“Si me olvido de ti, Jerusalem, que mi lengua se pegue a mi paladar”. Con este versículo bíblico comienza la autobiografía ficticia de Santa Teresa de Ávila, a quien dos veces en su vida se le paralizó la lengua. Un suceso repetido que quizás revele la imposibilidad de clamar una verdad: los orígenes judíos de una de las máximas figuras del catolicismo español del siglo XVI. La mística y poeta que goza la experiencia del éxtasis —ese “recio martirio sabroso” que tanta desconfianza inspira en sus confesores—, indaga en la historia de su abuelo “judaizante”, condenado por la Inquisición, y en el reconocimiento de hidalguía solicitado por el padre para limpiar la mancha familiar. Cristiana y judía, asceta maliciosa y sensual, audaz aventurera dotada de astucia y sentido práctico, feminista antes de hora, Teresa la marrana enfrenta el peligro de acabar en la hoguera, funda conventos pobres mientras sus hermanos buscan riquezas en el Nuevo Mundo —uno de ellos participa en la primera fundación de Buenos Aires— y es adulada por reyes y princesas.
Ya instalada de manera definitiva en Francia, Alicia Dujovne Ortiz visita Argentina para presentar su último trabajo, Un corazón tan recio -a nuestro entender el mejor de toda su producción- y se hace un tiempo para compartir con nosotros una taza de te y las siguiente conversación.
Durante muchos años compartiste residencia entre Francia y Argentina…
Fueron quince años de mi vida, pero ya pasó. Ahora me instalé definitivamente en Francia porque en París tengo hija, nietas y bisnieto. El sueño de mi vida ha sido vivir en el campo, así que me compré una casita viejísima y minúscula, dicen que es el del siglo XVII. La casa está en el lindero del bosque, parece la casa de Blancanieves, de un lado el prado con vacas que vienen a mirarme y del otro los campesinos; no hay nada más que eso. Tengo una gata salvaje que yo domestiqué y soy muy feliz; cuando tengo ganas me voy a París, generalmente sucede cada quince días. Es decir que me doy cuenta de que mi amor por el campo y la naturaleza dura exactamente dos semanas.
Durante unos cuantos años colaboraste con Gallimard como asesora literaria, ¿Cuáles considerás tus mayores logros en ese terreno?
Yo era lectora en español así que leía lo más importante que llegaba y lo nada importante, hasta se recibían manuscritos llegados de un pueblito de México. Ahí tuve la suerte de poder editar a Isidoro Blaisten, pero yo tenía sólo el poder de veto, no el poder de decisión. Como también leía italiano tuve la suerte de influir un poco para que fuera publicada de Anna Maria Ortese con una novela hermosa –bastante mística- llamada La iguana. Es una autora que ha quedado escondida porque es rara, demasiado maravillosa. Blaisten y Anna Maria Ortese, de esos dos me enorgullezco.
¿Los escritores jóvenes latinoamericanos tenían proyección en Europa, o no?
Sí, a escritores argentinos como Aira y Alan Pauls se los publicó después de que yo estuviese ahí. Son escritores fundamentales en Francia, muy conocidos y apreciados. No sé si a esa generación todavía la llamás joven.
Para no herir susceptibilidades digamos que son jóvenes pero no pertenecen a la última generación de narradores. Pero hablemos de tu última novela, Un corazón tan recio… Después de narrar las vidas de tantas mujeres de acción ¿una mística?
Es una vieja historia… A mí me interesa la mística desde mi adolescencia. Cuando digo mística no quiero decir religión, sino algo que generalmente se desarrolla de forma marginal en relación a la religión central o el dogma.
A los místicos que viven esta experiencia marginal a veces los canonizan y otras los queman. Como en el sufismo, todos los sufíes decían que se podía ser Dios por participación, pero hubo uno que dijo “yo soy Dios”, y a ese lo crucificaron. Es decir, depende del grado de astucia con el que comunican esta experiencia mística.
Yo soy hija de comunistas, ¿por qué a partir de los dieciochos años empecé a leer sobre mística? Porque quería saber qué es esa felicidad extraordinaria que te cae encima cuando estás en un parque viendo un atardecer… Además de la belleza de la poesía mística, como la de Santa Teresa, San Juan, los sufíes y muchos otros, encontré algunas respuestas. Pero sobre todo en ella. Santa Teresa describía punto por punto lo que le estaba pasando. No hay en ella nada de teórico ni de dogmático; iba más allá que San Juan de la Cruz que escribía una poesía mucho más depurada, sin hablar casi nunca de sí mismo. San Juan de la Cruz dice por momentos de forma pudorosa, como con una vocecita: “aquello que me diste el otro día, aquello que tú sabes…” y le habla a Dios. Bueno, Santa Teresa dice punto por punto qué le dio el otro día y qué le da todos los días; y lo dice con una fruición, de una forma tan sensual y femenina que, bueno, hubo un momento en el que me dije a mí misma “ahora nos damos un postre”.
