El autor inicia un recorrido metafísico por la biografía de Osamu Dazai y rescata del olvido dos cartas que el genial decadente enviase a Yasunari Kawabata.
Figuras. El movimiento buraiha se esparce en mi mente. Se diversifica. La lluvia se destapa. Hoy. Un 26 de Noviembre de 2012. A las 6 de la mañana. La corriente buraiha —algo así como los malandrines literarios de la posguerra japonesa— ha tenido un capitán; que, desinteresado quizá, se empeñó en convertirse en algo así como en un mercader del suicidio, en un santo del ritual del doble elimine (léase shinjyuu, el que hasta ha llegado a ser triple, según el vivido recuento de Moraes) mayormente que en un bungou decadent. Aquel fementido capitán, fue Osamu Dazai (recientemente publicado en prolijas y logradas ediciones por Sajalín Editores).
En el primer cuento que escribí en mi vida, por avatares del destino: se metió (perseguía a una joven editora inglesa) y llegó hasta el aeropuerto argentino de Ezeiza, dónde sorpresivamente se topó con Enrique Santos Discépolo, quien se encontraba esperando al Mudo de su regreso de Colombia (aquel Discépolo que al recibir la inyección de oro sostenía la manga de su impermeable recién colgado desde el perchero de un consultorio cualquiera e increpaba «Póngala acá doctor… ¡ Es el único lugar que me queda!»). En aquel cuento, fue allí en Ezeiza, donde por casual el arquitecto Kodama oficiaba de traductor entre ambas figuras (Dazai invitaba a Don Enrique un trago de un whiskey, uno que se había llevado «prestado» de Inglaterra; allí mismo, proveniente de la gesticulación y la amalgama de gestos de uno y otro, se conjuraba algo como un milagro, es decir, dos caras de un mismo espejo): «Soy un arlequín» tango, se convertía en una cristalización de «Las Flores del Arlequín» (Douke no hana, 1935) novela. Aquel fallido intento al primer premio Akutagawa. Luego «Los últimos años de mi vida» (Bannen, 1936) también perdería homónimo galardón. Ante el primer fracaso, sorprende la misiva del Dazai amenazante, aquel que casi deja a Japón sin su primer premio Nobel (¡Lo mato!) también allí, donde se burla de un gusto ornitológico propicio al ballet (tal como consta en «La Bailarina») del autor de «País de Nieve»; y ante la segunda: donde solicita divisa y afirma desde siempre haber considerado a Don Kawa «un padre» (secretamente, claro) ¡Fraudum in situ!. Podemos constatarlo así, canonizándose como un futuro santo de los perdedores.
Hoy tiene una estatua en Aomori, con su distintivo haori (una suerte de sobretodo reminiscente a-la Holmes que presta aires intellectualis) o con su consagrada foto, tomándose el mentón sumido en pena, hasta imitada por otro escritores, como Mizumura. Sin embargo, se ha constatado que, incluso dejar una fotografía que represente la estirpe de su obra, lo inquieto desde la celebrada de Akutagawa tomándose el mentón, aunque sin pena, reflexivamente. Aquella que Shuji Tsushima imitaba cuando estudiante de preparatoria. Así de intensamente Dazai quería ser Dazai. Dazai era el nombre del antiguo Kyushuu, entonces Osamu Dazai pudo ser un Adán Buenosayres o un Carlos Argentino Daneri quizá, uno amante de la literatura rusa, detractor de Hemingway y por excelencia: Santo de los suicidas. Su gran obra «El Sol que declina» (o «El Ocaso») retrató la decadencia aristócrata con la que coqueteó desde adentro. Dazai se parodió e inaguro nuevas nupcias en el romance japónico con la auto eliminación. Se adelantó tanto pero tanto, que seguramente ni sus compañeros de movimiento, tales como Ango Sakaguchi, el autor de La Tesis que inaugura el individualismo japonés de posguerra, ni el as de la literatura adultera, Kazuo Dan, ni Ichikawa ni Oda, ¡Ni el mismísimo Kawabata! imaginaron que ese otokomae, un intelectualmente ataviado Pushkin de Kyuushu que enviaba amenazas en forma de misivas asesinas, tendría tal legión de seguidores en la angustia del año 2000.
