Oculta  detrás de un turno solicitado para iniciar una sesión terapéutica, una paciente de mediana edad llega al consultorio de un  psiquiatra, después de haber elegido el último horario disponible para “poder explayarse” y acordando, sin éxito, abonar a su secretaria dos consultas por la atención. El profesional, un médico viudo, con una hija, médica dedicada a las neurociencias, que en nada coincide con su padre, se ve envuelto en el trastorno delirante de su visitante. El primer golpe bajo de la mujer es cuando expresa: “Usted no me conoce a mí, pero yo conocí su nombre hace 29 años. A pesar de que soy especialista en olvidar nombres -dice la mujer-, retuve el suyo y lo encontré en la Internet”. Trata de envolverlo aún más cuando le expresa que nunca lo había visto, salvo en un sueño en el que inventó sus facciones y ya, sin aliento, sentencia: “Hallé una ponencia suya en un Congreso de Psiquiatría y Derecho, se titulaba “El porvenir es largo”. Trataba de los perjuicios de la inimputabilidad para los que han cometido algún crimen”.

Con este inicio, Asfixia se transforma en una novela escrita a dos voces, con un timing arrollador donde la impunidad y el crimen, la culpa y el olvido, la memoria y el pasado, son los ejes principales de una construcción acorde con el policial psicológico, donde el silencio toma característica de máscara de cemento en el entorno de la última dictadura militar. La paciente, una fumadora descontrolada, punza permanentemente al facultativo; “Se que he venido a incomodarlo”. “Mañana se cumplen veintinueve años de la muerte de mi hermana, vine a Corrientes para ir al cementerio y espero no pisar más la ciudad…” “Mi hermana fue la víctima del crimen que expuso usted en ese congreso…”. La mujer viene a desovillar la oscura historia de apropiaciones ilegales de niños y la muerte de su gemela.

El ritmo cardíaco impera en todo momento y ese médico desgastado después de treinta y cinco años de profesión, atendiendo en el consultorio que fuera de su padre, ya sabe que su oído está apagado para seguir escuchando historias. Acaso su viudez -“Viudo, sentí la orfandad”- es parte de los límites, pero hay algo que lo mantiene en vilo – “La inquietud que me suscitó la mujer, que hasta allí era solo una señal de fastidio, cedió lugar a un viejo y sincero interés dado por pedido. Entonces me esforcé para disimular el asombro.”-.

El vértigo no disimulado atrapa al lector de una manera obsesiva. Es que cada página trae un relato sonoro. La mujer fuma un cigarrillo tras otro y exterioriza su angustia patética. Uno se detiene en ese consultorio, en esa ciudad litoraleña, en un viernes triste anticipo de un fin de semana largo, a última hora y con la inclemencia de un tiempo otoñal tormentoso, clavado en medio de todo la historia personal, con una madre muda y muerta, una hermana gemela asesinada durante la etapa negra de la dictadura y un padre comisario desesperado por terminar con el novio de la gemela por su militancia política. En este caldo de cultivo la identidad está siempre presente. Aumenta el delirio con los nombres de las gemelas: Mariana Alejandra y Alejandra Mariana. “Algunos dicen que los hermanos gemelos son muy unidos, que no hay distancia entre uno y otro, que son necesarios dos para hacer uno”.

El juego psicológico atrapa en un puño al pasado y la memoria. En ese pasado lo que está claro es el silencio, la voz partida, el ahogo de esta mujer que reelaboró su vida y sólo quiere hablar. “No hay olvido mejor olvidado que el de los memoriosos, pues siempre es selectivo, obstinado y autoritario”, dice la novela. Impunidad y crimen son los pilares de esta arquitectura literaria donde uno se pregunta quien es el detective, el investigador, el organizador. Durante los tres días funestos, esa hija de un represor, dinamita al médico y lo castiga con otra versión de un crimen que el psiquiatra tuvo conocimiento en los años de plomo. La despiadada mujer reactualiza un momento casi olvidado en la vida del médico, quien a través de las reflexiones de su paciente lo lleva hasta su pasado que ya parecía cerrado. No es menos importante la fecha de los acontecimientos: junio de 1977, un momento  caliente, de días urgentes, con sustitución de identidades, minado de desconfianza, con delaciones y quebrantos. Allí aparecen los “detalles innecesarios” del caso que se verán revelados como pliegos oscuros.