Ya hablé de un montón de mujeres y hombres, del camarada Carlos y hasta de Maradona. Todos ellos tienen en común la capacidad de ir hasta el extremo de sí mismos, en ese sentido tienen que ver con la religión; mi padre entra en la Internacional Comunista y de alguna manera entra en una religión. Todos estos personajes (Evita, Maradona, Anita Garibaldi, etc.) son marginales, tienen una identidad dividida, no saben muy bien quiénes son, todos tienen que ver con una especie de exaltación mística… Me dije entonces que había llegado el momento de concederme el postre, el personaje más gozoso, más capaz del placer absoluto. No es por nada que esta carita que pedí que pusieran en la edición española (en la edición francesa pusieron una monjita insoportable e hipócrita) es la cara de Santa Teresa, por la estatua de Bernini, que fue utilizada por Lacan en su seminario sobre el placer. Esta carita es la imagen misma del placer y del dolor, cuando ella decía que lo que Dios le daba era un “recio martirio sabroso” quería decir exactamente esto: el momento en que el dolor y el placer se juntan, la muerte y el amor.
En relación al tema del éxtasis, tan bien trabajado en la narración, ¿te documentaste bibliográficamente?
Me interesa porque es la mística menos intelectual de todos. En general, todos los que han escrito son varones y son más teóricos. Hasta San Juan de la Cruz en sus glosas -no en el Cántico espiritual- sermonea un poco. Puede suceder que en un atardecer de primavera una joven argentina de dieciochos años en un banco de la Plaza Lavalle, sienta de repente una loca felicidad y no sepa qué es; que después ame muchísimo lo que cae bajo su vista como, por ejemplo, tres pajaritos, un banco…
Bueno, una joven que haya vivido esa experiencia de felicidad y de amor universal y que entonces se ponga a leer a los místicos para saber qué demonios había sucedido. Estamos hablando de una chica que, probablemente, fue educada en un hogar comunista… Entonces, desde lo intelectual, nada. Este tema es lo a-intelectual por excelencia.
Te preguntaba porque es interesante cómo lo manejás en la narración. Lográs un vuelo poético mucho mayor y más acertado para encarar el tema que los estudios de gente como Couliano y otros especialistas en mística y en religión. ¿Cómo trabajaste el acercamiento al tema de ella como marrana?
Fue lo que me convenció del personaje. Yo podría haber tomado cualquier otro místico (quería una mujer) y el tema marrano fue lo que más me fascinó. No se ha hablado mucho de esto, se sabe desde 1947, quien lo puso más en evidencia fue Américo Castro. Él resaltaba el único momento en el que ella casi lo dijo, cuando el chupamedias de su último monje, Gracián, le dice “ah, madre, porque usted es de una familia cristiana, vieja y noble…” a ella le da un ataque y se pone a gritar “¡Y si fuera de una familia conversa, qué!” Bueno, fue el único momento en que ella lo dijo, casi lo dijo. Ella recibía en sus conventos a monjas y monjes conversos; estaba prohibido, pero lo hacía igual. Sin embargo, jamás dijo una palabra sobre el tema; no podía decirlo, si decía una palabra terminaba en la hoguera, indudablemente.
Yo tomo el hecho real de que dos veces en su vida se le paraliza la lengua, me acuerdo del versículo bíblico “si me olvidare de ti, oh Jerusalén, que mi lengua se pegue en el paladar” y, bueno, decido trabajar esto a partir de la identidad negada. La identidad marrana es en sí una identidad negada, porque ella vivía callada, mintiendo, fingiendo tener una fe que no era la suya.
A parte de esto también me interesó por el feminismo. Ella es una feminista antes de hora, elige el convento no porque haya tenido al principio ningún favor de Dios, en absoluto; esto demoró mucho y cuando sucedió lo negó, la experiencia era demasiada fuerte y le daba miedo. Pero fue una feminista antes de hora, quería huir del destino femenino de casarse a los catorce años y tener hijos hasta morir. Seguro hubiera querido subirse a una nave de conquistadores con su hermano del alma Rodrigo de Cepeda y Ahumada, o con su hermano Lorenzo que se fue a Ecuador (Rodrigo se vino con Pedro de Mendoza a la que era Buenos Aires en aquel momento).
