En Muerde memoria (Rangún, 2019), poesía e historia se entrecruzan en diálogos fragmentarios hechos de retazos, de restos que se filtran e interrogan la memoria y el olvido, lo personal y lo colectivo. Espejo entiende la experiencia poética como una búsqueda, “una sed no saciada con mercancía ni con personas”. Los Redondos, Bolaño, Roa Bastos, Ramos Mejía, Martínez Estrada, entre otros, trazan el mapa en que sus versos se inscriben.

 Esteban Espejo nació en Mar del Plata, en 1984. Es profesor universitario y psicólogo. Coordina talleres de escritura. Publicó poemas y artículos en revistas culturales y literarias. Como ensayista publicó Casi nada, casi ser. Ensayo filosófico poético (2017).

La conquista de América, la Campaña del desierto y la lucha armada, entre otros acontecimientos, se vuelven centrales en las páginas de Muerde memoria. ¿Cómo entendés la relación entre poesía e historia?

Me interesa establecer diálogos fragmentarios con la historia. Los hechos como tales están perdidos, tanto para la historiografía como para la poesía. Sin embargo, historiadores y poetas elaboran discursos, basados en materiales de investigación en el primer caso y de materiales opacos en la poesía. Aunque esos hechos históricos no puedan ser aprehendidos del todo, nos golpean el cuerpo, provocan experiencias y nos dan la posibilidad de resignificar y quizás experimentar de otro modo esos acontecimientos. La poesía, lejos de un discurso guiado por recursos lógicos que debe establecer causas y consecuencias, establecer condiciones históricas para explicar un fenómeno, funciona a partir de saltos, puede fundir dos fechas sin atajos. También puede demorarse en alguna palabra enigmática y suspender el sentido.

El desafío, creo, es que ese funcionamiento que parece caprichoso, se sostenga en alguna trama y al mismo tiempo no resuelva nada. Un poema que bordea lo histórico creo que está logrado si logra confundir al lector y hasta nos despista acerca de qué es el bien y el mal, dónde fijar la justicia o injusticia. Por otra parte, como dice Piglia, es más interesante qué puede aportarle la literatura a la realidad que detectar qué material de la realidad (biográfico, histórico, etc.) está presente en la ficción.

“Un día dijo que la historia se contaba sola / se quebraba sola / y que él ya no podía limarla.” Son versos de “Biografía de Heródoto”. ¿Quién cuenta, quiebra, lima la historia?

Respondo con una cita de Yo el supremo de Roa Bastos: “¿Sabes tú qué es la memoria? Estómago del alma, dijo erróneamente alguien. Aunque en el nombrar las cosas nunca hay un primero. No hay más que infinidad de repetidores. Sólo se inventan nuevos errores. Memoria de uno solo no sirve para nada.”

Se podría pensar que “la muerte del autor” indicada por Foucault no es solo relativa a la obra literaria. De hecho, también muere “el hombre” como sujeto creador de discursos. La lengua habla a pesar nuestro y  creo que, lejos de expresar nuestro Yo, la poesía es de los pocos espacios donde no tenemos que estar traficando con el narcisismo. Me interesa recuperar algo de la voz colectiva, a veces mítica, propia de cierta historia (al modo de Las multitudes argentinas de Ramos Mejía) y de cierta literatura latinoamericana donde la primera persona está interrogada. De hecho, ese derrotero de la memoria en la novela de Roa Bastos invoca constantemente a otro, a su ayudante Patiño. Habrá que seguir interrogando aquello de que “La poesía debe ser hecha por todos.”

“En la cuarta o quinta cita / hablaba del destino y el azar / de que siempre buscamos para no encontrar / y esperamos / para no buscar” (“Los fugitivos salvajes”). ¿De qué modo se entrelazan destino y azar?

Escribí esas líneas después de leer varios poemas de Bolaño. Lo que me gusta tanto de sus novelas y poemas es el ritmo de búsqueda constante, a veces incierta. Incluso cuando sus personajes están detenidos, a la espera, están en búsqueda pero por otros medios.

Pienso que la experiencia poética es básicamente búsqueda, una sed no saciada con mercancía ni con personas. En mis búsquedas poéticas suelo volver a mis temas de siempre: lo imposible, la memoria, el olvido, etc. Hasta me encuentro a mi pesar usando las mismas palabras; ahí se me da por desconfiar de mi “habilidad” para la escritura, pero también creo que es una especie de destino y que quizás se trata de volver a los viejos temas de distinta manera. En esa novedad creo que interviene el azar: alguna palabra que leí, alguna escena del día. Hasta el sonido de afuera mientras escribo puede desorientar al destino.

Los perros y la lucha de clases recorren tus versos: “La cucha de clases / ladra / espera / que el amo le saque la sarna / con leche de pólvora”. ¿Cuál es el punto de partida de “Todo un palo”?

El punto de partida inmediato es la canción de Los Redondos, “Todo un palo”, uno de los himnos que expresa esa sensibilidad de época de los 80 y 90 en Argentina, que la promesa de futuro quedó atrás, en la hegemonía del Estado Benefactor. No es casualidad que el otro punto de partida del poema hayan sido las movilizaciones en las que participé en contra de la Reforma Previsional de 2017 que impulsó la Alianza PRO-Radical. De ahí que aparezcan en el poema los gajos de limón que nos poníamos en los labios para resistir mejor los gases lacrimógenos. De nuevo, poesía e historia cruzándose y bifurcándose. En términos sociales, hacer una obra artística e ir a una manifestación política son bien diferentes y por más que puedan haber vasos comunicantes, me parece prudente sostener esa distancia para no terminar idealizando ninguna de las dos prácticas. Desconfío de esas frases vacías de “Todo X es político”.

