Diana Bellessi nació, en 1946, en el seno de una familia campesina, en Zavalla, al Sur de la provincia de Santa Fe. Su obra, que ocupa un lugar central en el panorama actual de la poesía local, ha sido reunida el año pasado por Adriana Hidalgo en una edición de más de mil páginas que comienza con los textos de Buena travesía, buena ventura pequeña Uli (Nusud, Buenos Aires, l991), y termina con su último libro –el que da nombre al volumen- Tener lo que se tiene.

Diana, que estudió filosofía en la Universidad Nacional del Litoral, recorrió a pie Latinoamérica entre los años 1969 y 1975. Ese inmenso territorio fue uno de los primeros escenarios de sus poemas; y ese gesto de nomadismo ha formado parte de su poética desde entonces: “… lo que oye Una va dibujándolo garabato clandestino sobre su nuca tan unida ya al destino de las mujeres y los hombres de la Tierra que en ninguna parte estará, Una, extranjera”, como así también la defensa de una memoria étnica: “Vuelvo al llamado / de los pueblos, a lo arcaico / en mí. Trato de llevar / el sueño al corazón”.

Más tarde, refugiada en el Delta durante los años de la dictadura militar, escribió su Tributo del mudo (Sirirí, Buenos Aires, 1982): “Sopla un viento del norte / y los sauces llueven. / Humo / de la hojarasca incendiada. // Ha venido el otoño otra vez. // Hay misa permanente. // Hay sangre entre los robles.”

Considerada en ocasiones manifiesto, Eroica (Tierra Firme/Ultimo Reino, Buenos Aires, 1988), pieza fundamental en su obra, se instala en una zona poco transitada de la poesía latinoamericana y abre las puertas a un mundo: “Es un libro que vindica la trama universal del amor, una épica del eros feminizado (…. La función unitiva de la energía erótica que sostiene la alteridad en la semejanza, desde la belleza incandescente del amor lésbico hasta la belleza aurática del mundo, halla un cauce reproductivo en el poema”, sostiene Jorge Monteleone, autor del estudio preliminar que abre Tener lo que se tiene. Poesía reunida.

Diana Bellessi ha recibido numerosos premios entre los que cabe destacar el Diploma al mérito del Premio Konex, en el año 2004, y el premio a la trayectoria en poesía del Fondo Nacional de las Artes, en 2007.

En el año 1993, obtuvo la beca Guggenheim en poesía y, en 1996, la beca trayectoria en las artes de la Fundación Antorchas.

Durante dos años coordinó talleres de escritura en las cárceles de Buenos Aires, experiencia encarnada en el libro Paloma de contrabando (Torres Agüero, Buenos Aires, 1988).

Dentro de sus publicaciones se encuentran también: Destino y propagaciones (Casa de la cultura de Guayaquil, Ecuador, 1970); Crucero ecuatorial (Sirirí, Buenos Aires, l981); Contéstame, baila mi danza (selección y traducción de poetas norteamericanas contemporáneas, Ultimo Reino, Buenos Aires, 1984); Danzante de doble máscara (Ultimo Reino, Buenos Aires, 1985); Días de seda (selección y traducción de poemas de Ursula K. Le Guin, Nusud, Buenos Aires, 1991); El jardín (Bajo la Luna Nueva, Rosario-Buenos Aires, l993, reeditado en l994); Colibrí, ¡lanza relámpagos! (poemas escogidos, Tierra Firme, Buenos Aires, l996); Lo propio y lo ajeno (Feminaria, Buenos Aires, 1996); The twins, the dream (libro a dos voces con Ursula K. Le Guin, Arte Público Press, University of Houston, Houston, 1996); Sur (Tierra Firme, Buenos Aires, 1998); Gemelas del sueño (con U. K. Le Guin, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 1998); Mate cocido (Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires 2002); Desnuda y aguda la dulzura de la vida (selección y traducción de la obra de Sophía de Mello Breyner, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2002), La edad dorada (Adriana Hidalgo, 2003), La rebelión del instante (Adriana Hidalgo, 2005), La penumbra que mira el oro (Limón, 2006. Colección Unicornio) y La voz en bandolera, Antología Poética (Colección Visor de Poesía, Madrid, 2007).