Como manejando un carrito en la montaña rusa, Elisa Bellmann recorre una ruta de suspenso palpitante, donde  con destreza nos conduce a un the end en el protagonista nunca pensó que este llegaría de la mano de una mujer. En rigor, ante el final abierto -lo que supone alguna continuidad- uno advierte que esa paciente vino pero no sabe adónde va, algo que sin duda sobrepasa el hilo de la historia y nos permite conjeturar que algún día llegaremos con o sin asfixia a la verdad. El epílogo, un tiro de gracia, nos deja tensos, temblando y de alguna manera nos permite saber que los fantasmas del pasado nunca dejan de abandonarnos.

Asfixia fue finalista en 2009 del Premio Clarín Alfaguara. Este año fue publicado en la colección Negro Absoluto de Aquilina dirigida por Juan Sasturain.

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Tu obra gira en torno al pasado reciente, a los momentos duros de la dictadura militar. ¿Qué relación existe entre la protagonista, la autora, tu profesión y ese tiempo?

Sin dudas la relación es estrecha no solo con la protagonista, sino también con su interlocutor: el Doctor. Ambos han vivido de manera diferente los momentos duros de la dictadura militar del ’76. Desde posiciones y puntos de vista distintos narran detalles de la vida cotidiana, vivencias, recuerdos, experiencias de esa época en la que transcurre el crimen que se trata de develar.  La protagonista era estudiante y el Doctor daba sus primeros pasos como Médico Psiquiatra en un Hospital en esos tiempos.
A mí me sorprendió el Golpe Militar en la mitad de la carrera universitaria, y el impacto fue enorme. Luego, comencé el ejercicio de la profesión y por cuatro años en pleno desarrollo de la dictadura con notables consecuencias: la búsqueda de resquicios para continuar la formación con psicoanalistas y docentes perseguidos, grietas en la que filtrar el ejercicio de la psicoterapia que teníamos prohibido los Psicólogos por orden del entonces Ministro de la Dictadura, Llerena Amadeo. De alguna manera, pienso ahora, se reflejan en muchos momentos de la historia detalles cotidianos de ese tiempo, que hoy nos suenan tan extraños, pero que exponen el nivel de control, violencia  y pérdida de libertad que sufrimos durante esos siete largos años. Por ej.: la incautación del DNI al ingresar a la Facultad, en la mesa de entrada y ante personal policial, que era devuelto al salir, cosa que hoy parece tan absurda e increíble. Mientras estábamos dentro del edificio quedábamos sin la credencial de identidad y a merced de ser llevados presos por “averiguación de antecedentes”, forma que tenía en esa época la eliminación rotunda del derecho a transitar libremente. En realidad, quedábamos encerrados sin documentos, literalmente “presos”. Ese detalle de los documentos, que está narrado casi al pasar en la trama es uno de tantos que hacen al marco de esta novela.

Asfixia en una palabra muy fuerte y desde lo literario tiene su peso. ¿Esa sensación de falta de oxígeno te dominó mientras escribían la novela?

