(La exposición a la que hace referencia la nota tuvo lugar en septiembre de 2015)

Burlarlo. Ese es el fin de toda obra artística. La fotografía obtura, retiene lo irrepetible, y lo eterniza. Aquí nos vemos. Fotografía en América Latina 2000-2015, es aún más ambiciosa y con su título inmortaliza, además de momentos únicos, el período histórico de todo un continente, borrando su tiempo.

En un continente sin tiempo no hay principio ni fin, ni posibilidad de linealidad, ni continuidad. Como si se tratara de un reloj sin agujas y sin dirección, la sala La Gran Lámpara del Centro Cultural Néstor Kirchner se convierte en un imponente campo desierto que lanza al hombre a la incerteza de un recorrido sin cánones, plagado de una diversidad de formas que reúne cientos de formatos, países, edades, rostros, texturas, colores, tamaños, sentimientos. Cientos de fotos y fotógrafos se unifican en la diversidad que acecha al habitante.

La incerteza es la que caracteriza al recorrido de la exposición y la que la libra a una incomparable y riquísima infinidad de interpretaciones y asociaciones. La foto titulada “Retretos Anónimos”, del brasilero Leopoldo Plentz, sintetiza estos dos aspectos: un rostro cubierto por miles de combinaciones numéricas superpuestas, sin un punto de inicio ni final percibibles y sin una única forma de  interpretarlo. Esas infinitas combinaciones forman un único rostro, irremplazable.

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Esto destaca a la exposición de otras tantas que con patrones preestablecidos y recorridos predecibles acotan su propio alcance. Aquí nos vemos. Fotografía en América Latina 2000-2015, atenta contra las certezas y las comodidades, justamente para ser libre como el hombre habitante que la recorre. La sensación de no haber completado el recorrido se siente, pero se tiene a la vez la incomparable sensación de estar caminando la historia cotidiana, de estar abarcando diferentes temáticas de todo un continente, y la libertad absoluta de estar venciendo el tiempo.

Si estas imágenes “abrazan la diferencia y conviven”, como bien señaló Mariana Enríquez en su texto de presentación de la muestra, es justamente por esa diferencia y esa diversidad que las constituyen. Y si para Juan Travnik, el objetivo era “transformar y producir un sentimiento”, puede decirse que eso está logrado. El hombre que fue eterno por un momento, ahora, inmerso nuevamente en el tiempo, está obligado a abrir los ojos, ver que las diferencias que lo rodean son las partes que constituyen el rostro del continente.

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