Desde una islita en el Delta, Diana comparte con nosotros una porción de su mundo poético.

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Nos gustaría empezar preguntándote acerca de tus comienzos en la poesía, tus primeros acercamientos o percepciones de ella. ¿Qué recuerdos tenés de esa iniciación?

Empecé a escribir versos cuando tenía doce años, con Gustavo Adolfo Bécquer bajo el brazo. De inmediato llegaron Salinas, Lorca, Cernuda… el siglo de oro español y luego las vanguardias europeas del siglo diecinueve y veinte. La poesía contemporánea argentina de la mano de Madariaga, Molina, Orozco, Pizarnik, Bustos… Fue una fiesta. A los trece me autodenominaba poeta, y mi destino quedó sellado ahí. Pero el canto del verso es de aparición anterior, con las bagualas y chacareras que oía en los galpones de mi infancia, con una versión de La divina comedia que encontré en la bibliotequita de la escuela primaria… O andá a saber. El poema es un cazador de mundos, algo en el tono lo logra, y supe esto desde el principio, pero cuando ese algo no se hace presente, sólo queda la red vacía del cazador…

El cuerpo es material poético a lo largo de toda tu obra, claro. “de la inmensa máscara / el cuerpo entero / una máscara”: ¿en qué sentido el cuerpo es máscara? ¿En qué sentido somos “danzantes de doble máscara”?

La imagen alude al ethos mestizo de nuestra cultura, y por lo tanto de nuestra subjetividad. Aunque una de las máscaras, la del vencedor europeo en la conquista, la del patrón imperial, esté siempre a la vista, haciéndonos creer que es la totalidad y no sólo un aspecto de lo que somos. Mientras la otra máscara, la de las culturas originarias, y también la de los inmigrantes pobres, anónimos y a menudo analfabetos que vinieron en busca de un nuevo mundo, emerge desde la tachadura, desde lo que se ha intentado borrar. En esta distonía bailamos, en este conflicto constante aún no resuelto somos danzantes de doble máscara…

Tu obra reunida atraviesa una historia, como si el tiempo pudiera descansar sobre las páginas de un libro. En su “Árbol de Diana”, Pizarnik escribe: “ahora / en esta hora inocente / yo y la que fui nos sentamos / en el umbral de mi mirada”. ¿Cómo trazás esos puentes que unen el tiempo, “… tu servidor el tiempo, el enemigo / y hacedor de la belleza toda del mundo”? ¿Cómo conviven en vos todas las que has sido?

Todos hilamos una historia propia y tratamos de darle coherencia. Finalmente nuestros actos, y la escritura es uno de ellos, pero no el único, aparecen como un espejo donde algo de esa anhelada coherencia se refleja, y también sus distorsiones, por supuesto. El tiempo nos acosa y aparece, a menudo, como nuestro enemigo, el enemigo de la duración de las formas, pero sin él no habría formas, no habría existencia en transformación continua. Materia y tiempo nos dan la vida y nos la quitan para que otra vida sea posible. Así de simple y así de enorme, pero en ese abanico que se abre y se cierra contamos con una relativa libertad de elegir, y ese albedrío, esa capacidad de actuar según la propia voluntad en el momento oportuno, lo cambia todo.

Tu poesía tiene una respiración propia, alcanza con escucharte recitarla para reconocer en tu voz esa música. Y en tu poética, la voz, el aire, el sonido, el oído, tienen un lugar central. ¿Cuál es la relación que vos percibís entre la propia voz poética y la propia voz hablada que recita? ¿Cómo dirías que leés tus poemas?

Como están escritos, respetando su ritmo, su cesura, su silencio. El habla es revolucionaria, nada la detiene, no está hecha para ser fijada, es liberta y chiflada. La escritura la averigua.