No, para nada. Más bien el argumento inicial, al irse desplegando, produjo alivio en la escritura porque en realidad fui desanudando una trama muy cerrada. Y en la medida que se abría, y se abrían otras posibilidades argumentales que no estaban al inicio, me sorprendía para mejor. Se me ocurre que fue como estar ante mil piezas sueltas y desordenadas de un rompecabezas sin modelo, e ir de a poco probando, ensayando, rectificando, para al fin encontrar una forma final.
“Asfixia”, su título definitivo (porque en el transcurso hubo varios otros) alude más al modo de matar del criminal que al clima de la época y al de las conversaciones entre ambos protagonistas. Al menos cuando se me ocurrió fue así, claro está que cada uno que lea la novela puede asignarle otra significación.
Carlos Marín, periodista y crítico literario de Paraná quien presentó el libro allí, recordó que etimológicamente “asfixia” es “sin-pulso”. Se ve que con el tiempo y los usos pasó a significar “dificultad para respirar”, dicen que fue la lengua francesa en el 1700 y pico que produjo ese giro.
Y cito esto porque pensándola desde la distancia, creo identificar unos fragmentos de la novela en los que verdaderamente podríamos decir se detiene el pulso, hasta en el mismo desenlace. Y no en el sentido del agobio o ahogo en la moderna significación de “asfixia”.

Es posible que por tu profesión esto de “prestar el oído” tenga mucho que ver con la historia narrada a dos voces. ¿Psicoanálisis y literatura cómo se llevan contigo?

En primer lugar, el formato de una conversación para contar esta historia se emparenta tanto con una sesión psicoanalítica que me resulta difícil rebatir lo que los lectores imaginan, es decir, «esta historia está sacada de la experiencia de la escritora como profesional.» Sin embargo, cuando comencé a escribir ese cuento que devino esta novela, yo estaba muy influenciada por la lectura de un autor húngaro, Sándor Márai, que me gustó mucho y que utiliza el recurso de largas conversaciones en algunas de sus novelas. Y tal vez, sin proponérmelo especialmente, fue tomando esa forma.
La novela siguiente, aún inédita, no tiene para nada esa estructura.
Sin embargo me resulta difícil responder de buena manera a la pregunta de cómo se llevan conmigo literatura y PSA. Respecto al tiempo que dedico a cada uno, se llevan a las patadas. Trabajo muchas horas en consultorio, y suelo disponer de pocas para la lectura y/o escritura en períodos laborales. A la inversa, cuando estoy de vacaciones, me dedico casi exclusivamente a leer. Algunos veranos, como este, a escribir. Durante el año, solo dispongo de tiempo para corregir, re escribir, y leer cuentos o novelas breves.
Siempre tengo la idea de que una le quita a la otra espacio y tiempo, y que se excluyen mutuamente.
Pero reconozco que ambas se relacionan como en un “ocho interior”, ese de la famosa banda de Moebius, caminas siempre por la misma superficie pasando de un lado al otro de la banda sin cruzar ninguna frontera. Creo que esa es la forma más fidedigna de expresar esa relación en mi vida cotidiana.
El Psicoanálisis obliga a leer mucho y constantemente, no solo literatura especializada, sino literatura. Tanto Freud como Lacan, maestros de maestros, nutren su producción psicoanalítica con muchísimos elementos de la cultura: la literatura es uno fundamental.
Hace poco se editó en español un libro que es un diálogo interesantísimo entre Coetzee y una psicoanalista acerca de la verdad, la ficción y la terapia psicoanalítica. Y ese es otro aspecto de esa relación: que relación/similitud/diferencias habría entre lo que se relata en una intimidad tan profunda cual es la de una sesión psicoanalítica, y el relato literario de una ficción.

¿Cómo nace Asfíxia?

