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Son muchas las obras dedicadas a la bomba atómica. Por algún motivo, en el Museo de Hiroshima, no encontramos Flores de verano de Hara ni Lluvia negra de Ibuse. Dentro, solo se encuentra una única obra literaria dedicada a la bomba. En 1951 se publica El niño de la bomba atómica por Osada Arata (1887-1961, educador japonés). Entre la edición de este docudrama encontramos la historia de una docente que en un viaje a Hiroshima encuentra por casualidad a un antiguo ayudante de su familia pidiendo limosna en un rincón de una calle en Hiroshima. Su hallazgo, tras un rostro desfigurado, el de un quasimodo limosnero, lleva a la protagonista a descubrir dos cosas, el antiguo sirviente de su familia es el único familiar vivo de un niño huerfano y pide limosna para poder comprarle un flamante par de zapatos, ya que el niño anda descalzo. La segunda, el niño la pasa muy mal en un orfanato. La lograda obra se publicó en Japón en dos tomos (como suele ser típicamente) actualmente, solo fue traducida al ruso. Esta es, la historia más fuerte y extrema dedicada a la bomba atómica y aún puede adquirirse dentro del Museo de la Bomba Atómica, fue adaptada al cine por Shindo Kaneto en 1952. Uno de los mejores directores de la historia del cine. Su adaptación, es pobre, breve. Y quizá un documento fílmico estremecedor sin precedentes. Más tarde, Gen, el descalzo se convierte en la historieta dedicada a la bomba mas impactante, acompañada por La tumba de las luciernagas de Nosaka, ambas enmarcan muchas de las obras que retrataron algo muy extraño: la literatura atómica. Según Tsukui Yoshiko: “Esta literatura nació en agosto de 1945 cuando, al reconocer las ruinas de Hiroshima y Nagasaki, los escritores empujados por el pueblo tomaron conciencia de su misión: ‘Estoy vivo, debo dejar asentada esta experiencia’” (Shakai bungaku, 4, VII, 1990).

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La literatura atómica trata de un corpus de diarios, documentos, poesía, obras de teatro, cuentos, novelas y obras de ficción que centran su temática en el momento de la catástrofe atómica y en sus efectos y consecuencias posteriores. En plurales casos no se trataba de obras de escritores profesionales sino de diferentes ciudadanos que encontraron en la literatura una forma de narrar la experiencia y de expresar lo inefable de la guerra. Hijo del renacimiento pacifista de Japón, el género llamado genbaku bungaku es una respuesta escrita y reflexiva de una sociedad un tanto reservada a expresar sus sentimientos públicamente. El genbaku bungaku fue censurado entre los años 1945 a 1950, en primera instancia siendo esto responsabilidad de las autoridades norteamericanas a través del Código Especial de Prensa decretado por el Servicio de Información GHQ de las Fuerzas Aliadas. También fue desestimado por diversos escritores locales de la época. Aquella literatura, que focalizaba en la representación directa de la guerra tendía a ser ignorada por la literatura “pura” (por la literatura fina, llamada junbungaku) de los bundan, esto es, de los círculos literarios centrales de Tokio. Precisamente porque la mímesis transparente del horror y la catástrofe no concordaban con las predominantes corrientes literarias de la época. Incluso los círculos literarios de Hiroshima parecían desacreditar esta literatura y sólo empezó a ser revalorada en la década del 60 cuando diversos autores ya consagrados comenzaron a publicar libros y antologías sobre la bomba atómica (entre ellos a destacarse Ōe Kenzaburō y a Ibuse Masuji, el último de los cuales escribió la famosa novela Lluvia negra). Dado que en muchos casos esta literatura no era producida por escritores propiamente dichos sino por ciudadanos de ámbitos plurales que encontraron en la literatura el andarivel de la expresión, los autores profesionales que se especializaron en este género se caracterizan por: i) re-introducir el carácter empírico de la narración; ii) reactivar la función moral o ética dentro de la literatura; iii) considerar el valor estético e interpretativo del arte en tanto función social de una práctica discursiva mucho más que como un fin en sí mismo. Se consideran fundantes del género tres obras de dos autores profesionales: “Natsu no Hana” (“Flores de verano”, 1947) de Hara Tamiki y Shikabane no machi (La ciudad de los cadáveres, 1948) de Yōko Ōta.
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Más adelante, los antes mencionados Ōe Kenzaburō e Ibuse Masuji basaron muchas de sus obras siguientes en obras menores del genbaku bungaku. Existe una extensa producción de haiku y tanka dentro de este género, sobre todo de parte de civiles que antes no habían participado dentro del campo literario nacional. De hecho, en Nagasaki existe una Competencia de Haiku del Aniversario de la Bomba Atómica de Nagasaki. Entre las colecciones más reconocidas deben mencionarse la que Matsuo Atsuyuki escribió 1945 luego de que sus dos hijos menores de 1 y 4 años murieran en el bombardeo, seguidos por su hijo del medio, luego por su esposa, finalmente quedando su hija como última sobreviviente, quien vivió enferma el resto de su vida; esta colección estuvo prohibida durante la ocupación y fue publicada en 1955. Otro caso es el de la Antología de tanka de Hiroshima (Kashū Hiroshima), unos mil poemas seleccionados por Seishi Toyota y otros poetas hibakusha (herederos del legado de la bomba) de entre unos 6500 que había aparecido en periódicos diversos. La catástrofe de Fukushima del 11 de marzo de 2011 revivió con su pendularidad muchos de los funcionamientos expresivos del genbaku bungaku, tanto en su carácter de crítica social como de posibilidad de expresión por parte de escritores y de la población entera de Japón.
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Finalmente dejamos el link (https://grupotadaima.files.wordpress.com/2012/05/breve-antologc3ada-poc3a9tica-de-genbaku-bungaku.pdf) a la breve antología de la literatura de la bomba atómica (agradecimiento al Lic. Matías Chiappe Ippolito, siempre presente) y agregamos las fotos tomadas por el autor de este artículo durante la primera semana de 2018 en Hiroshima, agregando la siguiente nota a las fotos:
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Años de mantenimiento por sostener la ruina.
El derrumbe del edificio que sostuvo en pie su cúpula tras el impacto.
Sostener las ruinas es la tarea, protegerlas para que permanezcan eternamente gritando.
Contener al testigo.
Resulta extraño ver como la naturaleza crece dentro del impenetrable edificio,
tal como una página en blanco, un escombro mudo protegido para animarse, a hablar el horror bajito.
En el museo, frente a nuestros ojos, pequeñas grullas
fueron hechas con envoltorios de papel,
que en verdad fueron envoltorios de remedios, en manos de una niña que añoraba curarse.
A los futuros sobrevivientes de la bomba de Hiroshima: la bomba sigue cayendo.
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Sobre El Autor

Ex docente FFyL UBA; Traductor en Japón desde 2007.

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