Uno tiene la impresión de haber comprendido el significado de la palabra dandy hasta que por casualidad se cruza con Sealtiel Alatriste. El bon vivant mexicano, que hace gala de una elegancia intemporal, casi de film noir (que incluye incluso a la consecuente femme fatal, su bella esposa), se encontró con Evaristo para conversar acerca de su última novela Besos pintados de carmín, en la que los celos supraterrenos que manifiesta el protagonista hacia su difunta esposa, desencadenan comedias, tragedias mediante el cúmulo de cortejos amorosos transdimensionales.

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Todas tus novelas están encaradas en cierta clave de comedia, sea cual fuere el tema, ¿por qué esta recurrencia al humor?

Porque creo que esencialmente el tono narrativo que me sale es humorístico. Cuando yo empecé a escribir, le daba mis cuentos a un amigo y él me decía ‘son muy divertidos’, yo le contestaba ‘no son divertidos, son trágicos’; entonces me decía, ‘bueno, pero están contados de manera divertida’, y entonces yo le decía ‘¿pero no te das cuenta de que lo que lo que estoy contando es tal cosa?’; y me quedaba muy extrañado de que a él le resultara divertido algo que para mí no lo era, yo estaba tratando de imitar a Edgar Alan Poe, a Kafka, y resultaba en este tono. Muchos años después, cuando escribí mi primera novela, que se llama Por vivir en quinto patio, me di cuenta de que en realidad el tono que yo podía abordar era el humorístico, que mi misión era de comedia y que si yo no partía de la comedia no podía contar las cosas que quería contar, y entonces descubrí que el humor. La comedia es una manera de asaltar el drama, la tragedia, desde otro punto de vista que es una manera diferente y que es la que yo podía investigar; mi tono es así, y en el caso de Besos pintados de carmín, fue más complicado porque la situación era una situación fantástica y erótica que no se prestaba mucho para el humor aparentemente, pero yo sabía que si no lo hacía con humor me iba a salir otra cosa, yo quería que el tono de comedia fuera el que pudiera darle carácter particular a la novela, aunque la situación era más complicada.

Cuando vos en tu vida personal recordás el pasado, los momentos más tristes, ¿lo hacés también desde un costado irónico, con cierto sentido del humor?

En general sí. El tono humorístico es un tono que me viene de mi padre, mi padre es un tipo de muy buen humor, muy jocoso, que siempre está haciendo bromas, chistes, y viendo las cosas con seriedad; mi papá es dibujante de comics, entonces me enseñó este lado de la comedia para hacer esto. Lo que sucede es que a mí el humor no me parece una canalización de las cosas, que es lo que suele suceder. Escribí una vez un artículo que se llama “¿Por qué los historiadores no tiene sentido del humor?”, el tema es, por qué el registro de la historia no tiene un registro humorístico sino grandilocuente, y una de las conclusiones a la que llegaba es que el humor no está bien valorado por la crítica, la gente dice, por ejemplo después de ir a ver una película del género comedia, ‘me la pasé muy bien, nos reímos mucho’, como si la comedia pudiera crear una mayor distancia en la que eso ya no importa porque lo que importa es el tono serio y grandilocuente; y yo creo lo contrario, creo que es el humor el que muchas veces permite esa seriedad; yo no creo que el Quijote pudiera ser la importante novela que es si no tuviera esa profunda dosis de humor. Hay un momento brillante en la segunda parte del Quijote, cuando Sancho Panza le dice al Quijote ‘ya salieron nuestras aventuras’ y entonces el Quijote le dice ‘sí, ya me dijeron’, y Sancho Panza le dice ‘pues fíjese que nos sacan en Sierra maestra yo diciéndole tal cosa y usted diciendo tal otra… lo que me pregunto es cómo supieron que estábamos diciendo esas cosas si nada más estábamos usted y yo’. Hay un juego de distancia humorística en ése, que es el momento más profundo, literariamente, de la novela. A esa manera de ver el pasado me parece que es a la que yo normalmente recurro por propia naturaleza.

¿Besos pintados de carmín es una novela de ausencias?

No, más bien creo, al contrario, que es una novela de presencias, de la presencia del amor, de la historia, de la presencia de los sentimientos y de la posibilidad de que ciertas presencias, ciertas evocaciones, nos permitan entender el pasado.

