REUNIDOS PARA SIEMPRE.
“En este diario arrojo todo sin reflexionar y sin ningún orden. He estado durante bastante tiempo en la imposibilidad de escribir en él porque quería consignar lo esencial y es casi siempre imposible.
Ahora representa sobre todo un documento para mí, un elemento esencial para mi trabajo, para la novela que quisiera escribir. Y una novela se hace con la vida de todos los días. Al menos una novela tal como yo la concibo. Escribiré pues aquí todo en un completo desorden. Me siento demasiado llevado por no sé qué sed de vivir para ser capaz ahora de escribir una obra de largo aliento, pero voy a conservar lo que me puede servir. Sobre todo las conversaciones.
He notado que dos o tres réplicas exactas reconstruyen un instante casi tan intenso como el poema.
Esta mañana Marthe me habla de su viaje a Rodez. “Artaud está lúcido tan pronto le hablan de literatura. Es lo único que lo mantiene en la superficie de sí mismo. Todo interés exterior es bueno para él y toca las fibras de vida intactas que le quedan.” Marthe me dice haberle hablado de mí. No habría recibido mis poemas. No entiendo nada. Marthe me aconseja escribirle.
Ella me habla de sus obsesiones: dice no haber nacido de mujer y odia a su madre. Pretende ser eterno”.
Así, a muy grandes rasgos, queda presentado Jacques Prevel. El admirador de Artaud que luego será su confidente. Ellos quedarán, entonces, ligados en la relación maestro – discípulo, y reunidos para siempre en virtud de la obra que ahora nos ofrece Adriana Hidalgo.
En compañía de Antonin Artaud, suma páginas testimoniales que dan cuenta de aquel tiempo marcado por la impronta del movimiento surrealista; tiempo de un André Breton, de Sartre, de Simone de Beauvoir. Un tiempo, de vocación libertaria, de furia y ansiedades, en el que se produce el esperado encuentro y la conexión apremiante entre estos dos hombres – después de algún cruce de correspondencia que es prueba de sus deseos, talentos y carencias -. Ambos se sienten víctimas de “la incomprensión y la estupidez”. Uno de ellos se reparte, además, entre su esposa y su amante, dos mujeres con sus respectivas complejidades; una de ellas pronto será madre. La otra se marchita.
Tiempo de privaciones, en el que los libros se pierden. Y,“Las mujeres de poetas no tienen joyas”
Son páginas que, por momentos, transpiran la angustia de un virtuoso que, inmerso en “su locura” y en el fangal de los vicios, padece la lucidez que se requiere para llegar a reconocer, con claridad, la oscuridad que le rodea.
“Aparece de repente, gorro vasco embutido hasta las orejas, el rostro estragado. Se parece a mi padre al final de su vida, los labios afilados, la palabra entrecortada. Le dice a Marthe:
-Usted ama a esas personas porque la obligan a que las ame, pero en el fondo las detesta.
Se queja de Dubuffet, que le aconsejó seguir los consejos de un médico.
-Soy más competente que cualquier doctor, que saben menos que yo sobre el opio. Tengo treinta años de experiencia con el opio.
El señor Dubuffet no podría creer que el señor Prevel sepa más que él sobre la organización social. No podría comprender ciertos versos de Poèmes mortels, pues para comprenderlos hay que merecerlos y haber ganado eso mediante el dolor”.
Artaud incursiona en diferentes géneros literarios y en tantas más expresiones artísticas, incluido el teatro. Deja un legado magistral.
¿Un loco iluminado?; ¿un artista empeñado en evidenciar la violencia constitutiva de una sociedad hipócrita y perversa, de “castrados imbéciles”?
¿Un marginal cuya obsesión más fuerte lo llevó a autoexplorarse, asumiendo las consecuencias?
¿O, simplemente, un genio atrapado y castigado, vía internación con terapia electroconvulsiva, por atreverse a ser él mismo – “ uno mismo” -, desafiando las normas establecidas, las convenciones sociales?
