«Capitalismo y esquizofrenia en un mundo fragmentado»: Una respuesta budista y transdisciplinaria.

GNOSIS

 De pronto se abre un ojo nuevo en la frente,

otro ojo en la nuca, sendos ojos en los parietales,

un ojo en la espalda, otro ojo en el abdomen,

un ojo en la planta del pie.

Y todo se hace claro, obvio por fin:

la solapada materia del mundo,

la perversidad de lo real.

Horacio Castillo

El mundo -no solo el nuestro- está fragmentado. Sin embargo, no se cae a pedazos. Me parece que reflexionar sobre esto es una de las primeras tareas de la filosofía actual.

Cornelius Castoriadis

El hombre destruye uno a uno los sistemas de defensa del organismo planetario

Jean-Marie Pelt

biodegradable.1. adj. Quím. Dicho de un compuesto químico: Que puede ser degradado por acción biológica.

biodegradación.(De bio y degradación).1. f. Quím. Proceso de descomposición de una sustancia mediante la acción de organismos vivientes.

Diccionario de la Real Academia Española

Capitalismo y fragmentación

En los últimos años hemos asistido al triunfo del paradigma occidental y su visión atomista del mundo, la cual provoca una falsa percepción de la realidad y nos la muestra como fragmentada en partes inconexas, percepción que si bien en algún momento nos sirvió como base desde la cual estimular el desarrollo científico y tecnológico, termina llevándonos al límite de la demencia y de la desintegración cultural. La esquizofrenia generada por el capitalismo salvaje llega a su propio paroxismo con la potencialidad para la autodestrucción que acompaña la marcha de la humanidad desde hace décadas.

Sin embargo esta visión fragmentada del mundo tiene su nacimiento, o por lo menos comienza a acentuarse progresivamente desde fines del siglo XIX, con la revolución industrial; antes de esto, podemos afirmar que todavía subsistía en toda religión y sistema de pensamiento lo que se dio en llamar el continuum del ser, la conciencia del absoluto y de nuestra participación en él.

Una de las primeras filosofías en abordar esta consciencia fue el budismo, de hecho las enseñanzas del Buddha Shakyamuni, cinco siglos anterior a la era cristiana, se basaban en la realidad de esta interdependencia. Un siglo antes de Cristo la escuela mahayana de Ashvaghosha desarrolla la primera doctrina metafísica sobre el absoluto, en ella encontramos el concepto de la Tathagata, llamada también por Ashvaghosha Dharmakaya, concepto que según el sacerdote jesuita Ismael Quiles “no es otra cosa que esa última realidad absoluta e inmutable, el alma de todos los seres y de todo el universo. En sí indiferenciada, pura, eterna, feliz.”[1]

Es esta realidad última, este entramado universal, el que desvisualizamos con  la hiper especialización de las diferentes disciplinas, encerradas en compartimentos estancos e incomunicados; con el actual culto a la personalidad, con el afianzamiento de la competitividad como doctrina de vida. Uno de los resultados más notorios de esta pérdida, de nuestra visión fragmentada del mundo, es la  crisis medioambiental actual, como bien dice Edgar Morin “…hoy, la muerte planea en la atmósfera, comprometida por el recalentamiento por el efecto invernadero.”[2] Lo cierto es que no sólo debemos temer al efecto invernadero, hemos generado un escenario en donde las grandes catástrofes locales, como la de Chernobyl, la contaminación de los mares, el desecamiento de los ríos, las ciudades al límite de la asfixia, el envenenamiento de los suelos, la desertización y la deforestación, el terrorismo ecológico y la guerra viral o bacteriológica llevan al sujeto, enfrentado a este horror ecológico e incapaz de hacerle frente, a transmutar su paranoia en apatía.

En algún punto somos conscientes de esto, sucede que desde nuestra enfermedad intentamos rearmar el inasible entramado de lo absoluto enfocándolo desde solo uno de sus costados, sin duda el más ínfimo, el mercado (globalización).