Como dije antes, como un cuento inspirado en el conocimiento circunstancial y relativamente cercano que tuve de un crimen. El cuento se hizo largo, complicado, macizo, pesado, dividido en tres episodios, y al que un verano decidí dinamitar. De lo que resultaron 40 capítulos. En ese cuento trabajé la idea de que un joven, confeso autor de un crimen, pudiera no haber sido el verdadero culpable. Un juez se pregunta, y pregunta al psiquiatra tratante: “¿Y si él no fue el autor?, ¿Pudo haber estado en un episodio confusional que lo lleva a asumir un crimen que no cometió? ¿Le pudieron tender una trampa?” En torno a estas preguntas me pareció que podía poner en juego plenamente algunas cuestiones que me ocupaban mucho en ese momento, y por supuesto siguen en pie: la inestabilidad del pasado, la posibilidad de cambiar la historia según se modifique su relato agregando piezas y versiones posibles, el tiempo de despliegue que requieren algunos acontecimientos para terminar de producirse, a veces la vida íntegra de una persona o más, la fuerza de los secretos en la historia de las personas y sus descendientes, las consecuencias de la in-imputabilidad en quienes han cometido algún crimen, las chances que abre la aceptación de responsabilidad en los delitos, la lenta y compleja construcción de las verdades en el campo jurídico y en el personal (que por supuesto requieren de su de-construcción muy frecuentemente). Por supuesto, al recurrir a la estrategia argumental de una hermana de la víctima que se acerca a resolver el dilema ético/moral que le suscitó conocer un dato acerca del crimen treinta años después, le dio a la novela la posibilidad de transcurrir en época de la Dictadura Militar de los ’70. Lo que a su vez permitió incluir una temática que es muy interesante para mí y que me abre muchísimas preguntas: la de los hijos de los represores que de alguna manera también fueron/son víctimas del terrorismo de estado aunque nos cueste admitirlo.

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En la obra el tema de las gemelas es un nudo crucial. Los nombres en ese juego de identidades son dominantes. ¿Cuál es tu relación concreta con los gemelos?

Bueno, en la familia de mi padre hubo gemelos que llevaban los mismos nombres con el orden alterado, uno de ellos fue mi padrino. En mi barrio infantil vivían unos gemelos, de hecho uno de ellos fue mi primer novio cuando tenía 8 años y nunca supe cuál, ellos tenían los nombres invertidos también y eran realmente idénticos porque no hacían el menor esfuerzo por diferenciarse, ni la madre lo lograba. Como te decía antes, cuando incluí una hermana de la víctima como la protagonista imprescindible para llegar a remover la historia del crimen y dar posibilidades de respuesta a las preguntas de aquel juez, inmediatamente se me ocurrió que no tenía que ser una hermana cualquiera, que tenía que estar un poco loca, que podía ser una gemela y llamarse en espejo como abrevé en mis propios recuerdos; todo eso disparó muchas posibilidades a la historia al levantar el nivel de enigma del relato aportando la cuestión del doble. No fui consciente al escribir vorazmente sobre el personaje de lo que estaba haciendo.
Tal vez, esas historias antiguas de mi propia vida hayan aportado mucho al personaje. Verdaderamente no sé cuánto, nunca me lo pregunté. Ahora me toca responder a quienes leyeron la novela y me preguntan, y debo improvisar explicaciones. Seguramente, en algún momento, con todas estas versiones construiré alguna nueva verdad que me atañe. Quién lo sabe, no?

El tema del doble, el juego literario con las gemelas, me lleva a pensar que esto termina con en la desaparición. ¿Cómo encaja todo en la novela?

Y sí. No quiero anticipar algo que está sobre el final de la novela, y que es deducido, no revelado por el Profesor al que consulta el Psiquiatra atribulado. Pero sí, el tema del doble fue un instrumento apropiado para hacer intervenir la cuestión de la desaparición tal como se acuñó en nuestro país y por boca del propio Videla: “No está ni vivo ni muerto: está desaparecido. No tiene entidad…”, aproximadamente así fue su respuesta al periodista que preguntó. El psicoanálisis propone a “lo real” como lo que no cesa de no escribirse. Y paradójicamente aunque en esta historia la desaparición queda del lado oscuro de la hija del represor, lleva exactamente la impronta de lo “real” que la dictadura le forjó.

Me seduce y me irrita el personaje de la mujer a quien termino aceptándola ¿Te costó construirla?

