“Aunque me cueste decirlo, a veces sospecho que la lucha más cruel y despiadada de un exorcista es la que mantiene consigo mismo, porque de alguna manera llega a los límites de la fe, su batalla es con la oscuridad, que se manifiesta en su interior a través de la duda. Es una batalla de por vida que se pelea de cuerpo, alma, corazón y espíritu. Y nunca termina. Por eso, aunque el oscuro quiera que desista, voy a seguir escribiendo. Es necesario que lo haga.”

¿Qué es lo que te llevó al terror cuando casi todos tus colegas andan deambulando por los callejones del género policial?

Ciertamente, hace un tiempo escribí algún policial negro. En esa experiencia de escritura siempre aparecía lo fantástico como un género que me atraía. Es decir, en la serie literaria el elemento extraño, lo indecible, siempre venía a irrumpir un orden establecido de proyecto; y lo que empezaba tratando de seguir una serie de causa y efecto en la trama, terminaba alterado por lo extraño.

En una especie de encerrona, cada vez más se iban sucediendo demonios, espíritus oscuros, y otro tipo de entidades. Digo encerrona porque el fantástico llegó a colmarlo todo, y Súcubo, como La Trinidad de la antigua serpiente, y otros cuentos que ahora estoy escribiendo, fueron el final de un proceso de reconocimiento. Me dije: “en este género me siento cómodo”, no así en el policial, en cualquiera de sus posibilidades. Súcubo fue una experiencia donde puse cosas de mi vida, de mi experiencia, la pensé como una novela que se escribió durante veintinueve años. Ahora, con respecto al policial, es cierto que intenté hacer uno del tipo negro, pero fue fallido el intento, desafortunado, pero en ese intento descubrí que había un género capaz de darle un lugar a mis experiencias, y puntualmente, a mi forma de ver el universo. El policial me pareció siempre un género atractivo, lleno de movimientos interesantes como género, pero por demás gastado y repetitivo. Me atraen las posibilidades que el fantástico, el terror o la ciencia ficción te dan, de ampliar la visión cotidiana. Es decir, producir pequeñas (o grandes) alteraciones en el hilo espacio temporal de la percepción. No caer en la idea de que todo lo que veo es todo lo que existe. Por último, creo que el policial terminó siendo un callejón más que una calle. Pienso en “callejón”, y acá fuerzo un poco el uso de tu palabra: como locus esencial al género, y como género que muchos quieren abordar. Y hay que reconocerlo, no todos podemos escribir un policial digno.

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Curiosamente el terror religioso (de raíz católica) está mucho más instalado en el imaginario estadounidense -país con pensamiento de raíz protestante-, que en el nuestro, que somos un país de formación católica. Tanto en el cine como en la literatura, e incluso en el cómic, los yankees han explorado las diversas facetas del exorcismo y los exorcistas, dando a luz a personajes entrañables que van desde la dupla de Merrin y Karras hasta John Constantine, Hellblazer. Sin embargo Ciro no cae en ninguno de estos arquetipos. Creaste un nuevo modelo de exorcista típicamente argentino. ¿Cuáles son los elementos que utilizaste conscientemente en el armado del personaje?

Me interesaba el modelo que se escapa a la generalidad. Cuando pensé en poner en escritura lo que había visto, lo que sabía sobre los exorcismos, y trabajarlo en una matriz narrativa, pensé que realmente la institución Iglesia, y también el credo católico, verdaderamente, producían discursos más interesantes en lo que marginaban y opacaban, que en donde querían poner luz. En las sombras de estas instituciones se producían grandes movimientos espirituales. Donde el panóptico de dominio no podía echar sus manos, ahí había algo que tenía que ver con la fe verdadera. Entonces fui a lo visto de chico: las vírgenes en las esquinas de un barrio, entre la villa y el barrio obrero, de gente que sigue viviendo igual, que se levanta todos los días a las seis de la mañana y sale a laburar. Pensé que esas vírgenes son las vírgenes que escuchan los reclamos de las madres que tienen un hijo guardado o muerto por la policía. Madres que no tienen tiempo, ni ganas, de ir a la iglesia, y que no tienen una representación real en el imaginario católico. Vos me podés decir: sí, la tienen. La madre María. Pero la madre María no habla, y las madres de nuestros barrios obreros, de nuestras villas, tienen voz, tienen vida, y no son castas y puras. Pensé en los rezos extraños de una vieja india que había en mi barrio, que tenía un Rosario y rezaba con él, pero también te curaba el empacho, el mal de ojo, la culebrilla y te ponía las manos. Ahí había una reapropiación de todas las imágenes institucionales. O sea, había una apropiación del discurso que daba un sentido nuevo a la creencia.