A punto tal que en sus fechas conmemorativas, puntuales parroquianos peregrinen hasta sus restos con puntillosa religiosidad y latente afecto, afirmando que en momentos de angustia, se sienten acompañados por el François Viyon de Aomori. Sin duda su obra rebosa de otra budeidad, de otro ascetismo; uno irreverente para los canones. En reiteradas ocasiones (que yo recuerde, dos en cine y una animada) su vida se adaptó desde su obra «Indigno de ser humano» (sin embargo hete aquí que, la palabra shikkaku —indigno— no hace alusión alguna a la dignidad misma, a la dignidad en sí, lo hace a la incapacidad y puntualmente a la descalificación) sin embargo también existieron especiales televisivos que novelaron su vida entera, profusos de notables, pasión y obediente audiencia.
La muerte de Dazai se dislocó como un crisantemo tardío, desfragmentándose hasta finalmente cristalizarse como pepitas de oro en el fondo del rio Tama, el 13 de Junio de 1948; y quizá de esa flor surgieron otras, reminiscentes de aquel Dazai que se maravilló con un puente porqué «pensó que había sido construido como un divertimento» y allí se subía —a aquel monumento abstracto— para contemplar el horizonte, más luego, cuán grandemente se decepcionó, al enterarse que su construcción hacia efecto al cruce de «dignos» humanos, de un lado hacia el otro. Aquel Dazai que con Ango Sakaguchi y Chuya Nakahara, el gran poeta de Aomori tiñeron al papel, el retrato de un pueblo compungido. El del Japón, pero de uno que, debía encontrar la belleza sumida en una tristeza desoladora, cual sino evocativa de la dramaturgia de Chikamatsu.
Aquel Dazai de un simbolismo «sdrucciolo» sobre un interlineado tan enigmático como creativo. Aquel Dazai que afirmó: «Que no es la felicidad sino pepitas de oro que brillan en el fondo del río de la tristeza«. Aquel Dazai que asentó que no hay peor hombre que el que teme ser feliz. Aquel Dazai que, antes de dejarse ataviar por el rio, dejó una última frase, si se quiere, un telón final. Una frase que nunca, jamás, ningún japonés hasta el día de hoy pudo olvidar.
Perdón por nacer.
Primera carta de Osamu Dazai a Yasunari Kawabata, 1935
En el número nueve de «Bungeishunju» usted ha escrito despectivamente acerca de mi persona: –Omisión– Ya lo creo que, con respecto a «Las Flores del Arlequín»[1] en la misma, reboza la vida y las visiones literarias de su autor, pero basándome en mi opinión personal, también existe allí una nube desagradable posándose en el presente sobre la vida del mismo y desgraciadamente esto impide que su verdadero talento se muestre como tal.
Mutuamente, dejemos de implicar burdas mentiras por un momento. Cuando, en frente a la librería leí estas palabras que usted ha escrito me sentí profundamente agraviado. Por el modo que usted escribió parecía como si usted y solamente usted decidiría quien sí y quien no recibiría el premio Akutagawa. Quien escribió, seguramente no fue usted, alguien lo hizo escribir de esa forma. Aún más: usted estaba esforzándose para que eso se convierta en algo obvio.
«Las Flores del Arlequín» es una pieza que escribí tres años atrás, en el verano de mis veinticuatro años. En aquel momento llevaba el titulo «El Mar». Le encomendé a mis amigos Kon Kaniichi e Imai Uhei que la leyeran, pero comparada con la versión que existe hoy era una pieza bastante cruda, carente de los monólogos atribuidos a la narrativa «Yo»[2]. Era simplemente narrativa en sí, una simple pero estructurada historia. En el otoño tomé prestado el ensayo de Gide sobre Dostoyevsky de Akamatsu Gessen, quien vivía aquí en esta misma localidad, leerlo me llevo a pensar; modifique aquel «primitivo» hasta «formal» trabajo, «El Mar», lo desarme en partes y lo arme de modo que el elemento «Yo» se encuentre de forma permanente en el texto. De esta forma creía que había creado un trabajo como nunca fue visto en Japón; alardeando acerca de ello se lo entregue a mis amigos. Nakamura Chihei y Kubo Ryuuchiro, además del señor Ibuse[3], quien vivía cerca. Lo han leído y fue bien recibido. Estimulado por ello, lo revise aún más. Hice recortes y adiciones y reescribí desde cero todo cinco veces antes de depositarlo cuidadosamente en el sobre de papel encima del cabinete. Alrededor de año nuevo mi amigo Dan Kazuo leyó el manuscrito. «Hey» dijo, «¡Esto es una obra maestra! Debes enviarlo a una revista. Intentaré acercárselo a Kawabata Yasunari. Seguramente Kawabata entenderá un trabajo como este».