Me entusiasma tu sinceridad. Claro que irrita. Claro que me costó construirla. Es más, comenzó siendo una víctima, impoluta y de alta moral, bella y seductora, creíble. Pero se transforma en el transcurso prácticamente en su opuesto, lo cual no la hace menos humana, sino mucho más. Esa transformación se fue produciendo en la medida que el personaje crece en densidad, en historia. No sé a vos, pero a mí que me tocó esculpirla, me resultó mucho más seductora en su última faceta, insisto, más humana, con pasiones genuinas, y ahí sí, verdaderamente una víctima con aspecto de victimaria, ¿no?
Respecto a este personaje puedo decir que me pasó lo que oí de boca de algunos escritores: si los escuchás, los propios personajes te van dictando, te hablan al oído; cuanto más te dejas llevar por lo que ellos mismos hacen y expresan, mejor es el resultado. Y el lector se beneficia de esto, verdaderamente son personajes que conmueven. A mí ella me conmueve mucho.

¿Pensás en una segunda parte o saga?

Ya estaba la prueba de galera, a punto de ir a la imprenta en la primera edición del año 2011, cuando decidí agregar el último capítulo y eliminé toda posibilidad de saga policial, porque este particular detective muere. Estaba cansada, y me dije: “ya está, se termina acá”. Pero después, cuando revisé el original para la 2ª edición que es la que publica la colección Negro Absoluto, ¿sabés que me dio curiosidad saber de ella?. Se me planteó la pregunta: ¿Y a dónde habrá ido a parar esta mujer? ¿Por donde continuó su recorrido? Y confieso que nunca antes se me había ocurrido que la saga pudiera venir del lado de ella. Pero así es ella, va de sorpresa en sorpresa.
Seguramente algún día se me da por seguirla y contar su derrotero.

¿Como ves el estado de situación de la literatura en la actualidad? ¿Cuáles son las voces más interesantes y cuáles los nacimientos más promisorios?

Verdaderamente no me siento en condiciones de responder responsable y seriamente estas preguntas. La primera, para nada, no tengo idea. Me parece una pregunta para un estudioso, un crítico. Y me encantaría conocer esa respuesta.
Lo que yo sé es que cada vez hay más libros en las librerías, hay más propuestas en las revistas y los suplementos literarios. No sé si tiene que ver con el acceso a la información muy facilitado hoy o si realmente se editan cada vez más libros porque cada vez hay más gente escribiendo y con deseos de publicar.
Siempre, ante una biblioteca sentí la impotencia de saber que jamás podría leerlos a todos, ahora es enorme la impotencia, es imposibilidad. Es saber que tengo a mi alcance solamente la puntita de la punta de un tremendo iceberg. Y que voy a morir sin haber leído el 99,99 % de lo que hay en los anaqueles.
Cuando era niña y miraba «Mi marciano favorito” en la tele, se me representaban dos deseos: 1) hablar por teléfono viendo la imagen de la otra persona a distancia (Y se cumplió, hoy es posible!) y 2) me fascinaba la habilidad del marciano de leer un libro con solo recorrer con el dedo pulgar las hojas, como se hace con un mazo de cartas. Era mi gran sueño infantil, que llegara un día en que las personas pudiéramos leer así (hice cursos de lectura veloz en la adolescencia, pero no lo logré.) Y al día de hoy, ahora digo, “felizmente” leer lleva tiempo, leer es tiempo: silencio, detención, pensar… felizmente.
Y la segunda pregunta, tampoco. Las voces más interesantes tienen que ver con mi propio estado de situación, mis preguntas, mis inquietudes y mis intereses. Sería injusto citar voces interesantes, así, tan caprichosamente. Por otra parte, no soy lectora de novedades. Rara vez me acerco a esa mesa en las librerías, salvo por una recomendación especial. Soy una recalcitrante re-lectora. Por eso suelo estar atrasada de noticias literarias, aunque recorro los suplementos. A mí, en estos últimos años, me gusta leer a escritores no traducidos. Y solo leo bien (o más o menos bien) en castellano, entonces estoy leyendo y releyendo muchos autores de habla hispana algunos conocidos, otros no tanto.
Por supuesto hay excepciones: Lispector es una maravillosa excepción.
A veces descubro a un escritor que resulta que es eximio y con amplia trayectoria, pero para mí pasa a ser «un nacimiento promisorio», y me dejo absorber hasta la médula. Un ejemplo de los últimos años es Fernando del Paso, ahora en el candelero porque fue el último premio Cervantes. Antes fue Levrero, y así…

