El periodismo y la escritura fluyen profundas por tu ADN ¿Cómo decidiste dedicarte al mundo de las palabras? ¿Qué peso y qué ventajas tiene pertenecer a una estirpe de escritores?

Desde siempre me relacioné con la palabra impresa. De muy chico empecé a leer novelas –y yo mismo las elegía y las buscaba en bibliotecas familiares y en librerías de todo tipo- y también revistas. Recuerdo también que en la casa de mi madre, en la de mi padre y especialmente en la de mis abuelos siempre había revistas. O sea que no me resultó raro terminar el colegio y descubrirme enviando un sumario con propuestas periodísticas a un diario. Así empecé con el periodismo. Lo de los libros vino algunos años después, pero sigue siendo periodismo: hay algunas ideas de intimidad y ciertas visiones del mundo en esas páginas, pero la técnica que uso para construir esos relatos es la del periodismo. Creo que esto de pertenecer a una estirpe de escritores es, al menos en mi caso, una ventaja, pero una ventaja pequeña, vivida sin culpas y con cierta admiración por los que me antecedieron en el camino. Nunca sentí el peso de la familia en un mal sentido. Y si no lo sentí fue, en parte, porque el el descubrimiento de que, además de mi tío Sergio, había otros escritores entre mis ancestros fue algo que ocurrió hace poco tiempo, en el marco de la investigación para Los crímenes de Moisés Ville. Entonces fue que aprendí más sobre mi tío abuelo Rubén, sobre mi bisabuelo Mijl y sobre mi tatarabuelo Mordejai Reuben –todos Sinay, todos escritores de alguna manera. Por otro lado, más que “escritores” yo prefiero pensar que la estirpe es de “periodistas”: los Sinay no escribimos tantos libros como artículos de prensa, y eso es lo que de un modo misterioso –y hasta donde yo puedo ver, casi libre- ha ido traspasándose de generación en generación.

En los últimos años te has convertido en uno de los cronistas más destacados tu generación que, de por si, ha llegado bien nutrida en este aspecto. ¿A qué atribuís esta nueva época dorada de la narrativa de no ficción?

Agradezco tus palabras, que considero exageradas. Creo que la narrativa de no ficción vive una época dorada porque el género se ha desarrollado en sus formas con gran dinamismo. Y no hay nada que la no ficción deba envidiarle a la ficción. El periodismo narrativo (o literario, según se lo conoce en otras latitudes) lleva 150 años de evolución y muchos de sus autores han pertenecido a las filas de la novela y del cuento: ¿por qué habría de ser hoy un género menor? El desafío es enriquecer una buena investigación con ideas (y con calor humano). Por mi parte, suelo pensar que las historias de la realidad son siempre más interesantes que las otras. Las historias de la realidad son las que nos permiten saber más sobre este sitio en el que vivimos: el mundo.

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¿Cómo surgió la idea de Sangre Joven? ¿Cómo fue relacionarse con estas realidades? y ¿Cuál fue tu saldo personal con respecto a esta investigación a la hora de entender el mundo?

Sangre joven surgió de un cruce de caminos: yo había iniciado mi carrera en el periodismo escribiendo en el Suplemento Sí!, de Clarín, y en la revista Rolling Stone (ambos, medios que transportaban historias de lo que podríamos llamar “cultura joven”) y luego comencé a hacer periodismo policial. “Sangre joven” es entonces una intersección de esos dos mundos, donde a través de las historias policiales busco retratar a una generación, que es la mía, la de los nacidos en la década de 1980.

El trabajo para ese libro fue duro y triste, y a la vez apasionante. No eran historias sencillas ni era fácil hablar con los familiares y los amigos de víctimas muertas tan prematuramente, pero a la vez uno siempre sale transformado después del encuentro con las zonas más irracionales del alma humana. En los crímenes se esconde algo de la verdad de una sociedad y el sinsentido de estas muertes parecía fruto de autores que actuaban sin tomar real noción de lo que significaba su acto, de su condición extrema e irreparable. Algunos de ellos se dieron cuenta con los años; otros no.

Con Los crímenes de Moisés Ville encarás a la vez una arquelogía de los mencionados crímenes, una especie de antropología familiar -a través de la figura de tu bisabuelo y tu relación con sus textos y los recuerdos que perduran en los otros- y una historia de la inmigración judía en Argentina. ¿Cómo concebiste el esqueleto narrativo de la obra?

No fue una tarea sencilla ordenar tantos niveles narrativos. Pero ese tipo de textos es el que me gusta leer. Textos en los que hay variedad de datos y de historias secundarias, en los que el lector quiere seguir con el asunto por sus propios medios, buscando más información en otro lugar. Si un texto me despierta eso, considero que me ha enriquecido. Y eso quise hacer con “Los crímenes de Moisés Ville”. Por otro lado, traté de armar un esquema prestando especial atención al ritmo narrativo. Sabía que tenía mucha información sobre el pasado, por lo tanto debía equilibrarla con vivencias del presente; y a los largos pasajes de análisis y de contexto debía oponer páginas de acción y de trama dramática.

