La boca de la caverna del destino
“Pero este océano desbordante es el amor, y brota de mí a chorros, como de una arteria rota, y me ahogo en él.”
Elizabeth Smart
En Grand Central Station me senté y lloré es una máquina poética que avanza con una intensidad rotunda. En pleno diálogo con la tradición, Elizabeth Smart compone una novela autobiográfica que conduce al lector por los caminos de la pasión. Desde el propio título -que remite al Salmo 137: “By the rivers of Babylon we sat down and wept…”-, pasando por la mitología clásica, Rainer Maria Rilke, Francis Thompson, William Blake, W. H. Auden, John Milton, Christopher Marlowe y otros, la autora canadiense despliega una lírica estilizada y nos adentra en un campo de citas que se entrelazan en la furia de una escritura herida. Y por eso el texto es radical, en el sentido de la sangre.
El título de la novela proclama la fuerte presencia de una primera persona, y a su vez, define el escenario central: una estación de tren. Así, la potencia de las imágenes de Smart pone en funcionamiento esa línea que abrirá el capítulo final y anuncia una separación.
Publicada en 1945, y escrita en plena Guerra, esta es la historia de una muchacha que se enamora perdidamente de un poeta inglés –Georges Barker- al que no conoce personalmente: un hombre casado con el que desata una relación tormentosa que ha de durar toda su vida, un romance desesperado, un amor que le dará cuatro hijos.
Sin caer en las tentaciones con las que a veces se ahoga la prosa poética, Smart da cuerpo a una voz que destella resonancias y trae otras voces. Una voz que construye desde las entrañas, coquetea con el monólogo interior, y habilita el tiempo del soliloquio, el ritmo pausado y el desenfreno.
El aliento poético de Smart consigue ampliar las fronteras de la narración. Y al mismo tiempo nos encuentra en sus páginas con Otelo, con Hamlet, con el mismísimo Macbeth justo cuando acaban de anunciarle la muerte de su esposa…
Años más tarde, Georges Barker escribiría en La gaviota muerta: “Tengo una historia que contar que prueba que El Amor, sin sangre en su cuchilla, no concilia el sueño fácilmente, si es que consigue dormir, hasta que todos sus devotos yacen muertos”.
Si es que la muerte señala la vida, puede decirse que el de Elizabeth es un caso exacto: morirá en Londres, de un ataque al corazón, “fuera del palco, viril como una cobra”.
EN GRAND CENTRAL STATION ME SENTÉ Y LLORÉ
Elizabeth Smart
Traducción de Laura Freixas
160 páginas
Editorial Periférica