¿Cómo manejás el clima, la atmósfera, en tus narraciones?

Qué interesante son tus preguntas, me obligan a pensar en cosas que no pienso nunca. No sé si manejo el clima en las narraciones. Tengo la idea de que al escribir lo que es  necesario narrar para conducir el hilo de una historia, los acontecimientos crean un clima por sí mismos. Diría que me dejo llevar por el clima, y él se apodera de mí, como testigo de lo que estoy contando. Claro que después, a la hora de correcciones, re escrituras, y demás yerbas, uno se pone exigente y se atempera, se afina, se resalta, se tacha mucho mucho. Y ahí, en ese momento, tal vez sí se “maneja” el clima o la atmósfera.

¿Cómo abordás en tu obra el trinomio “lenguaje, trama, argumento”?

Pienso que recién les presto atención en las re escrituras y correcciones. No de entrada. Soy bastante meticulosa con el lenguaje y el tono de las voces de cada personaje y del narrador, porque me resulta imprescindible que suenen diferentes y sin embargo no siempre lo logro desde el principio y quizás nunca del todo. La trama se va tejiendo lentamente y a medida que escribo, nunca la puedo premeditar. En cuanto al argumento casi nunca se conserva el inicial, casi siempre lo que dio origen a la escritura cae, se pierde y da lugar a uno nuevo que se gestó silenciosamente mientras se desplegaba la trama. Me ocurre que al final siempre me sorprendo.

¿Cuál es tu proceso de escritura?

Nunca es sereno el proceso. Se parece a un juego que juego con pasión y seriedad. Tengo impulsos que me llevan a iniciar la escritura de una idea, a veces la prosigo inmediatamente, otras queda guardada como un proyecto. Cuando me decido a dedicarle tiempo intenso, retomo alguna, no sé bien por qué motivo elijo precisamente “esa” y comienzo. Escribir no siempre es en la computadora, en pleno tarea escribo mentalmente mientras conduzco (viajo con mucha frecuencia sola), a veces grabo notas para no olvidar ocurrencias de cómo seguir, cómo sortear una dificultad de la trama, o un personaje que se me presenta de golpe como necesario incorporar, etc. También camino varias veces por semana y mientras camino repaso mentalmente lo que escribí la noche anterior, sobretodo los obstáculos que me frenaron, y las mejores ocurrencias suelen aparecer cuando no tengo donde ni cómo anotarlas. Puedo estar en una reunión, o viendo una obra de teatro, o asistiendo a una conferencia y alguna frase que escucho me resuelve un problema de un personaje. Entonces vuelvo al teclado y me sumerjo lo más pronto que pueda.
Mientras estoy enfrascada, en general en esos meses de verano, pierdo noción del tiempo. Como algo si siento hambre, duermo cuando no doy más, sin reparar en qué horario eso sucede. Me aíslo casi totalmente. Cuando doy por terminada esa etapa y asomo la nariz al mundo, estoy delgada, muy cansada, ojerosa, los ojos muy irritados  (dos veces se me ulceraron las córneas), pero satisfecha. Es el final de una primera partida del juego, y voy ganando… Hago una tregua, dejo durmiendo lo que hice, trato de olvidarlo hasta que lo retomo para la tarea de corrección que me demanda el resto del año. Asfixia me llevó tres años de escritura y un par más de re escrituras. La segunda novela aún inédita viene con el mismo ritmo. Espero terminar de revisarla este verano. Y el tercer proyecto sigue creciendo en ideas, notas, ocurrencias, papelitos sueltos, archivos en una carpeta en el escritorio de la computadora, y está esperando para ser narrado.
Al menos así ha sido hasta ahora.

