Miré la noche y me perdí
en el movimiento del cielo,
pinté un cuadro
solo con mis pupilas.
Cuando lo vi era diferente,
no se parecía a la noche
que había visto entre sueños.
Era un cielo irreconocible,
tumultuoso y distante,
cubierto por un telón de estrellas ajenas
que se movían con delicadeza
y parecían bailar.
Reiteradas veces
lo volví a pintar,
y cada noche mis ojos
dibujaban un cielo diferente.
Algunos eran oscuros y caóticos,
otros más serenos.
Finalmente comprendí
que mis ojos pintaban cielos diferentes
porque la noche era siempre la misma.