Demonizando al capital

Con lo antedicho corremos el riesgo de pensar que el mal que nos aqueja y por lo tanto el agente viral que debemos atacar es el capital, lo cual no es más que una falacia, el problema se da no con el capital en sí mismo sino con la dinámica que implementamos para utilizarlo, para acumularlo y para, en última instancia, divinizarlo. En occidente hemos matado a nuestros dioses para luego rendir culto desesperado al vacío que estos han dejado. Formulamos una nueva religión de cabotaje que nos permite cosificar ese vacío existencial para llenarlo o suplirlo con un consumismo enfermizo. El capitalismo es en definitiva el culto a esa ausencia, a ese vacío.

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Ahora bien, planteada así la situación, es fácil ver que el problema no es el capital, como no lo es el automóvil 0 km o el televisor de plasma que nos resulta inaccesible, sino mas bien el autoengaño en el que nos sumergimos de manera casi consciente, tal vez por comodidad, la ilusión que nos imponemos a nosotros mismos como realidad.

Mientras que el budismo predica la negación del yo individual y lo considera como una ilusión de nuestra “verdadera realidad”, el capitalismo salvaje logra de manera paradójica una despersonalización inversa del yo. Enmascarado en una visión individualista el capitalismo trabaja como un bucle de entropía bidireccional, planteando por un lado la “sagrada” competencia y por el otro estimulando el egocentrismo del individuo, el cual termina, en definitiva, despersonalizado en un formateo consumista. Esto queda claro recién en estos años, cuando los slogans publicitarios pasaron, por reacción, de formular “consume para pertenecer”  a rezar  “consume para diferenciarte”, con esta dinámica echamos a perder la potencialidad misma del dinero.

Respecto a esto es iluminadora la posición de Joseph Campbell, quien afirma que “El dinero es energía congelada y liberarla equivale a liberar posibilidades vitales… El dinero experimentado como energía vital es en realidad una meditación, y dejarlo fluir en lugar de acumularlo es un modo de participación en las vidas de otros”.[3] En este punto es importante que recordemos que el budismo se levanta contra el apego, no contra lo material en sí.

El problema semántico: “La vassana[4] del fin de la historia”

Ante el nacimiento del llamado “terror ecológico” el hombre occidental responde a priori con una sonrisa cínica que se transformará luego en un muro de apatía, la cual desde la filosofía budista podríamos catalogar como una demostración perfecta de avijja[5] ya que no necesariamente nos encontramos frente a una ignorancia de carácter meramente intelectual, sino más bien a un desconocimiento de las cuatro nobles verdades, desconocimiento este que en occidente puede ser tanto consciente como inconsciente. En este punto no debemos olvidar que a occidente y a sus corporaciones le corresponde por derecho un destino de gloria. Esto es tan cierto como que gran parte del mundo asiático en sus inicios, hasta que fue arrastrado por nuestra esquizofrenia no tenía una concepción del “destino” porque la temporalidad era otra y porque en definitiva el individuo participaba del dharma, orden moral, cósmico y totalizador, por lo cual no podían estar predestinados a nada. Aunque suene precipitado podemos apreciar aquí la fuerza de la palabra, al no tener un equivalente del término destino, por lo menos con la significación que le asignamos los occidentales, oriente no podía aspirar a tener un “destino” mejor que el nuestro. Un problema semántico que nos lleva directamente al tema del futuro. Los occidentales logramos nuestro destino de grandeza sacrificando nuestro futuro. Conquistamos la gloria montados al caballo de la competitividad pero el vacío existencial y la violencia provocada al desoírlo nos deparó por fin la llamada “era del vacío”. Nombramos nuestro presente como posmodernidad, termino poco feliz si los hay, dado que si habitamos el tiempo que viene luego de la modernidad estaríamos situados en el futuro. Este dato que a simple vista parece sólo un juego estético es en realidad una nueva vassana, quizás la peor de todas, ya que se instala en nuestro inconsciente lesionando nuestro imaginario e impidiéndonos la formulación de futuribles.

