Sin peyote: ¿la palmera y la música serían ese movimiento
único, esa armonía brillante?
Sí, gritaba mi cuerpo con todas sus fuerzas; sí, sí;
pero para verlo hay que abrirse, romper el cuerpo,
disolvernos en la gran ola del mundo
(Oscar del Barco).

Oscar del Barco, Buenos Aires, Caja Negra, 2010, 286 páginas (edición al cuidado de Gabriel Livov y Pablo Gallardo)
Probablemente hasta el año 2004 Oscar del Barco (Ciudad de Córdoba, 1928) haya sido un ilustre desconocido para una gran parte de los que pertenecemos a la generación sub-30 del mundillo cultural porteño. (La) nobleza obliga la pregunta: ¿qué pasó por aquel entonces? Una carta de O. del B. a la redacción de la revista cordobesa La intemperie, en la cual retomó el mandato bíblico no matarás, desató un debate muy importante acerca de la política y la violencia durante los años sesentas y setentas que de algún modo continua hasta nuestros días. Asimismo, dicho debate implicó a algunos de los intelectuales más destacados de la Universidad de Buenos Aires como León Rozitchner y Eduardo Grüner, entre otros. De todos modos, como este espacio no es el más apropiado para desarrollar esta polémica tan extensa, a quienes les interese se les pueden recomendar los dos volúmenes del libro No matar: sobre la responsabilidad editado por el sello editorial de la Universidad Nacional de Córdoba en los años 2007 y 2010 respectivamente.
Pero antes de la polémica en cuestión, libros como La intemperie sin fin (reeditado por Alción en enero de 2008) o El Otro Marx (reeditado por Milena Caserola en noviembre del mismo año) no eran muy asociados con ensayos filosóficos escritos por O. del B. Solamente permanecía su nombre en el registro cultural de la izquierda argentina como impulsor -junto a José Aricó- de la revista marxista Pasado y Presente, luego de su expulsión del Partido Comunista en 1963. En este sentido, Alternativas de lo posthumano ofrece una interesante selección de escritos políticos, literarios, estéticos, y filosóficos de O. del B. a lo largo de casi cuatro décadas.
Dada la extensión de los textos y la diversidad de las temáticas abordadas, este comentario se centrará específicamente en los nudos problemáticos que consideramos –arbitrariamente, por supuesto- más relevantes del pensamiento de O. del B., dejando algunos otros para otra oportunidad.
En primer lugar, A. de lo p. se presenta como un libro fragmentario puesto que el primer apartado temático se centra casi exclusivamente en el sustrato político originario –la muerte del marxismo-leninismo y la dominación técnica en el capitalismo contemporáneo- de la obra del pensador cordobés; mientras que el segundo apartado gira en torno a especulaciones teóricas y experiencias prácticas vinculadas a la poesía, la mística, el consumo de sustancias alucinógenas y el acaecer de la pintura. Sin embargo, a medida que el libro va revelando la conformación de una singular constelación delbarquiana compuesta por diversos puntos teóricos de referencia (Marx, Artaud, Nietzsche, Bataille, Heidegger, Wittgenstein, Blanchot, Derrida, etc.), la rígida fractura temática se disuelve progresivamente hasta alcanzar un profundo carácter unitario en donde se anudan la teología postmetafísica con la política y el pensamiento conceptual con la videncia de los enteógenos.
En esta línea del Barco señala que “los hombres siempre buscaron acceder al espacio de lo sagrado mediante la utilización de sustancias que les permitan romper la clausura de la individuación y acceder a un contacto íntimo con lo divino. (…) Se trata de lo que está afuera del lenguaje, con lo cual se dice que es un problema del lenguaje, sí, pero no del lenguaje hacia el interior de sus límites, y tampoco del sentido del decir, sino de lo que está afuera indecible y sosteniendo el lenguaje en su íntimo más allá. En este afuera ilimitado es donde penetra este texto, este lenguaje” (pp. 260-261). Y con respecto a las reiteradas protestas de Nietzsche –“¿Se me ha comprendido?”- debido a la exasperante incomprensión que sufrían sus reflexiones, O. del B. advierte: “se trataba de una imposibilidad real de lectura y no, como él se quejaba, de que nadie supiera leerlo: el libro que todos esperaban que fuese un riguroso estudio científico de filología histórica se había transformado en un Jano bifronte que al mismo tiempo que desmontaba los mecanismos de representación en cuanto acción conformadora del orden político, educativo, religioso y estético-filosófico, anunciaba el principio de una ética sin hombre como única alternativa al crecimiento del nihilismo contemporáneo” (pp. 195-196).
