La cita que abre el libro, de Anne Michaels, nos prepara para sumergirnos, nos permite entregarnos a una experiencia sensorial, precisa, minuciosa, vamos a nadar en nieve derretida a lo largo de los años que Natalia lo convirtió en poesía. Pequeños universos que aparecen como construidos en cristal, delicados.

Cuando nos adentramos en los poemas accedemos a un pasaje permanente que va de sensaciones íntimas a imágenes cotidianas, de espacios cerrados a la calle, pero siempre está esa precisión y eso nos permite reconocernos en las imágenes que construye Natalia Litvinova.

Paisajes, amor, consumos literarios, historia, geografías del pasado, reconstrucciones.

Se representan escenas, y es ahí cuando aparece el rasgo narrativo al que refiere Piedad Bonnett en el prólogo, nosotros lectores podemos habitar pequeñas historias, sugerentes, íntimas, cotidianas. La autora se empodera de poesía, toma los recursos disponibles y los habita cómodamente. 

Pequeñas ficciones, momentos imaginados o reconstruidos a partir de relatos históricos.

Pasajes de arte, de la historia del arte, de obras de arte siendo sentidas. Poesía, afortunadamente poesía.

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¿Cómo nació Siguiente Vitalidad?

Nació en diferentes cuadernos de viaje. La mayoría de los poemas fueron escritos durante una breve estadía en España. Transcribía situaciones, paisajes, visitas a los museos, y la sensación de estar más cerca de mi país natal también empujó algo en la escritura. De esas anotaciones se produjeron desprendimientos y los empecé a trabajar. Dialogaban con algunos temas que me obsesionan desde siempre y a la vez aparecían historias nuevas, es el libro de los lazos entre el pasado y el presente. Hay una serie que escribí en la Mezquita de Córdoba (España), en el jardín de los naranjos atravesado por un sistema de riego natural. El agua rezaba entre los turistas que se sacaban fotos. Muchos de los poemas son como postales donde a veces irrumpen algunas reflexiones. También hay historias de amor.

¿Cómo fue el cambio cosmogónico de Rusia a Argentina para vos?

El cambio fue en todos los sentidos: otros sabores, colores, olores. Lo “otro” de pronto era muy notorio. Otra manera de vestirse, otro humor, una ironía distinta y gestos diferentes. Otros árboles, me impactó encontrarme con las palmeras en las calles. Era chica, no sabía cómo comportarme, de a poco me fui acostumbrando.

¿Qué es Prípiat para vos? –Título de un poema del libro -Ciudad de Ucrania-

En Prípiat la naturaleza intenta adecuarse al golpe de la radiación. A simple viste parece una ciudad abandonada, fantasmagórica, invariable. Pero si cortás el tronco de uno de sus árboles verás que su corazón, su centro, es desmedido. Príapiat es lo desmedido que a simple vista no se ve. Es la ciudad donde solía andar mi madre, cerca de ahí fue al colegio, jugó con sus amigos. Es el inicio de una nueva era.

¿Volviste a Rusia?

No, todavía no, pero de algún modo vuelvo en las traducciones.

¿Cómo es tu proceso de escritura?

Es muy variable. Antes necesitaba una mesa, un lugar tranquilo y ordenado. Ahora en mi escritorio hay una pila desordenada de libros, la computadora, varios cuadernos, y yo escribo en el tren o en el colectivo mientras leo libros, ahí tengo mucho tiempo. Si el libro que leo me gusta mucho, voy contestándole en mi cuaderno. Pero a veces la escritura no se deja, entonces recurro a la anotación de frases que retomo después. Cuando el material se acumula y es una tela que se puede cortar, empieza la primera etapa de corrección.

¿Qué es lo que más te sorprende a la hora de traducir, en el traspaso de un idioma a otro?

La oportunidad de rescatar algo del olvido. Hacer hablar para que algún otro se entere. Después de traducir viene esa sensación de que en el idioma de la llegada ahora existe una historia más, un paisaje, un tiempo, un hecho. Se genera la posibilidad de un nuevo misterio.

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¿Cuándo escribiste tu primer poema? ¿Creés que hay algo de los temas que te convocaban a escribir antes que permanece en la actualidad?

El primer poema lo escribí a los 12 o 13 años, después de leer de corrido El romancero gitano de Lorca que encontré en la biblioteca del colegio. Sentí que estaba leyendo música.

En el libro hay varios poemas que aluden a la tragedia de Chernóbil, que coincide con mi nacimiento y con el retorno a ese temor que la gente sintió durante la guerra. Los lazos me atraen. La gente de Chernóbil se exilió, no fue una evacuación. Algunos se escondieron en el bosque, como durante la guerra, para que los soldados no los metieran en los camiones. Los temores antiguos que la memoria vuelve a tocar, eso me interesa. El uniforme de soldado de mi abuelo. Me gusta trabajar con esos recuerdos para que sean más ciertos.

¿Cuáles son tus referentes?

El poeta y cantante punk Víctor Tsoi.  En lo hondo de su voz golpetea algo, quizás la realidad de los hijos de la perestroika, lo enmudecido canta. Sus canciones dicen lo que la época acallaba.

Herta Muller, la frialdad de Muller cuando se rodea de cosas delicadas. Y son muchos los poetas a los que vuelvo, releo, que me marcaron un camino, por ejemplo, el poeta campesino Sergue Esénin, los poemas caprichosos de Marina Tsvetáieva, las fábulas rusas. Miguel Ángel Bustos. También están esos referentes esporádicos que iluminan algo y se retiran.

¿Qué te interesa leer?

El año pasado fue para mí el año de Herta Muller, Agota Kristof, Pascal Quignard, también descubrí a la bielorrusa Svetlana Aleksiévich mucho antes de que ganara el Nóbel, por esa  atracción que tengo hacia la literatura que se ocupa de lo bélico y lo que lleva tatuado el cuerpo social. Estoy leyendo “La guerra no tiene rostro de mujer”. En un pasaje del libro, una francotiradora cuenta que tenía trenzas larguísimas que se las cortaron cuando la mandaron al frente. El cabello por el arma. Dice que la guerra en las películas no debería mostrarse en colores, solo en blanco y negro, y el rojo de la sangre, que esos son los colores que se quedan con los ojos. Pero lo que más leo es poesía, en este momento una antología de la poeta coetánea de Paul Celan, Rose Ausländer.

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Natalia Litvinova (Gómel – 1986) es una escritora argentina de origen bielorruso, dedicada al campo de la poesía y de la traducción. Publicó: Esteparia (Ediciones del Dock, 2010), reeditado en España y en Uruguay, Balbuceo de la noche (Melón editora, 2012), Grieta (Gog y Magog ediciones, 2012) reeditado en España y en Costa Rica, Rocío animal (La Pulga Renga, 2013), Todo ajeno (Vaso roto, 2013) y Cuerpos textualizados (Letra viva, 2014) escrito en coautoría con Javier Galarza. Compiló y tradujo las antologías El ruido de la existencia (Editorial Leviatán, 2013), El espejo equivocado (Melón editora, 2013) y Poemas como rezos (Alción editora, 2015). Siguiente vitalidad (Audisea, 2015) es su reciente poemario, publicado en Argentina, Chile y México.

Sobre El Autor

Nació en 1986, rata porteña del sur de la ciudad. Trabaja desde hace doce años en Museo Nacional de Bellas Artes, en la actualidad como educadora. Es profesora de teatro y se forma como Docente en Lengua y Literatura.

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