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Es improbable que una sociedad,  en este caso la sociedad planetaria, pueda pensar en un futuro situándose desde un no lugar en el espacio-tiempo, la semántica nos ataca ahora a nosotros dado que “posmoderno” es asimilable “pospresente” y por lo tanto futuro.

Instalados en este futuro-presente nos damos cuenta de que malgastamos nuestro destino, puesto que sin futuro sólo nos queda la entropía y la nada. El sistema se cierra sobre nosotros y nos amenaza con un final de tragedia griega. El terror ecológico ya es un hecho y nuestra sonrisa cínica se transforma en rictus sardónico, sólo nos queda deconstruirnos y con nosotros deconstruir los principios de nuestra civilización. Esta es la perversión de lo real, finalmente comprendemos que habitamos una fantasía perversa y que para sobrevivirla debemos reconstruir la unicidad que perdimos o mejor dicho abandonamos y/o soslayamos hace tiempo, comprendemos que cada uno de nosotros somos células de un organismo vivo y que la vida nos trasciende en un absoluto que responde al fin ante nuestros embates.

Lentamente y de manera culposa, llegamos al mismo resultado que los budistas, pero veinticinco siglos más tarde y con la espada de Damocles pendiendo sobre la subsistencia planetaria.

Ser biodegradable: “La respuesta budista”

En los últimos años han surgido desde diversos ámbitos de la vida cotidiana diferentes síntomas que parecen hablarnos del agotamiento del modelo atomicista y ultra racional.

Tal vez el surgimiento del Homo-Videns y la cultura visual sean una respuesta inconsciente a la saturación del lenguaje abstracto. La imagen, potencialmente intraducible, estaría marcando un retorno al lenguaje simbólico característico de las sociedades con un nivel mítico de representación.

Por otra parte la noción de “interdependencia” ha hecho metástasis a todos los niveles, incluso en el que corresponde a la ecología, pero es evidente que la crisis ecológica es inseparable de las políticas económicas y sociales vigentes, por lo tanto no debemos esperar que de estas mismas estructuras surja solución alguna. Si se permite a los grandes monopolios recuperar para sí la lucha contra la contaminación, pueden conducirnos al despotismo.

Evidentemente es imposible frenar a tiempo la maquinaria del fin del mundo puesta en marcha con la modernidad occidental y el “american way of life”, por lo tanto lo prioritario no es determinar los umbrales de contaminación, sino movilizar a los ciudadanos fomentando una conciencia ecológica transdisciplinaria que permita restaurar progresivamente el entramado de la realidad. Una ética que nos devuelva nuestra conciencia celular de la “budeidad”, un sentido de pertenencia hacia lo absoluto.

En contraposición con lo que conocemos por “mundo oriental”, los occidentales buscamos sobrevivir la historia, sobrevivir nuestro tiempo, sobrevivir la muerte aunque más no sea a través de la memoria… está visto que esto no nos ha dado un buen resultado; proclamemos entonces la necesidad de sabernos biodegradables y aceptarnos como tales, como finísimas hebras del vasto tapiz de la vida.

La respuesta pasaría entonces por una toma personal de conciencia, por fomentar una nueva ética planetaria para nuestros hijos; ante lo mal canalizado del fenómeno de la globalización debemos lograr una verdadera planetarización de las ideas.

El mundo necesita jóvenes mundólogos cuya voz represente esa pluralidad interdependiente que hoy día percibimos de manera latente o anestesiada, la ética del budismo podría ser utilizada para formarlos, porque en definitiva sólo nos queda desandar el camino de demencia por el que nos hemos embarcado y sólo podremos hacerlo desde la recta visión, las rectas aspiraciones, la recta palabra, la recta conducta, la recta vida, el recto esfuerzo, la recta mente y primeramente y por sobre todas las cosas, la recta contemplación; porque finalmente nuestro mundo fragmentado sí se cae a pedazos y esta vez no sólo es nuestro imaginario el que está en juego.