Lejos de las rutinas académicas de interpretación y legitimación O. del B. busca entrar en comunidad con cada uno de los filósofos estudiados. Más que pensar desde o a través de, el autor –renuente a la idea burguesa de Autor/Creador- de El abandono de las palabras prefiere pensar con ellos sin la necesidad de erigir un nuevo sistema de pensamiento. Por consiguiente, del Barco se permite entrecruzarlos desprejuiciadamente sin descuidar la rigurosidad conceptual propia del quehacer filosófico. Como, por ejemplo, cuando se refiere a los proyectos ético-políticos de Marx y de Nietzsche de la siguiente forma: “Son dos visiones del mundo disímiles en cuanto al particular diseño escatológico que las sustenta, pero que al mismo tiempo se mancomunan en la fuerza crítica que pusieron en juego para elaborar el proyecto político y ético con el que apuntaban a la destrucción del Sistema. En el fondo se trataba de la consecución de un orden no escindido, o de la asunción por parte del hombre de su materialidad en cuanto trabajo expropiado y de su cuerpo en cuanto impulso vital-cósmico reprimido” (p. 103).
En segundo lugar, si bien Marx no es el protagonista central en todos los artículos que componen A. de lo p., su presencia espectral no deja de resultar sorprendente. Porque, al igual que en su sugestivo libro sobre el poeta entrerriano Juan L. Ortiz, O. del B. no se priva de deslizar sutiles hipótesis comunistas o complejas críticas sociales marxianas en medio de texturas poéticas, experiencias místicas y revelaciones panteístas. Por supuesto, de Karl Marx también se trata este libro: un Marx otro, que no es lo mismo que decir un Marx alternativo. Un Marx iconoclasta, empecinado por escapar de la clausura marxista de su pensamiento. Según María Pia López el otro Marx que burila del Barco es “el que forja una inmersión en lo concreto –y de allí surge su método y no a la inversa-, el que piensa desde el punto de vista del no capital real y, especialmente, es el filósofo de lo inconcluso y de lo abierto, el que permite una fuga respecto de la gramática que funciona como fondo último y sustraído a la crítica”. En palabras del propio O. del B.: “Dejemos a otros la tarea de enterrar o de salvar a Marx; tareas necrofílicas, tanto una como la otra, si las hay. Se trata, repito, del valor-de-uso de ese pensamiento que se llama de-Marx en cuanto al orden de deconstrucción del sistema capitalista” (p. 34).
Si el lenguaje de la mercancía es el lenguaje de la nivelación cuantitativa de toda diferencia cualitativa, entonces la crítica marxiana de la economía política resulta ser como una encarnación del movimiento del no capital real en el terreno teórico. El pensamiento marxiano implica, por tanto, una constatación trágica y a su vez una crítica radical de la pretensión de reducir la vida humana a los designios del valor –en tanto “sujeto automático” (Marx)– por parte del Sistema. ¿Qué entiende O. del B. por no capital real? “El no-sistema es la criatura errática sumergida en la marginalidad de ese espacio reprimido y simultáneamente necesario que el Sistema arrastra como su último sostén o el lugar de su ampliación: ese ser-y-no-ser de sí y de lo otro constituye su tragedia, porque no puede dejar de producir el espacio donde vive lo otro en la dinámica de una metástasis que lo vuelve inaprensible” (p. 106). El no capital real es la cara negativa del Sistema: los proletarios, los campesinos pobres del planeta, los flujos de emigrantes, los desarraigados, los intelectuales y artistas díscolos, los locos y todos los otros rechazados por el logocentrismo de Occidente. En síntesis, del Barco hace referencia a todas aquellas criaturas del mundo que de alguna forma u otra viven en el desgarramiento absoluto.
