Considerado por muchos el continuador de Héctor Germán Oesterheld, Trillo es el autor de trabajos memorables como “Alvar Mayor”, “El Loco Chávez”, “Las puertitas del Sr. López”, “Un tal Daneri”, “Cybersix”, “Cosecha verde”, “El síndrome Guastavino” y “Clara de Noche”, entre decenas de historias dibujadas por Alberto Breccia, Enrique Breccia, Horacio Altuna, Domingo Mandrafina, Carlos Meglia, Jordi Bernet, Pablo Túnica, Lucas Varela, Juan Bobillo y muchos otros destacados artistas. Fue, además, coordinador creativo y redactor (en dupla con Alejandro Dolina) de Satiricón; jefe de redacción de Mengano, dirigida por Carlos Marcucci y uno de los impulsores de Superhumor.

La Biblioteca Nacional inaugura una exposición retrospectiva dedicada a la obra del guionista Carlos Trillo.

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Carlos Trillo

 

La Biblioteca Nacional inaugura una exposición retrospectiva dedicada a la obra del guionista Carlos Trillo, TRILLO: DE PUÑO Y LETRA.

La muestra está organizada en torno a dos ejes: El primero, cronológico, presenta –entre otros muchos materiales– las publicaciones nacionales e internacionales en las que participó (algunas, incluso, nunca traducidas al español), los libros y folletos que escribió como el generoso divulgador del género que fue; las novelas y cuentos que editó junto a unos amigos y firmó con seudónimo –mucho antes de abocarse a la historieta– y varios de los trabajos que realizó para publicidad. El segundo, organizado temáticamente, está centrado en el contenido de su producción: presenta desde las libretas donde permanentemente tomaba apuntes; borradores de guiones; versiones modificadas, inconclusas o inéditas… Hasta los dibujos originales de gran parte de su obra: tanto sus personajes clásicos, como páginas descartadas o enviadas de prueba al exterior.
También podrán verse materiales filmados como entrevistas, animaciones, publicidades y una docena de testimonios registrados especialmente para la ocasión por la Biblioteca Nacional. Estos testimonios podrán verse completos a través del archivo del Programa Nacional de Investigación en Historieta y Humor Gráfico Argentinos.

La exposición se podrá visitar del 20 de marzo al 17 de mayo en la Sala Juan L. Ortiz, de lunes a viernes de 9 a 21 hs. y sábados y domingos de 12 a 19 hs.

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Cuando los periódicos contemporáneos se preguntan por el sentido y el oficio periodístico, lo que le es intrínseco, no suelen recurrir a sus editoriales. Aunque a veces, simulan hacerlo. Recurren en cambio a las historietas. Así ocurrió con los periodistas Loco Chávez y Negro Blanco, magnas creaciones de personajes encargados de representar un oficio crucial e indefinible, con un compuesto –en el caso de estas dos grandes ficciones– de melancolía, suave fracaso profesional y visión penetrante de las arduas oscuridades de la vida pública y privada. Con el agregado de evitar imaginar demasiado que sería posible hacer algo para modificar esas tribulaciones. El periodista que pensó Trillo es un juglar sentimental de las ciudades; sucumbe ante los valores últimos, el amor y la amistad, que dan refugio o hacen sufrir, pero son un secreto rescate mesiánico de la supuesta vida pública que lleva un periodista en la redacción. La historieta ocurre en esa zona diluida y borrosa donde la redacción deja paso a la cofradía de “perdedores”, un rasgo sentimental muy elaborado del género. Pero la pérdida tiene sintaxis paradojal. Pueden ser exitosos en las legendarias tareas del amor y de la profesión, pero todo ello captado en la gota última de amargura y soledad que los hace deliciosos ídolos anacrónicos. Cultivan así las divinidades de un lúcido y perezoso escepticismo.

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El sentido de la aventura que habían sostenido detectives de horma clásica como Vito Nervio e investigadores de casos policiales que apelaban a metafísicas del tiempo, como Sherlock Time, en algún momento dejó paso, entonces, a otro tipo de irrealidad que ya reclamaba la industria cultural. Una ciudad reconocible con menos escafandras y fábulas de invasores extraterrestres. Si bien “El Eternauta”, como todo en Oesterheld, ya está sembrado de vastos señuelos de la vida cotidiana, fundados en la nostalgia amorosa tanto como en el inevitable dolor de toda deserción (o abandono), hay un mundo histórico que preexiste como reconocible alegoría. Hay opresores y oprimidos con nombres de fantasía pero representan un conflicto que no es el de las antiguas religiones zoroástricas, sino el muy específico que viven las sociedades contemporáneas.

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Pero las historietas guionadas por Trillo, que aluden al propio diario donde se publican, con un tipo de aventurero enamoradizo y deseablemente inútil, relativizan los tonos épicos que venían siendo dominantes de la tira cómico-metafísica argentina. Asistiremos así a cierto realismo lleno de alusiones, requiebros y complicidades talmúdicas de la amistad. Gran tema que gracias a la sutileza de Trillo y sus dibujantes capturó a miles y miles de lectores que actúan en el seno de lo más indefinible que hay en la vida: explicar por qué leen. Bull Rockett era un sabio atómico. Lo había imaginado el maestro Oesterheld (dibujado por Capani y luego por Solano López: no podía ser nunca este genio expresionista un dibujante como los eximios Altuna y García Seijas, especialistas en los rasgos sutiles de una extrema sensualidad). El pobre Bull Rockett llevaba en su nombre al toro y a la piedra, pero en una de sus misiones en África el avión en el que vuelve se curva levemente y rueda por el pasillo de la nave un frasco de perfume olvidado… un amor que no fue. Detalle delicado que no se hace necesario en los periodistas de Trillo, que captan porosamente todas las nervaduras potenciales de los amores que se cancelan y retornan con los oleajes emotivos que envuelven las aturdidas redacciones periodísticas, las ciudades cautamente desesperadas y los bares ansiosos de la ciudad.

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El Loco Chávez y el Negro Blanco, a los que presumiblemente los dejan un tanto indiferentes los reconocibles contextos sociales donde actúan, son la gran creación de Trillo con Altuna, y luego con Seijas. El lenguaje ya no es el de la épica, el de la amistad de aventureros presos de un heroísmo casual, que aun eran los lenguajes más renovadores de la historieta nacional; es también todo eso –claro–, pero pasado por el último arraigo que encuentran los pesimistas: la mesa del café un tanto discepoliana y los sueños amorosos que se le cumplen no al conquistador profesional, sino al lírico tarambana que se queda con las mujeres más hechiceras y “coleccionables”. Por eso “Clara de Noche”, otra gran creación de Trillo con Maicas, con el fino pincel excitante de Bernet, es el Negro Blanco. Pero en el cuerpo de una pin-up. Primero, porque el juego con el nombre ya le revela al lector que de allí no va a sacar otra cosa que la pulpa de una contradicción, la tensión profunda de la realidad que la “historieta” le roba a la “historia”. Y después, porque esta graciosa prostituta que encarna el genio irónico de una femineidad discretamente estetizada, se eleva por encima de una condición masculina pintada no sólo como torpe, sino como atrozmente inferior. Quizá sea lo que nos haya querido decir Trillo; verse en aquel punto irreductible, que pareciendo una entrega, es una liberación. En ese sentido, pese a sus diferencias, es recomendable hacer el esfuerzo de pensarlo junto a las antropologías que extrajeron con tinta y lápiz de grafito (las de Oesterheld en primer término) la pulpa de las grandes leyendas de la humanidad.

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