La novela empieza con una primera intención de Cástulo de entender su presente y su futuro, ya que hace que su mujer regrese, que sea un fantasma pero que esté aquí, y que aparte no se quiera ir, que se quiera quedar, porque le dice ‘ya que nos costó tanto trabajo hacerme venir pues me voy a quedar un tiempito’… Para Cástulo la novela empieza con la idea de comprender su presente y su futuro y explicarle a su mujer ya muerta su pasado, él le ha hecho una confesión en el velorio y ahora tiene la necesidad de hacerse entender y de ser aceptado de esa manera, y aparte seguir con su mujer, lo cual sería la situación ideal. ‘Ahora te puedo explicar que yo era un mujeriego, ya no tengo celos porque ya estás conmigo, y aparte te puedo decir que tengo dos amantes’, ese es su momento de plenitud, su gloria. Y sin embargo, al final, la novela termina con una reexplicación de todo el pasado. Cástulo se queda asombrado de no haber visto ese pasado, más allá de tener todas las claves para poder entenderlo. La presencia fantasmal de su mujer –porque hay un momento en el que Cástulo dice que ella siempre ha sido un fantasma, aún cuando estaba en vida- es un punto muy importante; en ese momento en donde la novela se tuerce y se golpea, él ve un pasado ciertamente deslumbrante. Entonces, desde el principio de la novela, hay una fotografía que por casualidad ve otro personaje, Felipe, y la describe; y esa pequeña fotografía del pasado va creciendo en la novela hasta dominar toda la escena y significar otra cosa totalmente diferente.

¿Cómo surgen todos los personajes de ésta, tu nueva ficción?

La anécdota primera es de índole familiar; mi padre, cuando quedó viudo, un día tuvo un ataque de celos supraterrenos, como yo los clasifiqué, porque me llamó un día para decirme que mi mamá estaba con Gregorio. Me dijo que lo había soñado y estaba seguro; y a pesar de que era una situación risible, él la vivía de una manera muy dramática. A partir de esa pequeña anécdota se me ocurrió la novela, ninguno de los personajes es auténticamente un personaje real, todos son ficcionales, porque cuando empecé a escribir la novela me di cuenta de que los personajes requerían ser inventados, imaginados, porque están haciendo una vida fantástica. Entonces me tuve que inventar a Cástulo. Edelmira no es ni de lejos mi madre, la tuve que inventar también. El único personaje que tiene una cierta huella personal es Felipe, porque para construir a Felipe dije ‘a ver, cómo sería yo si no hubiera sido como fui, – yo era muy tímido de joven-, si hubiera seguido siendo ese chico tímido, lector, oculto… ¿cómo sería?’. Entonces me traté de imaginar a mí mismo en esa situación de otra vida, como si mi vida hubiera sido otra…

¿Y el personaje del falso chino Lee?

Al falso chino Lee me lo imaginé todo; está tomado originalmente de una película de Woody Allen, de “Alice”, donde sale un chino que es una especie de doctor que diagnostica, ese es el modelo. Por otro lado, se me ocurrió de repente que podía ser vietnamita en lugar de chino, que era chino pero no era chino, y por otro lado si era vietnamita podía tener un ayudante que fuera Phuong, que es un personaje de una novela de Graham Greene, pues cuando leí El americano impasible, donde los dos personajes se pelean por ella, -estaba escrita de manera tan fantástica que yo dije ‘yo también me pelearía por ella…’-. Entonces, hay este juego de imaginación con una realidad virtual personal, con personajes que vienen de otras novelas para jugar, así se arma el equipo; y después están Carmelita y Liz, que fueron dos novias que mi papá tuvo más tarde, el poema no es exactamente un poema que recibió mi padre pero sí es bastante parecido…

Vos tenés una imagen de intelectual descontracturado y me parece que te animás a diferentes cosas: desde el registro humorístico, hasta las citas que ponés en tus libros. Uno de los capítulos de Besos pintados de carmín empieza con una cita de Murakami, que es un autor que tiene mucha aceptación desde los lectores y poca desde la crítica, incluso en su país. ¿Qué pensás del arquetipo social de intelectual dogmático, la persona seria que cultiva la compostura ante todo?

Evidentemente yo no ejerzo ese rol de intelectual. En mi vida profesional, yo soy un trabajador de la cultura, creo en el trabajo cultural de difusión para llegar al mayor número de lectores, no bajar la calidad pero sí aumentarlos, perder la solemnidad de la cultura totalmente, creo que este intelectual serio le ha hecho mucho daño a la cultura, ha hecho que la cultura fuera una cosa de unos pocos, sólo los que la entendemos, y los que no la entienden pues pobres, no están acá, se pierden. Yo creo realmente en otra cosa, creo que la cultura es divertida, amena, que lo mismo puede hacer una comedia que una cosa seria, un poco al estilo Woody Allen, uno puede hacer “Annie Hall” o “Interiores”, o hacer “Crímenes y pecado”, o tener este registro de “Match Point”, que es una tragedia pero que también tiene cierto tono de comedia.