¿Cuáles son tus influencias literarias?

No puedo destacar ninguna en particular. Creo que todo lo que he leído y leo me influye totalmente, es una obviedad.

Desde el Observatorio Hispanoamericano de Literatura Negra y Criminal consideramos este género como un vehículo efectivo de ciertas ansiedades sociales –conscientes o no en los escritores y en los lectores-, en tanto que, cuando se piensa el crimen, el descontento social o la situación del individuo, generalmente se está pensando, aunque más no sea tangencialmente, en el derecho y, por lo tanto, en la construcción imaginaria de la sociedad. ¿estás de acuerdo con este postulado?

Es un postulado complejo, me parece. Y está compactado en la pregunta. No sé si logro entenderlo bien. Al no ser experta en Letras ni Crítica Literaria, pensar en el “género” y a su vez, suponerle ser  «vehículo efectivo” de ansiedades sociales me sobrepasa, opinar al respecto lo considero un atrevimiento de mi parte. Tampoco me queda claro qué se considera cuando se dice “ansiedades sociales”. Aun así, el texto de la pregunta me incita a pensar algo, aunque sea vacilante:
Cualquier expresión artística es un vehículo efectivo y eficaz para tramitar las problemáticas humanas y produce un encuentro particularísimo con lo humano, por lo cual la Literatura Criminal no debiera ser una excepción. Indirectamente esta especificidad la pone a trabajar sobre un desgarro que se produce en el tejido social cada vez que ocurre un crimen. Un crimen es más que una muerte, es una depredación. Sería, entonces, un ataque a esa construcción imaginaria y colectiva de la sociedad a la que se refiere el postulado. En ese sentido, tal vez la novela policial busca restablecer el equilibrio que ese gesto violento rompió. El esclarecimiento, el hallazgo del culpable, y en lo posible la sanción del crimen que la novela negra plantea, serían reparatorios o reparadores.

¿Por qué no ha surgido aún la gran novela criminal sobre el poder económico?

No lo sé. Pudo haber surgido y todavía no la conocemos por la misma fuerte influencia que ese poder económico ejerce, colonizando gustos, criterios, modas, y tendencias. Quizás existe, está escrita y no está publicada aún, o está en una pequeña edición solventada con mucho esfuerzo por su autor quien trabaja en una oficina pública para ganarse el pan de cada día, y que no consigue prensa ni buena distribución, y que previamente se presentó a algunos concursos de editoriales a las que no les interesó la temática porque “no vende” y no llegó ni a finalista.

Pero si no surgió, ¿no será porque el poder económico es muchísimo más poderoso de lo poderoso que lo suponemos, y verdaderamente está ganando también la batalla cultural?

¿Cómo percibís el cruce entre historia nacional y literatura?

Lo que percibo es que extraño a un David Viñas, a un Fogwill, y a muchos otros con quienes dialogar y a quienes escuchar al respecto.

En la introducción del Asfixia aparecen los nombres de Clarice Lispector y Marguerite Duras, no son casuales…