Tu figura es fundante en la fuerte emergencia de la voz femenina en la poesía de nuestro país. Jorge Monteleone, en el prólogo de tu obra reunida, habla de una corriente naciente hacia fines del siglo pasado, que promueve la búsqueda de un sujeto poético nuevo que de alguna manera conforma lo femenino como enunciación. ¿Cómo ha sido para vos ese tránsito? ¿De qué hablamos cuando hablamos de lo femenino?

No lo sé. Lo femenino y lo masculino son distorsiones de una sociedad de clases. Sigo pensando, como Engels, que la apropiación de las mujeres y de sus hijos marca el inicio de la explotación de otro. Ese sujeto, quizás, sea el otro.

El poema que abre la segunda parte de tu gran Eroica, comienza: “- No hay, dijo. / -¿Ni siquiera en el fragmento? / – No. / – ¿En el polvo leve del instante? / – No hay completud. / Zona de muerte, aceptada.” ¿Toda incompletud es muerte? ¿Es imposible salirse del fragmento? Y el mismo poema sentencia: “Todo es posible en el instante”. ¿Sólo el instante no es parte? ¿Sólo lo que no dura es eterno?

Ni siquiera el instante… Si lo pensamos en las categorías del pensamiento de occidente, podríamos decir que todo es muerte. Liberados en parte de él, podríamos decir que todo es vida, cada gesto, cada instante, y la vida se torna enorme, descomunalmente larga. Pero no pienso en el instante como fragmento, no creo en el fragmento, todo se liga y se religa a su manera, paradójicamente, misteriosamente… A veces pienso que la creación de un estado imperial, la acumulación desmedida de riqueza, de prestigio, ahonda la melancolía del fin del tiempo. Nos hace perder el tiempo maravilloso de nuestras vidas, que nunca se encastra con el ideal que tenemos de nosotros mismos y del objeto de nuestro deseo.

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Y siguiendo en la misma línea, en “La edad dorada”: “Verse / en el deseo de ser / lo que se es en parte como / si se fuera ya completo / Es éste, sí, el espejo / del verso”. Y en “Tener lo que se tiene” leemos: “No vemos lo invisible / más bien vemos lo que ya no existe”. ¿Cómo es verse en un deseo de ser, hablarle a eso que no está, y construirlo en la figura de un instante?

Eso, a menudo, es el verso. Eso que se siente, que existe, pero que no dura. Con suerte, el verso lo caza, lo fija, es “para siempre”. El sujeto que lo escribe no. No persiste en su vida, no es “completo”, pero con fortuna vuelve a sentirlo en algún próximo instante. Por eso desilusiona, a menudo, conocer al autor de ciertos poemas que nos parecen memorables. El amor consiste en soportar las vastas zonas de sombra del otro, y el enamoramiento no las ve, sólo ve la devastadora luz. Por otra parte, una triquiñuela del tiempo-espacio consiste en que fijamos lo mirado siempre un poco después, así como vemos las estrellas mucho después que lanzaron su luz, cuando esa luz ya no existe. No vemos lo invisible, mas bien vemos lo que ya no existe.

Tu último libro, “Tener lo que se tiene”, comienza con el poema “El precio” que finaliza con: “tener la rienda de la mirada y pagar / el peaje también: verlo sin irme en su temible belleza”. ¿Hacia dónde has llevado la rienda de tu mirada a lo largo de tu obra? ¿Cuál es el precio de ver la belleza?

La he llevado, supongo, a esas partes donde cualquier alma humana la lleva. El precio ha sido verla y querer representarla. No es lo mismo que fundirse en ella. Perderse en el instante.

«Un decir» evoca un poema de Miguel Ángel Bustos: «Hablar como quien / suelta la lengua en la boca del amor». ¿El decir va hacia la desnudez de la mirada? ¿Se trata de saber mirar lo que se tiene para decir algo más, para tener algo más?

Saber es lo que no sé… Pero lo que busco, desde hace tiempo, es despojarme de todo lo aprendido, lo esforzadamente aprendido y que aún aprendo, lo que se debe aprender. Entonces, cuando te despojás de ello, de tu dura propiedad, lo que queda ahí, no parece tuyo, parece de la común pertenencia de la vida.