 

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Sealtiel Alatriste

En este énfasis por difundir la cultura, como funcionario de la UNAM, el año pasado organizaste la experiencia del virtuality, ¿cómo fue eso?

Cuando yo llegué a la dirección de literatura en la Universidad, me di cuenta de que la Universidad había perdido la capacidad de darles un espacio a los escritores universitarios. Ser escritor es la única vocación artística que no tiene carrera, si tú quieres ser arquitecto pues está la facultad, si quieres ser pintor pues te vas a la academia, si quieres ser músico también, pero si quieres ser escritor pues te quedas en tu casa a leer, porque si vas a la Facultad de Letras…

Una vez, cuando estudiaba Letras, el maestro McGregor me dijo ‘¿y usted por qué estudia Letras?’, y yo le dije ‘porque quiero ser escritor’; entonces él me contestó ‘eso no me parece suficiente’ y yo dije ‘bueno, es que también me quiero ganar el Premio Nóbel’, y entonces me corrió de la clase, ‘yo creí que ese sí era un objetivo a la altura’, repliqué, y él siguió ‘¿pero no se da cuenta de que aquí no enseñamos a los escritores?’. La dirección de literatura que yo presidía era un intento en la Universidad de abrir el espacio a los escritores jóvenes para poder desarrollar una vocación que no tiene carrera.

Yo me daba cuenta de que para abrirles un espacio en una Universidad masiva como la nuestra, que tiene trescientos mil alumnos, no bastaba con una publicación como punto de partida de otras cosas y no bastaba para poner en contacto a los escritores jóvenes con los lectores, -porque es muy difícil el establecer el contacto-; entonces me pregunté cómo era que estaban haciendo otros artistas para ponerse en contacto. Y así pensé en este concurso de artistas que entran a cantar y a prepararse y me dije ‘¿por qué no hacemos una cosa parecida con escritores jóvenes y los metemos en una casa virtual?, ¿de qué manera esto puede no banalizarse?’. Entonces empezaron a aparecer algunas respuestas, si quitamos el culto a la personalidad, esta cosa del chisme, y hacemos que el protagonista del virtuality sea realmente lo que se escribe y que participen solamente los que leen, entonces quitamos ciertos elementos de la televisión y hacemos un Gran Hermano literario. La idea era que se defendieran con su escritura y nadie tuviera cara ni nombre; tenían un pseudónimo y un ex libris; todos los concursantes tenían su ficha pero la guardamos, nada más el notario verificó ciertos datos para confirmar que no estuviéramos haciendo lío, -internet es un lugar un poco peligroso-. Entonces concursamos de esta manera y fue muy divertido porque la literatura estuvo al alcance de lectores y maestros, era muy divertido,

¿Tuvo aceptación en el público?

Sí, muchísima; en ocho semanas tuvimos doscientas cincuenta mil visitas, más de cuatro mil visitas diarias. O sea, si tú piensas que un libro a veces con dificultad vende mil, mil quinientos ejemplares… Estos chicos fueron muy leídos durante todo este tiempo, tuvieron una experiencia con la lectura, con los lectores, y resultó muy difundido, lo seguían en los programas de la radio y de la televisión, una vez que salía alguien los entrevistaban, le decían ‘usted ya salió’, le hacían preguntas y todas esas cosas… Entonces, creo que intentamos con eso hacer que la lectura fuera un poco más cercana a un juego, porque una de las cosas que yo me planteo en ese mismo sentido del humor es esto de que cada vez se dice más que leer es bueno, que leer hace mejores hombres; pues leer hace mejores hombre y fumar mata, pero todo el mundo fuma y nadie lee, entonces hay algo malo en el mensaje que estamos dando, porque a pesar de que el cigarro diga ‘Si usted fuma le va a dar todo esto’, todos siguen fumando. Entonces estamos dando un mensaje totalmente equivocado, y con el virtuality tratamos de dar otro mensaje, ‘si usted viene aquí, se va a divertir, va a leer y va a jugar; y si usted escribe aquí, también’. Ahora vamos a hacer uno nuevo con novela breve, donde el chiste es que envíen una novela inconclusa y que la terminen en ocho semanas, entonces el que la defienda mejor, el que la escriba mejor, el que tenga mejores consejos y todo, va a ser el ganador, vamos a ver qué tal sale.

Hace poco, conversando con Juan Villoro y con Fernando Quiroz, me decían que en España está resonando el tema de que hay un nuevo boom latinoamericano, ¿vos cómo ves el panorama literario de la zona?

