Lo que queda después de perder un sueño.

Eso es la vida de Koza, un ex boxeador olímpico –que se interpreta a sí mismo–, en una vida donde las cosas que no fueron son las únicas que tiene, cosas que carga consigo mismo, donde un neumático que arrastra  para mantenerse en forma es sólo una medalla de goma de una pelea que no va a tener.

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Porque cuando hay hambre no hay lugar para los sueños.

En una casa en la que tres son mucho, su mujer le dice que va a ser papá, y que cuatro…cuatro son demasiado. Y que lo que tienen que hacer, cuesta más que demasiado

Y Koza, un gitano, y como tal no cree en los trabajos ortodoxos, vive juntando basura y entrenándose. Y tiene que tomar una decisión.

Decide volver a los cuadriláteros. Se embarca en una gira con su manager que no es ningún trigo limpio, y él lo sabe, pero el hambre le mordisquea y sabe que hasta el trigo sucio es comida.

Koza tiene una vida en la que le cuentan hasta diez todo el tiempo. Su hija, en inglés. Los referís, cuando cobra. Y arriba del ring, cobra bastante. Y abajo, nada.

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Un cuadrilátero donde la gloria es otra: juntar la plata para poder sostener a un bebé contra su pecho y no una medalla. Se banca los golpes, mientras espera que, si junta algo de plata, pueda convencer a su mujer que cuatro no es demasiado.

Aguanta, mientras sigue cayendo en galpones, en gimnasios donde las peleas son el entretenimiento de la gente que los mira mientras termina su cena, y los boxeadores van cambiando como si cambiaran de canal. Figuras descartables, peleadores que una vez que suena la campana, ya no hay más magias: son sobras que van a terminar en la basura

Koza se interpreta a sí mismo, y es difícil separar qué es ficción y qué no. Gran parte de la historia narrada encuentra origen en la realidad. La misma mujer es esposa fílmica y real, la cual tuvo un aborto que dio origen a la cinta. La mayoría de los personajes son retratados por actores no profesionales que cumplen con creces sus roles. Muchos de ellos utilizando el humor y lo bizarro parar cortar con una historia dura, sin los cuales sería difícil de soportar.

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Las locaciones dejan un halo de abandono que ahonda el sentimiento de crudeza retratado por la historia. Dichas locaciones tuvieron origen en fotografías que el DP de la película, Martin Kollár, tomó en diferentes lugares de Europa y fueron seleccionadas a dedo por Ostrochovský para formar parte del paisaje del film.

El director habló de la película como una metáfora de la caída de la Unión Sovietica, donde el Estado comunista pagaba por todo para los deportistas, que junto con el Ejército eran las caras visibles de los logros de una nación. Con la caída de la URSS, al no contar con protección del Estado, muchos deportistas vieron truncadas sus carreras. Sobre todo aquellos como Koza para los que perder era una garantía.

A su vez hizo mención que parte de las ganancias de la película serán destinadas a Koza para que pueda convertirse en entrenador de boxeo en su pueblo, porque también es necesario que la gente aprenda a perder. Sobre todo en una sociedad abandonada como la que refleja el film.

Una película en la que el protagonista no busca una redención, porque no hay errores, sólo lamento de las cosas que quiere ser y no puede. Porque los sueños no se jubilan. Y Koza lo sabe.

Koza se da cuenta que el verdadero hambre no está en la panza, sino en el corazón.

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Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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