Soy un amante del género de terror, de los exorcismos, más allá del impresionante espacio que le dio el cine. Cuando pensé en Ciro, el exorcista, pensé que este exorcista era un chico de barrio, que alguna vez laburó en una fábrica, que había sido criado en una familia y que no supo cómo enfrentarse a sí mismo en un momento de su vida, porque el hombre es un ser contradictorio hasta la manija, y un día se dio cuenta que su lucha era con el mal, con lo que no se ve, que está ahí esperando que vos flaquees para susurrarte en la oreja. Creo que la imagen de Merrin y Karras estaban presentes, pero más que nada era Karras del que tomé la idea de contradicción en el mismo personaje. La duda, la duda eterna que pone en jaque a la fe. La razón que todo el tiempo bombardea a la fe. Ahora, creo que es original, primero porque no había exorcista en la literatura Argentina, y segundo, lo orgánico, más que típico, es que su trabajo como exorcista se da en un ambiente corrido tres grados de la realidad cotidiana: Ciro está en cana, y en la cárcel trabaja como exorcista. Y como tal, empieza a ver cuál es el lugar del exorcista en la sociedad, y en la institución Iglesia. Y que él aprendió a exorcizar a contramano de todos los santos, de todos los curas que hacen exorcismos. El tipo se armó de su fe, tomó unos rezos que su mamá le había enseñado, unas protecciones indias que aprendió de un preso, y retazos de distintas culturas, y salió a poner el pecho.

Al narrar el origen del personaje protagónico hacés foco en una niñez de familia proletaria y peronista ¿Cuánto hay de memoria emotiva en esta construcción?

La familia de Ciro es una familia que vive el drama peronista, el drama del caudillo riojano que con sus patillas y su campera de cuero vino a devolver al pueblo lo que era del pueblo. Ese ocho de julio, finalmente, con ese caudillo justicialista, personalista, demagogo, con todas las características de un líder peronista, es el que promovió la maldición al pueblo proletario. Si te digo que mi memoria emotiva quería narrar el drama de los trabajadores y su tristísima representación en la política, te miento. Esa posibilidad se dio sola. Fue conciente, si, dar el origen de la tragedia, al día que Menem asumía como presidente. En tanto la memoria emotiva fue importante en imágenes, recuerdos de unidades básicas llenas de gente, de peronistas contentos, pero no relacioné proletario con peronista. Y eran imágenes fuertes, que con el tiempo las fui vaciando de emoción, hasta enfriarlas y dejarlas que me sirvieran como andamiajes de la estructura histórica que usaría. Yo me acuerdo que mi viejo el día que ganó Menem, dijo en voz alta: “se comieron un sapo terrible”. Mi familia era proletaria, y como tal, era marxista, haciendo justicia al término proletario. Por ende, en casa se sufrió mucho la caída de la izquierda en el ochenta y nueve. Lo que pensé con el tiempo es que el Súcubo verdadero había sido Menem, disfrazado con el traje de un caudillo que volvía.

¿Cuál es tu orientación política hoy?

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¿Cómo surge la idea del relato carcelario?

El espacio carcelario surgió del personaje Heroína, el travesti, que en principio era un cuento, parte del libro 83, y como de Súcubo lo primero que tuve fue ese personaje, totalmente secundario, y estaba en la cárcel, de a poco fui pensando la historia, que está narrada en forma de epístola, y pensé que por la tragedia que quería contar el personaje no podía estar en libertad, y Heroína tenía que ser parte central de este relato, y lo es. Es la que le anuncia cuál es su trabajo en el mundo: exorcista. Tiene que sacarle un demonio que tiene metido adentro. Después de pensar la historia, me di cuenta que el encierro era una buena forma de hacerle frente a un oficio violento y terrible como es el de exorcista.

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Si no me equivoco el último en abrir las puertas del infierno –aunque no desde el terror- para una narración nacional fue Leopoldo Marechal, el patrono de la literatura peronista. ¿Qué arquetipos pensás que maneja el mito peronista, que acompañan tan bien a la teología católica?