No obstante, el autor de Exceso y donación va todavía más allá de los conocidos postulados marxianos. Ya que, si Nietzsche propone las siguientes preguntas: ¿cómo el cuerpo humano se libera del principio de individuación que lo aprisiona? o ¿cómo puede un cuerpo demasiado humano ser invadido por los “infinitos” (p. 147) que lo atraviesan?; en la perspectiva delbarquiana también Marx se plantea interrogantes similares: ¿cómo pueden los seres humanos intencionar un “afuera” (p. 43) de los múltiples pliegues que conforman la piel burguesa de nuestra sociedad y sus distintas personificaciones sociales? o ¿cómo emancipar las potencialidades de los cuerpos que han sido mutilados y reducidos a ser una mera pieza o “apéndice” (p. 38) del engranaje de la máquina capitalista? En un caso se trata de trascender tanto la endemoniada elasticidad como la indestructibilidad que aparenta gozar la piel burguesa, puesto que más allá de la división social del trabajo característica de la sociedad capitalista se encuentra la posibilidad histórica –¿acaso utópica?- del “hombre total” (p. 36). En el otro caso la superación del principio de individuación se realiza en la intensidad de la experiencia dionisíaca de todo hombre que se asume como un pasaje y nunca como una meta. Quizá el superhombre o el ultrahombre nietzscheano –lo que debe leerse como un más allá del Hombre entendido como Sujeto sustancial- sea un imposible en tanto manifestación continua, pero también es muy probable que Nietzsche haya recurrido a esta figura conceptual con la finalidad de mantener encendida la potencialidad del “caos” (p. 209) en el interior de los seres que todavía puedan “dar a luz una estrella danzarina” (Nietzsche). En este sentido, los itinerarios vitales e intelectuales de Marx y de Nietzsche pretenden despejar el camino de todo aquello que pueda obstruir la aparición de lo “abierto” (p. 37) –trátese del superhombre o del comunismo entendido como reino de la libertad-. ¿A qué tipo de apertura y a qué forma de clausura se refiere cada uno? Ese es el quid de la problemática desarrollada por O. del B. en contigüidad con los dos influyentes pensadores del siglo XIX.
De cualquier modo, las indagaciones delbarquianas no tienen por propósito exclusivo una comprensión erudita o una exposición novedosa de los filósofos en cuestión. Una vez más O. del B. extrema sus argumentos y actualiza los antiguos aportes de Marx y de Nietzsche con el fin de pensar el funcionamiento de nuestra formación histórica: si es el propio Sistema el que se ha desprendido de los grandes relatos metafísicos que fundaban la idea del “Hombre” (p. 104) como Sujeto constituyente, como fuente de toda acción y creación; por consiguiente, el postgramsciano cordobés llama cautelosamente a no confundir la desaparición del sujeto-hombre, propiciada por el conjunto de los “artefactos técnicos” (p. 94) del Gran Autómata, con la superación del hombre esbozada por las filosofías denominadas crítico-negativas –recordando, como es sabido, que las críticas de Marx y de Nietzsche apuntan a una trascendencia del sujeto y no a su aniquilación mediante el crecimiento de la alienación–. En este punto el título del libro cobra pleno sentido: “Nietzsche enunció el más-allá-del-hombre refiriéndose a ese espacio de suprema intensidad sin hombre y sin no-hombre, y no al apocalipsis de lo humano como acto de la máquina, la que por una parte lo suprime enajenándolo y por la otra lo conserva como máscara de lo suprimido, (…) Nietzsche abandonó la escena donde bajo la apariencia de su superación se conserva lo humano alienado bajo la forma de lo no-humano de la técnica” (p. 112).
A partir de la lectura de A. de lo p., contundentemente se puede afirmar -sin necesidad de comprobación- que la “barbarie” (Marx) ha triunfado o que los dioses nos han abandonado -y ya no podrán salvarnos- o que la esperanza en la Revolución sólo es un sueño monstruoso de la Razón o que la opacidad es total. Tal vez así sea… Pero al mismo tiempo, O. del B. expresa una insistencia poética respecto de la necesaria salvación: “allí donde crece el peligro, crece también lo que salva” (Hölderlin).
Para finalizar, merece una mención especial –aunque no será un desarrollo profundo por falta de espacio- el ensayo político “Estado y poder” (pp. 57-73), ya que seguramente interesará a los lectores de Evaristo Cultural. Este escrito data de 1980 cuando O. del B. se encontraba exiliado en México desempeñándose como docente e investigador en la Universidad Autónoma de Puebla. A la distancia, llama poderosamente la atención la forma en que, por aquel entonces, del Barco presentaba la relación de los movimientos sociales con el Estado tomando como punto de apoyo supuestos teóricos y prácticos de fuertes resonancias autónomas. Más allá de los lúcidos análisis acerca del “déficit” (p. 57) existente en los estudios marxistas sobre el problema del Estado, las corrosivas críticas a las concepciones leninistas heredadas en la materia y las referencias explícitas a M. Foucault y G. Deleuze; este artículo despliega una tonalidad afectiva de base que lo coloca sobre la pista de producciones actuales vinculadas a la problemática de la autonomía. Basta leerlo para experimentarlo.
La conjunción de todos los elementos antes mencionados hacen de A. de lo p., como ya lo sugirió María del Carmen Rodríguez, un exquisito libro de ensayos. Eso es todo. Adiós.