1.
Una rama de metal
detrás, la ojiva de cemento.
Caés como el cuenco
volvés desde el jardín inorgánico
donde plantas y sillas conviven en brutales contrapuntos
cosas que fueron hechas
entre cosas que crecieron solas.
Me pregunto a cuál de los dos mundos pertenezco.
2.
A lo lejos el mar ruge.
Espera.
Un mar diferente, de trigo,
envuelve a la joven que observa
el hilo rojo entre pastizales de agua.
Entiende y no.
Solo el eco de la espuma la acompaña.
3.
Tendríamos que cruzar por un momento.
Cruzar la anatomía,
el alma,
la conciencia.
Atravesar el dulce río de las horas
desnudarnos todos.
Tendríamos que abandonar las manos
abrazar esta pobreza.
La delicada tarea de admitir que me hacés falta.
4.
Mío.
Me abrazaron.
Lo supe entraba el día y era el último.
Habían dejado un libro sobre la mesita.
Las hojas tenían el perfume
de las flores que se olvidan en una enciclopedia.
Tu cara era la luz. Las páginas
el río.
Alguien encendió una lámpara
y, tan frágiles,
tuvimos que correr hacia la sombra.
5.
Apoyo los dedos en la piedra
el verde entre las juntas
se burla de mis ojos.
Yo también trepé este muro alguna vez
en busca de respuestas.
Hoy es el mar quien lame sus heridas
las gaviotas entrechocan los picos
oxidando graznidos en la sal de la noche.
El muelle que fue árbol se hunde entre los peces,
así habité tu mundo.
Las palabras del bosque no entienden las del agua.
6.
Con qué liviandad
tocan los objetos
las manos.
Ir y venir entre rimas de ciruelos.
Despertarme violeta entre los dedos
con olor a tierra, a madre,
a despedida.
Te vas y seré otra.
7.
Veo una foto
en un mundo pequeño
estás donde estuve reconozco
las plantas, la mesa,
la sorda geografía.
Mis manos recorrieron tantos párrafos antes
que ya no diferencian.
Es al que vuelve al que le escribo,
al que lleva tu risa intacta entre las vigas
del techo que miré desde tus ojos.
8.
Ojalá tuviera yo el valor
de darte una palabra
de abrir la mano y permitirte
llenar de tierra los rincones.
Ojalá tuviera yo el valor.
9.
El grito de la ballena.
Los cuerpos se desplazan
nos quema en la garganta el borboteo.
Quiero decir
me ahoga este encierro azul marino.
Una bocanada,
los peces se revuelven en mi vientre como bocas.
La eternidad abriéndose paso en la ceguera
tantear el aire acuoso en busca del encuentro.
Escucho tu canto
escuchás el mío
y estamos solos.
10.
En las escarpadas tierras de Reloj contra Reloj
una mano se alza en busca de la otra,
solo encuentra cielo.
Yo debería, él debería
nunca es suficiente la luna
ni los puentes tan largos.
¿De qué sueño cuelga el amor?
No hay sueño
no hay amor
existe sí el vacío entre promesas,
la esperanza de hacer surcos en tu pelo
como líneas que definan
el dibujo del mundo.
11.
Las hojas caían.
Dos manos rasgaban
no solo los días, los amantes
un mundo de misterios
de señoras que tomarían el té
en jardines en flor y desencuentros.
El secreto era el castigo.
El libro roto. La lectura privada.
Intenté reconstruir la palabra mujer
pero el miedo se ocupó de enterrar toda osadía.
Y mi madre miraba.
12.
Arrojamos una flecha.
El silencio sobreviene y nos devora.
Dimos luz a un cambio.
Grabado en la piedra de nuestra memoria
el miedo ancestral canta.
Sabe que hallará la manera de ocultar
la flecha en la maleza, la cara en el olvido,
la mano en la derrota.
Intento ver:
es más el temor de haber herido que el de haber matado.
Tracé un camino con palabras
calé una trama delante de tu nombre.
Te obligué a mirarme,
te miré: de repente el aire
ya no supo a espinas.
13.
Hay algo mágico en los puentes.
Una voz susurra
cruza
los pies caminan sobre el agua, el asfalto
el viento.
La invitación al salto:
un abismo entre nosotros
y el resto de las cosas.
El espíritu de los despeñados
intenta convencernos.
Palpita el corazón con temor a escuchar
las excusas que sabemos contarnos cuando todo duele.
Recordamos y el estrecho pasaje nos devuelve
a un país donde no somos los mismos.
14.
Es tiempo de hablar de bulbos
de raíces de corteza de la memoria inútil
de la fuerza que nos lleva a desbastarnos
a grabar líneas en la piel con lengua y dientes
con aristas con demoras
con la esperanza de un hilo y una aguja
dispuestos a coser lo irreparable.
Es hora de hablar de la arteria averiada
de los surcos de las horas de los días malgastados
del golpeteo de los dedos en la mesa
de la canción que suena y que no habla de vos ni de mí
habla de la tierra de los brotes de los campos
del deseo irrefrenable de morderte el corazón hasta que sangre.
15.
Porque no te amaba quiero mover la noche
hundir la mano en la arena brillante
mientras las tortugas huyen de los pájaros hambrientos.
Quiero llorar el libro que te nombra
silenciar tu voz entre sus páginas.
Porque cierro los ojos y es de día
porque siento
que nada calmará la historia que inventamos.
16.
Una nube de tiempo
¿dónde termina la tierra para mí?
No cambié la piel, una piel nueva me espera
capa sobre capa; dolor sobre dolor.
Los pies adormecidos
tu murmullo calla toda cercanía
el color ceniza de los pasos
en el camino marcado por las huellas
los huesos como cruces de los que estuvieron antes.
Yo también quiero morir cuando me aman
pero igual clavo mis pies a este silencio.
17.
Ella anida.
Ha pasado demasiado tiempo.
Por fin encuentra un hueco tibio
y se vuelve plumas.
18.
Que no llegue el silencio.
Un hilo se cortó y todavía se escucha
el eco de lo mutilado
de mi vientre separado del tuyo
en un desgarro sordo.
Rojo sobre rojo las gotas donde pisan
tus pies, los míos, un camino de venas.
Éramos uno, ¿no ves?
Ahora somos dos y cómo duele.
Victoria Bayona (La Plata, 1978) es escritora, actriz y artista plástica. Ha publicado las novelas Los Viajes de Marion: El secreto de la lengua, Dalila y los tritauros y Los monos fantasma. Su última novela, La maestra, obtuvo una mención en el XIII Premio El Barco de Vapor Argentina. Como dramaturga escribió las obras El Síndrome Kafka y Solo en los Balcones, estrenadas en 2013 y 2014 respectivamente. Ha participado de las antologías De la tierra al Olimpo y Las voces del fuego.