En una entrevista de Alicia Genovese y María del Carmen Colombo, decís que tu libro Tributo del mudo -aquel donde “hay sangre entre los robles”, donde “entre hileras de muertos / se abre la mañana con fulgor”, y la figura de la dictadura asoma desde el silencio- “… está arrancado del silencio como balbuceantes hilachas”. ¿Cómo fue ese proceso de escritura?

Así como casi no hablábamos, salvo en voz baja y en la intimidad de las paredes de nuestra casa, tampoco escribíamos. En esos años fueron secuestrados los cuerpos y las voces. La poesía, a diferencia de la narrativa, por su chiflada relación con el tiempo, sacó a relucir las hilachas de la voz, el mundo se volvió una metáfora.

¿Cómo definirías el vínculo entre poesía y política? ¿Militaste alguna vez? ¿Cómo viviste los años de la dictadura militar?

Todos los gestos de tu vida son políticos, en sentido profundo. Como decían las mujeres en los años setenta, lo personal es político. Cualquier cosa que mirés, que quieras representar, conlleva una visión del mundo, un mundo que te imaginás mejor o peor. Sí, milité varias veces, la primera en el Malena, el Movimiento de Liberación Nacional, y no he sido una buena militante, los artistas no lo somos en general, porque nos es difícil esa clase de obediencia, salvo en los momentos críticos donde solemos ser buenos, casi suicidas. Por sobre todas las cosas, creo que somos vectores de conciencia. Viví los años de dictadura militar escondida en una isla del delta del Paraná, y colaboré con un grupo trotskista.

Hay en gran parte de tu poesía una fuerte impronta social. ¿Creés que la poesía puede lograr cambiar algo del orden social? ¿De qué modo?

La poesía no cambia nada, y cambia tanto, en la secreta intimidad de quien la lee. El arte no es manipulable en una escena pública, se muere enseguida, deja de decir. Pero tiene larga vida, se lo abandona y vuelve a renacer un día cualquiera, el día en que le habla a un sujeto a solas…

Dicen unos versos de tu poema “Piqueteros”: “El hombre que vino a la reunión / de los sin tierra, dormido / en un alero y al que / varios jovencitos prendieron fuego / Fue, un juego, dijeron, y ya nada /se refleja en el espejo (…) ¿Qué hemos hecho?”. ¿Pensás que puede trazarse una línea entre aquella figura del exiliado político de los años ’70 y la del actual exilio económico que vive tanta gente dentro de nuestro país? ¿Cómo establecerías vos esa relación?

Hay una relación, sin duda; el exiliado político vio venir lo que se venía, el exiliado económico lo vive día a día. Los años noventa y ocho al dos mil tres, son un corolario de algo que empezó antes de la última dictadura, y se peleó, bien o mal, para torcerlo. Ambos protagonistas están en mi escritura y en mi corazón.

¿Cuál es tu lectura de la actualidad política de nuestro país?

Creo que es un escándalo. Los emporios mediáticos, ligados a una derecha troglodita que se ha hecho completamente visible, han creado una realidad, un fantasma que mucha gente repite. A ello se suman los errores de la administración actual, o quizás no son errores, sino los costos de quedarse dentro del sistema capitalista. Como sea, y más pragmática que en otros tiempos, personalmente le sigo dando un apoyo crítico a la actual administración, a los populismos latinoamericanos en general, y en particular, de corazón, a la gestión de Evo Morales en Bolivia. Lo que está en juego es la vida o la muerte de mucha gente, y me juego por la vida. Veo con simpatía la gestión y el discurso de Martín Sabbatella.

En «Herencia»: «… se quieren ir no saben / dónde y siempre están aquí / dando vuelta la misma / frase o imagen o tierra / natal». ¿Qué importancia tiene, para vos, en este momento, la poesía? ¿Cómo ves el panorama de la poesía actual?

En la rueda de la vida agradezco lo que me ha tocado. Agradezco también la herencia, los poetas que nacen cada año, porque es en ese tumulto, en ese cauce donde somos. El panorama actual es rico y diverso, goza de buena salud.