Luego de un impasse en mis escritos, me dirigí en viaje, digamos, a dejarme a la intemperie, a irme[4]. Este incidente causo cierta conmoción.
Cuanto más me reprendiera mi hermano mayor, estaba bien. Solo necesitaba recibir el préstamo de cinco mil Yen, de ese modo lo podría intentar de nuevo. Regrese a Tokio. Gracias a la molestia que mis amigos se tomaron por mí, pude asegurar por parte de mi hermano el recibir una suma de dinero por dos o tres años, de quince Yen por mes. Inmediatamente comencé a buscar hospedaje, pero en cuanto lo hice fui azotado por apendicitis y fui admitido en el Hospital Shinohara en Asagaya. Pus séptico se extendió hasta el peritoneo. Fui diagnosticado un poco tarde. Recibí admisión el cuatro de abril de este año. Nakatani Takao vino a visitarme. Se ha unido al movimiento romántico, sostuvo. Para celebrar, yo debía publicar «Las Flores del Arlequín». Estos son los temas que debatimos. «Las Flores de la Bufonería» estaba en posesión de Dan Kazuo. Insistí en que sería mejor si el mismo le entregara el manuscrito al señor Kawabata. Debido al dolor por la intervención quirúrgica en mi abdomen me encontraba imposibilitado de movimiento. En ese momento, mi pulmón se infecto. Por muchos días me mantuve inconsciente. Mi esposa me informo que el doctor dió a conocer que ya no podía asumir responsabilidad por el destino que me esperaba. Por un mes entero estuve en terapia intensiva. Hasta mover mi cabeza resultaba en un dolor inmenso. En Mayo fui transferido al Hospital Kyodo por infecciones intestinales en Setagaya. Estuve allí por dos meses. El primero de Julio el hospital cambió su administración, todo el staff fue reemplazado y de esa forma, todos los pacientes fueron evacuados. Mi hermano y un sastre conocido como Kita Hoshiro, discutieron el hecho y decidieron que me mude a Funabashi en la prefectura de Chiba. Pase mis días colapsado en un sillón, dando pequeños paseos temprano y por la tarde. Una vez a la semana un doctor me visitaba desde Tokyo. Esta situación se prolongo por dos meses, cuando, a fines de Agosto me detuve en una librería, leí una copia de Bungeishunju para descubrir lo que usted ha escrito: «…una nube desagradable se ubicada sobre la vida del autor en el presente» etc. etc. Para serle sincero, me enfurecí por completo. Durante muchas noches me resulto imposible concebir el sueño debido a sus palabras.
¿Es acaso criar pajaritos tanto como concurrir a presenciar espectáculos de baile, Sr. Kawabata, una vida tan ejemplar?. «¡LO APUÑALO!» Eso es lo que pensé. Este tipo es un total canalla, pensé. Pero allí, sentí el retorcido, cálido y apasionado amor que usted siente por mí, un amor tal como el de Nellie en «Humillados y ofendidos» de Dostoievski, lo sentí profundamente. ¡No puede ser! ¡No puede ser! Movía mi cabeza denegándolo. Pero su amor, debajo de su relamida frialdad – violento, trastornado, Dostoyevskiano amor, llevó a mi cuerpo a quemarse de fiebre. Y lo que es más, usted no estaba enterado de esto.
No estoy procurando una competencia de ingenio con usted. En sus palabras he descubierto «ataduras a lo mundano» y he olido amargas preocupaciones concernientes a la existencia de «inquietudes financieras». Meramente deseaba dar esto a conocer en favor de dos o tres lectores devotos. Es algo que debía hacer público. Comenzamos a rogar que haya belleza en el camino moral del servilismo.
Imagino a Kikuchi Kan, secando el sudor de su nuca con un pañuelo, gruñendo mientras dice «Bueno, supongo que es mejor de esta forma. No hemos perdido nada finalmente» y me hace sonreír como un tonto. Seguramente les conviene mayormente de esta forma[5]. Aunque me siento un poco mal por Akutagawa Ryunosuke, pero ¿De qué me preocupo? Esto, también es parte de aquellos «lazos a lo mundano». El señor Ishikawa[6] es un ejemplo para todos. De esa forma cumple su tarea con profunda sinceridad.
Es solo que, me siento decepcionado. Que Kawabata Yasunari haya adoptado una actitud casual en sus mentiras; no habiendo podido terminarlas bien, es algo que no me deja más que insatisfecho. Realmente esto no tenía que ocurrir de esta forma. Procure tener más consciencia con respecto a un escritor, recuerde que éste, vive en el medio de un intervalo de espacios.
