En su poesía, Fernando Herrera parte de un lenguaje roto; lo que está dicho está dicho de restos. Esta austeridad recorre Canto fijo, su último poemario publicado por la editorial audisea. Al paso de los primeros poemas, el lector ya sabe que lo que viene no podrá traicionar ese espíritu lleno de ascetismo: el «cada vez menos» de una escritura que, sin dejar de hablar, pareciera discurrir por un camino de extinción: «El agua de las lentejas / bebías / con los partisanos. / Solo para revivir / lo que fuimos / en lo que vendrá». Herrera trabaja una sintaxis mínima, cada punto y cada coma están cifrados ―da la sensación― a una  ausencia. Porque Canto fijo no trabaja con lo que hay, sino que va hasta lo perdido y se aferra a su restitución por medio de una lógica exenta de florituras. En este libro, como escribe el autor, «Alguien se extingue / por la boca / de sus hermanos».   

tapa.6

¿Cómo nace Canto fijo?

El libro surge tras un largo período de sequía. Publiqué algo en 2006, y de ahí a esta parte no había escrito nada digno de exposición, nada poéticamente significativo. Había que esperar. Y ese tiempo de espera, dedicado sobre todo al estudio, fue crucial; ante todo, para ir hallando el modo de materializar el correlato poético de la experiencia fundamental que, creo, debe impulsar toda escritura para que ésta no sea una mera acumulación de palabras con mayor o menor técnica e ingenio. Canto fijo se fue tramando como respuesta a esa interpelación, que no ha dejado de hablar.

¿Qué imágenes, impulsos, situaciones, inspiran su trabajo?

La poesía se da a partir de una vocación, quiero decir, de un llamado a un tiempo interior y exterior. En latín diríamos “vocare”. Ahí no hay preeminencia del ser, ni del autor, ni de la identidad de lo dicho. Hay, a lo sumo, un testigo, un receptor que debe hacer pie en el mundo y ser capaz de darse a la escucha del lenguaje, que como diría Emmanuel Levinas “es pura hospitalidad”. Ahí hay un deber de memoria. De restituir sentido, de dejarse vivir por la vida masacrada. No se trata de capturar algo objetivo y traducirlo al lenguaje poético. Eso es lo que suele ocurrir, la poesía mal entendida, un gesto de complacencia y narcisismo; un mero apropiarse de lo que se nos pone ante los ojos. La poesía, o lo que pareciera serlo, está en las últimas; agoniza al ritmo miserable de la desintegración social en que estamos metidos. Por eso mismo interesa bastante poco. Hoy los y las poetas, o quienes dicen serlo, son gente demasiado apegada a su propia carrera como escritores. Estamos en el reino de la impostura; algunos quizá lo harán con imaginación, pero con un trasfondo estéril. Es la manía del reconocimiento. ¿Qué queda de la gran poesía que nos fundó como humanidad? Muy poco. Solo en algunos autores, en la liturgia, en las fiestas populares no tocadas por el mercado, que casi ya no existen. Para la escritura poética no me interesa nada que esté a la mano ni sea objeto de nada. En poesía de lo que se trata es de ir a la verdad última de sí mismo como otro, de reclinarse ante nuestra finitud, ante la inmensidad de la existencia. Pienso en Vallejo, en Paul Celan, en Emilio Prados, en Pasolini, en Etty Hillesum, Rose Ausländer, en el Neruda de Alturas de Machu Picchu. Poesía es lo inmemorial que nos habita, un acto de inmensa gratitud que nos trasciende y que ni siquiera cabe del todo en esta vida.

12443289_1157984957575839_247925174_n

¿Dónde se encuentran, a su entender, la poesía y la política?

Son campos muy distintos, pero no dejan de ser complementarios. La esfera agonal de la política poco tiene que ver con la poesía, pero sí las convicciones y la ética que demanda toda práctica política. El totalitarismo, por ejemplo, está muy ligado a la incapacidad de pensar simbólicamente, de ir más allá de la experiencia de lo inmediato. Hablo del símbolo y me refiero a la dignidad metafísica de la condición humana. Quizá la poesía sea extraña al ejercicio del poder, pero tiene mucho que ver con el deseo de vivir, con la esperanza, y es un gran antídoto contra la mentira, el autoritarismo y, como diría Adorno, contra la “frialdad burguesa”, contra la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Eso ya es político, la mejor política, su fundación. El sentido último de la política está fuera de ella, es la felicidad; y eso tiene mucho que ver con la experiencia estética y religiosa. Pero la poesía que se inspira en la fuerza de las Escrituras, quiero decir a la Biblia, al Talmud, al Tao o al Popol Vuh está en horas bajas.