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BIBLIOGRAFÍA

Anónimo; Dhammapada. La enseñanza de Buda, RBA, Barcelona, 2002.

AAVV; Las religiones en la India y en extremo oriente, Siglo XXI, Madrid, 1998.

AAVV; Historia de la filosofía (El pensamiento prefilosófico y oriental), Siglo XXI, Coyoacán, 1992.

Baudrillard, Jean; La transparencia del mal, Anagrama, Barcelona, 1991.

Campbell, Joseph; Reflexiones sobre la vida, Emecé, Buenos Aires, 1997.

Castoriadis, Cornelius; Un mundo fragmentado, Altamira, Montevideo, 1993.

López-Alves, Fernando; Sociedades sin destino, Taurus, Argentina, 2002.

Morin, Edgar – Kern, Anne Brigite, Tierra patria, Nueva Visión, Buenos Aires, 1993

Quiles, Ismael; Filosofía Budista, Ediciones de Palma, Buenos Aires, 1997

Sartori, Giovanni; Homo-Videns, la sociedad teledirigida, Taurus, Buenos Aires, 1998.

Zimmer, Heinrich; Filosofías de la India, versión digital.

[1] Quiles, Ismael, Filosofía Budista, p. 488.

[2] Morin, Edgar, Tierra – patria, p.31

[3] Campbell, Joseph; Reflexiones sobre la vida, ps 61 y 62

[4] El término vassana designa las latencias que están en el subconcinte, son fuerzas subliminales que algunas veces obstruyen el camino hacia la liberación.

  • Las vassanas alimentan la corriente psicológica mental, (Vrittis)
  • Por su carácter subliminal son difíciles de controlar, casi inasequibles.

La forma de conocerlas es por medio de la meditación.

[5] Avijja, “ignorancia”: Se entiende por avijja la ignorancia de las verdades básicas del budismo o Cuatro Nobles Verdades:

-La verdad del sufrimiento: toda existencia es sufrimiento.

-La verdad de la causa del sufrimiento:el sufrimiento proviene del deseo, del apego y la ignorancia.

– La verdad sobre la cesación del dolor: el sufrimiento puede ser vencido.

– La verdad del camino que lleva a la cesación del sufrimiento: el noble octuple sendero. Pero avijja no es un fenómeno meramente intelectual. Para Lamotte la ignorancia consiste también en las cuatro distorsiones de la percepción, de la mente y del enfoque a que se refiere el Anguttara II, y que llevan a considerar lo transitorio como permanente, lo penoso como agradable, lo insustancial como substancia y lo impuro como puro.

Sobre El Autor

Damián Blas Vives es actualmente es Director de Gestión y Políticas Culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Entre 2016 y 2020 coordinó el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq de dicha institución y antes fue Coordinador del Programa de Literatura y editor de la revista literaria Abanico. Dirigió durante una década el taller de Literatura japonesa de la Biblioteca Nacional, que ahora continúa de manera privada. En 2006 fundó Seda, revista de estudios asiáticos y en 2007 Evaristo Cultural. Coordina el Encuentro Internacional de Literatura Fantástica y Rastros, el Observatorio Hispanoamericano de Literatura Negra y Criminal. Ideó e impulsó el Encuentro Nacional de Escritura en Cárcel, co-coordinándolo en sus dos primeros años, 2014 y 2015. Fue miembro fundador del Club Argentino de Kamishibai. Incursionó en radio, dramaturgia y colaboró en publicaciones tales como Complejidad, Tokonoma, Lea y LeMonde diplomatique. En 2015 funda el sello Evaristo Editorial y es uno de sus editores.

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