Osamu Dazai
Segunda carta de Osamu Dazai a Yasunari Kawabata, 1936
Sr. Yasunari Kawabata
En esta misiva, transcribo mis sentimientos. He aprendido en carne propia, la magnificencia de la vida, existen miles de demonios en esta sociedad, pero también hay miles de budas. Estaba seguro, objetivamente, casi matemáticamente que «Los últimos años de mi vida» ganaría el segundo Premio Akutagawa, no tenía ninguna duda. Obtendría por primera vez en mi vida, un premio monetario, un dinero para poder viajar por medio año; podría vivir sin tener que estar agitado ni apretado; podría tener pleno el espíritu y descansar por primera vez el cuerpo. Todo el trabajo que hecho en mi vida sería recompensado.
Si no es mucha molestia, me lo podría dar. Es el sentimiento más honesto que tengo. En las previas palabras de petición, están plasmados mis profundos respetos hacia su persona. Aunque se lo he ocultado, siento que ha sido un padre para mí. Fue un año duro. Quisiera que me premiara por haber sobrevivido, sin haberme privado de la vida.
Últimamente, estoy un poco en la pobreza, no he podido escribir nada, sólo considerables misivas. Por favor, deme una esperanza. Permítame hacer feliz por una vez en mi vida, a mi anciana madre y a mi mujer. Deme la gloria. No estoy obsesionado por el Premio Bungakukai. No vale la pena, ellos lo otorgan si uno reescribe dos o tres veces su obra. Aunque me dé pena aceptarlo, a «Los últimos años de mi vida», a mi único libro, no pueden hacerle eso. Rápido, lo antes posible démelo, no me deje morir. Estoy seguro que puedo hacer un buen trabajo en el futuro. Si obtengo ese dinero, seré como una mariposa brillante. Estoy seguro que será mi fiel acompañante de viaje.
Así, con la sonrisa que tengo hoy, quisiera conversar con usted, observando la hojas rojas del otoño al torrente del río; espero secretamente, pueda concretarse ese día. Los siguientes dos o tres meses estaré sufriendo. Pido su gratitud, su sinceridad, su franqueza, es una petición abierta sin ninguna malicia. Pongo en sus manos todo mi destino.
Osamu Dazai
Traducción del japonés por Juan Agustín Onis Conde
[1] Douke no hana, 1935.
[2] La Narrativa «Yo» es una referencia a un genero de literatura japonés mayormente confesional fundado en la era Meiji, en donde gran parte de los hechos corresponden de forma verídica a la vida del autor y habitualmente exponiendo un lado privado tanto de la vida del autor como de la sociedad misma. Los primeros exponente fueron «El Precepto Roto» («Hakai» 1906) perteneciente a Shimazaki Toson (1872-1943) y «El Edredón» («Futon», 1907) de Tayama Katai (1872-1930).
[3] Ibuse Masuji (1898-1993) célebre escritor. Su famosa obra «Lluvia Negra» («Kuroi Ame» 1966).
[4] La forma en que Dazai escribe «nouzarashi wo kokoro ni» presta a leerse «nouzarashi wo shin ni» allí utiliza shin para referirse con mayor delicadeza, distancia, al término «shinjyuu», doble ritual suicida practicado por parejas, ambos cuerpos atados con una soga para no separarse y morir juntos (tanto como un hilo rojo en el dedo meñique uniendo a los dos). La escena relatada puede encontrarse en el film «La Esposa de Villon» («Villon no tsuma» 1947) otro trabajo autobiográfico donde quedó expuesto dicho ritual que intentó hasta lograr durante toda su vida. Aunque existen chances de que Kawabata Yasunari (1899-1972) tuviera conocimiento, si bien la alusión de Dazai es firme, se presenta también frágil y delicadamente dolorosa.
[5] Insinuación de Dazai referida al comité que seleccionaba al ganador del primer premio de literatura Akutagawa (integrado por Kawabata Yasunari) formularía inclinaciones en supuesto beneficio económico. Dicho premio fue fundado por Kikcuhi Kan (1888-1948) escritor y amigo de Akutagawa.
[6] Ishikawa Tatsuzo (1905-1985) el competidor de Dazai en la entrega del primer premio Akutagawa (tema que concierne a esta misiva). Se convirtió en el ganador del primer premio Akutagawa por su obra «Soubou» (1935) donde relata su experiencia como inmigrante japonés en una granja de Brasil.