Tal vez, el portador de esa sabiduría inoportuna que hizo de la “locura” un paradigma creativo, intentando llenar todo el vacío de la vida, mediante el uso poético del lenguaje.
“Veo el drama del macho y de la hembra…
No es cierto como pretenden la ciencia y la leyenda que la tierra fue
creada y que millones de años existieron y que un día hayamos llegado.
Ha habido un paralelismo entre los dos.
El mundo en ebullición es infierno perpetuo, guerra sempiterna,
nunca terminada para vivir en este estado de génesis, tiempo de hombres
muy guerreros y héroes.
Un día el apocalipsis los fatigó en tanto que ella estaba al comienzo
de los tiempos. Los hombres quisieron. Los hombres quisieron restablecerla
y que hubiera un fin del mundo.
Había seres inmensos que me amaban con un amor inmenso, y un día
esos seres inmensos que eran todos mujeres cuando danzaban y almas, se
encontraron frente a una imposible tentación y tuvieron deseos de crear
no su obra, sino las mías, y esos seres se hundieron y de su amor quedó
una celosía en el caos y en esta celosía unos consintieron en permanecer
mujeres y otros pretendieron ser machos. Unos con remordimientos, los
otros sin remordimiento.
Sin embargo, Jacques Prevel se encontraba entre aquellos que un día
se volvieron machos, pero con ciertos remordimientos.
Ya no sé qué ha sido a la hora que es del macho y de la hembra.
Me veo como un viejo tronco de árbol.
Veo un bosque y en este bosque veo pasar muchas conciencias, y entre
esas conciencias veo unas espantosamente hostiles y enemigas y otras que
como Jacques Prevel me testimonian una amistad que parece venir de
espantosamente lejos.
La catástrofe de la Atlántida, el hundimiento del imperio de los
Incas, la disolución del mundo estruso, han dejado pasar muchos sacos
hinchados, muchas conciencias por la desesperación hipertrofiadas como
vientres de ahogados al filo del agua.
Oigo nombres de seres que me sirven, y he vuelto a ver en esta vida
a Yvonne, Ana, Catherine, Elah, Cécile, Neneka, Anie. He visto a veces
detrás de esos nombres y esta agua pasar el hilo de una pequeña música,
algo de un Jacque Prevel reivindicado también por existir.
¿Quién eres? Le preguntaba.
Él reía y desaparecía. Puedo también calentarme, reír a carcajadas,
toser, golpear, martirizar. He sido tan martirizado desde que el tiempo
ha comenzado, y siempre sobre el agua desbordante pasaban seis sacos
hinchados.
La música de vuestros poemas está en el fondo. Usted ha sido martirizado
por cuántos papas. No sé el número. Por muchos papas. Y tal vez
algo suyo un día pasó en la calle de un supliciado. La inquisición
lo ha llamado y usted se vio responder a la vez del lado del suplicio y
del supliciante. Pero su alma no ha resistido ante la idea de imponer
el suplicio: ella prefería los supliciados. Pero cuando el horror del dolor
estuvo sobre usted, y debió elegir entre la elección del suplicio para ser
y el espantoso hábito atómico de la estatua del supliciador, usted ha
sentido que no podía ser en absoluto y la misma nada lo tomó como la
disolución del mundo etrusco o el hundimiento del imperio de los incas.
Quiero decir que su poesía está bajo la tierra. La tierra de muchas
catástrofes amontonadas, y que después de haber sufrido tanto y sentido
el infinito de terror desgarrar su rostro, su corazón está apunto de saltar
ante el último, siempre el último siempre tan irónicamente y desdeñosamente
el último suplicio que le está reservado; seguir sufriendo cuando
no me siento nacido sino de eso, es lo que toda la conciencia profiere.
Ahora bien, quienes la profieren más fuerte son aquellos que no sufrieron siquiera
este embrión de suplicio, siquiera este arte que persigue sin cesar la existencia
de Jacques Prevel”.
Titulo: En compañía de Antonin Artaud
Autor: Jacques Prevel
Traducción: Mariano García
Editorial: Adriana Hidalgo
261 páginas