Sinay

¿Cómo se vincula el inmigrante judío en cuánto a su identidad como sujeto, con la idiosincrasia gaucha criolla de la provincia de Santa Fe?

En un principio, las identidades parecían contrapuestas. No había demasiado en común, aunque el gaucho y el judío –como bien notó Alberto Gerchunoff- compartían la condición de perseguidos y de eventuales nómades. Con los años, la rutina del territorio compartido y del trabajo conjunto fue tejiendo una nueva identidad, con algo de gaucho y algo de judío, que Gerchunoff –de nuevo él- fijó con la maravillosa figura del “gaucho judío”. Todavía hoy se discute si el gaucho judío existe, y esa es una de las cuestiones que indagué en el libro. Hay quienes dicen que sí, hay quienes dicen que no, pero más allá de su existencia, hubo una serie de acuerdos entre los dos que resultaron en el surgimiento de una identidad rural santafesina moderna (gringa y a la vez gaucha), que tiene mucho que ver con la emergencia de una nueva Argentina para el siglo XX.

Loewenthal y el Barón de Hirsch son dos figuras estelares en la odisea inmigratoria. ¿Cuál es su legado hoy en día? ¿Cuáles sus claroscuros?

El legado de ambos es más grande de lo que creemos. Todavía hay quienes, en Moisés Ville –e imagino que también en otras colonias judías de la Argentina-, cultivan los campos de sus bisabuelos, campos que la Jewish Colonization Association –la JCA, empresa colonizadora del Barón de Hirsch, un filántropo europeo- compró para estos desplazados que llegaban desde el imperio Zarista en busca de un futuro mejor. Los colonos pudieron vivir en la Argentina su sueño de redención gracias a la generosidad del Barón de Hirsch y al trabajo administrativo de su mano derecha, Wilhelm Loewenthal. Y a pesar de que Hirsch murió en 1896 y Loewenthal había sido echado antes de la JCA, hasta mediados del siglo XX siguieron llegado inmigrantes por esta vía. Toda esa gente, sin dudas, salvó el pellejo primero de la vida miserable que les proponía el imperio Zarista y después de la muerte que les aguardaba bajo el nazismo. En este nuevo país encontró una vida liberal, llena de oportunidades. Pero la JCA dejó varios claroscuros. El Barón de Hirsch no quería regalar su dinero –como se decía de otro filántropo judío de la época, el Barón de Rothschild-, sino que lo ponía a disposición para quienes quisieran ganarse sus nuevas condiciones de vida con el trabajo esforzado de sembrar el campo y pagar las anualidades estrictas que la colonia demandaba. Con esas cuotas, la JCA realimentaba su obra y podía trasladar a nuevos inmigrantes hacia América. Pero el pago de las anualidades trajo varios choques entre colonos y administradores, porque a veces la cosecha no rendía y no había dinero. También fue muy debatida la restricción de tierras para los hijos de los colonos, que la JCA no privilegiaba porque, en cambio, las guardaba para futuros inmigrantes (algunos de los cuales nunca parecían llegar). En las colonias hubo períodos tumultuosos, como el de Pascuas/Pesaj de 1897 –cuando mi tatarabuelo Mordejai Reuben Hacohen Sinay encabezó una rebelión de colonos contra el administrador de Moisés Ville- o como el juicio que, en los tribunales argentinos de 1910, enfrentó a colonos y administradores de la Colonia Mauricio (cerca de la localidad de Carlos Casares). Pero, a la larga, la obra de la JCA primó por su tarea de rescate.

A la hora de analizar la historia y la actualidad de nuestro país, ¿cuál pensás que es su nivel de xenofobia? ¿Qué grupos considerás más estigmatizados si es que los hay?

Creo que vivimos en un país donde hay cierta xenofobia, pero no en grados preocupantes. De todas maneras, no hay que dejarla crecer. Como siempre, los más estigmatizados son los inmigrantes, llegados de países cercanos o de Oriente, hoy; llegados de la Europa pobre, ayer.

 

Sobre El Autor

Damián Blas Vives es actualmente es Director de Gestión y Políticas Culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Entre 2016 y 2020 coordinó el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq de dicha institución y antes fue Coordinador del Programa de Literatura y editor de la revista literaria Abanico. Dirigió durante una década el taller de Literatura japonesa de la Biblioteca Nacional, que ahora continúa de manera privada. En 2006 fundó Seda, revista de estudios asiáticos y en 2007 Evaristo Cultural. Coordina el Encuentro Internacional de Literatura Fantástica y Rastros, el Observatorio Hispanoamericano de Literatura Negra y Criminal. Ideó e impulsó el Encuentro Nacional de Escritura en Cárcel, co-coordinándolo en sus dos primeros años, 2014 y 2015. Fue miembro fundador del Club Argentino de Kamishibai. Incursionó en radio, dramaturgia y colaboró en publicaciones tales como Complejidad, Tokonoma, Lea y LeMonde diplomatique. En 2015 funda el sello Evaristo Editorial y es uno de sus editores.

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