algo funciona –casi como un hechizo– desde hace tanto y nos gusta. Sin embargo, prefiero como lector Relato soñado, de Arthur Schnitzler (la novela en la que se basa Ojos bien cerrados, de Kubrick), algo que uno no entiende bien cómo se podría clasificar, que tiene elementos bien diversos. Hay un efecto del género negro o del thriller que busco y me parece importantísimo: que el lector sienta una tensión, una sospecha, que quiera saber qué pasa. Amigos me han dicho que se acostaron tarde o se pasaron en el subte por no querer largar Siempre empuja todo y es un elogio enorme. También hay algún elemento que bordea lo fantástico, por ejemplo, en la novela. De todos modos, sé que carezco de la inteligencia que requiere escribir un policial y de la capacidad imaginativa necesaria para la ciencia-ficción, por ejemplo. Lo que me sale es ese realismo rengo.

El personaje intenta escribir en diferentes momentos de la novela, aunque da la impresión de que no sabe bien por qué. En tu caso, ¿por qué escribís?

Creo que es un modo de leer, de pensar, de hacerse preguntas. Uno trata de entenderse y de entender a otros cuando escribe.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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