Un libro, del profesor José Fernández Vega, que reúne cinco conversaciones mantenidas con pensadores oportunamente entrevistados para reflexionar, mediante estos diálogos, acerca del arte en general y en relación con otros espacios, entre ellos, la política. Son cinco enfoques elegidos por el autor.
Son seis miradas dispuestas a recorrer el camino del arte, los dilemas, las tendencias, las subjetividades y las tensiones.
Estas miradas se detienen sobre el pensamiento teórico, sobre el pensamiento estético y su dimensión política.
No quedan fuera de vista el pluralismo artístico y el democrático.
Hay ojos que miran, la forma y la belleza, con otra intensidad y desde otro lugar. Observan el universo del arte.
Parecen advertir el fin de una historia que se mira a sí misma con distintos cristales.
Unos ven la crisis de la cultura. Revisan el juicio estético y el riesgo de la decadencia en la calidad del juicio.
Hay que mirar hacia Kant, y ver la Crítica de la facultad de juzgar, entre la Crítica de la razón pura y la Crítica de la razón práctica.
“La Torre de Babel”, y “la mayonesa duchampiana”. El arte autorreflexivo; el conceptual; el actual; el local. El arte militante.
“La revolución estética Kantiana”. El sentido común; “el sentimiento en común”. Contradicciones y antinomias.
“Una experiencia verdadera” y “una verdadera experiencia”; hay que ver la diferencia.
La dimensión estética del arte. La ciencia y la ética. Las creencias religiosas; el arte y Dios.
El arte político y el oficial. La desconfianza en el arte. Tal vez, su muerte.
Y todo siempre depende del cristal con que se mira.
El museo como espacio compartido. El valor cultural, o de culto, de la obra. Las funciones del arte.
La concepción ideológica. Los conservadores y la vanguardia. “Las verdades en lucha”.
El mercado del arte.
El libro reconoce distintas dimensiones, una de ellas cobra mayor fuerza en las entrevistas; me refiero a la dimensión filosófica. Entiendo oportuno reproducir una frase que le escuché decir, hace varios años, al profesor Orlando Van Bredam: “el arte ejemplifica lo que la filosofía generaliza”; ¿coincide usted con esta reflexión?
Existe el riesgo de entender la frase de una manera que sitúa el arte en una posición subordinada. No creo que el arte quede bien definido como la actividad que ejemplifica el trabajo de la filosofía. En ocasiones puede ser al revés: el arte inspira y orienta a la filosofía para sus búsquedas propias. Gianni Vattimo lo aclara bien en la conversación que mantuvimos, cuando sugiere que el arte contemporáneo podría ayudarlo a desarrollar una ontología del presente, o sea un análisis de los fundamentos de nuestra época que gire alrededor del arte que se produce. Dicho esto, también es cierto que, si no malinterpretamos la frase, la obra de arte puede aparecer en ella como algo irreductible, un caso único, una singularidad esencial en lugar de una mera ilustración de otra cosas. Hablamos de la gran obra de arte. Ella constituye un “caso ejemplar”, como diría Kant (sin seguirlo a la letra), un filósofo que el crítico belga Thierry de Duve ha tenido muy en cuenta para pensar la situación contemporánea del arte, como resulta evidente en la entrevista también incluida en el libro. Un caso ejemplar es un cuasi-concepto, una guía que la filosofía no puede proveer bajo la forma de una noción. La obra de arte es entonces una particularidad, mientras que la filosofía se atiene a lo general, a la dimensión conceptual que pretende abarcar un conjunto de particularidades. Pero no siempre lo logra. Y la obra de arte, entonces, puede sustituirla en la búsqueda general sin abandonar la particularidad, su individualidad. De modo que el arte tiene una carga conceptual que es preciso reconocer. Por otra parte, en nuestro tiempo hay un arte conceptual por derecho propio, que trabaja nociones teóricas a partir de lo particular. Vale decir que la frase que Ud. cita puede incluso describir una operación dentro de la obra de arte misma. Es una frase muy sugestiva, genera reflexiones en muchas direcciones distintas.
La crítica de arte, por un lado, y, por otro, la lógica del mercado, ¿qué puede decirnos al respecto?