¿Cómo es su proceso de escritura?

No hay un método determinado, pero sí un darse a la atención, un cierto desborde paciente. Es el tiempo que no está en el reloj. La poesía, me animo a decir, es un kairós en medio del cronos. La expresión “oración mental”, de Santa Teresa, me parece tremenda. La poesía y la plegaria van de la mano. Todo rezo, para mí asumible desde la poesía, es la precaria petición de alguien en medio de la nada. Por eso creo que un poema que se pose sobre sí mismo para cobrar sentido, y no sobre la proximidad que lo interpela, está de antemano agotado.

¿Cómo se inició en la escritura de poesía?

Noté que con palabras se podía hacer algo semejante a la música, que llegó antes, en la primera adolescencia, y fue pura fascinación. Y eso era interesantísimo, darle música al verbo y abrirse a un mundo al que la inmanencia de lo humano le quedaba chico. Ahora veo que esa intuición musical no estaba errada, porque quizá sean la música y la poesía dos de las disciplinas más fieles al sentido último, a la revelación, esa dimensión de la existencia que se nos ofrece velada, oculta, desconocida. Giorgio Agamben dice algo genial al respecto: “La poesía es aquello que devuelve la escritura al lugar de ilegibilidad de donde proviene”.

¿Cuándo escribió su primer poema? ¿Cree que hay algo de los temas que lo convocaban a escribir antes que permanecen en la actualidad?

Los primeros poemas eran netamente psicodélicos, muy devotos de Lou Reed, y estaban muy politizados. La conexión entre aquellos y los últimos quizá tenga que ver con la gran negación de un mundo que se suicida, con la rabia, con hacer de la poesía un hogar donde no cabe el conformismo.

12443211_1157984960909172_472105538_n

¿Quiénes son sus referentes?

No sé si hablar de referentes. Prefiero hablar de autores ejemplares que marcan un camino de liberación, de mejor vida; y de obras capaces de hacernos despertar del letargo e ir más allá de lo que somos. Me vienen a la cabeza unos versos de Pasolini que siempre me parecieron impresionantes: «Soy una fuerza del pasado. / Solo en la tradición está mi amor. / Vengo de las ruinas, de las iglesias, / de los retablos de altar, de los pueblos / abandonados en los Apeninos o los Prealpes / donde vivieron los hermanos./ Ahí está diciendo algo fundamental. Junto a los poetas que mencioné quisiera sumar a Juan Jiménez, poeta magnífico, de las Islas Canarias, un gran amigo del que aprendí muchísimo y en cuya biblioteca me eduqué; hay otros grandes de nuestra lengua, Gelman, José Kozer, Raúl Zurita, Viel Temperley es clave. Luego hay toda una generación de pensadores que me son vitales; Benjamin, Bloch, Scholem, y más adelante Levinas, el rabino Ouaknin, Imre Kertész, Michel Henry, Blanchot… Muchos de ellos de ascendencia judía. Algunos preanunciaron el exterminio, otros se abocaron  a conjugar filosofía y mesianismo después de Auschwitz. También Johann Baptist Metz, teólogo alemán, y dos grandes filósofos, Enrique Dussel y Reyes Mate, me son muy queridos para pensar los tiempos que corren. La obra de Dussel es clave para América Latina, para nuestra descolonización, tiene una obra descomunal en filosofía y teología de la liberación.

¿Qué le interesa leer?

Por lo general se piensa que la lectura es un acto poco trabajoso. Todo lo contrario. Para mí leer no es sino un modo de estudiar, y hasta de orar. Además de la poesía me interesan las biografías, la literatura testimonial, y sobre todo la teología política y la filosofía. Pero todo ha de vaciarse en una apertura incondicional al mundo de la vida.

12828296_1157984854242516_5370151495872717295_o

Sobre El Autor

Nació en 1986, rata porteña del sur de la ciudad. Trabaja desde hace doce años en Museo Nacional de Bellas Artes, en la actualidad como educadora. Es profesora de teatro y se forma como Docente en Lengua y Literatura.

Artículos Relacionados