No sé si haya un nuevo boom latinoamericano, yo creo que la literatura latinoamericana en general es una literatura que está muy bien y muy fuerte, y en un registro muy amplio, con nuevos actores, y sobre todo es una literatura en donde diversas generaciones participan en activo de una manera muy importante; lo mismo Vargas Llosa o Fuentes se juegan con una nueva novela, siguen sin cuidarse… Fuentes goza de todas las familias felices entonces hace cuentos sobre familias, coros griegos y todas esas cosas, le podrá salir bien o mal, según el lector, -a mí me parece que es bueno-. Alan Pauls, que escribe al mismo tiempo una novela sobre el amor al estilo tradicional, o Juan Villoro escribe sus cuentos o una novela como El disparo de argón que tiene mucho que ver un poco con el humor de la novela y con estas ciudades fantasmales que se crean a partir de las mezclas, o Roncangliolo que escribe desde una juventud muy severa sobre la violencia, o Volpi, que intenta esta reconstrucción de la historia del siglo XX. Entonces, más allá de los lectores, me parece que la oferta de calidad es muy amplia y está muy bien. Si uno la compara con la española, me parece que la literatura latinoamericana es menos complaciente, me parece que la literatura española de los años ’80 y ’90 fue una literatura de mucha creatividad, de gran efervescencia, pero ahora me parece que es un poco complaciente con sus mismos lectores, muy inserta más que en una mirada literaria en cuánto se vende, cuánto no se vende, cuánto se gusta… Y la crítica también está muy puesta al servicio de lo mismo; en ese sentido me parece que sí hay esta especie de nuevo boom, en el sentido de que hay un montón de escritores latinoamericanos capaces de aportar literariamente una cosa nueva. Pero, paradójicamente, ante este nuevo boom, hay que decir que no hay un boom de lectura en América Latina y sí lo hay en España, y uno podría decir cuál es la diferencia entre Eduardo Mendoza y Piglia. Los dos son muy buenos, -para no decir cuál es mejor que el otro-, pero la verdad es que Eduardo Mendoza vende doscientos mil ejemplares y Piglia veinte mil en el mejor de los casos. Nos enfrentamos a un mundo de lectura muy reducido, complicado, en un momento donde la lectura es protagónica del hecho literario, que no es el caso del viejo boom, en donde independientemente de que García Márquez llegara a vender mucho, nadie tenía expectativas. Mario Vargas Llosa nunca tuvo expectativas de vender La ciudad de los perros mucho… El mercado no tenía esa presencia que tiene ahora, para bien y para mal, y ese mercado los escritores latinoamericanos no lo tienen, entonces se crea esta situación un poco irreal, fantástica, de que tenemos que ir a España o publicar allá para ser leídos, cuando la verdad es que tampoco somos leídos allá, somos leídos por una cantidad muy pequeña de escritores.

¿Cuál sería, para cerrar la entrevista, tu recomendación a los escritores jóvenes, los que están tratando de insertarse?

Yo creo que lo más importante para un escritor es encontrar su voz, no encontrar a sus lectores; los lectores los encontrará si encuentra su voz, si tiene una voz, si tiene un estilo, si sabe qué va a hacer, qué va a contar, qué quiere decir. De lo contrario, los buscará desesperadamente sin encontrarlos, y sobre todo es muy probable que pierda la poca voz que tenga. Entonces, le diría que escriba, que encuentre su voz, y que se despreocupe de los lectores, ellos llegarán.

 

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Sobre El Autor

Damián Blas Vives es actualmente es Director de Gestión y Políticas Culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Entre 2016 y 2020 coordinó el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq de dicha institución y antes fue Coordinador del Programa de Literatura y editor de la revista literaria Abanico. Dirigió durante una década el taller de Literatura japonesa de la Biblioteca Nacional, que ahora continúa de manera privada. En 2006 fundó Seda, revista de estudios asiáticos y en 2007 Evaristo Cultural. Coordina el Encuentro Internacional de Literatura Fantástica y Rastros, el Observatorio Hispanoamericano de Literatura Negra y Criminal. Ideó e impulsó el Encuentro Nacional de Escritura en Cárcel, co-coordinándolo en sus dos primeros años, 2014 y 2015. Fue miembro fundador del Club Argentino de Kamishibai. Incursionó en radio, dramaturgia y colaboró en publicaciones tales como Complejidad, Tokonoma, Lea y LeMonde diplomatique. En 2015 funda el sello Evaristo Editorial y es uno de sus editores.

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