También la figura de lo residual recorre tu poética, los restos colectivos y los personales: “No es la historia, estúpido, dijiste, son los restos”, sentencia “Carta abierta”; y por su parte “Goteras” reza “Tendríamos que haber evacuado los restos / pero se filtran”. ¿En qué términos pensás la idea de resto?

Lacan decía que “la historia del resto es fecunda”. Cuando mencionaba que me interesaba establecer diálogos fragmentarios con la historia me refería a captar retazos del pasado. Supongo que a los demás también les ocurre algo que me sucede seguido: cuando se me impone parte de un recuerdo, una frase, el tono de la voz, el gesto de alguien, etc. Esas sensaciones que experimenté son familiares pero se me vuelven extrañas, quizás por el tiempo transcurrido desde esa vivencia, no sé. Muerde memoria está hecho de esos restos y de lo que ellos siguen produciendo. La idea de resto ya supone una interpelación y una forma errática de presencia, como espectros. Si los restos no nos siguieran interrogando los olvidaríamos del todo.

Desde el primer poema del libro memoria y olvido trazan un tandem. ¿Cómo entendés esa dialéctica?

La entiendo como una dialéctica negativa. Son términos y experiencias que se pertenecen del mismo modo que luchan entre sí sin lograr confluir en una síntesis. La tensión es permanente porque nada de lo verdaderamente importante se olvida del todo ni se recuerda del todo. De nuevo, los restos se filtran por las goteras.

“–¿Qué es un nombre? –Un destino” (…) Una ruina, ese nombre que te delata / es tu ruina, / una cicatriz en la montaña” (“Un nombre, el mundo”). Perdón por la insistencia: ¿qué es un nombre?

Respondo con otra insistencia. Un nombre es destino y azar.

Me daba pudor conservar este poema en el libro, pero con el tiempo lo aprendí a querer. No me acuerdo bien, pero es posible que lo haya escrito después de jugar a decir mi nombre en voz alta. Es muy extraño el efecto: eso tan propio se vuelve ajeno. Algo parecido sucede cuando uno se mira con mucho detenimiento en el espejo o se escucha la voz en una grabación. En el caso del nombre es ejemplar, porque efectivamente nos lo dan otros, ya sea papá y mamá, o como nuestros amigos y enemigos poniéndonos apodos. Acá volvemos a ese movimiento de la primera persona que concluye en una voz colectiva o impersonal.

“Dicen que te vas a meter en el culo tantos poemitas / que la palabra se vive, no se piensa, que mejor olvides quién sos / y esa mirada de santo o de paria que ponés / cuando no le embocás ni al espejo” (“Andan diciendo”). ¿Hay una suerte de ars poetica en estos versos?

Es posible, pero una que afirme que no hay fórmulas ni manifiestos para convertirse en poeta. Y que más que pretender una identidad o una moral poética, se trata de luchar con la lengua, trabajarla o permitir que ella nos trabaje.

Pasaron casi 150 años de esa aventura de Rimbaud que en sólo 5 años transformó la poesía occidental y renunció a ella. Cientos de comentadores analizaron sus andanzas en París y en África. Y claro que es tentador y entretenido hacer un Intrusos literario, pero a veces produce el peor efecto y nos desorienta de lo principal, que son los textos. Cada un par de años releo Una temporada en el infierno y eso me sigue hablando.

Tus poemas dialogan con Martínez Estrada, Roa Bastos, Pessoa, Cohen, Bolaño… ¿Cómo se construye ese mapa?

Creo que no es un mapa programado, pero me sorprende encontrar cierta lógica en el camino que van haciendo esos distintos nombres. Por varios años leí sobre todo a autores muertos: las vanguardias europeas de primera mitad del siglo XX, los poetas que trastocaban la lengua y suspendían el sentido. Después fue el momento del “boom latinoamericano” y los escritores que dialogaban con la historia y los mitos de Latinoamérica (de allí Martínez Estrada, Roa Bastos, Daniel Moyano). Hace ya algunos años fui ajustando la lectura a una literatura nacional donde la historia y la política aparecieran de modo fragmentario sin renunciar al trabajo con la lengua (ahí está Saer, Marcelo Cohen, Cabezón Cámara, Gamerro).

Como un buen mapa poético, está hecho de obstáculos y pistas falsas, pero lo más importante es que mantenga nuestro estado de búsqueda.

Sobre El Autor

Licenciada y Profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Escribe poesía, literatura infanto juvenil, y se dedica también a la dramaturgia. Se formó como actriz con Carlos Gandolfo, Augusto Fernándes y Pompeyo Audivert, entre otros maestros. Da clases de literatura, talleres de escritura y de teatro. Co-fundadora y Jefa de Redacción del portal Evaristo cultural, es editora del sello Evaristo Editorial. Como periodista cultural, colaboró a su vez en diversas publicaciones (Revista Crítica de la Universidad Autónoma de Puebla -México-; Agulha Revista de Cultura -Brasil-; Hablar de Poesía -Argentina-, entre otras). Se dedica también al trabajo social. En 2019 recibió la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes para su proyecto Poéticas de la percepción / Entrevistas sobre poesía. Es parte del equipo de Gestión y políticas culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

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