Cuando se lanza a los caminos de España en un carromato cubierto de cuero, a lomo de mula, durmiendo en albergues llenos de borrachos, gitanos y chinches, seguro hubiera deseado lanzarse a la aventura de América; pero no podía, su única libertad era el convento, ahí fue libre a su modo.
Volviendo a cómo trabajé lo marrano, es un tema que me importa mucho. No es por nada que con este libro es la primera vez en mi vida que uso la primera persona. Yo no me identifiqué con otros personajes, los puedo entender, siempre uno escribe a partir de un eco que te resuena, pero acá la identificación es mucho más importante. Yo tengo la misma mezcla, mi padre era judío y mi madre era de una familia cristiana, sé lo que es el tironeo, evidentemente ahora lo puedo decir y ella no podía.
Es interesante también el material bibliográfico que utilizaste.
Leí todas las biografías más importantes que han andado por ahí. Luego fue muy importante para mí ir a Toledo y a Ávila. Ávila me pareció una ciudad guerrera, militar, catolicona a muerte, donde hay esta mitificación de una santa de cartón, todo lo contrario a la mía. Ahí te muestran el dedo de Teresa engarzado en plata, bueno, eso no me emocionó. Pero ahí –porque hay un Dios de los investigadores- me encontré con algo extraordinario. Estaba buscando un libro que sabía que existía, pero que era muy difícil de encontrar, este libro cuenta el juicio de ejecutoria de hidalguía que piden el padre y los tíos de Teresa después del acto de fe del abuelo Juan Sánchez de Toledo que tuvo lugar en 1485 entre ochocientos condenados. La familia decide emigrar a Ávila para tapar esta mancha. Años después los tíos y el padre (que no tocaban el dinero, porque en aquella época el que se ensuciaba con dinero era considerado judío o genovés) piden el juicio de ejecutoria de hidalguía. Esto yo lo sabía por haber leído una cantidad de cosas en la biblioteca hispánica de París donde había mucha información sobre los marranos. La cuestión es que llego a Ávila, me meto en una librería católica y pido una biografía de Teresa. El librero me da un libraco, lo abro y leo en la primera página: “Teresa provenía de una noble familia católica española…” yo cierro el libro, se lo doy y le digo “No”. Él se sonríe, se va a la trastienda y luego me trae el libro que yo estaba buscando donde está en detalle el juicio, qué le pidieron al padre y a los tíos, toda una componenda que habían hecho con pudientes y notables de la ciudad y pagando, por supuesto, la condición de cristianos viejos. Yo no sé si creo en Dios, pero ese libro me lo mandó seguro Dios porque era lo que yo estaba buscando. Para terminar con la historia de este señor tan raro, al despedirse me da un beso en la frente y me dice “la paz sea contigo” y yo le contesto “shalom”.
La novela retrata muy bien el choque de la mística hebrea con la católica encarnadas ambas en los personajes de la sirvienta y la joven Teresa.
Claro, la mística judía en el sentido del éxtasis casi no existe; existió mucho después en el jasidismo. Pero en la cábala -la mística judía- no existe la idea de la fusión con Dios, porque en el judaísmo hay diálogo entre el hombre y Dios.
Bueno, ella se encuentra seguramente con el Zohar. Esto último es inverificable, motivo por el cual no escribí una biografía, sino una novela. Bueno, es evidente que leyó el Zohar. Basta leer Las moradas para darse cuenta que las siete moradas del alma y el palacio del alma vienen del Zohar y de otras tradiciones. No se puede verificar igual, así como no es puede comprobar que toda la poesía de San Juan de la Cruz se apoya en el sofismo musulmán. Pero, ¿de qué manera Teresa llega al encuentro con el libro? En el caso de San Juan era mucho más sencillo, era hombre y había ido a la Universidad de Salamanca donde circulaban toda clase de textos religiosos. Pero ella estaba en su casa e iba de su casa a un convento, ¿cómo pudo haber encontrado un Zohar? En su casa. Era una familia judía conversa, entonces le invento una vieja sirvienta que habla en judeoespañol. Y bueno, la nena, por instigación de la sirvienta, baja al sótano y en un viejo arcón abre un libro (por supuesto hay un rayo de sol tembloroso que la ilumina) y lee: “todas las puertas del cielo te estarán cerradas, salvo las puertas de las lágrimas”, una maravillosa frase del Zohar.
En todas las tendencias místicas las lágrimas son de una importancia fundamental, se le llama “el don de lágrimas” y es la primera puerta-la de abrirse y llorar- después vienen otras.