El sargento García -blanco de burlas a causa de su nombre- tiene como función encauzar a las prostitutas que se niegan a pagar protección, pero esta vez recibe una orden más peligrosa que no puede desobedecer: la de intrusar una casona en Martínez y robar el contenido de su caja fuerte. No tiene nada que temer. La casa está temporalmente desocupada, hay un plano de ella, y la zona será liberada la noche del robo. Solo falta el especialista en cajas fuertes, y el único capaz cumple una larga condena en Devoto. Así comienzan los problemas para el sargento, que se verá arrastrado por un atroz remolino incapaz de controlar. Asesinatos, corrupción, mentiras y complots enterrados en la tenebrosa historia argentina del siglo XX. Morini logra una combinación poco frecuente en el género negro, un relato duro y magistral con un registro cercano a la picaresca, que deja al lector sin aliento.
¿A qué edad descubriste tu interés por las novelas policiales?
Creo que la los diecisiete años, cuando empecé a escribir historieta en Editorial Columba. Existían álbumes con historias de todos los géneros. Este era uno de ellos, entre el épico, el bélico, la fantaciencia, etc. Lo abordé como uno más, junto a los otros.
¿Cuál fue el primer título de género negro que impactó en vos?
Noches sin lunas ni soles de Rubén Tizziani fue el primero, aunque no tuvo el impacto de otros. No sabía exactamente por aquel entonces que era una novela negra. Quizá tampoco lo sea del todo, aunque deberíamos primero definir qué es “novela negra”. Pero era altamente dramática. Lo leí como podía leer a cualquier autor en un momento en que ni soñaba con escribir. Luego busqué conscientemente el leer un policial y elegí un clásico: El largo Adiós de Chandler. Allí había algo más, en principio trama, y cierta melancolía. Luego sabría que fue escrita durante la larga agonía de Cissy, su esposa veinte años mayor que él. Pero también había transgresión. Y esa combinación me emocionó. La crítica canónica le reprochó el exceso de símiles, cosa de la que, como podés ver, me apropié y exageré. Pero el que más me impactó, leído mucho después, fue 1280 almas de Thompson.
¿Qué escritores y/o escritoras mirás como referentes?
Acá tenemos que hacer una diferencia entre el género y los demás. Dentro del primero están, como dije antes, Jim Thompson, Raymond Chandler, Dashiell Hammett, Patricia Highsmith, Fredric Brown, James Ellroy, Manuel Vázquez Montalbán, Osvaldo Soriano y Rodolfo Walsh. También hay otro, menos conocido que tiene un par de novelas inquietantes llamado John Franklin Bardin y últimamente descubrí La Trilogía de Berlín, de Philip Kerr, un autor escocés palabra limpia y delicada ironía. Se puede decir que pivoteo en ellos. Pero también están los otros, los fuera de género, como Julio Cortázar, Umberto Eco, Truman Capote, Jorge Luis Borges, Charles Bukowski, Ernesto Sábato, Louis Ferdinand Céline, Mika Waltari, Federico Andahazi, Philip Dick, Manuel Mujica Láinez y el majestuoso Ernest Hemingway. Nada que ver con mi registro, pero muy poderosos todos ellos.
¿Cuánto de calle hay en Que me vengan a buscar y cuánto de sillón?
Hay algo de calle, algo de noche, mucho de lectura y muchísimo de sillón.
¿Cómo se te ocurrió relacionar los tres poderes del Estado con el crimen?
Podría jactarme de haberlo hecho, pero lamentablemente no fue así. Los tres poderes están involucrados en la historia real. No tenés más que investigar un poco. Incluso hay envuelto otro “poder” fantasma fuera del Estado que son los Masones, o mejor dicho, cierta logia de tal inspiración. Hay un dato (¿símbolo?) curioso que no está en la novela. El templo de Perón al 1200, uno de los escenarios de la narración, está ubicado de manera equidistante de los tres Poderes, es decir: del Palacio de Tribunales, de la Casa Rosada y del Congreso de la Nación. Es algo que habría que investigar. Tal vez lo haga, o tal vez le deje el trabajo a Dan Brown.
¿Coincidís con la célebre frase: “La democracia es el crimen perfecto”?
Entramos en un tema de diferentes aristas. La cultura griega fue la creadora de algo que se llamó democracia. Era el gobierno consensuado de un grupo de hombres llamados “aristoi”, es decir, “los mejores”. Pero eran ellos mismos los que así se declaraban. A los demás, se les negaba la pertenencia al grupo y mucho menos el poder de voto. Luego vendría Roma, su admiradora, quien compartiría sus ideales republicanos prontamente devaluados en un unicato imperial luego del asesinato de Julio César, en el cual estuvo involucrado el más excelso de los moralistas: Cicerón. ¿Qué quiero decir con esto? Soy un ferviente demócrata. No encuentro un sistema político mejor que este. Aquí, al menos, son cuatro años y chau. Si no nos gusta, se votará a otro. Pero a la democracia la conducen los hombres. Y aún teniendo la Humanidad un largo camino hecho desde la época de la horda, todavía nos falta un trecho. Creo que vamos mejorando. Además, y en tono de broma, para la mitología policial el crimen perfecto no existe.
¿Qué director de cine ocupa en vos un lugar de admiración o de mayor respeto, y por qué?
Lo que voy a responder es una obviedad para cualquier cinéfilo aficionado. Alfred Hitchcock en primer lugar por su gran manejo del suspenso. Habrás leído en Truffaut la detección del McGuffin. Ya existía, pero Hitchock lo definió de manera moderna. Con eso lo digo todo. Luego vendría Woody Allen con su humor inteligente, irónico y autocrítico. Sergio Leone, por su poder de revitalizar el western que ya se daba por muerto y haber legado un tipo de narración que fue el punto de partida de una nueva generación de directores norteamericanos. Darío Argento, por ser uno de los creadores del Giallo y llevarlo a sus puntos más altos como con, por ejemplo, “El Pájaro de las plumas de cristal”, al cual tanto le debe el thriller psicológico. Brian de Palma, por sus famosísimas obras de arte que tuvieron además la apariencia de cine de masas. Andrei Tarkovski, por su poética desgarradora. La lista sigue, pero como diría Umberto Eco, me da vértigo.
¿Creés en la genialidad, en el talento o en la academia?
La genialidad es el talento en grado exacerbado. Hay pocos genios. Son los que han hecho de esto un mundo mejor. El talento, como el genio, es innato, pero en estado potencial. Se lo debe trabajar o se pierde en la mediocridad. La academia te da la ilustración. En ella encontrás la ética que te descubre la otredad. Te da conocimiento, aunque no talento. Si mezclamos ambos, es posible construir un individuo superior a la media, con talento y generosidad para convertirse casi en un genio y ser uno de los que, dejen algún tipo de legado para las generaciones posteriores.