Soy lectora de Duras desde hace añares, a Lispector la conocí tardíamente, hará 15 años. Me conmueven ambas. En este caso, en la única novela policial de Duras que leí, «La amante inglesa», un personaje dice lo que transcribo como cita al principio y que reduce en una fórmula breve algo que se me presenta cada vez que pienso en historias para contar. Y es cuán cerca o cuán lejos estamos las personas comunes de la posibilidad de matar a alguien (no los sicarios, ni los terroristas, ni los presidentes que declaran guerras y matan a miles «a sola firma») . Tiendo a pensar que la mayoría estamos muy lejos, pero me temo que no sea tan cierto, y estemos bastante más cerca de lo que creemos. De los diez mandamientos, el 5º es “No matarás”. Acerca de los otros nueve, nadie niega haberlos transgredido alguna vez, o haber estado a punto de… Sin demasiado pudor cualquiera lo declara. Pero, ¿y el 5º? ¿Qué pasa con el 5º?
En esa cita, Duras pone en boca de un personaje la idea de que la causa de la mayoría de los crímenes estriba en la posibilidad de cometerlos, o dicho a la inversa: si no se mata es por falta de posibilidades, nada más. Me gusta esa crudeza, tan típica de Duras, para abrir el debate al menos en el campo literario.
La cita de Lispector apunta a la veracidad de la historia. Mientras la escribía fue algo que me acompañó todo el tiempo: que sea una ficción, la hace menos verdadera? Si fuera verdadera, sería más creíble? Es verosímil aunque sea el producto de una especie de puzzle que se armó con piezas ordenadas caprichosamente, o inexplicablemente? Y me parece que esa breve frase nos da una clave: el asunto es que cada uno la reconozca en sí mismo. Parece raro, pero no sabés cuánto me alentaba releer esa cita cada vez que dudaba sobre el relato de esta historia.
¿Cómo fue recibida Asfixia hasta el momento?
Asfixia fue considerada por la crítica como una novela del género, a pesar de no haber estado en mis planes; yo la considero una novela de intriga emocional, de resolución de enigmas, un “thriller psicológico». Para mí Asfixia resultó una novela que encierra varios enigmas menores, y uno muy fuerte que supera el de descubrir quién cometió el crimen, y es el siguiente: por qué hay cuatro asesinos para un solo cadáver. Que en una sola persona y en un mismo momento converjan cuatro potenciales asesinos que a su vez de un modo u otro asumen el hecho, genera una verdadera y poderosa intriga sobre la víctima, y sobre lo que esa víctima representa en ese momento histórico, político, social y afectivo-familiar.
Además expone al lector a la misma sorpresa que a la autora de la novela, quienes se convierten en testigos de la ejecución de un crimen en su propia nariz, casi sin darse cuenta. Y eso sí que no estaba en los planes.
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ELISA BELLMANN

Argentina, nacida en Paraná (Entre Ríos) en 1956. Se educó en el ámbito público:

Bernardino Rivadavia, la escuela primaria, y Justo José de Urquiza, la secundaria. Luego se trasladó para graduarse con el título de Psicóloga en el año 1978 en la Universidad Nacional de Rosario.

Continuó los estudios en Psicoanálisis por circuitos informales en la época de la dictadura, con maestros de la talla de Jorge Belinsky y Américo Vallejo, Héctor Fígoli, Marta María Robertis, Fernando Ulloa, Germán García. Y luego, por espacios formales: la Universidad Nacional de Buenos Aires (Cursos de Posgrado y de Doctorado) con Alfredo Eidelsztein y Marta Gérez Ambertín, e Instituciones del ámbito psicoanalítico con Mirta Divita, Susana Toté, Cármen González Táboas, entre otros.

Desde que se graduó ejerce la práctica clínica en Rosario y Buenos Aires, con excepción de un período de seis años, entre 1982 y 1987, en el que residió en Neuquén y en Paraná.

En la ciudad de Rosario, donde vive la mayor parte de su tiempo, desarrolla diversas actividades públicas: fundó el Comité Científico de la Asociación de Lucha contra el Mal de Alzheimer (1993/97) y Ejercicio Ciudadano (1994/99). Fue co-directora del Instituto Philippe Pinel (1996/98) y participa en programas de extensión en la Universidad Nacional de Rosario.

En el ámbito académico fue invitada a disertar como colaboradora en Cursos de Grado y Posgrado de la UNR y la UBA.

Hace más de diez años cobró un lugar preponderante entre sus actividades la escritura de ficción y se dedicó a la narrativa de cuentos cortos y novela.