Creo que el peronismo comparte una triste herencia que es la institución católica. Ahora, como arquetipo, sospecho que te permite instalarte en un espacio dialéctico con la historia que no te permite ningún otro proceso político. Es inigualable en ese sentido. Ahora, también soy conciente de que el género terror en Argentina está empezando a ser menos ingenuo que antes. Muchas veces, se escribe un terror donde los personajes viven en lugares extraños, en países inventados, en espacios tan raros al lector que son inverosímiles y lejanos, sin dar cuenta de que el terror está presente cuando sos pibe, te vas a dormir y sentís que hay “algo debajo de tu cama” o cuando ves sombras pasar rápido o sentís que en el espejo se esconde algo, y con el tiempo, te pusiste inquieto y te diste cuenta que era una entidad más retorcida que la mierda. Es imposible que si yo escribo una historia de terror de los últimos diez años no esté tocada por el fascinante proceso kirchnerista. Sería, no inverosímil, más bien ingenua. Porque justamente lo interesante que te da el terror es cortar con esa realidad e imprimirle una sustancia nueva. Un orden nuevo al caos.

Dentro del género terror hay conceptos que merecen una constante puesta al día. Lo monstruoso, por ejemplo, es un concepto que evoluciona; sin embargo, el terror religioso no ha necesitado de nuevos aditamentos, su estructura permanece incólume y continuamente funcional desde lo narrativo desde siempre. ¿Qué es lo que hace al terror religioso virtualmente imperecedero?

La creencia, la fe. La sospecha de que hay algo que se esconde a tu razón y que en ese preciso instante en que te volviste demasiado cientificista, le estás errando. Los occidentales, después del descubrimiento de América, y con el iluminismo ni te cuento, nos volvimos demasiado incrédulos. Como decía Pappo: “lo material te convirtió en un sorete”.

Súcubo es la primera novela de La trinidad de la antigua serpiente. ¿Cómo estructuraste la trilogía?

Íncubo es la segunda parte, donde se da la respuesta a la carta que envía Ciro de pedido de ayuda. La tercera, posiblemente, se llame El señor de las moscas, y quizás hay material para una cuarta. La idea de la estructura apareció en el momento que pensé que había súcubos e íncubos dando vueltas por ahí, y que había algo que los trascendía a los dos en la jerarquía demoníaca. Entonces apareció la Trinidad de la antigua serpiente, como mofa de la Trinidad divina.

Súcubo se estructura como una novela epistolar y goza de una prosa masculina y torrencial. Para la secuela, sin duda alguna el personaje de La Fátima tomará la posta de Ciro. ¿El cambio de género del protagonista involucra necesariamente un cambio en la estética narrativa del relato?

La voz de Fátima fue todo un proceso de trabajo. Y mucho más después de las cosas por las que pasa. Tenía que encontrar una voz femenina, y además de femenina, la voz adecuada del personaje. Me di cuenta que se tocaba con la voz de Ciro en el relato de la experiencia propia del mal, pero desde una perspectiva distinta. En verdad, creo que es una voz que va a lo profundo de la posesión, a lo profundo del drama del bien y el mal. Y en tanto el riesgo estético era mayor porque Fátima está encerrada también, pero en un convento, y su mundo es totalmente delirante debido a lo que debe afrontar cotidianamente, tiene vasos conectores con gran parte de la realidad. La apuesta en Íncubo está en sacar el protagonismo de lo masculino y darle la posta al mundo femenino y lograr que entre ambos puedan vencer la preponderancia del mal.

¿Que tan avanzado estás en la escritura del segundo volumen? ¿Tenemos fecha de salida?

Íncubo está terminada, y saldrá, aproximadamente, si todo va bien, a mediados de 2014. En 2015 estará El señor de las moscas, y después veremos cuántas ganas tengo de seguir. Cada proceso de escritura supone, además del trabajo, enfrentar una serie de situaciones que exceden lo conocido.

 

Sobre El Autor

Damián Blas Vives es actualmente es Director de Gestión y Políticas Culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Entre 2016 y 2020 coordinó el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq de dicha institución y antes fue Coordinador del Programa de Literatura y editor de la revista literaria Abanico. Dirigió durante una década el taller de Literatura japonesa de la Biblioteca Nacional, que ahora continúa de manera privada. En 2006 fundó Seda, revista de estudios asiáticos y en 2007 Evaristo Cultural. Coordina el Encuentro Internacional de Literatura Fantástica y Rastros, el Observatorio Hispanoamericano de Literatura Negra y Criminal. Ideó e impulsó el Encuentro Nacional de Escritura en Cárcel, co-coordinándolo en sus dos primeros años, 2014 y 2015. Fue miembro fundador del Club Argentino de Kamishibai. Incursionó en radio, dramaturgia y colaboró en publicaciones tales como Complejidad, Tokonoma, Lea y LeMonde diplomatique. En 2015 funda el sello Evaristo Editorial y es uno de sus editores.

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