Ubérrimo. La palabra justa para definir al tambo. Pero no para ella, salvo en palizas y agresiones. Siente vergüenza por haber tenido que apropiarse, robarse casi, lo que le pertenece por derecho.

-Buen día, doña Lita. ¡Lindas sandalias! ¿Hay fiesta hoy en la escuela?

-Buen día, Martín. No, no hay ninguna fiesta, pero hay estreno.

La respuesta es una mentira. Piensa que, a partir de hoy, mentir se convertirá para ella en un hábito obligatorio.

-Que tenga buen día, y feliz estreno.-.

Martín se aleja en su bicicleta.

Cuando se sepa, ¿Martín dirá que la vio? No importa.

¿Cómo era ese latinazgo que había dicho Julio César cuando cruzó el Rubicón? Se lo enseñó a los alumnos cuando estudiaron la historia del Imperio Romano, recuerda, pero ahora se le olvidó.

Quiere apurarse, pero el calor del mediodía la aplasta y no la deja avanzar rápido, aunque la obligada lentitud la ayuda a buscar en su memoria, y la frase en latín se le hace presente. “Alea jacta est”, la suerte está echada. ¡Tan clara y apropiada!

Respira hondo y siente que, a partir de ahora, ella también es una generala a cargo de luchar por su futuro.  Su próximo paso es llegar a Río Cuarto y, desde allí, viajar en micros locales por tramos cortos hasta llegar a Itatí, en Corrientes. Luego, cruzar el río en lancha hasta Itá-Corá, en Paraguay, y trasladarse desde allí, también en micro, a Ciudad del Este. Después, cruzar la frontera con Brasil, y perderse en esa tierra gaúcha.

Debe llegar a Itatí antes de las cinco de la tarde del día de mañana para no perder la lancha, pero lleva consigo, a buen resguardo dentro  de su ropa interior, una importante cantidad de dinero que sabe que cubrirá cualquier imprevisto que surja en la Argentina y que le permitirá acomodarse en Brasil.

Camina hacia la parada del micro y recuerda su experiencia exploratoria en Río Cuarto. Era inevitable hacerla ayer, el día en que el veterinario realizaría el examen mensual programado de los animales, y no demorar más de cinco horas en ir, averiguar lo necesario, y volver al tambo. El doctor cenaba con ellos los días en que examinaba a las vacas, pero era habitual que el innombrable y él llegaran tarde juntos a la casa, y así ocurrió.

Anoche, al saludarla, el doctor también le elogió las sandalias. Piensa, mientras intenta otra vez acelerar su paso, que ese halago fue, en su biografía compuesta de desamparos, sometimientos y maltratos, la señal que le confirmó que llevar a cabo el plan trazado, y tantas veces demorado, inauguraría su nuevo comienzo. ¡Ya estaba en él!

¡Estas sandalias! Las había visto en un catálogo y le encantaron. Fue llegar a Río Cuarto e ir hasta el shopping para comprarlas. Antes de entrar a la zapatería, miró la vidriera. No estaban exhibidas. En la puerta entabló conversación con un vendedor, a quien le señaló el modelo en el catálogo.

-Todavía quedan algunos pares- le dijo el hombre.

Ella le comento que era importante estrenarlas esa misma tarde y llegar al pueblo calzándolas. Las consideraba, le confesó, una martingala para que resultara exitosa la sorpresa que le tenía preparada a su esposo esa noche.

El vendedor las trajo y le calzaron a la perfección. Se paseó ante un espejo, alegrándose de como realzaban sus pantorrillas. Su imaginación la proyectó hacia un horizonte sin más humillación, pensamiento que no la abandonó mientras pagó su compra, salió del local y se sentó en un bar. Una mano le alcanzó un periódico y escuchó la voz, inquisitiva, de la mesera. Le sonrió, maldiciéndola internamente por haberle interrumpido la evocación. Tomó el diario y ordenó una lágrima. Regresó al tambo con tiempo suficiente.

Cuando tomó la decisión, no imaginó que le resultara tan simple llevarla a cabo. Al acostarse, administrarle triple dosis. Al despertar, utilizar la almohada y, al retirarla, comprobar si logró el resultado. Después ducharse, vestirse, llenar un bolso, y calzarse “estas” sandalias. Ya en la calle, caminar como si hubiese olvidado comprar pan.  Esboza una sonrisa ante este pensamiento. Debe asumir que lo que acaba de hacer clausuró un ciclo y uno nuevo amanece. Fue la última noche de muchas. Se terminó, al fin.

Para al micro. Mientras se acomoda, piensa que si tuviese escudo de armas debería incluir en él  a estas sandalias.

 

Sobre El Autor

Roberto Tito Tchechenistky nació en la ciudad de Buenos Aires y cursó su formación universitaria en la Facultad de Ciencias Económicas de la Univ. de Buenos Aires, graduándose como Licenciado en Administración. Se desempeñó en la misma Institución como Profesor Ayudante de la Cátedra de Lógica y Metodología de las Ciencias. Después de integrar distintos Estudios Profesionales de relevancia, se independizó para dedicarse a la consultoría y asesoramiento en organización y equipamiento industrial en la industria de la confección de indumentaria y textiles para el hogar. Comenzó a desarrollar su actividad literaria en el año 1999, dedicándose al relato corto y a la poesía, y también al estudio del lunfardo rioplatense, léxico que ha utilizado para redactar algunas de sus producciones.

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