Podríamos, por supuesto, escribir libros enteros sobre cada uno de esos “lados” que Ud. menciona; de hecho, hay muchísimos libros sobre esos temas. Son dos asuntos que se encuentran en el centro del debate de la actualidad. Pareciera que hay un declive de la crítica y un auge del mercado. A menudo es triste comprobar de qué manera el mercado le impone su propia agenda a la crítica, que pasa a hablar de dinero como el único valor comprensible: si la cotización de Bacon superó a la de Picasso o Warhol, si la princesa de Quatar tiene un presupuesto de mil millones para aprovisionar su nuevo museo, si tal millonario ruso compite con tal otro en una subasta por la caprichosa posesión de una pieza histórica. A veces parece que la crítica se quiere convertir en una ciencia exacta y hablar sólo en términos cuantitativos. Otras veces se refugia en lo genealógico, como explica de Duve en la conversación que mencioné antes. En otras palabras, describe la obra, la contextualiza, ofrece datos históricos, la resitúa en su ambiente original, pero evita valorarla o comentar qué transformaciones sufrió su sentido a través del tiempo, cuando se trata de una obra del pasado; pero ocurre algo parecido con las del presente más inmediato. Las obras se transforman. No son las mismas que cuando fueron hechas: sus viajes a través del tiempo y del espacio las pueden potenciar o desactivar. En la Argentina tenemos muy poca crítica y en general está confinada a los suplementos culturales de los periódicos. En cuanto al mercado, si bien a nivel global la situación es muy diferente, en este país no hay mucho mercado. Hay muchas galerías, muchos artistas de gran calidad, pero pocos compradores y un puñado de coleccionistas que todos en el medio conocen. La conclusión paradójica es que antes de criticar la influencia maligna del mercado en el arte argentino, precisaríamos primero crear un circuito más sólido. Eso ayudaría mucho a los artistas y los liberaría de muchas ocupaciones alimenticias a las que se ven obligados. En la literatura podríamos señalar algo similar. El papel de la crítica parece más intenso allí, pero ¿cuántos escritores viven de sus libros? ¿Tiene influencia la crítica en el éxito comercial de un libro? Lo ignoro, pero imagino que no mucha, sin embargo.
Por último, ¿alguna de estas cinco entrevistas lo llevó a usted a cambiar de opinión sobre alguno de los temas tratados en aquellas conversaciones?
No sé si llegué a experimentar una conversión, pero fueron ocasiones excepcionales que por supuesto me hicieron pensar en una cantidad de cosas. No sólo aprendí muchísimo, sino que también llegue a admirar a estas cinco personalidades mucho más de lo que ya lo hacía, y ello más allá de las diferencias que pudiera tener con sus respectivos pensamientos. Realmente fueron exquisitos en el trato con un completo desconocido que muchas veces repreguntaba e insistía con algunos temas. Ninguno se molestó jamás en lo más mínimo, y me brindaron un tiempo generoso. La entrevista al historiador del arte alemán Hans Belting es un tanto breve porque estaba realmente engripado, no podía más y viajaba al día siguiente; de eso también se aprende algo, ¿no? Se trata no sólo de grandes inteligencias, sino de personas sumamente amables, y pensé también que ambas cosas pueden estar más vinculadas que lo que habitualmente admitimos. Me apenó que Danto, a quien entrevisté en 2001, y que ya estaba muy enfermo como muestra la foto de su visita a la extraordinaria performance que hizo la artista serbia Marina Abramovic en 2010 en el MoMA, falleciera el pasado mes de octubre. Era un hombre de una generosidad extraordinaria. Una vez nos regaló un texto suyo, inédito, para que lo publicáramos en ramona, la revista de arte que publicó 100 números desde el año 2000 y donde aparecieron algunas de estas entrevistas (su texto está disponible en la web). Creo que es el único ensayo donde habla de Duchamp más sistemáticamente. Su ejemplo preferido, por supuesto, era Warhol, como se refleja bien en la entrevista que le hice. Fue un placer conversar con él. Supongo que los antiguos griegos estaban más habituados que nosotros a estos placeres. ¿Por qué los fuimos perdiendo?